Un 16 de septiembre de 1920 tuvo lugar un
atentado terrorista en Wall Street, justo delante del edificio de la
banca J.P. Morgan, y que causó la muerte de 38 personas y heridas a
varios centenares más. De hecho, fue el atentado terrorista más grave en
suelo estadounidense hasta los del 11 de septiembre de 2001. Todo sucedió en un día como cualquier otro en Wall Street, un carro
cerrado y conducido por un caballo aparcó delante de J-P.Morgan. Se
quedó un rato allí estacionado sin llamar demasiado la atención. Un
minuto después del mediodía estalló una bomba instalada en el interior
del carro: 45 kilos de explosivo junto con unos 200 de metralla, que
hicieron volar en mil pedazos a caballo y carro, junto a decenas de
personas que pasaba por la zona en aquel momento, además de volcar
coches y provocar daños en el mobiliario urbano y en los edificios
circundantes. Los daños materiales superarían, a día de hoy, los 20
millones de dólares, pero las pérdidas humanas fueron horrendas:
personas que estaban de paso, mensajeros, repartidores de prensa,
contables, corredoras de bolsa, recibieron numerosísima heridas.
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Hay que situar el atentado en el período más candente de luchas violentas en las calles y las fábricas que sacudió Estados Unidos, con especial relevancia en las grandes ciudades de la Costa Este (así como la capital, Washington): fue el llamado Terror Rojo (‘Red Scare’) entre 1918 y 1920, y que significó un período convulso de la historia estadounidense: anarquistas, izquierdistas radicales, algunas células de comunistas, libertarios de derechas violentos… protagonizaron diversos atentados y hechos violentos que mantuvieron en jaque al BOI mientras Wilson negociaba la Paz de París en el continente europeo y llegaban las primeras oleadas revolucionarias tras la conquista del poder por los bolcheviques en Rusia. Leyes reguladoras de la inmigración en los años precedentes habían tratado de reducir la llegada de inmigrantes europeos y en esos años el Gobierno federal no dudó en deportar a miles de personas a las que consideraban sediciosos o susceptibles de formar parte de células revolucionarias y/o terroristas. Medios de comunicación como el ‘Washington Post’ o el ‘New York Times’ aprobaron las leyes antiinmigración pero no mostraron demasiado escándalo ante la vulneración de algunos derechos garantizados por la Constitución –aquellos referentes a impedir detenciones sin orden judicial, juicios sin protección de los derechos de los acusados o maltratos físicos– por parte de los agentes del BOI y bajo el amparo del Departamento de Justicia, como posteriormente denunciaría Felix Frankfurter, futuro miembro del Tribunal Supremo y por entonces cofundador de la Unión Americana por las Libertades Civiles. Las investigaciones del atentado implicaron a comunistas y anarquistas, incluso se barajó la posibilidad de que el atentado fuera obra de Mario “Mike” Buda, cercano a los celebérrimos mártires anarquistas Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, detenidos aquel año por un robo a mano de armada y el asesinato de dos personas en una fábrica de zapatos unos meses antes; Buda, se sugirió, habría realizado el atentado como represalia por la detención de Saco y Vanzetti. Sea como fuere, el BOI, y a pesar de la delación de varios compinches de Buda, no encontró (o no quiso encontrar) pruebas materiales que probaran la implicación de Buda en el atentado; aun probándose que estuvo en Nueva York el día del atentado, el BOI ni siquiera lo interrogó.
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Lectura recomendada: Enemigos: una historia del FBI de Tim Weiner (Debate), un completo (y complejo) relato de la creación y funcionamiento de esta oficina de investigación, con especial detalle a la guerra de Hoover contra anarquistas y comunistas antes de la Segunda Guerra Mundial.
Ficha del libro.
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