Un 17 de septiembre de 1787 se aprobó la
Constitución de los Estados Unidos de América en Filadelfia. “We the
People": “Nosotros, el Pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una
Unión más perfecta, establecer Justicia, afirmar la tranquilidad
interior, proveer la Defensa común, promover el bienestar general y
asegurar para nosotros mismos y para nuestros descendientes los
beneficios de la Libertad, ordenamos y establecemos esta Constitución
para los Estados Unidos de América”. El nuevo código legislativo se
convertía en el primero por parte de una democracia moderna (con los
matices respecto a EEUU como “democracia” a finales del siglo XVIII) y
actualmente es el texto federal más antiguo en vigencia.
No fue un camino fácil. Todo empezó con la Declaración de
Independencia del 4 de julio de 1776, cierto, y que inspiraba el camino a
seguir, pero en realidad, hasta que los colonos americanos no
derrotaron a la metrópoli británica para convertirse en ciudadanos de
una nación independiente, en 1783 (firma del Tratado de París), Estados
Unidos no empezó a redactar el texto de su Constitución. Un texto que,
además, se superponía a los textos legislativos y los ordenamientos
políticos de cada uno de los trece estados, que en puridad eran
soberanos, y que debía ser el símbolo escrito, junto al Congreso y la
Presidencia, del carácter federal de la nueva nación.
Acabada la guerra,
comenzó el debate por cómo sería la forma que tendría el nuevo país:
una federación de estados, sí, pero, ¿con qué alcance? ¿Estarían los
estados por encima o al margen de un hipotético Gobierno federal?
¿Podrían las leyes estatales invalidar decisiones de ese Gobierno? La
pugna entre federalistas y defensores de los derechos de los estados fue
una constante durante las primeras décadas de la historia
estadounidense. De los tiempos del articulado confederal de 1777 –que
suponía una virtual soberanía de cada estado en prácticamente todas las
esferas mientras durase la guerra– se pasó a pensar en plantearse una
limitación de los derechos de cada estado y una cesión de soberanía a un
Gobierno federal que reuniese a todos los habitantes del país.
Sello conmemorativo de 1937, en el 150º aniversario de la firma de la Constitución. |
La hoja de ruta a trazar se deliberó en la Convención Constitucional
de Filadelfia, entre mayo y septiembre de 1787, donde se reunieron los
delegados de cada estado para discutir, acordar y finalmente redactar la
Constitución, el texto que decidiría el funcionamiento del nuevo país. Y
ahí se explicitaron las disputas. Para hombres como Thomas Jefferson se
trataba de “mejorar” lo que, en su opinión, había funcionado durante la
guerra: el gobierno de los estados. Frente a ellos surgieron las
iniciativas de los llamados federalistas, con James Madison y Alexander
Hamilton al frente, con la idea de crear un nuevo Gobierno situado por
encima de los estados en esferas como la diplomacia, el comercio, la
moneda o el ejército. De las negociaciones entre los delegados estatales
y con los debates alrededor de esa hoja de ruta que saldría, en su
mayor parte, de la pluma de Madison, se llegó a unos acuerdos básicos:
habría un sistema bicameral (y que acabarían siendo Cámara de
Representantes y Senado), formado por representantes elegidos para
legislaturas (Terms) de cuatro años, que se podrían renovar parcialmente
cada dos (y que han dado pie a las elecciones de Mid-Terms de la
actualidad); la ciudadanía elegiría un Presidente, encarnación del poder
ejecutivo, también cada cuatro años (con el tiempo las elecciones
presidenciales coincidirían con las de las Mid-Terms), y que dependería
del refrendo parlamentario para la aprobación de leyes; se crearía un
alto tribunal vitalicio, última instancia judicial, cuyos miembros
elegiría el ejecutivo pero que deberían ser ratificados por el poder
legislativo (en esencia, el Tribunal Supremo).
El tira y afloja entre los delegados por la redacción de los artículos de la Constitución fue laborioso, hasta llegar a un Gran Compromiso (la historia de los Estados Unidos en su etapa inicial y hasta la Guerra de Secesión estuvo llena de “grandes compromisos”, muchos de ellos relacionados con la cuestión de la esclavitud): habría un Presidente y un Congreso bicameral, con una cámara baja elegida en proporción a la población de cada estado, y una cámara alta con un número fijo de senadores por cada estado (dos, hasta llegar a los cien actuales), y las leyes aprobadas por este Congreso tendrían prioridad sobre las que cada estado aprobase. Llegado a ese acuerdo, la Convención aprobó la Constitución de los Estados Unidos, que sería ratificada (con no pocas disputas) por cada uno de los estados durante los siguientes tres años; Rhode Island sería el último estado en ratificarla, en mayo de 1790. Aprobada la Constitución se pudo elegir un Gobierno federal: de este modo, y tras unas primeras elecciones, George Washington, el héroe de la Guerra de Independencia, fue elegido presidente de los Estados Unidos en las elecciones entre diciembre de 1788 y enero de 1789.
El tira y afloja entre los delegados por la redacción de los artículos de la Constitución fue laborioso, hasta llegar a un Gran Compromiso (la historia de los Estados Unidos en su etapa inicial y hasta la Guerra de Secesión estuvo llena de “grandes compromisos”, muchos de ellos relacionados con la cuestión de la esclavitud): habría un Presidente y un Congreso bicameral, con una cámara baja elegida en proporción a la población de cada estado, y una cámara alta con un número fijo de senadores por cada estado (dos, hasta llegar a los cien actuales), y las leyes aprobadas por este Congreso tendrían prioridad sobre las que cada estado aprobase. Llegado a ese acuerdo, la Convención aprobó la Constitución de los Estados Unidos, que sería ratificada (con no pocas disputas) por cada uno de los estados durante los siguientes tres años; Rhode Island sería el último estado en ratificarla, en mayo de 1790. Aprobada la Constitución se pudo elegir un Gobierno federal: de este modo, y tras unas primeras elecciones, George Washington, el héroe de la Guerra de Independencia, fue elegido presidente de los Estados Unidos en las elecciones entre diciembre de 1788 y enero de 1789.
Howard Chandler Christy, Escena de la firma de la Constitución de lso Estados Unidos de América (1940). Quién es quién en el cuadro. |
La consecuencia fue la aprobación de un texto legislativo con sólo
siete artículos y que no se ha modificado desde su promulgación. Pero
pronto se vio la necesidad de “actualizar” o “añadir” disposiciones
sobre diversos temas, y así surgieron hasta veintisiete enmiendas en los
dos siglos siguientes (la primera en diciembre de 1791, sobre la
libertad de culto religioso; la última, en mayo de 1992, sobre el
salario de los miembros del Congreso). Cómo no recordar la segunda y
polémica enmienda (aprobada en diciembre de 1791), y que garantiza la
posesión de armas por cualquier ciudadano; la quinta (aprobada también
en diciembre de 1791) y que tantas veces hemos oído en juicios
cinematográficos (“me acojo a la quinta enmienda”), por la que se
garantiza que nadie declarará en contra de uno mismo en un juicio o
vista oral; la decimotercera (aprobada en febrero de 1965), que abolía
la esclavitud, y cuyo largo debate es el núcleo central de la trama de
la película ‘Lincoln’ ce Steven Spielberg (2012); la decimoctava
(aprobada en enero de 1919), que prohibía la venta y distribución de
bebidas alcohólicas, la popularmente conocida Ley Seca, y que sería
revocada por la vigesimoprimera (aprobada en diciembre de 1933); la
decimonovena (aprobada en julio de 1920), que permite el sufragio
femenino; o la vigesimosegunda (aprobada en marzo de 1947) y que, tras
el incómodo precedente de Franklin D. Roosevelt, que gozó de cuatro
mandatos presidenciales (aunque apenas viviera unos meses del último),
establecía un límite de dos mandatos a cada presidente de la nación.
Lectura recomendada: La invención de una nación: Washington, Adams y Jefferson, de Gore Vidal (Anagrama), breve ensayo que trata los debates y negociaciones sobre el texto constitucional, y la pugna entre federalistas y antifederalistas, siendo Washington la figura de consenso que mediaría entre John Adams (su sucesor) y Thomas Jefferson (que sorprendentemente perdió las segundas elecciones y no fue elegido presidente hasta las terceras elecciones).
Ficha del libro.
Lectura recomendada: La invención de una nación: Washington, Adams y Jefferson, de Gore Vidal (Anagrama), breve ensayo que trata los debates y negociaciones sobre el texto constitucional, y la pugna entre federalistas y antifederalistas, siendo Washington la figura de consenso que mediaría entre John Adams (su sucesor) y Thomas Jefferson (que sorprendentemente perdió las segundas elecciones y no fue elegido presidente hasta las terceras elecciones).
Ficha del libro.
1 comentario:
Muy interesante, Oscar.
Gracias
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