Nota: esta reseña parte de la lectura del libro original, The Library of Ice. Readings from a Cold Climate (Simon & Schusters, 2018).
Resulta estimulante como lector encontrarse con un perfil como el de Nancy Campbell. Este libro se empieza a leer con una cierta sensación de no saber de qué va, más allá de un título algo críptico, pero ya en la introducción uno se da cuenta de que lo que Campbell nos va a relatar no es lo habitual en un ensayo. ¿Es un ensayo, de hecho? ¿Un libro de viajes? ¿Un cajón de sastre sobre poesía, lingüística, ciencia, historia, vida cotidiana y personal? Pero esta perplejidad inicial (y siempre en positivo; de acuerdo, quizá perplejidad no sea la palabra adecuada: dejémoslo en sorpresa, que es precisamente lo que depara cada capítulo, una sucesión de sorpresas alrededor de un cierto hilo común) se desvanece, o pasa a ser otra cosa, cuando uno se deja llevar por la lectura. Y cuando indaga un poco también en relación con la autora, uno empieza a atar cabos y recoger referencias al vuelo, y a comprender cuáles son los temas y géneros, por no decir intereses, que le interesan a Nancy Campbell. Para un lector curioso, que lee a una autora curiosa, pues, primer balance positivo.
Nancy Campbell. Fuente de la imagen. |
¿Qué es La biblioteca de hielo. Un viaje literario por el frío (Ático de los Libros, 2020)? Pues un libro diverso y poliédrico, protagónico (en cuanto a la autoría) y coral (respecto a la variedad de personas que aparecen) sobre el hielo, la nieve, el frío, los icebergs… en general ese “ice” que Campbell coloca en el título en la edición original en inglés. La recopilación de ítems a modo de sumario de contenidos en la segunda página da una primera (pero no definitiva idea) de lo que el lector se va a encontrar y todo ello en relación con el hielo: la mirada científica (para profanos en la materia); el rol de los exploradores (en el Ártico y la Antártida); el papel de los cazadores (en un sentido muy amplio: también es una caza de palabras, además de animales y sus pieles): los entre líneas de deportes sobre hielo como el patinaje y el curling; la mirada “filosófica” (lato sensu, otra vez) y de las sagas como los Edda; la apuesta de los jugadores (gamblers, permítaseme el juego de palabras), ya sea con la música a partir de hielo, una apuesta anual en torno a cuándo deshiela un río en Alaska o quién es el “hombre de los hielos” u Ötzi aparecido en 1991 en los Alpes austriacos; y, finalmente, con la excusa de Frederic Tudor, el “rey del hielo” en la primera mitad del siglo XIX, la creación de “ice-houses” antes de la invención de los refrigeradores, entre otras cosas.
Ese “entre otras cosas” se podría añadir al final de cada ítem, pues Campbell ofrece en cada capítulo aspectos (y aparentes desviaciones respecto a estos) alrededor, sobre y en función del hielo y todo lo que está relacionado con él. Este libro es una recopilación de los viajes y estancas, entre 2010 y 2017, de la autora por diversos lugares: Groenlandia, Canadá, Estados Unidos, Islandia, los Países Bajos, Suiza… y su relectura de los viajes de exploradores, científicos, fotógrafos, pintores, escritores y muchos más a lugares recónditos del Ártico y la Antártida (o el Walden de Thoreau, por no ir tampoco a lo más alejado y permanentemente helado), y cuál ha sido su recepción (por poner un ejemplo, la malograda expedición de Scott al Polo Sur, que sirve de excusa para ir un poco más allá). La autora nos cuenta sus peripecias personales (cuando se quedó sin dinero y prácticamente se convirtió en una vagabunda, durmiendo incluso en estaciones de tren), sus convenios con museos e instituciones locales de Suiza, Groenlandia e Islandia, o en casas de particulares (como Malik, el cazador y conductor de trineos de perros para turistas en Groenlandia); cómo fue pasar una larga temporada en una cabaña en el Ártico, en un pueblo sin apenas recursos, o hasta qué punto ha sacado partido de los fondos de la Bodleian Library de Oxford siguiendo el rastro de un manuscrito de Robert Boyle.
A Campbell, como poetisa que es, le interesa las lenguas y se preocupa especialmente por el significado de palabras en la(s) lengua(s) inuit –el “groenlandés”, por ejemplo–, y ello aporta un punto de vista determinado sobre la precisión de las cosas y en cómo el significado de las palabras es maleable depende de cómo se escriban (algo perfectamente lógico, desde luego), y más en idiomas que hablan muy pocas personas y que han dado pie a las sagas literarias islandesas como los Edda. Se interesa por la fotografía y las notas de George Murray Levick, que acompañó a Scott en su expedición, en su cuaderno perdido en el hielo y recuperado décadas después –véase, por ejemplo, este artículo de Jacinto Antón (otro tipo con una enorme curiosidad) en El País en 2014–, o por la expedición del navegante holandés William Barents a Nueva Zembla (en el Ártico), a finales del siglo XVI, y que dio nombre al mar y la isla de Barents en esta zona. Se deja llevar por su curiosidad por el mural The Rink de Bill Jackly en el Aeropuerto Ronald Reagan de Washington, DC, viajando allí y entrevistando al artista, para con la excusa del patinaje entrevistar a algunos patinadores profesionales (y rememorar su infancia y su pasión por este deporte), y después regresar a su Escocia natal y visitar un club de curling (deporte peculiar donde los haya y en el que es muy importante conocer a fondo el “estado” del hielo de la pista en la que se juega).
Glaciar en la costa oeste de Nueva Zelanda. Fuente de la imagen. |
Todo ello resulta muy interesante, aunque a priori parezca bastante inconexo… y no lo es tanto. Menciona la autora que su pasión por el hielo y todo lo que lo rodea, incluidos los icebergs (y la derivación, entre otras, a la “teoría del iceberg” de Hemingway), procede del hecho de haberse criado en una zona muy fría del Reino Unido (entre Northumbria y el sur de Escocia), y que por ello ha focalizado sus “habilidades” (la fotografía y las artes visuales, la poesía, la crónica periodística) en torno al hielo y el frío. Elementos que constituyen así un hilo narrativo y vital que conduce a múltiples derivaciones, temas, géneros y especialidades: del cambio climático que derrite los glaciares a la geometría de un copo de nieve visto al microscopio, pasando por la música que puede crearse con hielo (!) o las propiedades momificadoras del hielo y la nieve (caso, y no sólo, del Ötzi alpino).
Y todo ello (y mucho más: resulta casi imposible centrarse en uno solo de los muchos temas y más-que-anécdotas que la autora presenta en el libro) con una amenidad y una curiosidad que se contagian al lector: en mi caso, buscando por Google aquello que menciona en cuanto a lugares, obras artísticas o personas, como la escultura del catalán Jaume Plensa, Le vol des mots en la Fundación Jan Michalski de Lausana. El resultado es un volumen que desprende, despierta y estimula la curiosidad con un ejercicio de simbiosis de disciplinas y géneros alrededor de un tema particular: el hielo.
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