2 de noviembre de 2011

Crítica de cine: Eva, de Kike Maíllo



El cine de ciencia-ficción también tiene emociones. De hecho, es cuando resulta más interesante, cuando nos remite a un imaginario cercano en cuanto al tiempo y el espacio, dedicado a la exploracíón de la psique humana, a los sentimientos, a las emociones y las pasiones. Y es que no hay nada nuevo bajo el sol y por mucha tecnología que queramos poner, al final lo que nos atrapan son las emociones. De ordenadores con personalidad a androides infantiles que buscan hadas madrinas y a pulsiones como la venganza o el dolor. ¿Puede una máquina sentir emociones? Es la gran pregunta. Pero esta no es una película de máquinas que sienten, sino de seres humanos que siempre han sentido.

Con Eva Kike Maíllo se estrena a lo grande en el largometraje, previo paso por el Festival de Cine Fantástico de Sitges de este 2011. Y lo hace con una propuesta que no se queda en la mera forma y la imagen, sino que ahonda en emociones y sensaciones. Álex Garel (Daniel Brühl) regresa a su hogar tras diez años ausente. Especialista en ciencias robóticas, su regreso al pueblo que le vio nacer --ubicado en el anonimato y que podría situarse en Suiza o en cualquier ciudad de montaña--. El reencuentro con el hermano que es también un rival (Aberto Ammann), con un antiguo amor (Marta Etura), con una profesora de la facultad de robótica (Anne Canovas) y... con viejos proyectos. Crear androides infantiles que sean divertidos, no cualesquiera, que tengan personalidad. Darles emociones, sensaciones, incluso vivencias. Y aunque sea tomando a una niña, Eva (Claudia Eva), su sobrina, como modelo a seguir. Pero el tiempo no pasa en balde para Álex: también sus sensaciones renacen, sus miedos, sus anhelos, sus celos, sus causas para escapar y dejarlo todo.

Es fácil encontrar referencias múltiples en esta película, de A.I. a Blade Runner, con pinceladas de Beautiful Girls --Eva recuerda a la Natalie Portman de esta ya película de culto--, pero no es tan usual que una película de ciencia-ficción emocione. O busque emocionarnos. Desde un prólogo portentosos a un epílogo muy bien montado. Una película en el que la tecnología se viste con ropajes setenteros, tanto en la estética como en el perfume algo retro que se le insufla, provocando incluso sonrisas en el espectador por lo aparentemente cutre de la puesta en escena de algunos juguetes, pero que nos remite a que la ciencia-ficción no sólo es tecnología punta. Y todo ello con honestidad. Maíllo, rodeado de buenos guionistas y técnicos, demuestra que es posible hacer ciencia-ficción española sin excesos pero de un modo digno. Incluso androides de protocolo, visto de aquella manera, como el que interpreta Lluís Homar, resultan edificantes. El guión no es perfecto, digámoslo claramente: la irregularidad está presente en la parte central de la película, cuando (al menos este) espectador en ocasiones se amodorra. Pero se suple con una Eva, primera mujer y algo más, que nos llega, como lo hacía la Portman en la película de Ted Demme. La contención de Brühl en su interpretación nos cuenta muchas cosas. Y los efectos visuales, con cristales en movimiento y que metaforizan las emociones, son justos y adecuados. Sin excesos.

Buena película, pues. No perfecta. No redonda. Incluso en su emotividad a veces se queda algo escueta. Pero cuando debe transmitir algo, ya sea rabia, miedo o esperanza, lo consigue. Y no es poco.

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