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23 de abril de 2020

Reseña de Mi cuaderno estoico: cómo prosperar en un mundo fuera de tu control, de Massimo Pigliucci y Gregory Lopez

Nota: esta reseña parte de la lectura del original en inglés, A Handbook for New Stoics: How to Thrive in a World Out of Your Control de Massimo Pigliucci y Gregory Lopez (The Experiment, 2019).

¿Puede servir la filosofía como objeto de uso para un manual de autoayuda? Quizá pueda sonar a irreverente tal idea, pero al margen de los prejuicios que el lector aficionado a la primera pueda tener (y admito que yo mismo comencé el libro con curiosidad, pero también con mucha prevención), los dos autores de este «manual» consideran que sí; y en particular piensan que el estoicismo puede ayudarnos a superar (o lidiar) con las trifulcas y obstáculos del día a día. Unos problemas que en cierto modo parten de nosotros mismos: nuestros prejuicios hacia los demás, nuestra ira, nuestra impaciencia, nuestra manía de reducirlo todo a bueno o malo en función de nuestra propia experiencia. Nuestros deseos, en última instancia, que pueden convertirnos en rehenes de los mismos, y nuestras acciones, todo lo cual conduce al tercer principio del estoicismo, el asentimiento. El objetivo de la filosofía es reflexionar sobre el mundo que nos rodea y nuestro papel (activo) en él, tiene su utilidad (aunque se repita como un mantra que, como las humanidades en general, no sirven para nada) y su valor más allá de lo meramente utilitario.
 

22 de abril de 2020

Reseña de Built: The Hidden Stories Behind our Structures, de Roma Agrawal

En el inicio del último capítulo de su libro (“Dream”), y que funciona a modo de epílogo, Roma Agrawal (n. 1983) comenta: 
«Imagina, por un momento, un mundo sin ingenieros. Abandona a Arquímedes. Destierra a Brunelleschi, Bessemer, Brunel y Bazalgette. Olvida a Fazlur Khan, expulsa a Otis y, sí, obvia a Emily Roebling y Roma Agrawal. ¿Qué ves? Más o menos nada» (traducción propia). 
Y no es una cuestión baladí, todo lo contrario: imaginar un mundo en el que la ingeniería no existiera nos llevaría, y parafraseo a la autora, a un panorama sin rascacielos, sin ascensores, sin acero, sin elevadores, sin casas, sin alcantarillas; tampoco teléfonos móviles, ni Internet ni televisión. No habría coches ni siquiera carretillas, y por tanto ni carreteras ni puentes. Ni siquiera ropa, si nos apuramos, ni herramientas, ni fuego, barro para adobes, ni madera para cabañas. Por supuesto, existirían el fuego, el agua, la tierra y el viento como elementos naturales, pero no serían utilizados por el ser humano, que no vería una necesidad en utilizarlos y adaptarlos para sus medios. Sin la ingeniería, el hombre, me dejo llevar por ese razonamiento, se hubiera extinguido como especie humana; sería un animal más.

14 de abril de 2020

Reseña de Escape from Rome. The Failure of Empire and the Road to Prosperity, de Walter Scheidel

¿Pudo ser la caída del Imperio Romano un hecho positivo para el mundo moderno, a pesar de una tradición catastrofista que nos obliga a ver la «caída» de Roma con tintes negativos, incluso peyorativos? Esta es LA pregunta que se plantea Walter Scheidel en Escape from Rome. The Failure of Empire and the Road to Prosperity (Princeton University Press, 2019), un libro extenso y con una cierta tendencia a alargarse y «contrafactualizar» en exceso, pero que también aporta un muy interesante análisis sobre la pervivencia de los imperios. De hecho, tomando la famosa y divertidísima secuencia de la película La vida de Brian (Terry Jones, 1979) sobre «¿qué han hecho los romanos por nosotros?», podríamos responder que sí, que fueron «el alcantarillado, la sanidad, la enseñanza, el vino, el orden público, la irrigación, las carreteras, los baños públicos e incluso la paz», pero también que aportaron una «herencia cultural y política» que, parafraseando al ínclito Donald Trump en un discurso ante el presidente italiano Sergio Mattarella en octubre de 2019, «se remonta miles de años» hasta ellos.* Un legado que ha pervivido a pesar de esa «caída» de Roma, que la tradición (y la convención historiográfica) sitúan en la deposición del último emperador romano de Occidente en el año 476 por el líder de un ejército de «bárbaros».

8 de abril de 2020

Reseña de The Last Stone: A Masterpiece of Criminal Interrogation, de Mark Bowden

El 25 de abril de 1975 Sheila y Kate Lyon, de 12 y 10 años respectivamente, desaparecieron sin dejar rastro tras visitar un centro comercial en la ciudad de Wheaton, en el estado de Maryland y el área metropolitana de Washington, D.C. Durante semanas se puso en marcha un dispositivo de búsqueda policial que no tuvo ningún resultado: las niñas no fueron halladas. Treinta y ocho años después, la investigación de un equipo del departamento de policía de Maryland en el condado de Montgomery, puso el foco en Lloyd Lee Welch, Jr., quien se presentara como testigo del secuestro de las niñas Lyon en los días siguientes a su desaparición y diera algunas pistas falsas acerca de un posible secuestrador, que llevaba un maletín y un micrófono y se acercaba a niñas para atraer su atención; no superó un detector de mentiras, admitió que había mentido, su testimonio fue desechado y liberado sin cargos. Desde 2013 Lloyd Welch fue interrogado en diversas ocasiones mientras cumplía condena por abusos a menores en una penitenciaría de Delaware, el último escalón de una carrera de atracos y asaltos sexuales que comenzara a finales de los años setenta; las transcripciones y las grabaciones en vídeo serían la base del libro de Mark Bowden, que lo visitaría más adelante, y que en aquellos meses de 1975, a los veinticuatro años de edad, trabajaba como reportero en el periódico The Baltimore News-American y realizó un seguimiento del caso hasta que la atención mediática se fue desvaneciendo.

2 de abril de 2020

Reseña de Brujas: ¿estigma o la fuerza invencible de las mujeres, de Mona Chollet

Nota: la reseña de este libro parte de la lectura del original en francés, Sorcières: la puissance invaicue des femmes (La Découverte, 2018).

Hace un tiempo (junio de 2018) contemplé una pintada en una de las paredes de la 3ª planta de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Barcelona. Una de esas frases que se hacen ubicuas y que podemos encontrar en cualquier parte, incluso en camisetas.* La frase, cuyo origen desconozco, suele repetirse a menudo en el discurso feminista y se erige en un mantra que, no por mucho repetirse, deja de perder significado. La asociación de la bruja con la mujer que ha sufrido (y sufre) represión a lo largo de la historia es más que evidente: remite, así, a la persecución de las mujeres que no siguen un comportamiento ortodoxo” con la sociedad, un lugar que se reserva al hogar y el cuidado de la familia. La caza de brujas de los siglos XVI y XVII –con el caso famoso de Salem, en Massachussetts, en 1692, recreado por Arthur Miller en su obra de teatro The Crucible (Las brujas de Salem)– pasó, en el argot popular, a significar la persecución de los disidentes (los comunistas en los Estados Unidos de la década de 1950, por ejemplo) y de aquellos grupos sociales considerados “peligrosos”. A finales de la década de 1960 la bruja fue recuperada como símbolo de un feminismo que se rebelaba contra el heteropatriarcado, en particular por los grupos feministas que confluyeron en W.I.T.C.H. (siglas en inglés de Women's International Terrorist Conspiracy from Hell), organización en la que el activismo político se mezclaba con un cierto credo neopagano en relación con la brujería, y que tuvo un cierto éxito. Sea como fuere, la asociación de la bruja con una mujer (más o menos) “liberada” de las normas sociales “convencionales” (sea eso lo que quiera ser, desde luego), ha permanecido.

26 de marzo de 2020

Reseña de The Habsburg Empire: A Very Short introduction, de Martyn Rady

En el párrafo final de su libro, Matyn Rady relata una anécdota muy definitoria: 
«En una ocasión, el conde húngaro Kállay digirió la atención del emperador a la antigüedad de la familia Kállay, que, como explicó con orgullo, había producido grandes señores cuando los antepasados de Francisco José eran sólo pequeños barones en Suiza. “Sí, pero nosotros lo hemos bastante mejor”, respondió el emperador. Allí donde estuvo el Imperio de los Habsburgo la Europa Central ahora hay trece repúblicas, muchas de ellas gobernadas por matones y ladrones que han saqueado a sus poblaciones. Los Habsburgo, en efecto, lo hicieron bastante mejor» (traducción propia). 
La imagen que tenemos del entramado imperial de los Habsburgo –Imperio austriaco a partir de 1806, Imperio Austrohúngaro desde 1867– suele ceñirse a la de un decadente y mastodóntico viejo imperio, anclado en un pasado absurdo y desfasado, como en cierto modo parodió Anthony Hope con el ficticio país de Ruritania en la novela El prisionero de Zenda (1894), adaptada al cine en dos ocasiones (la más conocida, la de 1952, protagonizada por Stewart Granger y Deborah Kerr).

23 de marzo de 2020

Reseña de América: The Epic Story of Spanish North America, 1493-1898, de Robert Goodwin

Termina Robert Goodwin su libro parafraseando a Miguel Moya Ojanguren, director del periódico El Liberal, quien a finales de noviembre de 1898 escribió un artículo titulado “Día Nefasto” y en el que se decía: 
Hoy se firmará en París el Tratado por el cual renuncia España á la posesión de Cuba, de Puerto Rico y de Filipinas. Hoy se cerrará, para siempre la leyenda da oro, abierta por Cristóbal Colón en 1492, y por Fernando de Magallanes en 1621. […] Al cabo de cuatrocientos años, volvemos de las Indias Occidentales, por nosotros descubiertas y del extremo Oriente por nosotros civilizado, como inquilinos a quienes se desahucia, como intrusos á quienes se echa, como pródigos á quienes se incapacita, como perturbadores á quienes se recluye. (El Debate, 28 de noviembre de 1898. Disponible en la hemeroteca digital de la Biblioteca Nacional).
La cita es elocuente sobre un estado de ánimo y contextualiza muy bien el sentimiento de quienes consideraban que, a finales de ese año 1898, se cerraba la etapa imperial iniciada cuatro siglos antes con el desembarco de Colón en la isla de San Salvador.

21 de marzo de 2020

Reseña de Dangerous Mystic. Meister Eckhart’s Path to the God Within, de Joel F. Harrington

He de reconocer que cuando empecé a leer este libro no sabía quién era el Maestro (“Meister” en alemán) Eckhart de Hochheim (c. 1260-1328), pero sí conozco el período –las décadas finales del siglo XIII y las primeras del XIV– en el que vivió y el contexto (político, social, religioso) que le rodeó y con el que, a menudo, tuvo que lidiar. Y la conexión de la vida y obra de este personaje con el contexto en el que se ubicó hace especialmente interesante a un libro algo denso en cuanto a la glosa de la filosofía cristiana de Eckhart, pero muy sugerente en cuanto al clima religioso (y de fondo político) del período. Y es un período muy interesante, que ya tratara, al menos para la segunda mitad del siglo XIII, Steven Runciman en su clásica obra Las vísperas sicilianas (1958), recuperada por Reino de Redonda en 2009 (primera edición en castellano: Alianza Editorial, 1979): las disputas entre Imperio – Federico II Hohenstaufen y sus sucesores, especialmente Manfredo en Sicilia, y el Papado–, el Interregno imperial (hasta la elección de Rodolfo I de Habsburgo en 1273), las largas consecuencias del Concilio de Letrán IV impulsado por Inocencio III a principios de ese siglo (fundación de las órdenes mendicantes de dominicos y franciscanos, persecuciones de los cátaros, en primer lugar, y después de otros movimientos apostólicos considerados herejes), el rol de las beguinas y de movimientos como los Hermanos del Espíritu Libre (“Free Spirit” en el libro), que se mantendrían hasta el siglo XVI; el juicio y persecución de los templarios por parte de Felipe IV de Francia a principios del siglo XIV (y sus pugnas con el papa Bonifacio VIII), el traslado del Papado a Aviñón (la “cautividad babilónica del Papado”, como Dante y otros otras la definirían) y el cisma de la Iglesia durante la mayor parte de esta centuria (y que llegaría a su clímax con la existencia de tres papas en las primeras décadas del siglo XV). Y todo esto antes de la extensión de la Peste Negra, en 1346-1350, que Eckhart no llegó a conocer.

21 de febrero de 2020

Reseña de La biblioteca de hielo. Un viaje literario por el frío, de Nancy Campbell

Nota: esta reseña parte de la lectura del libro original, The Library of Ice. Readings from a Cold Climate (Simon & Schusters, 2018).

Resulta estimulante como lector encontrarse con un perfil como el de Nancy Campbell. Este libro se empieza a leer con una cierta sensación de no saber de qué va, más allá de un título algo críptico, pero ya en la introducción uno se da cuenta de que lo que Campbell nos va a relatar no es lo habitual en un ensayo. ¿Es un ensayo, de hecho? ¿Un libro de viajes? ¿Un cajón de sastre sobre poesía, lingüística, ciencia, historia, vida cotidiana y personal? Pero esta perplejidad inicial (y siempre en positivo; de acuerdo, quizá perplejidad no sea la palabra adecuada: dejémoslo en sorpresa, que es precisamente lo que depara cada capítulo, una sucesión de sorpresas alrededor de un cierto hilo común) se desvanece, o pasa a ser otra cosa, cuando uno se deja llevar por la lectura. Y cuando indaga un poco también en relación con la autora, uno empieza a atar cabos y recoger referencias al vuelo, y a comprender cuáles son los temas y géneros, por no decir intereses, que le interesan a Nancy Campbell. Para un lector curioso, que lee a una autora curiosa, pues, primer balance positivo.

18 de febrero de 2020

Reseña de Esparta. Ciudad de las artes, las armas y las leyes, de Nicolas Richer

Nota: esta reseña parte de la lectura del original en francés, Sparte. Cité des arts, des armes et des lois (Perrin, 2018), por lo que mantenemos los títulos de los capítulos en francés.

Debe confesar quien esto escribe que, cuando ve en las librerías un volumen nuevo sobre Esparta, no puede evitar arrugar el entrecejo. «Otro libro más sobre espartanos… ¿será más de lo mismo?»,* me digo a mí mismo, como si no hubiéramos tenido suficiente con el boom del tema a raíz del estreno de la película 300 (Zack Snyder, 2007), filme que adapta el cómic (o novela gráfica) homónima de Frank Miller. Una película siempre es una oportunidad para que se publiquen libros –recordemos cuando, tres años antes, se estrenó Troya (Wolfgang Petersen, 2004) y todo hijo de Zeus se puso a comprar libros sobre el tema, se llegaron a agotar las ediciones de Heródoto en las librerías (hasta ediciones concretas sobre el episodio de las Termópilas salieron a la venta), lo cual no quiere decir que se leyeran, claro está–, pero radica un problema de fondo cuando, por un lado, el espectador/lector no tiene claro qué es un filme de corte histórico y qué un pastiche que se basa en una obra de ficción y en la que elementos de corte fantástico están presentes; y cuando, por otro, se establece una imagen idealizada, sesgada e incompleta de los espartanos, su ciudad, costumbres e instituciones. 
*Cuando leí el libro de Richer aún no había hecho lo propio con el volumen de Javier Murcia Ortuño, Esparta (Alianza Editorial, 2017) [me temo que sigue en lecturas pendientes], ni se había publicado El mito de Esparta. Un itinerario por la cultura occidental de César Fornis (Alianza Editorial, 2019) [que sí leí hace unos días], dos títulos que parecen llenar, en cuanto a obras recientes, el panorama sobre el universo espartano por una buena temporada. 

30 de septiembre de 2019

Reseña de El bestiario de las catedrales, de Mario Agudo Villanueva

A veces el título de un libro e incluso su cubierta pueden dar pie a engaño: puede parecer que versa sobre un aspecto que nos interesa o pica la curiosidad y acabar tratando aspectos no necesariamente diferentes, pero sí enfocados desde otra perspectiva. Miremos este caso: el título es sugerente, pues relaciona dos elementos que llaman la atención y para bien (bestiarios y catedrales); y el diseño de la cubierta, con esas imágenes de gárgolas y seres fabulosos que remiten a ese elemento decorativo en los canalones de desagüe de los techos de las catedrales, ¡cómo no va a resultar atractivo! Más de un lector pensará en novelas y libros sobre el tema, otro evocará alguna película o incluso aquella serie de televisión que tan buen sabor de boca le dejó (o quizá no). Pero es que este libro no trata de eso, de gárgolas y el imaginario de seres fantasmagóricos, infernales. Sí es cierto que indirectamente ambas cuestiones, catedrales (sobre todo románicas) e imágenes de animales y seres fantásticos, están presentes en este libro; pero no son el quid de la cuestión. ¿Y entonces? ¿De qué va el libro? Pues quédese el lector con el subtítulo, que en este caso viene arriba del todo en la cubierta: “Animales y seres fantásticos del mundo antiguo al medievo cristiano”; este es el auténtico quid de la cuestión y el leitmotiv de este, lo anticipamos, delicioso volumen y con el que el lector curioso no se sentirá decepcionado (o al menos no debería). 

27 de septiembre de 2019

Reseña de La ruta del conocimiento: la historia de cómo se perdieron y redescubrieron las ideas del mundo clásico, de Violet Moller

Nota: esta reseña parte de la lectura de la edición original, The Map of Knowledge. How Classical Ideal Were Lost and Found: a History in Seven Cities (Pan Macmillan, 2019). Las citas textuales se toman de esta edición original.

Suele ser un lugar común, historiográficamente ya superado, que el conocimiento científico, la producción de libros e incluso el intercambio cultural se cortocircuitó con la «caída» del Imperio Romano (de Occidente). De este modo, los siglos medievales serían «oscuros», el esplendor de la cultura clásica se apagó y la ortodoxia cristiana persiguió a los paganos y su cultura, destruyéndose cientos de obras escritas, templos, monumentos, etc.[1] En cierto modo el primer capítulo de este libro abunda sobre esta idea: tomado como referencia el año 500, se indaga en la pervivencia de las obras de tres científicos del mundo clásico: Euclides (c. 325-c.265 a.C.), matemático que escribió una obra de enorme influencia, Elementos; Claudio Ptolomeo (c.100-c.170/180), geógrafo y astrónomo, cuyo tratado astronómico, el Almagesto, recibió este nombre por parte de los árabes;[2] y Galeno (129-216), médico y cirujano, cuya extensísima obra fue epitomizada en los siglos medievales.

4 de septiembre de 2019

Reseña de Mythos, de Stephen Fry

Esta reseña parte de la lectura de la edición original, Mythos: The Greek Myths Retold (Michael Joseph [Penguin Books], 2017), por lo que algunas referencias se refieren a ella. 

Son muchos –MUCHOS– los libros sobre los mitos griegos y desde diversas vertientes: la narrativa, la antropológica, la simbólica, la artística… Tantos libros y aproximaciones al mito como la variedad de los propios mitos. Siempre nos han atraído, pues en el fondo no dejan de ser cuentos y relatos sobre la humanidad y cómo para explicar el origen del mundo creó historias de dioses antropomórficos que, como el Dios/Yahvé judeocristiano, surgieron de la nada y crearon un mundo en el que los hombres fueron los últimos añadidos. Por supuesto, no sólo de lo griego vive el hombre y otras culturas han creado sus propios mitos de cosmogonía y creación del hombre, y leyendas sobre héroes y lugares entre lo histórico y lo fantasioso. Pero el mito griego sigue siendo algo especial, cercano, atractivo. Mythos (Anagrama, 2019) del actor y escritor británico Stephen Fry podría ser “otro” libro más sobre los mitos griegos. En cierto modo lo es, pero el plus del libro es que su autor no pretende hacer un mero catálogo mitográfico y ofrecer si acaso una explicación. No, Fry no quiere hacer más que lo que ya anticipa en el prefacio: “relatar” mitos, contarnos historias sobre el origen del universo y la Tierra, la aparición de deidades, las disputas entre sí por el dominio del cosmos y la creación de los hombres. Es este “relato”, en el que la prosa se nutre de un estilo fresco y cercano, irónico y ameno, descriptivo y diáfano, y en el que incluso el autor, en abundantes notas a pie de página de carácter explicativo (no bibliográfico), el que hace del libro una obra, hasta cierto punto, “especial”. 

31 de julio de 2019

Reseña de Nein! Standing Up to Hitler 1935-1944, de Paddy Ashdown, con la colaboración de Sylvie Young

Nota: la lectura de este libro se realizó en noviembre de 2018.

Cuando hace algo más de un año tuve noticias de este libro, Nein! Standing Up to Hitler 1935-1944 (William Collins, 2018). buscando entre las novedades que Amazon UK anunciaba para aquel otoño, me picó la curiosidad. Al principio pensé que sería «otro» libro sobre el atentado de Stauffenberg contra Hitler en julio de 1944; y al leer los primeros capítulos, en los que se presenta a los tres grandes protagonistas de este libro (son muchos los actores que participan, pero estos tres siempre están presentes a lo largo de sus páginas), es decir, Carl Goerdeler, Ludwig Beck y Wilhelm Canaris, mis impresiones iniciales se enfriaron aún más. Sobre Canaris, el almirante y director de la Abwehr, el servicio de inteligencia militar alemán, entre 1935 y 1944, se ha escrito mucho en particular —en castellano, por ejemplo, contamos con El enigma del almirante Canaris: historia del jefe de los espías de Hitler de Richard Bassett (Crítica, 2006; original en inglés de 2005)—;  Beck y Goerdeler, el militar retirado y quien fuera alcalde de Leipzig hasta 1935, respectivamente, aparecen habitualmente en obras diversas sobre el Reich nazi. “Temí” pues, que el libro de Ashdown fuera más de lo mismo en relación con un tema como el del nazismo que, reconozcámoslo, “vende” mucho. Pero al cabo de apenas cien páginas ya estaba atrapado por una obra que, reconoce el autor, no aporta nada radicalmente nuevo, pero (afirmamos) lo cuenta todo muy bien.

11 de junio de 2019

Reseña de Ascenso y crisis. Europa 1950-2017: un camino incierto, de Ian Kershaw

Nota: la reseña se realiza a partir de la lectura del original en inglés, Roller-Coaster. Europe, 1950–2017, leído en mayo de 2018; por ello, las citas (traducidas al castellano por el autor de la reseña) y su paginación proceden de la edición original.

Una anécdota puede servir para ilustrar un estado de las cosas, del ánimo, en un momento determinado, y cómo las cosas han cambiado. En una nota a pie de página en el capítulo 9 (“Power of the People”, pp. 360-361 [«El poder popular» en la traducción castellana, pp. 383-425]), Ian Kershaw explica que estuvo en Berlín cuando «cayó» el Muro en la noche del 9 al 10 de noviembre de 1989, pero que se «perdió» el acontecimiento. Durante el curso académico 1989-1990 estuvo, acompañado de sus hijos David y Stephen –que sí vivieron in situ el momento en el que miles de ciudadanos de la RDA (República Democrática Alemana) cruzaron el Muro, es decir, la frontera, y visitaron la parte occidental de la ciudad– como profesor invitado en el Instituto de Estudios Avanzados de Berlín (Wissenschaftskolleg zu Berlin), y esa tarde-noche tuvo una reunión con un estudiante estadounidense para hablar sobre su tesis doctoral en un pub del Berlín Occidental, apenas a una milla de la Puerta de Brandeburgo y de aquellos sucesos históricos a ambos lados del Muro. Al regresar al piso en el que residía, su hijo Stephen le contó que el Muro había «caído» y que su esposa había llamado desde Reino Unido para decir que lo estaba viendo todo por las noticias de las nueve de la noche en la BBC. [1] A la mañana siguiente, «pasó» al Berlín Oriental junto con un amigo alemán y ambos vieron que los controles fronterizos en la Friedrichstrasse aún funcionaban y que, aparentemente, todo parecía ir como siempre. Cuenta también Kershaw una anécdota que refleja el clima de optimismo de esos días. Regresó en metro a Berlín Occidental y al salir a la calle en el zoo Bahnhof, un berlinés corrió hacia él y le estrechó en un abrazo de oso, diciéndole, emocionado: «tenga una cálida bienvenida al Oeste, ¿de dónde es usted?», a lo que el historiador británico respondió: «de Manchester, Inglaterra», momento en el que el ciudadano berlinés le soltó, como si tuviera la peste bubónica, y se fue corriendo a abrazar al siguiente «recién llegado».

23 de abril de 2019

Reseña de Roma. La creación del Estado mundo, de Josiah Osgood

Resulta mucho más que un lugar común hablar de la «crisis» de la República romana, que la tradición historiográfica «inicia» con el tribunado de Tiberio Sempronio Graco (133 a.C.) y que, en diversas etapas, «finaliza» con la victoria de Gayo Julio César Octaviano –nunca utilizó el segundo cognomen, que denota su adopción por parte de su tío abuelo y dictator perpetuus Gayo Julio César: él se consideraba «César», sin más, y si acaso Divi Filius (el Hijo del Divino [César]) o Imperator Caesar Divi Filius a lo largo del período triunviral, pero los historiadores solemos emplearlo para diferenciarlo de su padre adoptivo– en la batalla de Accio (septiembre del 31 a.C.) y con su (aparentemente indolora) «conversión» en Augusto en enero del 27 a.C. Mucho tiempo, demasiado, para una «crisis», del mismo modo que demasiado tiempo tardó la tópica «caída» del Imperio romano (¿un par de siglos?). En esta última fecha, en una sesión en el Senado (toda una farsa perfectamente coreografiada), Augusto «renunció» a los poderes extraordinarios que aún acumulaba, si bien, de hecho, al dejar de tener vigencia el triunvirato a finales del año 33 a.C., formalmente no era más que un cónsul que, desde el mismo año 31, había mantenido esta magistratura de manera ininterrumpida (lo haría hasta el 23 a.C.) y desde el 28 había añadido el título de princeps Senatus, hasta entonces un honor más que un cargo estable y con el que asumió una primacía en aparente igualdad respecto a los demás senadores y el resto de ciudadanos romanos.

12 de enero de 2019

Reseña de Tintín-Hergé: una vida del siglo XX, de Fernando Castillo


«¡Por los bigotes de Plekszy-Gladz!».

Inevitablemente una reseña como esta tiene un componente personal evidente. Como muchos tintinófilos (sin necesidad de caer en una cierta tintinolatría), me acerqué a los cómics de Hergé (Georges Remi, 1907-1983) en mi más tierna infancia. Lo curioso es que a día de hoy no poseo ni siquiera un ejemplar de los 23 álbumes publicados sobre las aventuras de Tintín (y eso si no contamos el vigésimo cuarto, Tintín y el Arte-Alfa, incompleto): siempre los he leído de prestado o in situ en bibliotecas de barrio o en librerías. No me preguntéis por qué nunca he tenido tal tentación (por eso no me acabo de considerar un tintinólatra); lo cierto es que nunca tuve la necesidad y si acaso he releído los diversos álbumes, sin orden ni concierto, ha sido, lo dicho, en bibliotecas o librerías.  No guardo un recuerdo especial de cuándo fue la primera vez que un cómic de Tintín cayó en mis manos: debía de tener diez u once años, posiblemente fuera en la biblioteca del centro cívico de La Sedeta, un centro de enseñanza de la parte baja del barrio de Gràcia barcelonés, adonde acudía con algunos compañeros de clase al salir del colegio para echar unas canastas, chutar un balón de fútbol o, después, hacer los deberes de cada día. Siempre me sobraba un rato para leer cómics como los de Tintín, Astérix o el mítico Cavall Fort (los lectores catalanes de esta reseña que sean más o menos de mi edad recordarán este tebeo). Tintín siempre caía en uno de esos ratos; las relecturas fueron constantes, hasta el punto de que sus diálogos, en catalán (nunca me he acostumbrado a leer a Tintín en otra lengua que no fuera ésta), con los exabruptos del capitán Haddock, forman parte de mis recuerdos infantiles y juveniles.

19 de noviembre de 2018

Reseña de Yo, Julia, de Santiago Posteguillo

Nota: puesto que es una reseña extensa, quizá el lector prefiera disponer de ella en un documento en PDF: clique aquí.
«(…) Adso también me sirvió para resolver otra cuestión. Hubiese podido situar la historia en un Medioevo en el que todos supieran de qué se hablaba. Si en una historia contemporánea un personaje dice que el Vaticano no aprobaría su divorcio, no es necesario explicar qué es el Vaticano y por qué no aprueba el divorcio. En una novela histórica, en cambio, hay que proceder de otro modo, porque también se narra para que los contemporáneos comprendamos mejor lo que sucedió, y en qué sentido lo que sucedió también nos atañe a nosotros. 
El peligro que entonces se plantea es el del salgarismo. Los personajes de Salgari huyen a la selva perseguidos por los enemigos y tropiezan con una raíz de baobab, y de pronto el narrador suspende la acción para darnos una lección de botánica sobre el baobab. Ahora eso se ha transformado en un topos, entrañable como los vicios de las personas que hemos amado; pero no debería hacerse (…)».  
Umberto Eco, “Apostillas a El nombre de la rosa”, en El nombre de la rosa, DeBolsillo, 2017, p. 755. 
Desde hace un tiempo, la novela histórica o, mejor dicho (no seamos presuntuosos), parte de la novela histórica tiene lo que considero un problema: el salgarismo. No es un problema grave, si uno es consciente de ello. La cuestión, sin embargo, no se circunscribe a lo que hace casi cuarenta años definiera con acierto Umberto Eco; el problema subyace en que, con la excusa del salgarismo, no se tenga claro qué se está realizando cuando se escribe una novela histórica. Un binomio con dos partes esenciales: novela, la parte literaria esencial, e histórica, el ámbito que trata. Con un equilibrio entre las dos partes una novela de este género funciona; el lector puede tirar de su memoria (o de su bagaje como lector) y mencionar grandes títulos (y grandes autores). Funciona porque, sin dejar de respetar el componente histórico, es una novela que literariamente está muy bien escrita; es de ese tipo de novelas que resisten una o varias relecturas pues, independientemente de que uno conozca la trama, esta se ha perfilado de tal manera que el disfrute puede ser incluso mayor que con su primera lectura.

16 de noviembre de 2018

Reseña de El ingenio de los peces, de Jonathan Balcombe

Nota: reseña a partir de la lectura del original en inglés, What a Fish Knows: The Inner Lives of Our Underwater Cousins (Scientific American / Farrar, Straus and Giroux, 2016)

Disculpe el lector de esta reseña si comienzo con una “historia” personal. Cuando debía de tener unos 10 años de edad, mi padre, que veía que solía leer por costumbre, me regaló un par de libros que compró de oferta en los antiguos grandes almacenes Simago de Barcelona. Aún no conocía mis intereses (¿qué puede interesar en libros a un chaval de 10 años?, se preguntaría), así que debió de apostar por lo que vio en las cubiertas: uno de los dos libros era sobre peces y animales marinos, una especie de enciclopedia para todos los públicos sobre el mundo submarino; el otro volumen, un libro sobre los viajes del comandante Cousteau. Nunca he sido un lector aficionado a temas de naturaleza y fauna, y el segundo libro lo hojeé, observando sus imágenes, pero no le hice mucho más caso: ya entonces los documentales de Jacques Cousteau, con los que nos criamos los que crecimos en las décadas de 1970 y 1980, me aburrían soberanamente (de hecho, nunca he disfrutado viendo a animales en un zoo, ni siquiera cuando era pequeño). Pero por aquellas fechas, y eso sí lo recuerdo vivamente, había leído algunas novelas de Jules Verne en versión abreviada para niños; en particular, Veinte mil leguas de viaje submarino, por lo que el primer libro de los que me regalara mi padre sí lo devoré con toda la pasión que puede ponerle un chaval de esa edad. Como decía, no soy un lector ni interesado especialmente ni mucho menos avezado en temas de naturaleza, pero la lectura de este libro de Jonathan Balcombe, al margen de recordarme aquellos momentos de infancia, sí me ha resultado especialmente interesante y, para alguien con una formación “en letras”, muy instructivo y a un nivel en el que podía seguir lo que desarrolla el autor sin percibir ninguna carencia intelectual. 

14 de noviembre de 2018

Reseña de Atenas. El lejano eco de las piedras, de Mario Agudo Villanueva

Puede que el visitante que llega por primera vez a la Atenas actual en busca de la ciudad antigua sienta una cierta desilusión: la urbe moderna no anima a quienes se topan con los efectos del caótico tráfico urbano, lo desastrado de sus calles, la apatía de sus habitantes, resignados a sufrir las consecuencias de la crisis económica que ha golpeado con especial incidencia a Grecia en la última década. Cierto es que la urbe actual realizó un lavado de cara en ocasión de los Juegos Olímpicos de 2004, pero no ha terminado de maquillar una cierta sensación de desidia urbanística y de desaliño en general durante décadas. Recuerdo mis impresiones, apenas un muchacho de dieciséis años, en un viaje de fin de curso del instituto a Atenas, Delfos, Micenas y Corinto: aquella ciudad no parecía amable, no recibía a los visitantes con especial afabilidad. Para los parámetros algo ventajistas de quienes, siendo testigos de los enormes cambios urbanísticos de aquel 1992, veíamos como se «modernizaban» unas ciudades (Barcelona, Sevilla) que necesitaban mucho más que grandes obras faraónicas para albergar acontecimientos de la dimensión de unos Juegos Olímpicos y una Exposición Universal, Atenas podía parecernos «antigua», «cutre» incluso. Recuerdo aquellos anuncios de maquinillas de afeitar BIC en grandes vallas en las principales avenidas de la ciudad; se nos desaconsejaba coger el metro, oscuro y sórdido, y no ir «solos» por la ciudad.