De entrada, Generación tch! de Benjamín Escalonilla (Booket, 2011) podría ser predefinida como la novela del 15-M. No os quedéis con la mera etiqueta, porque posiblemente os decepcionéis. Para empezar, esta novela fue publicada casi artesanalmente, por su autor en Literaturas Com Libros a finales de 2009 con el título Tch! (onomatopeya que representa el ruido que hacemos al chasquear la lengua con el paladar cuando algo no nos gusta, nos contraría o nos molesta...). Y, por lo que explica el autor en un nuevo prólogo para la edición de Booket, es una novela que fue sentida, prácticamente vivida, unos años atrás, desde 2004-2005. Pero es una novela muy actual, eso es cierto.
Todo cambió para el anónimo protagonista de esta novela con la puesta en marcha del Colectivo Tch!, un grupo de protesta creado en la red y que realiza “acciones” contra la mundialización/globalización, el poder omnímodo de las multinacionales, la hipocresía de los políticos, etc. Y todo empezó tras una fiesta. Hasta entonces la vida del protagonista, diseñador gráfico freelance (se gana bien la vida), era normal. Más cerca de los cuarenta que de los treinta, vive con Tala, suele quedar a menudo con dos amigos de los tiempos universitarios, Óscar y Alejandro (Álex); le interesa la música e ir de tiendas para comprar CD, ir de copas al Equis o al Aeropuerto; un cine de tanto en tanto; trabaja a veces con un portugués, que contrata sus servicios para diseñar páginas web; etc. Pero la monotonía se aposenta en su relación con Tala. Y entonces…
Este es el punto de partida de una novela original en su concepción, actualísima por el tema de la protesta social contra un estado de cosas que parece insostenible. La novela de Benjamín Escalonilla parece anticiparse (y al mismo tiempo anunciar) el movimiento 15-M o ¡Democracia Real Ya!, que salió a las calles de las grandes ciudades para protestar durante la campaña de las elecciones municipales y autonómicas del 22 de mayo de 2011. El núcleo central de la novela es la creación de un movimiento de protesta ciudadana, al margen de asociaciones y partidos, que denuncia los tratos ocultos de las grandes multinacionales (Google o El Corte Inglés, por poner dos ejemplos), que se sitúa al margen de las organizaciones políticas y que al mismo tiempo denuncia las prácticas de una clase política parasitaria y sin apenas diferencias de partido. Tch! es una plataforma anónima, abierta a toda la ciudadanía, que no pretende cambiar el mundo (como se deja bien claro en un momento detemrinado de la novela), sino protestar contra los abusos sociales y políticos. Tch! utiliza las nuevas tecnologías para dar un toque de atención a la ciudadanía, aunque finalmente parece convertirse en una nota a pie de página. El colectivo ataca a todo y a todos, y por ello se convierte en un elemento incómodo que conviene apartar o incluso destruir. Os suena todo, ¿verdad?
Pero la novela de Escalonilla es algo más que un texto pre15-M. Es la historia de varios treintañeros que viven en una gran ciudad y que se enfrentan también a dilemas y decisiones en la vida: las relaciones de pareja (todas ellas al margen de la institución del matrimonio), el uso de las (nuevas) tecnologías y el importante rol de Internet como catalizador y expositor del descontento social, la amistad (y la lealtad) traicionadas, el futuro laboral, el valor de la amistad y de la confianza, la búsqueda de la felicidad en última instancia. Los personajes y los escenarios son urbanos. Una indefinición rodea al protagonista, anónimo, e incluso a la ciudad en que viven, se mueven y actúan los personajes (¿Barcelona? ¿Madrid?). Ese escenario urbano es recurrente y crea microcosmos particulares, como el metro, las calles en las que pegar los carteles de las primeras acciones del grupo o donde desarrollar campañas de protesta urbana; el local del colectivo, donde se reúnen los miembros permanentes de Tch!; la casa del protagonista, vivienda personal y lugar de trabajo para un freelance como él,… Es la gran ciudad en sí, con toda su complejidad, el escenario de la protesta y de las vivencias personales de los diversos personajes.
La novela huye de todo adoctrinamiento: ya se ha comentado antes, Generación tch! no pretende cambiar el mundo sino protestar, quizá poner las bases para que la ciudadanía reaccione. El idealismo del colectivo en un primer momento choca rápidamente con el realismo de sus propios fundadores (o incluso del rechazo en cierto modo visceral de Tala, que considera pueriles las acciones del grupo) y se traslada al lector de modo que éste no tiene la sensación de que lo están aleccionando.
La lectura del texto es fresca y dinámica, jugando con las elipsis temporales (más evidentes en la primera parte), los forwards que el protagonista intercala, y que anticipan lo que sucederá en el futuro, agilizando la trama sin necesidad de destripar nada; el protagonista sitúa al lector no sólo en la narración sino en sus propios pensamientos. Se parte de un capítulo cero en el que se anticipa veladamente lo que sucedió en los dos últimos años, incluida la venganza final sobre “el cerdo”, pero las expectativas creadas por el lector no se rompen ni se diluyen. La novela cabalga sobre una trama más lineal de lo que pudiera parecer a primera vista, contando una historia con inicio, desarrollo y desenlace (abierto, eso sí), y todo ello repercute en una novela que juega con el espectador y con sus expectativas a la hora de leerla. Las diversas referencias en la novela conducen al lector a una plataforma digital, donde se encuentran elementos on line la mar de interesantes.
Leyendo el texto uno percibe que Escalonilla bebe mucho de El club de la lucha de Chuck Pahlaniuk, así como de otras novelas del propio autor (Fantasmas, Asfixia). Por la utilización de diversos registros narrativos, conecta con Alba Cromm de Vicente Luís Mora, la trilogía Nocilla de Agustín Fernández Mallo, Alta fidelidad de Nick Hornby (así como la película de Stephen Frears), Los muertos de Jorge Carrión, muchas de las novelas de Amélie Nothomb, Plataforma y Las partículas elementales de Michel Houellebecq, Microsiervos y jPod de Douglas Coupland, Egosurfing de Llucia Ramis, Cosmofobia y Lo verdadero es un momento de lo falso de Lucia Etxebarria. Las referencias e influencias no se circunscriben únicamente a la literatura, sino al cine –The Game de David Fincher, Noviembre de Achero Mañas, Pulp Fiction de Quentin Tarantino, La red social del propio Fincher, Memento de Christopher Nolan– en cuanto al tratamiento de las elipses temporales o los puntos de vista (diversos, pero siempre mostrados por el protagonista/narrador omnisciente), el mundo de los videojuegos, los blogs de Internet o el entorno del diseño digital (incluso en su jerga propia, sin que el lector se sienta perdido).
En última instancia, estamos ante un toque de atención a la pasividad de la sociedad post-industrial, que se erige casi en precursora de las manifestaciones ciudadanas recientes a raíz del movimiento 15-M: la novela alerta sobre los riesgos de un capitalismo desaforado, critica el poder oculto de las multinacionales y la falsedad de la clase política, advierte del peligro del mal uso de Internet y de las redes sociales, anticipa la formación de organizaciones alternativas. En el fondo, son temas de candente actualidad, como se ha demostrado en los últimos meses. Y es, aspecto fundamentalísimo, una más que interesante novela que entretiene, obliga a reflexionar y seduce. Mucho.
Todo cambió para el anónimo protagonista de esta novela con la puesta en marcha del Colectivo Tch!, un grupo de protesta creado en la red y que realiza “acciones” contra la mundialización/globalización, el poder omnímodo de las multinacionales, la hipocresía de los políticos, etc. Y todo empezó tras una fiesta. Hasta entonces la vida del protagonista, diseñador gráfico freelance (se gana bien la vida), era normal. Más cerca de los cuarenta que de los treinta, vive con Tala, suele quedar a menudo con dos amigos de los tiempos universitarios, Óscar y Alejandro (Álex); le interesa la música e ir de tiendas para comprar CD, ir de copas al Equis o al Aeropuerto; un cine de tanto en tanto; trabaja a veces con un portugués, que contrata sus servicios para diseñar páginas web; etc. Pero la monotonía se aposenta en su relación con Tala. Y entonces…
Este es el punto de partida de una novela original en su concepción, actualísima por el tema de la protesta social contra un estado de cosas que parece insostenible. La novela de Benjamín Escalonilla parece anticiparse (y al mismo tiempo anunciar) el movimiento 15-M o ¡Democracia Real Ya!, que salió a las calles de las grandes ciudades para protestar durante la campaña de las elecciones municipales y autonómicas del 22 de mayo de 2011. El núcleo central de la novela es la creación de un movimiento de protesta ciudadana, al margen de asociaciones y partidos, que denuncia los tratos ocultos de las grandes multinacionales (Google o El Corte Inglés, por poner dos ejemplos), que se sitúa al margen de las organizaciones políticas y que al mismo tiempo denuncia las prácticas de una clase política parasitaria y sin apenas diferencias de partido. Tch! es una plataforma anónima, abierta a toda la ciudadanía, que no pretende cambiar el mundo (como se deja bien claro en un momento detemrinado de la novela), sino protestar contra los abusos sociales y políticos. Tch! utiliza las nuevas tecnologías para dar un toque de atención a la ciudadanía, aunque finalmente parece convertirse en una nota a pie de página. El colectivo ataca a todo y a todos, y por ello se convierte en un elemento incómodo que conviene apartar o incluso destruir. Os suena todo, ¿verdad?
Pero la novela de Escalonilla es algo más que un texto pre15-M. Es la historia de varios treintañeros que viven en una gran ciudad y que se enfrentan también a dilemas y decisiones en la vida: las relaciones de pareja (todas ellas al margen de la institución del matrimonio), el uso de las (nuevas) tecnologías y el importante rol de Internet como catalizador y expositor del descontento social, la amistad (y la lealtad) traicionadas, el futuro laboral, el valor de la amistad y de la confianza, la búsqueda de la felicidad en última instancia. Los personajes y los escenarios son urbanos. Una indefinición rodea al protagonista, anónimo, e incluso a la ciudad en que viven, se mueven y actúan los personajes (¿Barcelona? ¿Madrid?). Ese escenario urbano es recurrente y crea microcosmos particulares, como el metro, las calles en las que pegar los carteles de las primeras acciones del grupo o donde desarrollar campañas de protesta urbana; el local del colectivo, donde se reúnen los miembros permanentes de Tch!; la casa del protagonista, vivienda personal y lugar de trabajo para un freelance como él,… Es la gran ciudad en sí, con toda su complejidad, el escenario de la protesta y de las vivencias personales de los diversos personajes.
La novela huye de todo adoctrinamiento: ya se ha comentado antes, Generación tch! no pretende cambiar el mundo sino protestar, quizá poner las bases para que la ciudadanía reaccione. El idealismo del colectivo en un primer momento choca rápidamente con el realismo de sus propios fundadores (o incluso del rechazo en cierto modo visceral de Tala, que considera pueriles las acciones del grupo) y se traslada al lector de modo que éste no tiene la sensación de que lo están aleccionando.
La lectura del texto es fresca y dinámica, jugando con las elipsis temporales (más evidentes en la primera parte), los forwards que el protagonista intercala, y que anticipan lo que sucederá en el futuro, agilizando la trama sin necesidad de destripar nada; el protagonista sitúa al lector no sólo en la narración sino en sus propios pensamientos. Se parte de un capítulo cero en el que se anticipa veladamente lo que sucedió en los dos últimos años, incluida la venganza final sobre “el cerdo”, pero las expectativas creadas por el lector no se rompen ni se diluyen. La novela cabalga sobre una trama más lineal de lo que pudiera parecer a primera vista, contando una historia con inicio, desarrollo y desenlace (abierto, eso sí), y todo ello repercute en una novela que juega con el espectador y con sus expectativas a la hora de leerla. Las diversas referencias en la novela conducen al lector a una plataforma digital, donde se encuentran elementos on line la mar de interesantes.
Leyendo el texto uno percibe que Escalonilla bebe mucho de El club de la lucha de Chuck Pahlaniuk, así como de otras novelas del propio autor (Fantasmas, Asfixia). Por la utilización de diversos registros narrativos, conecta con Alba Cromm de Vicente Luís Mora, la trilogía Nocilla de Agustín Fernández Mallo, Alta fidelidad de Nick Hornby (así como la película de Stephen Frears), Los muertos de Jorge Carrión, muchas de las novelas de Amélie Nothomb, Plataforma y Las partículas elementales de Michel Houellebecq, Microsiervos y jPod de Douglas Coupland, Egosurfing de Llucia Ramis, Cosmofobia y Lo verdadero es un momento de lo falso de Lucia Etxebarria. Las referencias e influencias no se circunscriben únicamente a la literatura, sino al cine –The Game de David Fincher, Noviembre de Achero Mañas, Pulp Fiction de Quentin Tarantino, La red social del propio Fincher, Memento de Christopher Nolan– en cuanto al tratamiento de las elipses temporales o los puntos de vista (diversos, pero siempre mostrados por el protagonista/narrador omnisciente), el mundo de los videojuegos, los blogs de Internet o el entorno del diseño digital (incluso en su jerga propia, sin que el lector se sienta perdido).
En última instancia, estamos ante un toque de atención a la pasividad de la sociedad post-industrial, que se erige casi en precursora de las manifestaciones ciudadanas recientes a raíz del movimiento 15-M: la novela alerta sobre los riesgos de un capitalismo desaforado, critica el poder oculto de las multinacionales y la falsedad de la clase política, advierte del peligro del mal uso de Internet y de las redes sociales, anticipa la formación de organizaciones alternativas. En el fondo, son temas de candente actualidad, como se ha demostrado en los últimos meses. Y es, aspecto fundamentalísimo, una más que interesante novela que entretiene, obliga a reflexionar y seduce. Mucho.
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