Un 12 de septiembre de 1213 tuvo lugar la
batalla de Muret, cerca de Toulouse (Tolosa), en la que las tropas
francesas y “cruzadas” al mando de Simon de Montfort derrotaron a las
del rey aragonés Pedro II el Católico, que murió en combate, y a las de
los condes occitanos Raimundo (o Ramon) VI de Tolosa, Bernardo IV de
Cominges y Raimundo (o Ramon) Roger de Foix. El resultado fue la
paulatina destrucción de la autonomía occitana, al mismo tiempo que la
muerte del rey aragonés y conde barcelonés quebraba los lazos que había
entre Cataluña y Occitania desde dos siglos atrás.
Todo empezó con los cátaros, herejía para la Iglesia católica, como
los bogomilos en los Balcanes o los valdenses en Lyon, movimientos
religiosos surgidos del catolicismo a lo largo del siglo XII y que
lograron un cierto éxito. El catarismo, cuyo análisis doctrina,
liturgias y divergencias respecto el catolicismo ortodoxo sería largo de
desarrollar, logró asentarse en el Languedoc y la Occitania,
consiguiendo el apoyo de varias familias nobiliarias y condales, como la
casa de Tolosa.
La extensión de los cátaros fue vista como un enorme
problema para la Iglesia católica, que ya a mediados del siglo XII
comenzó una campaña de represión, seguida de concilios (Tours, 1163, y
Letrán, 1179) que no consiguieron reducir su presencia: el apoyo de los
condes y vizcondes occitanos, que defendían también la integridad de sus
territorios, suponía un enorme lastre. Las alianzas de las casas
condales locales lograron una mayor fuerza con el apoyo de los reyes de
Aragón y condes de Barcelona: Alfonso II el Casto y, sobre todo, Pedro
II el Católico. Inocencio III, papa desde 1198, se propuso acabar como
fuera con el catarismo, y para ello apeló a legaciones más contundentes,
como la de Pedro de Castelnau, cuyo asesinato en 1208 en extrañas
circunstancias, indujo al papa a convocar la Cruzada contra el conde de
Tolosa, cuyas tierras podrían ser conquistadas, apelando al rey francés,
Felipe II Augusto, que por entonces se hizo el remolón. Que Pedro II de
Aragón fuera a Roma para ser coronado solemnemente (y recibir el
apelativo de “el Católico”) no significó que éste se pasara al bando de
la Iglesia y en contra de sus vasallos y aliados occitanos: el papa no
se fiaba del rey aragonés. La Cruzada albigense (por la ciudad de Albi,
considerada una de las cunas del catarismo) logró que nobles y soldados
de la Borgoña, Inglaterra y el norte de Francia acudieran para someter
las ciudades y los condados occitanos. Simon de Montfort, noble francés
que ya había participado en la Cuarta Cruzada (la de la toma de
Constantinopla) se puso al frente como vasallo y representante del rey
francés.
La batalla en el Llibre des Feyts de Jaime I. |
La Cruzada albigense fue feroz: ciudades asediadas, tomadas y
destruidas, matanzas indiscriminadas (“Matadlos a todos, Dios reconocerá
a los suyos”, se dice que pronunció el legado papal Arnaud Amalric
durante la toma de Béziers, en julio de 1209, aunque probablemente ello
forme parte de la leyenda negra contra los cruzados), saqueos y robos en
las ciudades de los nobles occitanos que defendían a los cátaros. La
situación pasó de cruzada religiosa a conquista territorial de los
condados occitanos, ante lo cual el rey aragonés Pedro II, que veía
peligrar la situación de estabilidad de la zona con la construcción de
un contrapoder al servicio del rey francés, decidió intervenir en apoyo
de los condes de Tolosa (vasallo suyo), Foix y Carcasonne, entre otros,
tras los intentos de llegar a un acuerdo con los cruzados. Tolosa cayó
en manos de los cruzados; Pedro II, que había participado en la victoria
cristiana en las Navas de Tolosa un año antes, cruza los Pirineos en
agosto de 1213 y se une a los condes de Tolosa, Foix y Cominges en
Muret, bajo control cruzado, y que comenzaron a asediar. El mismo papa
que lo llamara “el Católico” ahora lo excomulgaba. Por su parte,
Montfort acudió con sus huestes a Muret. Aunque con menos tropas, el
líder cruzado decidió utilizar la caballería y atacar por sorpresa a los
sitiadores, que no pudieron replegarse. En el combate, Pedro de Aragón
combatió en primera línea (¿obnubilado por la idea de que estaba en un
torneo?) y fue abatido y muerto; se dijo que Montfort persiguió la
muerte del rey aragonés, confiando así en descabezar al ejército
enemigo. La noticia de su muerte corrió entre las tropas aragonesas, que
lucharon por recuperar el cadáver del rey, mientras las tropas
occitanas no pudieron defenderse de los jinetes franceses. Aunque las
crónicas relatan diversas versiones de la batalla, lo esencial es que la
muerte del rey aragonés desarmó a sus hombres y los occitanos se vieron
desbordados y fueron diezmados por los cruzados.
Plan de la batalla. |
La consecuencia inmediata de la derrota en Muret fue que Simon de
Montfort se hizo con el control de la Occitania, siendo nombrado conde
de Tolosa (con un Raimundo VI desposeído y en fuga) y vizconde de
Béziers y Carcasonne. Los derrotados condes de Foix y Cominges
regresaron a sus tierras, confiando en que una rendición y una
negociación con Montfort y el rey francés les permitieran quedarse con
sus tierras y títulos: Bernado de Cominges acudiría a Roma a pedir
perdón, pero el conde de Foix vio confiscadas sus tierras. Durante unos
pocos años Simon de Montfort fue el hombre fuerte de la zona, pero
desde 1216 se produjo la contraofensiva del conde tolosano en el exilio,
de la mano de su hijo y sucesor Raimundo VII, que recuperó sus
territorios e incluso logró la muerte de Montfort en el asedio de Tolosa
en 1218. Las guerras en Occitania durarían hasta el acuerdo entre el
conde de Tolosa y los representantes del rey francés Luis IX, durante la
regencia de Blanca de Castilla, en 1229. Con el matrimonio de Juana de
Tolosa, hija de Raimundo VII, con Alfonso de Poitiers, hermano del rey
francés, Tolosa y, en general, Occitania pasó a manos de la casa real
francesa, aunque este matrimonio no tuviera descendencia. La lucha
contra el catarismo continuaría durante el siglo XIII, con una campaña
inquisitorial constante: el asedio de Monsegur, en 1244, acabaría con la
quema de más de doscientos cátaros en un acto de fe. Poco a poco, el
catarismo perdió presencia y se ocultó hasta desaparecer de la memoria
de la región occitana en las décadas siguientes.
Para la Corona de Aragón, la consecuencia de la muerte de Pedro II en Muret supuso el inicio de un período convulso durante la minoría de su sucesor, el pequeño Jaime I, futuro Conquistador, convertido en una pieza de intercambio entre nobles, que trataban de asentar su poder. Simon de Montfort se hizo cargo de su tutela hasta que lo “devolvió” en 1214. La consecuencia a media plazo para los reyes aragoneses fue que se abandonó la política de acuerdos y expansión de su influencia en Occitania, Languedoc y Provenza. La tradicional política matrimonial con Provenza terminó; este condado pasaría a estar bajo influencia de la casa real francesa, con el matrimonio de la heredera provenzana con otro hermano de Luis IX, Carlos de Anjou, que más tarde iniciaría su aventura siciliana y napolitana, contra Manfredo, hijo ilegítimo del emperador Federico II Hohestaufen, y con el tiempo a las Vísperas Sicilianas… pero esta es otra historia. El Tratado de Corbeil de 1259 pondría paz entre Francia y la Corona de Aragón (en varios frentes y querellas). Para entonces, Muret, tras las campañas de Jaime I en Mallorca y Valencia, sería un recuerdo ominoso demasiado lejano.
Para la Corona de Aragón, la consecuencia de la muerte de Pedro II en Muret supuso el inicio de un período convulso durante la minoría de su sucesor, el pequeño Jaime I, futuro Conquistador, convertido en una pieza de intercambio entre nobles, que trataban de asentar su poder. Simon de Montfort se hizo cargo de su tutela hasta que lo “devolvió” en 1214. La consecuencia a media plazo para los reyes aragoneses fue que se abandonó la política de acuerdos y expansión de su influencia en Occitania, Languedoc y Provenza. La tradicional política matrimonial con Provenza terminó; este condado pasaría a estar bajo influencia de la casa real francesa, con el matrimonio de la heredera provenzana con otro hermano de Luis IX, Carlos de Anjou, que más tarde iniciaría su aventura siciliana y napolitana, contra Manfredo, hijo ilegítimo del emperador Federico II Hohestaufen, y con el tiempo a las Vísperas Sicilianas… pero esta es otra historia. El Tratado de Corbeil de 1259 pondría paz entre Francia y la Corona de Aragón (en varios frentes y querellas). Para entonces, Muret, tras las campañas de Jaime I en Mallorca y Valencia, sería un recuerdo ominoso demasiado lejano.
Lectura recomendada: Muret 1213, la batalla decisiva de la cruzada contra los cátaros, de Martín Alvira (Ariel), un completo estudio sobre la batalla y sus antecedentes, y que es parte sustancial de la tesis doctoral de Alvira sobre las batallas de las Navas de Tolosa y Muret, y el estudio de la batalla como idea y memoria de un hecho militar.
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