Un 16 de septiembre de 1920 tuvo lugar un
atentado terrorista en Wall Street, justo delante del edificio de la
banca J.P. Morgan, y que causó la muerte de 38 personas y heridas a
varios centenares más. De hecho, fue el atentado terrorista más grave en
suelo estadounidense hasta los del 11 de septiembre de 2001. Todo sucedió en un día como cualquier otro en Wall Street, un carro
cerrado y conducido por un caballo aparcó delante de J-P.Morgan. Se
quedó un rato allí estacionado sin llamar demasiado la atención. Un
minuto después del mediodía estalló una bomba instalada en el interior
del carro: 45 kilos de explosivo junto con unos 200 de metralla, que
hicieron volar en mil pedazos a caballo y carro, junto a decenas de
personas que pasaba por la zona en aquel momento, además de volcar
coches y provocar daños en el mobiliario urbano y en los edificios
circundantes. Los daños materiales superarían, a día de hoy, los 20
millones de dólares, pero las pérdidas humanas fueron horrendas:
personas que estaban de paso, mensajeros, repartidores de prensa,
contables, corredoras de bolsa, recibieron numerosísima heridas.
El
pánico se desató por la parte baja ciudad en los minutos siguientes: el
distrito financiero de Manhattan, la sede de los principales bancos, la
Bolsa y la Reserva Federal; se suspendió la sesión ordinaria de la
Bolsa, pero la junta de gobernadores de la Bolsa decidió, a media tarde,
que pasara lo que pasara, el mercado de valores abriría al día
siguiente. Se iniciaron los trabajos de limpieza (eliminando algunas
pruebas y evidencias, aunque dejando rastros de la violencia de la
explosión en las paredes de algunos edificios, como actualmente se puede
comprobar), al tiempo que se atendía a los heridos y se recogían los
cadáveres, algunos de ellos tan destrozados que no pudieron ser
reconocidos. El alcalde de Nueva York, John F. Hylan, rápidamente puso
al Departamento de Policía de la ciudad al frente de una investigación
que, sin embargo, pronto cayó en manos del Bureau of Investigation
(BOI), la oficina de investigación criminal del Departamento de Justicia
que, en 1935, cambiaría oficialmente de nombre para convertirse en el
Federal Bureau of Investigation (FBI), y que en aquellos años estaba
dirigida por William J. Flynn, conocido por la dureza de sus métodos. La
investigación se alargaría durante tres años y no llegó a una
resolución clara: de hecho, nunca se encontró a los culpables.
Hay que situar el atentado en el período más candente de luchas violentas en las calles y las fábricas que sacudió Estados Unidos, con especial relevancia en las grandes ciudades de la Costa Este (así como la capital, Washington): fue el llamado Terror Rojo (‘Red Scare’) entre 1918 y 1920, y que significó un período convulso de la historia estadounidense: anarquistas, izquierdistas radicales, algunas células de comunistas, libertarios de derechas violentos… protagonizaron diversos atentados y hechos violentos que mantuvieron en jaque al BOI mientras Wilson negociaba la Paz de París en el continente europeo y llegaban las primeras oleadas revolucionarias tras la conquista del poder por los bolcheviques en Rusia. Leyes reguladoras de la inmigración en los años precedentes habían tratado de reducir la llegada de inmigrantes europeos y en esos años el Gobierno federal no dudó en deportar a miles de personas a las que consideraban sediciosos o susceptibles de formar parte de células revolucionarias y/o terroristas. Medios de comunicación como el ‘Washington Post’ o el ‘New York Times’ aprobaron las leyes antiinmigración pero no mostraron demasiado escándalo ante la vulneración de algunos derechos garantizados por la Constitución –aquellos referentes a impedir detenciones sin orden judicial, juicios sin protección de los derechos de los acusados o maltratos físicos– por parte de los agentes del BOI y bajo el amparo del Departamento de Justicia, como posteriormente denunciaría Felix Frankfurter, futuro miembro del Tribunal Supremo y por entonces cofundador de la Unión Americana por las Libertades Civiles. Las investigaciones del atentado implicaron a comunistas y anarquistas, incluso se barajó la posibilidad de que el atentado fuera obra de Mario “Mike” Buda, cercano a los celebérrimos mártires anarquistas Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, detenidos aquel año por un robo a mano de armada y el asesinato de dos personas en una fábrica de zapatos unos meses antes; Buda, se sugirió, habría realizado el atentado como represalia por la detención de Saco y Vanzetti. Sea como fuere, el BOI, y a pesar de la delación de varios compinches de Buda, no encontró (o no quiso encontrar) pruebas materiales que probaran la implicación de Buda en el atentado; aun probándose que estuvo en Nueva York el día del atentado, el BOI ni siquiera lo interrogó.
Hay que situar el atentado en el período más candente de luchas violentas en las calles y las fábricas que sacudió Estados Unidos, con especial relevancia en las grandes ciudades de la Costa Este (así como la capital, Washington): fue el llamado Terror Rojo (‘Red Scare’) entre 1918 y 1920, y que significó un período convulso de la historia estadounidense: anarquistas, izquierdistas radicales, algunas células de comunistas, libertarios de derechas violentos… protagonizaron diversos atentados y hechos violentos que mantuvieron en jaque al BOI mientras Wilson negociaba la Paz de París en el continente europeo y llegaban las primeras oleadas revolucionarias tras la conquista del poder por los bolcheviques en Rusia. Leyes reguladoras de la inmigración en los años precedentes habían tratado de reducir la llegada de inmigrantes europeos y en esos años el Gobierno federal no dudó en deportar a miles de personas a las que consideraban sediciosos o susceptibles de formar parte de células revolucionarias y/o terroristas. Medios de comunicación como el ‘Washington Post’ o el ‘New York Times’ aprobaron las leyes antiinmigración pero no mostraron demasiado escándalo ante la vulneración de algunos derechos garantizados por la Constitución –aquellos referentes a impedir detenciones sin orden judicial, juicios sin protección de los derechos de los acusados o maltratos físicos– por parte de los agentes del BOI y bajo el amparo del Departamento de Justicia, como posteriormente denunciaría Felix Frankfurter, futuro miembro del Tribunal Supremo y por entonces cofundador de la Unión Americana por las Libertades Civiles. Las investigaciones del atentado implicaron a comunistas y anarquistas, incluso se barajó la posibilidad de que el atentado fuera obra de Mario “Mike” Buda, cercano a los celebérrimos mártires anarquistas Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, detenidos aquel año por un robo a mano de armada y el asesinato de dos personas en una fábrica de zapatos unos meses antes; Buda, se sugirió, habría realizado el atentado como represalia por la detención de Saco y Vanzetti. Sea como fuere, el BOI, y a pesar de la delación de varios compinches de Buda, no encontró (o no quiso encontrar) pruebas materiales que probaran la implicación de Buda en el atentado; aun probándose que estuvo en Nueva York el día del atentado, el BOI ni siquiera lo interrogó.
La consecuencia del atentado fue que la represión contra partidos,
grupos y organizaciones de izquierdas de todo tipo, violentas o no, se
radicalizó en los meses y años inmediatamente posteriores En la lucha
contra el “terror rojo” se implicaría el Departamento de Justicia
durante la presidencia de Warren Harding: en el BOI destacaría,
paulatinamente, la firmeza e incluso el fanatismo de agentes especiales
como el joven J. Edgar Hoover, quien en 1921 ya había subido peldaños en
la jerarquía del Bureau, hasta ser elegido subdirector del mismo; en
1924 se sentaría en el sillón de director, iniciando un programa de
limpieza de agentes corruptos, reclutando otros tantos con título
universitario e iniciando una guerra contra el hampa y el crimen
organizado que se labraría golpes como la investigación (en medio de un
revuelo sensacionalista de la prensa) del secuestro y asesinato del hijo
del aviador Charles Lindberg (1932-1934) o la mediática persecución y
asesinato de John Dillinger en 1934. Hoover perseguiría durante década
cualquier grupo que sonara a sindicato, partido de izquierdas o célula
comunista, estuviera o no implicada en atentados o actos constitutivos
de ser categorizados como terrorismo; la lucha contra el comunismo y el
anarquismo focalizarían la mayor parte de los esfuerzos del FBI entre
1920 y 1945, entroncando después con la retórica y la política de la
guerra fría.
Lectura recomendada: Enemigos: una historia del FBI de Tim Weiner (Debate), un completo (y complejo) relato de la creación y funcionamiento de esta oficina de investigación, con especial detalle a la guerra de Hoover contra anarquistas y comunistas antes de la Segunda Guerra Mundial.
Ficha del libro.
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