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Luis XIV en 1661, retrato de Charles Le Brun. |
Nicolas Fouquet (1615-1680) acumuló poder y sobre todo riquezas
subiendo constantemente peldaños, hasta alcanzar la Superintendencia de
Finanzas, en 1653, y que ocupó conjuntamente con Abel Servien hasta
1659, y desde entonces en solitario. La Superintendencia de Finanzas no
sólo se encargaba de conseguir ingresos, pues dirigía a los intendentes
que, en las regiones donde no existían los Parlements (los llamados pays d’election), podían imponer impuestos en nombre del rey (a
diferencia de los pays d’états, donde las asambleas representativas o
États negociaban con los intendentes el montante a recaudar), sino de
gestionar su gasto y de, sea como fuere, evitar la bancarrota del país.
Tarea ingrata pero también susceptible de lucrar a quien ejercía el
cargo, y Fouquet fue uno de esos hombres que se hicieron millonarios
gestionando las finanzas públicas (¿corrupción de Antiguo Régimen,
diríamos?). Un Superintendente dependía del favor real pero podía
facilitarle la vida a un monarca suministrándole fondos, y eso es lo que
hizo Fouquet durante el gobierno de Mazarino. Su riqueza, su soberbia y
el círculo de amistades que había creado, rodeándose de nobles,
financiando a artistas y escritores (Poussin, Molière, Perrault, La
Fontaine, Corneille…) y construyéndose fastuosos châteaux como
Vaux-le-Vicomte o adquirir islas como Belle-Île-en-Mer, cerca de la
Bretaña (y que Vauban fortificaría); además, como procurador general en
el Parlamento de París, Fouquet se garantizaba competencias judiciales
(y un “aforamiento”); el cargo se compraba, como tantos cargos en las
instituciones del Antiguo Régimen, y la compra/venta (o la venalidad de
las funciones públicas) siempre fue un fenómeno común en la Francia de
los siglos modernos. Es fácil comprender que, para cualquier rey que se
preciara de serlo, una figura como la de Fouquet, que podía abrir o
cerrar el grifo del dinero, y que era judicialmente intocable, resultaba
bastante molesta. Ya comentamos que Luis XIV se impuso “poner orden” (a
su manera “absolutista”, claro está), y que decidiera empezar con
Fouquet, apenas mes y medio después de la muerte de Mazarino era una
clarísima declaración de intenciones.
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El châteux de Vaux-le-Vicomte. |
La realidad fue más compleja. Un D’Artagnan histórico, y muy
diferente del dumasiano, arrestó a Fouquet, pero el juicio al ex
ministro se alargaría durante más de un año (recordemos que Fouquet era
procurador general del parlamento parisino), no pudiendo imponer el rey
la pena de muerte, contentándose entonces con una reclusión perpetua en
la prisión de Pignerol. Unos días después del arresto Luis XIV suprimía
la Superintendencia, creando en su lugar un Consejo Real de Finanzas, a
cuya cabeza puso a Colbert, quien muy probablemente estuvo detrás de la
caída de Fouquet. Como intendente de finanzas, Colbert iniciaría su
carrera hasta alcanzar el cargo de contrôleur général des finances,
que se asemeja más al cargo actual de ministro de Economía, y que
depende (ahora sí) del monarca. Colbert se encargó de las finanzas de
Francia hasta su muerte en 1683, impuso o puso las bases del
mercantilismo (versión francesa, es decir, colbertismo), y asumió
competencias sobre las diversas esferas económicas del país:
agricultura, industria (o manufacturas, para la época), comercio,
moneda, impuestos, y tributos, marina (fue el gran impulsor de la marina
real francesa para hacer frente a la inglesa)… aunque todo eso no le
eximía de negociar con las asambleas de los pays d’États. Con la caída
de Fouquet, pues, se iniciaba el cambio para fortalecer el Estado y la
monarquía, para eliminar privilegios e instituciones, para hacer del rey
alguien que no estaba limitado por ninguna ley (ab-solutus), a
excepción de la divina, por supuesto.
Lectura recomendada: La máscara de Hierro: la verdadera historia de D’Artagnan y los Tres Mosqueteros, de Roger Macdonald (Crítica), que descubre quiénes eran esos personajes reales en los que se basó Dumas para construir a sus personajes “literarios” (muy diferentes de los “históricos”), y que apunta a otros personajes históricos como, precisamente, Nicolas Fouquet, cuyo auge y caída relata.
Ficha del libro.
Lectura recomendada: La máscara de Hierro: la verdadera historia de D’Artagnan y los Tres Mosqueteros, de Roger Macdonald (Crítica), que descubre quiénes eran esos personajes reales en los que se basó Dumas para construir a sus personajes “literarios” (muy diferentes de los “históricos”), y que apunta a otros personajes históricos como, precisamente, Nicolas Fouquet, cuyo auge y caída relata.
Ficha del libro.
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