«No puedo refrenar mi asombro ante esos enardecidos panegiristas de los Germanen que se esfuerzan por atribuir a la Germanien [de Tácito] los esplendorosos triunfos [de otros pueblos]».
Beato Renano, 1531
La obra de Publio (o Cayo) Cornelio Tácito (c. 55 – c. 120 d.C.) es más conocida que su autor, de quien tenemos pocos datos. Nos falta incluso su praenomen y si no fuera por algunas referencias internas o algunas cartas cruzadas con coetáneos como Plinio el Joven incluso podríamos dudar de su propia existencia. Sabemos que fue senador, siguió el cursus honorum habitual para los hombres de su rango, alcanzó un consulado sufecto durante el reinado de Nerva y pudo culminar su carrera con un proconsulado en Asia mientras Trajano iniciaba las campañas contra los partos. Desconocemos cuando murió aunque se considera que vivió los primeros años del principado de Adriano, pues se proponía redactar una continuación de sus Historias que incluyeran el período de Trajano. De él nos quedan dos obras mayores, aunque no completas, las ya mencionadas Historias (que debían recoger el período entre las muertes de Nerón y Domiciano, aunque apenas hemos recibido los libros correspondientes a los años 68-69 d.C.) y los Anales, su opus maius, que relataba el inicio de la decadencia de Roma, según su autor, por culpa del gobierno autoritario de los sucesores de Augusto (14-68 d.C.); una obra también fragmentaria (faltan el período completo de Calígula, gran parte del de Claudio y el final del neroniano).
Escribió también una biografía de su suegro, Agrícola, gobernador de Britania (y cuyas campañas narra con detalle), y una obra más breve, Sobre el origen y territorio de los germanos, conocida habitualmente como la Germania. Aunque Tácito no viajó nunca a Germania, se trata de una obra etnográfica, basada en autores anteriores (esencialmente, César, Estrabón, Diodoro Sículo) y de información que el propio autor recabó de comerciantes y comandantes militares establecidos en ambas orillas del Rin. Es una obra breve, consta de cuarenta y seis capítulos (en un procesador de textos apenas ocupa veinticinco páginas), y se nutre de datos más o menos exactos (y refundidos de fuentes anteriores), recogiendo los diversos pueblos que se podían insertar bajo el apelativo «germano», sus costumbres, sus posibles orígenes y sus contactos con Roma, tras los cuales Tácito llega a la conclusión de que, a pesar de su barbarie, en ellos aún se pueden encontrar las viejas virtudes de la austeridad, la valentía y la dignidad que, en su opinión, los romanos de su época habían perdido. Son estos valores los que, sin saberlo Tácito, serán repetidos, y a su vez reelaborados, sin cesar al cabo de casi quince siglos para construir la génesis del pueblo alemán, sus orígenes en el alba de los tiempos, y su continuación en la raza aria, según la visión nacionalsocialista de Heinrich Himmler y sus acólitos.
De este modo, pues, la obra de Christopher B. Krebs, El libro más peligroso: la Germania de Tácito, del imperio romano al Tercer Reich (Crítica, 2011), es algo más que una indagación, casi detectivesca, sobre el texto de Tácito y su influencia no voluntaria en la creación de un canon ideológico. La Germania perdió prácticamente todo interés hasta el siglo XV –con un breve interludio por parte de copistas de época carolingia–, cuando humanistas (y coleccionistas) se interesaban por las fuentes clásicas y se dedicaban a la caza de manuscritos copiados por cuidadosos monjes en los siglos medievales. Coleccionistas como Poggio Bracciolini, quien en 1425 intercambiaba espístolas con su bien amigo Niccolò Niccoli de Florencia, en el que detallaba su afición a la búsqueda de manuscritos, logrando en ocasiones hacerse con alguna pieza mayor:
«Y eso es todo –bueno, casi–. He dejado lo mejor para el final. Cierto monje amigo mío, de no sé qué monasterio de Alemania, me acaba de enviar una carta en la que dice haber encontrado unos cuantos volúmenes de los que nos interesan. Y entre ellos figuran textos de Julius Frontinus y varias obras de Cornelio Tácito hasta ahora desconocidas para nosotros» (citado en p. 55).Una de esas obras era la Germania.
Pero no sólo cazadores de manuscritos como Poggio evidencian la recuperación de la obra de Tácito desde finales de la Edad Media (período en el que el estilo sentencioso de este historiador fue recogido por polígrafos y filósofos políticos, dando paso al tacitismo, con Justus Lipsius en las universidades de Leiden y Lovaina a la cabeza). Futuros papas (y humanistas) como Eneas Silvio Piccolomini (Pío II) también se dedicarán a la búsqueda de textos clasicos, aunque con otras intenciones que el coleccionismo: en su caso se trata de refutar las críticas de aquellos que consideran –antes de la Reforma luterana– que la Iglesia católica se preocupa poco por Alemania (el Sacro Imperio Romano Germánico, vasto y desunido), sus habitantes, sus feligreses e incluso sus tradiciones. Para el futuro Pío II, ambicioso cardenal, el texto de Tácito sirve de demostración de que la imagen de Tácito de unos germanos/alemanes prácticamente bárbaros en sus tiempos ha dado paso, gracias a los desvelos de la Iglesia romana, a una Alemania próspera, boyante y sobre todo civilizada a mediados del siglo XV. Talis tua Germania fuit, le responderá a un corresponsal alemán que criticaba la desidia romana (en clave del siglo XV) respecto a la Alemania del momento:
«En esa época, la vida de vuestros antepasados [los de Mayer, el remitente de Piccolomini] difería muy poco de la bestialidad de los brutos. Y es que en la mayoría de los casos eran pastores refugiados en bosques y arboledas, condenados a llevar una existencia de grosera indolencia […]. Carecían de murallas sólidas, y tampoco contaban con asentamientos rodeados de murallas. No se veían fortalezas encaramadas en la cima de los montes ni templos construidos con piedra labrada» (citado en p. 89).Esta polémica, que Krebs comenta con detalle, nos lleva a que ya a finales del siglo XV humanistas alemanes e italianos comenzaron a rastrear los orígenes de la nación germana (léase alemana). Y es cuando nombre de caudillos como Arminio salen a la palestra, se recupera y se germaniza su figura [Hermann], y se rastrean los orígenes legendarios del pueblo germano (único, partiendo de un mismo tronco). Tuisco o Tuiston (de ahí, «teutón»), el hijo de Noé olvidado (¿pretendidamente?) por las fuentes bíblicas sería el padre de la nación alemana en el origen de los tiempos.
El seguimiento de Krebs sobre la exégesis de las leyendas sobre Tuisco, Tuiston, Teutón, Teutates o Teutsch (de ahí deutsch, la palabra que actualmente significa alemán) según varios autores a lo largo de los siglos XV y XVII quizá sea algo arduo para prófanos en la materia, pero nos ayuda a entender cómo surgen las leyendas sobre los alemanes por parte de comentaristas, historiadores, religiosos y humanistas durante aquel período. Habrá que esperar a que en pleno siglo XVIII y los albores del XIX el vocablo Volk –después Volksgeist, o «espíritu del pueblo», y Völkisch, o «folclore étnico»–, usado por Herder en el imaginario colectivo alemán, sea rastreado en el texto de Tácito y los ecos de la Revolución Francesa lo pongan encima de la mesa. Surgen también las disquisiciones sobre germanidad, arianidad y pureza racial –de Arthur de Gobineau a Houston Stewart Chamberlain, con escala intermedia en RichardWagner–, y es en la Germania, y en el modo en que se ha asimilado, donde se buscan pruebas irrefutables de la superioridad racial de los alemanes sobre el resto de pueblos europeos. El camino nos lleva, inexorablemente, a Himmler y las SS, su pasión por el germanismo antiguo, su impronta en al ideología racial del Reich nazi –Hitler mismo puso «La revolución germánica» como primer título al Mein Kampf, aunque su interés por el pasado germano fue en cierto modo pasajero– y de ahí a la caza de ediciones de Tácito (en Italia se conservaba el llamado Códice Aesinas, que Himmler ordenó incautar en otoño de 1943), y los viajes a Escandinavia para hallar restos de la escritura rúnica o al Himalaya para cerciorarse de los vínculos indestructibles de los primitivos pueblos germanos con la raza aria. El resultado final lo conocemos de sobra: la búsqueda de los orígenes raciales dio paso a una obsesiva ideología que preconizaba el exterminio de todo aquello que no fuera ario, puro, germano al cien por cien. Lebensraum, Lebensborn,…
El libro de Krebs deviene, a un mismo tiempo, una reconstrucción del texto de Tácito, una investigación sobre su uso y manipulación, y una reconstrucción del modo en que esta manipulación ha moldeado visiones de la germanidad en diversos momentos de los últimos quinientos años. Es un libro interesantísimo en cuanto a cómo un texto clásico aparentemente inocuo, e incluso históricamente poco relevante, puede convertirse en una poderosa arma para construir una ideología racista. Pero no nos quedemos con el corolario nazi: la Germania de Tácito ha sido también fuente de discusiones filológicas y etnográficas en los siglos modernos, columna vertebral de un pensamiento nacionalista alemán que buscaba encontrarse a sí mismo. En última instancia, «se trata de una lectura que tiene tras de sí una larga historia. Con todo, es justo esa historia tan azarosa la que revela que una comprensión cándida […] resulta muy arriesgada. En último término, no ha sido el historiador romano Tácito quien ha escrito un libro extremadamente peligroso: han sido sus lectores los que le han dado ese levantisco sesgo» (p. 260).
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