«La “gran” Encyclopédie de Diderot y D’Alembert no es la mayor enciclopedia que se haya publicado, ni la primera, ni la más popular, ni la que tiene mayor autoridad. Lo que hace de ella el acontecimiento más significativo de toda la historia intelectual de la Ilustración es su particular constelación de política, economía, testarudez, heroísmo e ideas revolucionarias que prevaleció, por primera vez en la historia, contra la determinación de la Iglesia y de la Corona sumadas, es decir, contra todas las fuerzas del establishment político en Francia, para ser un triunfo del pensamiento libre, del principio secular y de la empresa privada. La victoria de la Encyclopédie no presagió sólo el triunfo de la Revolución, sino también de los valores de los dos siglos venideros» (p. 11).
Esta es la historia de un proyecto editorial (la Encyclopédie), es la historia de un hombre (Diderot) y es la historia de un período histórico esencial visto a través de las historias de philosophes, políticos, censores y editores. Y es una de esas historias culturales que me apasionan, que devoro con enorme placer y con las que siempre me quedo hambriento nada más terminarlo. Philipp Blom (n. 1970) nos acerca a unas décadas centrales en el siglo XVIII francés, con la Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers como leitmotiv. Del mismo autor contamos, muy recientemente, con Años de vértigo. Cultura y cambio en Occidente, 1900-1914 (Anagrama, 2010), otro fabuloso collage que vale la pena tener en nuestra biblioteca particular.
Permítaseme un inciso: hace unos años colaboré con una amiga bibliotecaria en la ordenación de la biblioteca de una familia barcelonesa, que se había trasladado de piso, y cuyo fondo, lleno de obras de valor casi incalculable, estaba dedicado a la hidráulica, esencialmente. Pero entre las joyas que aquella biblioteca, construida pacientemente a lo largo de muchas décadas, había la colección completa de la Encyclopédie: los diecisiete volúmenes de texto y los once tomos de láminas. Pude hojear unos cuantos volúmenes, especialmente los de láminas. Preciosos. Tener entre las manos una obra sobre la que tanto se ha escrito, un hito de la historia intelectual, fue un momento casi mágico. Volúmenes que, por cierto, pesaban muy poco, aunque estaban muy bien conservados, y que se debieron adquirir hace generaciones, legados de padres a hijos.
Y he aquí que estamos ante este delicioso libro sobre la Encyclopédie. Una magna obra que se inició, no por casualidad, pero sí tras muchas vicisitudes. No estaba planificada de antemano. André Le Breton (1708-1779) adquirió los derechos (y el privilegio o permiso real) para editar una traducción francesa de la Cyclopaedia: or, An Universal Dictionary of Arts and Sciences, escrita por Ephraim Chambers y publicada en dos volúmenes en 1728. Con el subtítulo «que contiene una explicación de los términos y una cuenta de los significados de las cosas en las varias artes, tanto liberales y mecánicas, y varias ciencias, lo humano y lo Divino», la obra de Chambers pretendía ser un epítome de todo el saber humano, empresa inalcanzable pero muy en boga en aquelos años. Le Breton obtuvo el privilege real en 1745 y encargó la traducción francesa a John Mills, británico residente en Francia, que finalmente no cumplió con el trabajo. Le Breton no desistió, quiso mantener el privilegio real de publicación y buscó un nuevo editor. Y aquí entró en liza Denis Diderot (1713-1784), que no sólo asumió entusiasmado la dirección del proyecto sino que le dio nuevos vuelos. Tantos que la obra resultante, ambiciosísima, superó el proyecto inicial y se convirtió en el trabajo de muchas personas durante casi 25 años.
Diderot dedicó ingentes esfuerzos a una obra de la que luego prácticamente renegó. La elaboración de la Encyclopédie lastró sus sueños de convertirse en un philosophe conocido en todo el orbe, le impidió dedicarse a muchos proyectos propios, le causó no pocos problemas con la censura real y con los servicios policiales de la época (además de alguna breve temporada en prisión), pero fue la obra de su vida, aunque le pesara. Su nombre, junto con el de Jean Le Rond D’Alembert (1717-1783), coeditor de la obra en los primeros siete volúmenes, pasó a la Historia, siendo esencialmente conocidos por ser los promotores de este magno proyecto.
Un proyecto que se inició con ilusión, cuyo primer volumen fue publicado y puesto a disposición de los suscriptores en 1751, pero que a la postre se convirtió en una carga para quienes trabajaron en él. Las relaciones entre Diderot y D’Alembert, que se encargó de los artículos de matemáticas y astronomía, nunca fueron íntimas y la obra les enfrentó casi desde el principio, hasta el punto de que publicados ya siete volúmenes D’Alembert se descolgó de las tareas de edición, aunque más tarde pretendiera volver (para entonces Diderot ya había roto con él). D’Alembert escribió el Discours Préliminaire del primer volumen publicado, un texto polémico en el que se enfrentó abiertamente a la Iglesia católica y los jesuitas, sin contar antes con el visto bueno de Diderot; pues aunque Diderot no era menos crítico que D’Alembert con los poderes fácticos del momento (la Corona y la Iglesia, esencialmente), hubiera preferido un texto menos combativo, aunque él mismo no dudaba en echar leña al fuego cuando mejor le convenía. La oposición a la obra fue especialmente virulenta, aunque la Encyclopédie tuvo la suerte de contar entre sus defensores con Guillaume-Chrétien de Lamoignon de Malesherbes (1721-1794), joven director de la oficina general de censura (cour des aides) y que encargó una revisión del primer volumen a algunos censores a su cargo.
La obra fue autorizada y durante los siguientes veinte años se publicaron, con una periodicidad nunca puntual, los veintisiete volúmenes restantes.
La obra no es una enciclopedia de todo el saber humano, sino, como afirmaban los editores, un diccionario razonado (y controvertido) muy subjetivo, ciertamente desigual en cuanto a la calidad de sus artículos y complejo, dedicado en especial a las ciencias, las artes y los oficios. La historia es secundaria para los editores, así como la religión, prefiriéndose la filosofía, la música y el arte. Las láminas ilustran sobre técnicas y oficios, en ocasiones desde puntos de vista muy idealizados, y pronto quedaron obsoletas cuando la Revolución Industrial dejó en la cuneta numerosos oficios artesanos en apenas unas décadas. La obra consta de de más de 25.000 páginas, casi 72.000 artículos y rondaba las 3.000 ilustraciones (algunas de ellas plagiadas de obras anteriores). Diderot escribió varios miles de artículos en su etapa inicial, pero pronto tuvo que centrarse en las laboriosas tareas de edición (además de de lidiar con impresores, censores, burócratas e incluso ministros). Entre los colaboradores más activos destaca Louis de Jaucourt, conocido como el Chevalier (1704-1779), que en la segunda mitad de la colección escribió cerca de 20.000 artículos, cobrando míseramente y casi siempre en especies (libros que utilizó para documentarse). Voltaire (1694-1778) se encargó de algunos artículos polémicos, aunque Diderot nunca se fió completamente de él y trató de controlar lo que escribía. Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) escribió artículos sobre música y teoría política: amigo íntimo de Diderot desde hacía años, el carácter tímido pero explosivo de Rousseau le granjeó discusiones con todos los colaboradores de la obra y al final le costó la propia amistad con Diderot. El barón Paul Henri Thiry de Holbach (1723-1789), con suficientes medios para vivir cómodamente, escribió sobre ciencia, aunque la obra finalmente le supuso más de un dolor de cabeza. Más de 150 personas colaboraron en esta obra. Pocos de ellos quedaron satisfechos con el resultado final.
Perfil de Diderot realizado por Jean-Baptiste Greuze (1766). |
Pero la obra fue un éxito de ventas en su época, con varios miles de suscriptores; posteriormente incluso se vendieron algunas planchas a editores de Londres, que trataron de publicar una versión inglesa. Fue susceptible a la piratería, pues en diversos talleres de Gran Bretaña y las Provincias Unidas se sacaron ediciones claramente plagiadas del original. Pero fue muy rentable para los editores, con Le Breton a la cabeza: la inversión total, durante veinticinco años, fue de 1.158.958 libras (equivalente a 13,74 millones de euros actuales). Descontados los gastos totales de edición, impresión y pago de colaboradores, el beneficio neto fue de algo más de 2.500.000 libras (equivalentes a casi 31 millones de euros). Una enorme rentabilidad. Incluso para Diderot, quien a lo largo de los años percibió un total de entre 60.000 y 80.000 libras (entre 738.000 y 1.108.000 euros): lo suficiente para enriquecer al hijo de un cuchillero de provincias, alguien de clase media que se enorgullecía de su modesto origen social, y para legar una cuantiosa dote a su hija.
Y no sólo fue un éxito de ventas y una muestra de la resistencia de los ilustrados a la cerrazón de un régimen opresivo (y en ocasiones brutal, como se demostró con la arcaica y brutal tortura y ejecución de Damiens, más propia de siglos antes que de un supuestamente avanzado siglo XVIII). Fue también un símbolo, el resultado de unos valores progresistas (aunque no exentos de un cierto fanatismo). Como afirma Blom en su amenísimo libro, la Encyclopédie tal vez no fue «el monumento que su primer editor quiso para sí, pero sigue brillando como un luminoso faro, como un punto crucial en la historia: el momento en que nuevas ideas triunfaron sobre la intolerancia y la ortodoxia. Los enciclopedistas no podrían haber aspirado a un monumento más espléndido» (p. 405).
Estamos de acuerdo.
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