12 de noviembre de 2011

Reseña de La Gran Armada, de Colin Martin y Geoffrey Parker



Geoffrey Parker no necesita mayor presentación que la qua ya se ofreció en la reseña de su magnífica biografía sobre Felipe II, así que a ella les remito a vuesas mercedes. Colin Martin ya es menos conocido en el ámbito español: profesor emérito de arqueología en la St. Andrews University en Fife, su campo de actuación es la arqueología submarina. Ambos especialistas, un historiador de los siglos modernos y un arqueólogo, publicaron, en ocasión del cuarto centenario de la mal llamada Armada Invencible, un libro sobre el tema, editado en su momento por Alianza (1988), y que ya había sido trabajado a fondo en los casi quince años anteriores. Un libro que recogía, por un lado, los datos de las fuentes escritas, sobre todo archivísticas, y por otro las evidencias de diversas excavaciones submarinas en años precedentes. Un gran libro, en definitiva. Pero como nada es, valga la redundancia, definitivo, en sucesivas ediciones, sobre todo en el mercado anglosajón, Parker y Martin fueron añadiendo revisiones y adiciones sobre una cuestión que, inevitablemente se puso de moda, y que precisamente gracias a ello permitió un mayor trabajo arqueológico. Y he aquí que, casi diez años después de la última edición revisada en inglés, ambos especialistas decidieron, por qué no, escribir un nuevo libro, reflejando el estado actual de la investigación sobre el tema e incluyendo una masa de material inédito hasta entonces. El resultado, pues, es este libro: La Gran Armada (Planeta, 2011).


Geoffrey Parker y Colin Martin

Con el rimbombante subtítulo «la mayor flota jamás vista desde la creación del mundo» (que pertenece a una cita de un embajador de la época), nos encontramos con un libro que no pretende ser definitivo, el non plus ultra, de la investigación sobre la Armada. Y nos alegramos por la publicación de un texto que ya es de referencia sobre la cuestión de la Gran Armada. El lector curioso se preguntará qué novedades aporta este nuevo libro. Los autores lo comentan con detalle. De entrada, documentos de época inéditos: el diario de Juan Martínez de Recalde, almirante general y segundo de a bordo del duque de Medina Sidonia, escrito desde que su nave capitana, el San Juan de Portugal, zarpara de La Coruña y hasta su regreso, once semanas más tarde; y las cartas que don Alonso Martínez de Leiva, designado como sucesor al mando de la expedición en caso de que el duque falleciera, le envió a Recalde en agosto de 1588. Junto a ello, nuevos documentos de la Colección Altamira, el archivo privado de Felipe II, que revelan el control exclusivo, hasta el más mínimo detalle, en la preparación, estrategia y actuación de la Armada por parte del rey; parte de los papeles supervivientes del archivo personal del duque de Parma, Alejandro Farnesio, comandante general de las operaciones en Flandes; el archivo de la casa ducal de Medina Sidonia; documentación oficial sobre la adquisición de naves y armamentos, y registros de archivos ingleses (no tan exhaustivos como los españoles), además de fuentes documentales dispersas en Bélgica, Francia, Italia, los Países Bajos, Portugal y Estados Unidos. Como se puede comprobar, una inmensa masa documental que los autores, especialmente Geoffrey Parker, han estudiado a fondo durante décadas y que recoge las discrepancias de los diversos comandantes en liza –Santa Cruz hasta febrero de 1588, Medina Sidonia, Parma en Flandes– con el Gran Designio de inspiración divina que Felipe II impuso a capa y espada, las críticas de Recalde contra el duque y Francisco de Bobadilla, su principal consejero militar, la formación de la flota durante los años 1587-1588, los diversos retrasos para zarpar, los combates contra la flota inglesa en el Canal de la Mancha (culminantes en una batalla frente a Gravelinas), la decisión de Medina Sidonia de regresar a España circunvalando las Islas Británicas y los diversos naufragios de una flota derrotada pero no destruida en las costas occidentales de Irlanda. Junto a todo ello, si no fuera poco, el libro se hace eco de las evidencias arqueológicas que confirman, de entrada, la ubicación de ocho naufragios y proporcionan ejemplos de la mayoría de tipos variedades de barcos que formaban la Armada.

Para Parker y Martin todo ello no altera la historia de la Gran Armada que, a grandes rasgos, ya conocemos: «Felipe II intentó invadir Inglaterra, pero sus planes fracasaron en parte por su mala gestión y en parte porque se impuso el esfuerzo defensivo de Inglaterra y sus aliados holandeses» (p. 28). Pero los nuevos datos (reiteramos), inéditos y todos ellos procedentes de fuentes primarias, nos permiten seguir con mayor detalle el proceso de formación y ejecución de la Empresa de Inglaterra. Y se llega a la tesis de ambos autores de que «la Armada supuso una amenaza para Inglaterra de abrumadoras proporciones y confirma que la angustiosa preocupación de los comandantes ingleses al respecto no era infundada. […] Cabe concluir razonablemente que el “Gran Designio” de Felipe II contra Inglaterra en 1588 podría haber constituido, tal vez en circunstancias algo diferentes, el triunfo supremo de su reinado. En aquel momento nadie podría haber previsto el resultado, ni cabía denigrar más a España por su fracaso que elogiar la salvación de Inglaterra como una manidestación de su inevitable superioridad. Cada nación demostró en el conflicto fortalezas formidables y graves debilidades, y ambas surgieron de él con honor. Más de cuatro siglos después de estos acontecimientos conmovedores y terribles, nosotros no sentimos predilección alguna por una u otra parte. La historia se sostiene por sí misma y los únicos pasados que han de olvidarse son los mitos» (pp. 28-29). Han hablado los autores.



Ahora habla este lector. Qué buen libro, señores, tened por seguro que estáis ante una obra completa, solvente y de referencia. Parker y Martin dedican una primera parte a analizar las dos flotas en liza, su formación y constitución, para después narrar el camino hacia la Empresa: ¿por qué se llegó a una situación de guerra no declarada? ¿Cuál fue la senda que trazó Felipe II desde una cierta protección a la Inglaterra de Isabel I a finales de la década de 1550 a la neutralidad de los años sesenta, la guerra fría de los años setenta y la primera mitad de los ochenta? ¿Cuál fue la gota que colmó la paciencia (o echó a volar las ambiciones) de Felipe II? Sin duda, la sucesión de ataques corsarios, muchos de ellos al amparo de la corona inglesa, a los convoyes españoles, los intentos de penetrar por la fuerza en el mercado y el área de control en América y, por último, la ejecución de María Estuardo, la cautiva reina de Escocia (y emparentada con los Valois y los Guisa franceses), en 1587. Añadamos a ello la presión (cuando no el claro empuje) del papa Sixto V y el apoyo explícito y militar de Isabel I a los holandeses. Todo ello suma en la concreción del Gran Designio de un Felipe II que se deja llevar por un «imperialismo mesiánico» (cuando no lo exacerba), echando todo el resto y abriendo la puerta a la catastrófica década de 1590, con tres frentes abiertos e inasumibles (Flandes, Inglaterra y Francia).

El lector comprobará que la parte central del libro, el enfrentamiento directo entre la Armada española y la flota inglesa, se despacha en dos capítulos llenos de dinamismo y brío. «Vino, se fue, y no hubo más» se titula esta parte y recoge esos combates a lo largo de la costa meridional británica y en los bancos frente a Flandes (The Downs). La imposibilidad de conectar la Gran Armada con el ejército de Parma en Flandes, el quid de la cuestión, por diversos motivos (dispersión de la flota tras los combates, imposibilidad de encontrar un puerto apto para el embarque, incomunicación entre Medina Sidonia y Parma) fraguó el fracaso de la expedición, pero no el desastre: la decisión de Medina Sidonia de navegar por el Mar del Norte para regresar a España bordeando Gran Bretaña, he ahí la causa de un desastre, agudizado por los temporales y la dispersión de las naves, y culminando en los naufragios en la costa de Irlanda.

El resultado: de los 130 barcos que zarparon de Lisboa el 28 de mayo de 1588, sólo se supo meses después del regreso de 60. Un tercio de la flota, al menos 42 naves, se hundieron o naugfragaron. Se perdieron cañones y barcos, muchos, pero las pérdidas humanas fueron irrecuperables: menos de 4.000 de sus 7.000 marineros regresaron a España y sólo 9.500 de sus 19.500 soldados. Y en la hora de mayor congoja, sin embargo, el gobierno español hizo cuanto estaba en su mano para cuidar de los supervivientes. «En agudo contraste con la cruel indiferencia de Isabel y sus ministros, Felipe II se aseguró de que sus leales soldados y marineros fueran recompensados como merecían por sus servicios. Cuando se descubrió en diciembre de 1588 que a algunos veteranos de la Armada los estaban despidiendo sin haberles abonado sus pagas completas, el rey señaló de inmediato a sus comandantes: “esto es contra la charidad christiana y muy ageno de mi intención, que a sido y es no sólo de que los que me an servido y sirven sean pagados de lo que an de haver, pero gratificados en lo que huviere lugar”» (pp. 414-415). Y, sin embargo, también podríamos decir que el rey fue el responsable, si es que hay que elegir uno, del desastre, al imponer unas directrices tan estrictas sobre un plan de invasión imposible de realizar (la conexión entre la flota y el ejército de Flandes). Recalde culpó a Medina Sidonia y Bobadilla en su diario, aunque no conviene olvidar al arquitecto del Gran Designio. Especialmente cuando en la década siguiente se perdieron muchas más vidas en las desastrosas campañas ordenadas por un más que mesiánico Felipe II.

Este es, pues, un gran libro. Imprescindible, diría. Atractivo en su estilo, ameno incluso en la consabida reiteración de nombres y elementos marinos que puedan hacer desfallecer a los más profanos en la materia, rigurosamente documentado, competentemente desarrollado. Y ahí queda eso.

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