Un 14 de septiembre de 1930 el Partido
Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) de Adolf Hitler dio la gran
sorpresa y consiguió 107 escaños y un 18% de los votos en las elecciones al
Reichstag, colocándose como la segunda fuerza política en el Reischstag
tras el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), que cedía 10 asientos
para quedarse en 143 (y un 25% de los votos). La gran sorpresa pues en
los anteriores comicios parlamentarios, en 1928, el partido nazi apenas
consiguió 12 escaños (uno de ellos para Joseph Goebbels) y un raquítico
2’6 % del voto popular). ¿Cómo fue posible?
Quizá no todo, pero gran parte empezó con las consecuencias
inmediatas del crash bursátil de Wall Street en octubre de 1929, que
abrieron el camino para la Gran Depresión, y no sólo en Estados Unidos.
Alemania, que dependía de créditos internacionales, sobre todo de
Estados Unidos, comenzó a ver cómo se cerraba el grifo y los creditores
exigían el retorno de un dinero que necesitaban para su propio país. Las
cifras de seis millones de parados no llegarían hasta dos años después,
pero para septiembre de 1930 el paro en Alemania alcanzaba a más de
tres millones de personas (en octubre de 1929 era de 1,5 millones); las
clases medias serían las principales afectadas, pero lo peor estaría por
llegar. Otra causa del auge de los nazis fue el colapso de la República
de Weimar, que comenzaba a ser evidente tras la muerte de Gustav
Stresemann, el canciller y ministro de Asuntos Exteriores que tras las
crisis de 1923 consiguió enderezar el sistema de Weimar para poner
Alemania en la senda de la recuperación.
Heinrich Brüning- |
La muerte de Stresemann en 1929 dejó un gran vacío,
pues su figura moderada y capaz de buscar acuerdos, dentro y fuera de
Alemania, no fue sustituida por alguien de un talante similar. Heinrich
Brüning, canciller desde marzo de 1930, sustituyó al gobierno del SPD,
caído ante los primeros embates de la crisis. Brüning, perteneciente al
Zentrum católico, el partido bisagra durante el régimen weimariano,
pronto percibió que la amenaza a la estabilidad del régimen provenía de
la derecha (nazis) y la izquierda (comunistas) extremas, y trató de
obstaculizar el avance de los primeros endureciendo la política
internacional, reclamando una revisión del Tratado de Versalles y
rompiendo pactos con Francia, para así capitalizar los apoyos a los
nazis, que explotaban desde su creación el rencor por las consecuencias
de la Primera Guerra Mundial. Para suplir la falta de créditos, Brüning
optó por un aumento de los impuestos, lo que le granjeó el voto de
castigo del Reichstag. Amparándose en los poderes especiales que la
Constitución de 1919 otorgaba al presidente del Reich, el octogenario
Paul von Hindenburg, Brüning jugó la carta de gobernar por decreto. Ante
la oposición de la mayor parte del Reichstag, Brüning obtuvo de
Hindenburg el decreto de disolución de la cámara y en julio convocó
elecciones para el 14 de septiembre, confiando en lograr una coalición
parlamentaria mayoritaria que diera estabilidad a su Gobierno.
Los resultados no fueron los esperados. El auge de los nazis y de
los comunistas del KPD (23 escaños más para estos) no se vio
contrapuesto por un aumento de la presencia del Zentrum (apenas siete escaños, para quedarse en 68),
mientras partidos nacionalistas de derecha (aunque más moderados que
los nazis) se hundían y el SPD, el partido que desde 1919 defendió la
estabilidad de Weimar, perdía también fuelle. Los extremistas ganaban
posiciones y la cámara parlamentaria se hizo más ingobernable que antes
de las elecciones. El éxito de los nazis hay que entenderlo al erigirse
en receptáculo diverso de votos y simpatías (o, mejor dicho de
antipatías a otros partidos), desde votantes campesinos de derechas a
clases medias en algunas ciudades del sur de Alemania, pasando por
veteranos de guerra y simpatizantes de partidos nacionalistas que
decidían optar esta vez por una fuerza política más “enérgica”.
Hindenburg siguió confiando el Gobierno en Brüning, que a su vez siguió
gobernando por decreto y sin depender de una mayoría parlamentaria, algo
que había sido lo habitual entre 1924 y principios de 1930. Para
contrarrestar la crisis económica, que cada vez provocaba más cierre de
empresas, desempleo y empobrecimiento de las clases medias, Büning optó
por la deflación, la devaluación de la moneda y recortes
presupuestarios. Si antes de las elecciones de 1930 trató de puentear a
los nazis, en los dos años siguientes buscó acuerdos con ellos, pero
Hitler se negó a aflojar la cuerda.
Ante la imposibilidad de un acuerdo,
Brüning volvió a la mano dura y prohibió las actividades de las SA
nazis (así como de las organizaciones paramilitares comunistas), pero
sólo logró enraizar la violencia de ambas en las calles. En las
elecciones presidencias de marzo y abril de 1932 Brüning dirigió la
campaña electoral de Hindenburg, que se presentó a la reelección (frente
a la propia campaña de Hitler, que se presentó candidato aun sin ser
oficialmente ciudadano alemán), y logró la victoria de Hindenburg en la
segunda vuelta. Pero, desgastado, Brüning presentó su dimisión a finales
de mayo; su sustituto, el también centrista Franz von Papen, siguió
gobernando por decreto hasta que convocó elecciones para julio: No
pudieron ser más desastrosas para la coalición Zentrum-SPD que había
gobernado durante el período dorado de Weimar: el NSDAP doblaba los
resultados de septiembre de 1930 y lograba 13 millones de votos, un 37%
de los votos, 230 escaños y el primer puesto en el Reichstag, mientras
que el SPD cedía otros 10 escaños, y el Zentrum sólo ganaba 6 escaños.
El KPD ganaba 12 escaños y se situaba como tercera fuerza parlamentaria.
Con un NSDAP eufórico, aunque sin mayoría, Hitler sólo ofreció una
salida: que se le designara canciller.
La consecuencia del primer gran triunfo electoral nazi en 1930 fue
que la situación política y social alemana viró hacia la inestabilidad,
el desorden en las calles, la inquietud en el ejército –con el general
Kurt Von Schleicher que fue ministro de Defensa con Papen y, cuando este
cayó en noviembre de 1932, canciller durante poco más de cincuenta
días– y una galopante crisis económica que no parecía tener fin. Fue
precisamente capitalizando el desastre económico y el aumento del paro
que el partido nazi logró sus mejores resultados en julio de 1932…
aunque también el cénit de su fuerza entre el electorado. Las querellas
internas en el partido (Gregor Strasser negociando con Papen y luego
Schleicher al margen de Hitler), la sensación de hastío de un electorado
nazi que quería soluciones ya, la intransigencia de Hitler (el todo o
nada: la cancillería o seguir siendo oposición) lo que dio un serio
aviso al NSDAP en los comicios de noviembre de 1932 (los cuartos en dos
años, incluyendo las elecciones presidenciales de ese mismo año): los
nazis perdieron 34 escaños y dos millones de votos, mientras los
comunistas ganaban once escaños; el SPD seguía a la baja, con 12 escaños
menos, y el Zentrum perdía votos por primera vez desde los años veinte.
Sólo la presión de Hitler, que fue a por todas (aunque el partido
comenzaba a tener serios apuros económicos) y de Papen, que segó el
camino a Schleicher y convenció a Hindenburg, lograrían que éste,
amparándose en sus poderes especiales, designara canciller a Hitler el
30 de enero de 1933. Veintiocho meses después de su primer gran éxito
electoral, los nazis alcanzaban el poder, aunque no por la fuerza de las
urnas, en un Gobierno en el que fueron minoría, con Papen como
vicencanciller para controlar a Hitler y con varios representantes de
partidos nacionalistas para diluir el componente nazi. Pero Hitler los
superaría a todos amparándose en leyes especiales y la fuerza bruta
para, seis meses después de alcanzar el poder, destruir el sistema
weimariano y la democracia en sí misma.
Lectura recomendada: Henry Ashby Turner, A treinta días del poder (Edhasa) ofrece una imagen completa de la situación del partido nazi en las semanas posteriores a las elecciones de noviembre de 1932 y destaca la irresponsabilidad de Hindenburg y Papen como causa de la llegada de Hitler a la cancillería; si hubieran demostrado firmeza frente al radicalismo nazi (y comunista) en las calles, buscado un acuerdo estable con otras fuerzas políticas para vedar el camino a los nazis y logrado el apoyo del ejército (Schleicher), quizá no se hubiera llegado al 30 de junio de 1933, argumenta el autor; teniendo en cuenta, sobre todo, el desquiciamiento y las rivalidades en el seno del NSDAP tras aquellas elecciones.
Ficha del libro.
Lectura recomendada: Henry Ashby Turner, A treinta días del poder (Edhasa) ofrece una imagen completa de la situación del partido nazi en las semanas posteriores a las elecciones de noviembre de 1932 y destaca la irresponsabilidad de Hindenburg y Papen como causa de la llegada de Hitler a la cancillería; si hubieran demostrado firmeza frente al radicalismo nazi (y comunista) en las calles, buscado un acuerdo estable con otras fuerzas políticas para vedar el camino a los nazis y logrado el apoyo del ejército (Schleicher), quizá no se hubiera llegado al 30 de junio de 1933, argumenta el autor; teniendo en cuenta, sobre todo, el desquiciamiento y las rivalidades en el seno del NSDAP tras aquellas elecciones.
Ficha del libro.
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