Un 18 de septiembre de 1911 falleció el primer
ministro ruso Piotr Arkadievich Stolypin, cuatro días después de sufrir
un atentado en el Teatro de la Ópera de Kiev. Con él murió un tímido
intento por “modernizar la Rusia de los Romanov. Intento, lo remarco,
pues Stolypin no era un “demócrata” ni concebía que Rusia pudiera ser
una democracia al estilo occidental. Defensor de la autocracia del zar
Nicolás II, quizá se podría decir que era un “posibilista”, tratando de
mantener en pie un imperio atrasado económicamente y que daba señales de
convulsiones sociales. La Revolución de 1917 no surgió de la nada, fue
un paso tras paso, con los atentados terroristas del último tercio del
siglo XIX, el caldo de cultivo de grupos políticos diversos (del
nihilismo a la socialdemocracia, con escisiones revolucionarias y grupos
anarquistas por la geografía rusa) y el trauma de la Primera Guerra
Mundial como principales etapas.
Todo empezó con la Revolución de 1905, aquel Domingo Sangriento de
enero (9 o 22 en función del calendario juliano o gregoriano) en la que
trabajadores y familias enteras se presentaron delante del Palacio de
Invierno de San Petersburgo demandando una reforma de las leyes
laborales que sacaran a miles de personas de la miseria y el hambre. La
respuesta del Gobierno zarista de Nicolás II fue una represión feroz,
con un número elevado de muertos. Las protestas se repitieron por el
país, en las zonas industriales y en el atrasado campo, y el zar, al
cabo de unas semanas, convino en convocar la Duma (una cámara
parlamentaria) y en ofrecer una Constitución que, a la postre, no dejaba
de ser una carta otorgada con muchas limitaciones. Una propuesta de
liberalización política y económica en octubre sólo consiguió el
silencio del zar en medio de las presiones en las calles; Nicolás II que
se lo pensó mucho y finalmente firmarla; pero su voluntad del zar
abolir la Duma a la primera oportunidad que tuviera. Las huelgas
continuaron, así como la represión, se promulgó una Constitución en
abril de 1906 que mantenía el carácter absolutista del zar, y éste,
cuando pudo hacerlo, disolvió la Duma en julio.
Sin embargo, dentro del régimen autócrata del zar había hombres que
veían la necesidad de reformar el entramado estatal para modernizarlo y
poder zanjar, en la medida de lo posible el descontento social. Stolypin
era uno de ellos. Político liberal, aunque reacio a cambios
revolucionarios en el poder político, Stolypin, labró una carrera como
gobernador de Saratov durante el convulso año 1905, lo que llamó la
atención del Gobierno zarista, que le designó ministro del Interior. En
julio de 1906 alcanzaría el cargo de primer ministro, manteniendo la
cartera de Interior; es decir, gobernaba y controlaba las fuerzas del
orden, lo cual dejaba claro que su política sería firme. Stolypin, de
cuarenta y cuatro años de edad, era consciente que donde había que
reformar a fondo era en el campo, donde las estructuras tradicionales
continuaban a pesar de la tan cacareada emancipación de los siervos por
Alejandro II en 1861. Casi cincuenta años después, la pobreza seguía
siendo la seña de identidad de unos campesinos que formalmente se habían
liberado de las cadenas de la servitud, pero que en realidad seguían
trabajando para los grandes propietarios agrarios, pues no poseían
tierras para poder mantenerse a sí mismos. Funcionaban organismos
tradicionales como el ‘mir’, o comunidad campesina que tras la
emancipación de 1861 adquirió competencias fiscales, recaudando
impuestos entre los campesinos de una región determinada; otros
organismos, como el ‘zemtsvo’, que debían ser consejos representativos
en el campo entre los propietarios agrícolas, las (escasas) clases
medias urbanas y los campesinos, no acabaron de cuajar pues desde la
capital se restringían sus competencias al ver que elementos
revolucionarios poco a poco se infiltraban en ellos. Stolypin se propuso
liberalizar el campo, permitiendo la compra-venta de propiedades sin
restricciones gubernamentales, de modo que pudiera crearse una clase
media de propietarios (los ‘kulaks’) capaces de autogestionarse,
explotar pequeñas y medianas propiedades con la contratación de
jornaleros y campesinos sin tierras, y dinamizar la economía en los
distritos agrícolas más importantes. La idea de Stolypin era modernizar
las estructuras agrarias para apaciguar las tensiones sociales y
conseguir una mejor y más eficaz recaudación de impuestos. Para ello,
suprimió el ‘mir’ como correa de transmisión entre los propietarios
agrícolas y el Gobierno. La reforma fue limitada, pues creó a los
‘kulaks’, sí, pero no llegó al fondo de la cuestión, que implicaba una
reforma agraria de mayor calado que diera tierras a los campesinos más
pobres que, con la desastrosa participación de Rusia en la Primera
Guerra Mundial, se vio abocado al hambre y el desempleo.
A nivel político, Stolypin mantuvo la esencia de la política zarista
de no ceder poder a órganos como la Duma, que pudieran restringir su
iniciativa. Una segunda Duma fue disuelta en junio de 1907 y desde
entonces Stolypin gobernó mediante los decretos zaristas (los ‘ukases’);
una tercera Duma fue elegida a conveniencia de Stolypin, con una mayor
presencia de propietarios agrarios, nobleza y hombres de negocio afines,
de modo que su existencia, hasta 1912, tuvo un cariz eminentemente
conservador. Se podría decir que esta tercera Duma, a diferencia de las
dos anteriores, estuvo sometida a los designios de Nicolás II. La
represión contra los partidos socialistas fue feroz y se creó el caldo
de cultivo de las revoluciones de 1917; hasta diez atentados sufrió
Stolypin, y el último sería el definitivo. El 14 de septiembre Stolypin
acudió a la Ópera de Kiev y, a pesar de contar con guardaespaldas, fue
tiroteado dos veces, una de ellas en el pecho, por el joven radical de
izquierdas Dmitri Bogrov. Stolypin no pudo recuperarse de sus heridas y
falleció el 18 de septiembre.
La consecuencia de la muerte de Stolypin fue que Rusia perdía un hombre duro pero capaz de comprender que para mantener el régimen autocrático de Nicolás II había que hacer importantes reformas en su estructura económica, liberalizando la propiedad agraria, creando clases medias rurales que pudieran canalizar los impuestos y recursos hacia el Gobierno. Se mostró como un feroz opositor de los movimientos socialistas, a los que no dudó en perseguir con saña, ejecutando a cientos de detenidos y prisioneros. Su muerte imposibilitó que las reformas agrarias se asentaran, y sus sucesores en el poder, implicados cada vez más en el clima prebélico que conduciría a 1914, paulatinamente retiraron los estímulos reformistas. La guerra cambiaría las prioridades del Gobierno zarista, al mismo tiempo que mostrarías las carencias del ejército ruso, derrotado contundentemente en Tannenberg e iniciando una retirada estratégica ante los alemanes que sólo se detendría, y momentáneamente, con la ofensiva Brusilov de 1916. Pero para entonces las protestas en el campo y las ciudades, las constantes huelgas y las pérdidas en las fábricas eran ya imparables en vísperas de marzo de 1917, cuando Nicolás II, presionado y sin capacidad para mantener su poder, abdicó y se inició una nueva y traumática etapa.
La consecuencia de la muerte de Stolypin fue que Rusia perdía un hombre duro pero capaz de comprender que para mantener el régimen autocrático de Nicolás II había que hacer importantes reformas en su estructura económica, liberalizando la propiedad agraria, creando clases medias rurales que pudieran canalizar los impuestos y recursos hacia el Gobierno. Se mostró como un feroz opositor de los movimientos socialistas, a los que no dudó en perseguir con saña, ejecutando a cientos de detenidos y prisioneros. Su muerte imposibilitó que las reformas agrarias se asentaran, y sus sucesores en el poder, implicados cada vez más en el clima prebélico que conduciría a 1914, paulatinamente retiraron los estímulos reformistas. La guerra cambiaría las prioridades del Gobierno zarista, al mismo tiempo que mostrarías las carencias del ejército ruso, derrotado contundentemente en Tannenberg e iniciando una retirada estratégica ante los alemanes que sólo se detendría, y momentáneamente, con la ofensiva Brusilov de 1916. Pero para entonces las protestas en el campo y las ciudades, las constantes huelgas y las pérdidas en las fábricas eran ya imparables en vísperas de marzo de 1917, cuando Nicolás II, presionado y sin capacidad para mantener su poder, abdicó y se inició una nueva y traumática etapa.
Lectura recomendada: La revolución rusa, 1891-1924: la tragedia de un pueblo, de Orlando Figes (Edhasa), un apabullante estudio del largo proceso revolucionario, y con incidencia en la etapa de gobierno de Piotr Stolypin.
Ficha del libro.
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