5 de septiembre de 2016

Efemérides historizadas (X): 5 de septiembre de 1661 - D'Artagnan arresta a Nicolas Fouquet

Un 5 de septiembre de 1661 el capitán de los mosqueteros del rey, Charles de Batz-Castelmore d'Artagnan, arresta por orden de Luis XIV a Nicolas Fouquet, Superintendente de Finanzas. ¿Cómo era posible que cayera uno de los hombres más poderosos del reino, quien controlaba las finanzas (ingresos y gastos) de la monarquía y de quien se decía que podía conseguir dinero de dónde fuera en tiempo récord? Pues precisamente era ese poder que ostentaba, añadiendo el hecho de ser procurador general del Parlamento de París, lo que despertaba las iras de un joven rey que, liberado de la presencia física del cardenal Mazarino, aspiraba a gobernar por sí mismo y sin ataduras. Por sí mismo lo lograría, pues no designó ningún primer ministro ni valido, rodeándose de un grupo de hombres que se lo debían todo (Colbert, Le Tellier, Lionne, Louvois) y que fueron de enorme “ayuda” en esa gobernanza; que gobernara “sin ataduras” ya es otro cantar, porque, como comentábamos el pasado lunes, el absolutismo que trató de imponer sobre Francia no era monolítico ni perfecto. Pero, volviendo a Fouquet, ¿qué significaba su caída en desgracia? 

Luis XIV en 1661, retrato de Charles Le Brun.
Nicolas Fouquet (1615-1680) acumuló poder y sobre todo riquezas subiendo constantemente peldaños, hasta alcanzar la Superintendencia de Finanzas, en 1653, y que ocupó conjuntamente con Abel Servien hasta 1659, y desde entonces en solitario. La Superintendencia de Finanzas no sólo se encargaba de conseguir ingresos, pues dirigía a los intendentes que, en las regiones donde no existían los Parlements (los llamados pays d’election), podían imponer impuestos en nombre del rey (a diferencia de los pays d’états, donde las asambleas representativas o États negociaban con los intendentes el montante a recaudar), sino de gestionar su gasto y de, sea como fuere, evitar la bancarrota del país. Tarea ingrata pero también susceptible de lucrar a quien ejercía el cargo, y Fouquet fue uno de esos hombres que se hicieron millonarios gestionando las finanzas públicas (¿corrupción de Antiguo Régimen, diríamos?). Un Superintendente dependía del favor real pero podía facilitarle la vida a un monarca suministrándole fondos, y eso es lo que hizo Fouquet durante el gobierno de Mazarino. Su riqueza, su soberbia y el círculo de amistades que había creado, rodeándose de nobles, financiando a artistas y escritores (Poussin, Molière, Perrault, La Fontaine, Corneille…) y construyéndose fastuosos châteaux como Vaux-le-Vicomte o adquirir islas como Belle-Île-en-Mer, cerca de la Bretaña (y que Vauban fortificaría); además, como procurador general en el Parlamento de París, Fouquet se garantizaba competencias judiciales (y un “aforamiento”); el cargo se compraba, como tantos cargos en las instituciones del Antiguo Régimen, y la compra/venta (o la venalidad de las funciones públicas) siempre fue un fenómeno común en la Francia de los siglos modernos. Es fácil comprender que, para cualquier rey que se preciara de serlo, una figura como la de Fouquet, que podía abrir o cerrar el grifo del dinero, y que era judicialmente intocable, resultaba bastante molesta. Ya comentamos que Luis XIV se impuso “poner orden” (a su manera “absolutista”, claro está), y que decidiera empezar con Fouquet, apenas mes y medio después de la muerte de Mazarino era una clarísima declaración de intenciones. 
Alexandre Dumas relata, desde la ficción y con prolijidad, el camino que condujo a la caída de Fouquet en los dos tomos de El vizconde de Bragelonne, la tercera novela protagonizada por un D’Artagnan cincuentón y unos sesentones Athos, Porthos y Aramis, y ambientada en 1660-1661. Las intrigas de palacio se mezclan con la aventura de D’Artagnan –que dimite de su cargo de capitán de los mosqueteros porque considera a Luis XIV un rey débil e indigno–, en Inglaterra para restaurar a Carlos II, toma ya…; y, recuperado el puesto, cuando se da cuenta de que Luis XIV no es un pelele sino todo lo contrario (demasiado intransigente, incluso), con el juego del gato y el ratón que se trae con Aramis, ahora asesor de Fouquet (y, en el intermedio, elegido general de la Compañía de Jesús, supera eso…). Jean-Baptiste Colbert trata de derribar a Fouquet y pone en varios bretes a Fouquet, que se salvará gracias a Aramis. Un Aramis que burla en diversas ocasiones a D’Artagnan, el agente real, pero finalmente va más allá de su fervor por Fouquet al descubrir a Philippe, el hermano gemelo de Luis XIV, encerrado en la Bastilla para evitar una crisis de Estados (dos reyes iguales sería inconcebible), y realizar un canje: el odiado Luis XIV a la Bastilla, Philippe al palacio real, confiando en que así salvará a Fouquet de su inminente caída. Pero Fouquet, sacando honor de donde quizá ya no lo tenía, desbarata el plan de Aramis, a quien fuerza a la huida, y rescata al rey. Luis XIV le agradece tácitamente a su salvador el haberlo sacado de prisión, pero no puede permitir que nadie se entere de lo sucedido, y menos por boca de Fouquet; a su proyectado arresto, pues, añade la obligación del silencio perpetuo, recluyendo al ya derribado Superintendente en prisión. 

El châteux de Vaux-le-Vicomte.
La realidad fue más compleja. Un D’Artagnan histórico, y muy diferente del dumasiano, arrestó a Fouquet, pero el juicio al ex ministro se alargaría durante más de un año (recordemos que Fouquet era procurador general del parlamento parisino), no pudiendo imponer el rey la pena de muerte, contentándose entonces con una reclusión perpetua en la prisión de Pignerol. Unos días después del arresto Luis XIV suprimía la Superintendencia, creando en su lugar un Consejo Real de Finanzas, a cuya cabeza puso a Colbert, quien muy probablemente estuvo detrás de la caída de Fouquet. Como intendente de finanzas, Colbert iniciaría su carrera hasta alcanzar el cargo de contrôleur général des finances, que se asemeja más al cargo actual de ministro de Economía, y que depende (ahora sí) del monarca. Colbert se encargó de las finanzas de Francia hasta su muerte en 1683, impuso o puso las bases del mercantilismo (versión francesa, es decir, colbertismo), y asumió competencias sobre las diversas esferas económicas del país: agricultura, industria (o manufacturas, para la época), comercio, moneda, impuestos, y tributos, marina (fue el gran impulsor de la marina real francesa para hacer frente a la inglesa)… aunque todo eso no le eximía de negociar con las asambleas de los pays d’États. Con la caída de Fouquet, pues, se iniciaba el cambio para fortalecer el Estado y la monarquía, para eliminar privilegios e instituciones, para hacer del rey alguien que no estaba limitado por ninguna ley (ab-solutus), a excepción de la divina, por supuesto.

Lectura recomendada: La máscara de Hierro: la verdadera historia de D’Artagnan y los Tres Mosqueteros, de Roger Macdonald (Crítica), que descubre quiénes eran esos personajes reales en los que se basó Dumas para construir a sus personajes “literarios” (muy diferentes de los “históricos”), y que apunta a otros personajes históricos como, precisamente, Nicolas Fouquet, cuyo auge y caída relata.
Ficha del libro.

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