30 de octubre de 2016

Crítica de cine: Que Dios nos perdone, de Rodrigo Sorogoyen

Madrid, agosto de 2011. Benedicto XVI visita la ciudad en ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud y con él cientos de miles de católicos llenan la capital de España, mientras sus habitantes (y el resto del país) soportan un calor especialmente intenso aquel verano. A la canícula veraniega hay que añadir el calor de los recientes acontecimientos que, con un epicentro en la Plaza del Sol, fue avivado por el movimiento de los llamados “indignados” y cuyas llamas se extendieron por todo el país, siendo el caldo de cultivo de una protesta ciudadana y la base (no única) que llevará, en los años siguientes, a la formación de un partido nuevo, Podemos. Dos inspectores de policía, de homicidios en particular, Alfaro (Roberto Álamo) y Velarde (Antonio de la Torre) tienen su particular preocupación: atrapar a un asesino en serio que, en esos días, se ha dedicado a atacar y matar a mujeres ancianas en el centro de Madrid. El tiempo apremia, no conviene despertar pánico en una capital “invadida” por los peregrinos católicos ni tampoco azuzar el morbo mediático. Pero Alfaro y Velarde, a su manera, son también dos particulares personajes en los que la violencia, abierta o soterrada, también está muy presente. Y tampoco ellos podrán escapar de un clima de angustia y presión. Y calor, mucho calor.