30 de agosto de 2014

Crítica de cine: Locke, de Steven Knight

Estamos acostumbrados a un cine blockbusterizado, en el que importa cuántas toneladas de coches, aviones, edificios incluso, deben cargarse en la gran pantalla para que sueltes un "oooooh" y te dejen sin aliento. Películas de presupuesto tan mastodóntico como las expectativas que hay sobre ellas o sobre el taquillaje que deben conseguir para ser un éxito, un fracaso... o algo indiferente. El cine tiene la capacidad de sorprenderte, para bien o para mal, y también de dejarte frío; y ésto último es lo que peor que le puede pasar a una película: que ni fu ni fa, que sí pero no, que oye, sabes qué, que me he quedado igual. La magia que tiene el cine es que no provoca indiferencias, sino entusiasmos u odios, y eso es algo muy injusto. Por ello, sabes cuándo algo no es ni te deja indiferente. Si a ello añadimos que esa magia no necesita de demasiados alardes, de espectaculares secuencias ni que se vea en pantalla la millonada que se han gastado para rodar algo que finalmente te deje indiferente... y que me sucedió hace unos días con Guardianes de la galaxia: aburrido me quedé en una sala de cine, viendo algo que a los veinte minutos ya me hacía removerme en la butaca. Ni trama, ni personajes, ni mucho menos efectos especiales me llamaron la atención; si acaso, saber que Ned el Pastelero de Pushing Daisies era, bajo esa capa de maquillaje, el villano de turno, y un soundtrack de canciones que al menos paliaba el grado de tedio que se me echaba encima. Por eso, cuando una película que aparentemente no es gran cosa, con un sólo actor en la pantalla, conduciendo por la noche para llegar a Londres y mientras mantiene una serie de llamadas telefónicas que van a cambiar radicalmente su vida; cuando ves que en 80 minutos, prácticamente en el tiempo real en el que sucede la trama, se puede contar una gran historia; cuando en los primeros minutos de la película has quedado atrapado... en ese momento sabes que la magia del cine no necesita apabullarte con la grandeza de la vacuidad. Con una historia aparentemente sencilla, un actor, un coche en movimiento y una autopista tiene suficiente.

29 de agosto de 2014

28 de agosto de 2014

Oliver Stone y el revisionismo histórico: La historia no contada de Estados Unidos

«El origen de todos nuestros errores es el miedo. Movidas por el viento grandes naciones se han comportado como bestias acorraladas pensando sólo en la supervivencia» (Henry Wallace).
Oliver Stone: la historia no contada de Estados Unidos es un proyecto para repasar, en diez episodios, la historia de este país desde 1939 y hasta 2012. En los primeros minutos del episodio inicial, Stone explica qué motivaciones hay tras esta serie documental: considerándose un estudioso de la Historia, quiere narrar aquella historia que, en su opinión, no se cuenta en las clases a los jóvenes. Una historia de héroes y de otros que no lo fueron, aunque fueron etiquetados como tales. Una historia del miedo y de la pérdida. El miedo, continuando con la línea de argumentación que mostraba Michael Moore en su documental Bowling for Columbine (2002), ha llevado al pueblo estadounidense a ser la nación más armada del planeta y a concebir el mundo como un lugar de enfrentamiento, antes que de encuentro y colaboración. En el final del 4º episodio, Stone incide en esta idea: «¿Por qué ese miedo? Se ha dicho que como americanos somos un pueblo de inmigrantes en un nuevo país. Gente que de una forma u otra ha escapado de la persecución, la pobreza y el miedo; y aunque separado de todos por dos grandes océanos, seguimos siendo presa de ese miedo que no cesa, incluso nuestros hijos y nietos. A los norteamericanos se nos ha inculcado y nos hemos enamorado del mito de volver a empezar con una nueva pureza en una nueva tierra; el mito de la excepcionalidad americana en una nueva Jerusalén, la ciudad de la colina. Entonces, ¿es necesario exagerar el miedo a la persecución del exterior, del extranjero corrupto que siempre representa la maldad de lo antiguo? […] El miedo y la incertidumbre son dos elementos inevitables en la vida humana desde el principio de los tiempos; y se deben aceptar como aceptamos el nacimiento y la muerte». Y la pérdida de los valores fundacionales y de la esperanza de una nación que volvió a abrirse al mundo, tras la etapa aislacionista posterior a la Primera Guerra Mundial, pero esta vez con la idea de dominarlo frente al enemigo comunista.

Canciones para el nuevo día (1504/733): "Lonesome Day"

Bruce Sprinsteen's Week (IV): Lonesome Day



Disco: The Rising (2002)


25 de agosto de 2014

Our World War (BBC, 2014): la Gran Guerra en primerísimo plano

Dentro de su programación especial dedicada a la Primera Guerra Mundial –prevista hasta 2018; si es que cuando los British se ponen manos a la obra…–, y tras otras miniseries como 37 Days (el camino, desde la muerte del archiduque austro-húngaro, hacia las declaraciones de guerra de finales de julio y agosto de 1914, y The Crimson Field (un grupo de enfermeras en primera línea), la BBC estrenó hace dos semanas Our World War: miniserie de tres episodios que recoge experiencias reales de combate de soldados británicos durante la guerra. Tres episodios, por desgracia sólo tres, de una calidad altísima que escoge tres momentos bélicos: las batallas de Mons (23 de agosto de 1914), del Somme (julio de 1916) y de Amiens (agosto de 1918), aunque desde puntos de vista y enfoques muy particulares. Así, el primer episodio se centra en la defensa de un puente (y posterior retirada) a cargo de un grupo de batallón británico que subestimó la capacidad ofensiva de los alemanes en el canal de Mons; el segundo episodio nos narra las desventuras de un batallón de soldados de Manchester –los Manchester Pals («camaradas»)– en un flanco del Somme y tocando el espinoso tema de la deserción; y el último episodio acompaña a la tripulación de un tanque durante la ofensiva de Amiens, que desbarataría las defensas de los alemanes en el frente franco-belga. Se trata, pues, de la guerra en el frente occidental desde el punto de vista y protagonizada por soldados británicos. Soldados que sobrevivieron (algunos) y dejaron por escrito sus recuerdos de aquella guerra, de «nuestra guerra mundial». Y qué pena que sean sólo tres episodios…

Canciones para el nuevo día (1501/730): "Glory Days"

Bruce Springsteen's Week (I): Glory Days



Disco: Born in the U.S.A. (1984)



20 de agosto de 2014

Reseña de John Maynard Keynes, de Robert Skidelsky

«Por los economistas, que son los fideicomisos, no de la civilización, sino de la posibilidad de civilización».
Brindis de John Maynard Keynes en una cena de celebración de su retirada como editor del Economic Journal, febrero de 1945. 
Es posible que no existiera alguien cuyo legado haya dejado una huella tan profunda como John Maynard Keynes (1883-1946); alguien que ha cambiado el estudio de la economía hasta el punto de influir en el devenir de la historia mundial contemporánea. Su influencia en las finanzas desde la década de 1920 ha sido evidente: previó las consecuencias de imponer unas exigencias económicas imposibles de cumplir a la derrotada Alemania tras la Primera Guerra Mundial (las reparaciones de guerra); comprendió las causas de la crisis bursátil y el camino a la Gran Depresión de la década de 1930; batalló contra el retorno británico al patrón oro en 1925, intuyendo que mantenerse en él ya no iba a resultar útil para las finanzas británicas; batalló por encontrar una manera de que el Estado comprendiera que para que haya prosperidad económica debe haber inversión y gasto, y que el liberalismo clásico desatado, lo que se conocía como el laissez-faire, debía ser regulado (cuando no controlado) por entes estatales (bancos centrales, el Tesoro), pues de lo contrario las crisis recurrentes del primer tercio del siglo XX aumentarían y conducirían al colapso del sistema capitalista. Negoció la deuda británica con Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y, junto con colegas estadounidenses, puso las bases para el sistema financiero de posguerra que se fraguó en Bretton Woods, cuyo legado se mantiene hoy en día en dos de las instituciones económicas de la era actual (criticadas y posiblemente con una necesidad de ser reformadas), como son el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Como concluye Robert Skidelsky en las últimas páginas de esta magna biografía, con Keynes ha habido un antes y un después de modo que, «mientras que muchos economistas son antikeynesianos, ningún economista es prekeynesiano» (p. 1160).

Canciones para el nuevo día (1498/727): "I'm All Over It"

Jamie Cullum - I'm All Over It



Disco: Momentum (2013)


14 de agosto de 2014

Reseña de La buena reputación, de Ignacio Martínez de Pisón

Uno de los inicios de novela más conocidos de la literatura universal es el de Anna Karenina de Lev Tolstói: «Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera». Y a menudo te acuerdas de esa frase mientras vas leyendo este novelón de 650 páginas sobre una familia; concretamente, tres generaciones de una misma familia, más de treinta años de historia familiar, también con la historia española de trasfondo. Un trasfondo sutil, de todas maneras, ya que Ignacio Martínez de Pisón no pretende narrar un Cuéntame cómo pasó (ni, espero, le pasaría por la cabeza): la novela inicia su andadura –tras un prólogo que luego se trenza con su desarrollo– en Melilla, donde en 1950 vive la familia Caro Campillo. Una familia de curiosa mezcla: el padre, Samuel, es un judío (no ortodoxo) que se casó con la católica Mercedes, la hija de un militar, y aunque las dos hijas de la pareja, Miriam y Sara, lleven nombres judíos, la suya no ha sido una educación en las costumbres religiosas judías; válgame Dios, Mercedes, una mujer con carácter, no lo habría aceptado. Son los últimos años del Protectorado español en Marruecos, pronto Melilla pasará a ser, junto a Ceuta, el último enclave español en suelo africano y todo cambiará para una familia que, aún no siendo judía en su totalidad, emprende su particular diáspora.

Canciones para el nuevo día (1494/723): "Put On Your Sunday Clothes"

Barbra Streisand, Michael Crawford & Hello Dolly! Cast - Put On Your Sunday Clothes



Disco: Hello Dolly! - soundtrack (1969)


10 de agosto de 2014

Crítica de cine: Shirley. Visiones de una realidad, de Gustav Deutsch

Edward Hopper (1882-1967) es el pintor que más cercano está a la fotografía en el siglo XX. Su mirada pictórica en muchas ocasiones (parece) evocar la técnica de una fotografía: la perspectiva, las diagonales, la sensación de captar un instante determinado, la posibilidad de detener el tiempo, la plasmación de escenas cotidianas. Obviamente, su pintura no es como una fotografía, aunque, leyendo a Susan Sontag, podría serlo: "Una fotografía no es sólo una imagen (como un cuadro es una imagen), una interpretación de algo real; es también un rastro, algo directamente estarcido de lo real, como una huella o una máscara mortuoria" (On Photography, 2001, p. 154, traducción propia). Quizá la mayor diferencia entre ambos medios es que la fotografía es la imagen directa mientras que la pintura ofrece una mirada indirecta: del objeto o la escena a retratar, pasamos a la retina y las manos del pintor, que lo refleja sobre el lienzo en una intermediación que inevitablemente altera lo que él (nosotros) ha (hemos) visto. Hasta cierto punto un cuadro no deja de ser un trampantojo, un engaño puesto ante nuestra mirada, una figuración o una simulación en la que aquello que se contempla trasciende sus propios marcos (sus límites) y se nos presenta como algo que se proyecta más allá de ese espacio delineado y estrictamente delimitado. Se podría argüir que la fotografía (o el cine) también son un trampantojo, de modo que la mirada a la instantánea no deja de ser ficcional, tamizada por la ilusión y la sorpresa que las emociones y las sensaciones nos inoculan cuando se produce el viaje en nanosegundos de la luz de esa instantánea a nuestra retina. Al contemplar un cuadro de Hopper quizá tengamos esas percepciones, de una ilusión visual que nos hace tener la sensación de ver una imagen del tiempo detenido, como en una fotografía; y que nos preguntemos, a su vez, qué hay en ese cuadro que nos llama tanto la atención, o incluso qué pasa por la mente las personas retratadas, qué piensan o qué dicen cuando varios personajes coinciden en una misma estampa y el tiempo, veloz e inclemente, se detiene para que podamos ser testigos de una escena de realidad.

4 de agosto de 2014

Crítica de cine: Begin Again, de John Carney

John Carney pegó el pelotazo en 2006 con Once, una película sobre cantantes y compositores que se buscan la vida en bares y locales de todo tipo. Su soundtrack fue de lo más escuchado aquel año y se llevó un Oscar a la mejor canción original. Buen rollo, magia y música, buena música. Funcionó, funcionó muy bien. Y he aquí que Carney repite la jugada con Begin Again, pero en esta ocasión cambiamos las calles de Dublín por Nueva York, con actores de peso y un soundtrack que parece prefabricado, hecho para triunfar y petar las playlists en YouTube y Spotify. Y tenemos el aliciente de ver a Keira Knightley cantando, quizá el anzuelo para que muchos se acerquen a una sala de cine y quieran comprobar si la actriz británica canta bien o más bien suelta gorgoritos. A su lado ponen a un Mark Ruffalo que se pone en la piel de un productor que tiempo atrás ganó un par de Grammys pero que ahora, solo y amargado, ya solamente espera encontrar a un cantante con voz propia y autenticidad que relance su discográfica y le haga renacer de sus propias cenizas. Pongamos a Adam Levine, cantante y alma de Maroon 5 para que interprete unas cuantas canciones, interprete a un personaje al que culpar y haga subir las ventas en iTunes. Y, por último, que se vea Nueva York, como personaje que todo lo ocupa, ya sea en sus calles o bajo tierra con el icónico metro suburbano. El resultado podría ser un producto para llenar salas de cine en verano, cuando la cosa está de capa caída (si no hay un transformers o un blockbuster de esos de la peor ralea), hacer taquilla, tomarle un poco el pelo a la audiencia, ofreciéndole un producto que funciona como una novela romántica. La sorpresa es que la película funciona bien, no es una comedia romántica ni busca el happy end que se suele atribuir a estos productos. Y eso es casi lo mejor de todo.

Canciones para el nuevo día (1486/715): "A Fine Romance"

Lena Horne - A Fine Romance


Disco: Lena in Hollywood (1966)