8 de abril de 2020

Reseña de The Last Stone: A Masterpiece of Criminal Interrogation, de Mark Bowden

El 25 de abril de 1975 Sheila y Kate Lyon, de 12 y 10 años respectivamente, desaparecieron sin dejar rastro tras visitar un centro comercial en la ciudad de Wheaton, en el estado de Maryland y el área metropolitana de Washington, D.C. Durante semanas se puso en marcha un dispositivo de búsqueda policial que no tuvo ningún resultado: las niñas no fueron halladas. Treinta y ocho años después, la investigación de un equipo del departamento de policía de Maryland en el condado de Montgomery, puso el foco en Lloyd Lee Welch, Jr., quien se presentara como testigo del secuestro de las niñas Lyon en los días siguientes a su desaparición y diera algunas pistas falsas acerca de un posible secuestrador, que llevaba un maletín y un micrófono y se acercaba a niñas para atraer su atención; no superó un detector de mentiras, admitió que había mentido, su testimonio fue desechado y liberado sin cargos. Desde 2013 Lloyd Welch fue interrogado en diversas ocasiones mientras cumplía condena por abusos a menores en una penitenciaría de Delaware, el último escalón de una carrera de atracos y asaltos sexuales que comenzara a finales de los años setenta; las transcripciones y las grabaciones en vídeo serían la base del libro de Mark Bowden, que lo visitaría más adelante, y que en aquellos meses de 1975, a los veinticuatro años de edad, trabajaba como reportero en el periódico The Baltimore News-American y realizó un seguimiento del caso hasta que la atención mediática se fue desvaneciendo.

Mark Bowden.
A lo largo de su libro The Last Stone. A Masterpiece of Criminal Interrogation (Atlantic Monthly Press, 2019) Bowden sigue el rastro de una investigación que desde 2013 realizaron los miembros del equipo policial del condado de Mongomery, formado por el sargento detective Chris Homrock –el último miembro de un equipo inicial que durante décadas recopiló pistas del caso de las niñas Lyon– y los detectives Dave Davis (el mejor interrogador del departamento de policía, según Homrock), Mark Janney y Katie Jaggett (experta en el uso del polígrafo o detector de mentiras), y que contaron con el apoyo de Pete Feeney, ayudante del fiscal del distrito del condado de Montgomery. Las sesiones de interrogatorio de Lloyd, fueron realizadas a menudo por Dave (que en ocasiones contó con la colaboración directa de Mark y Katie, situados habitualmente en otra dependencia y observando los interrogatorios). Dave entabló una relación cercana con Lloyd (llegando incluso a despertar sospechas en el resto del equipo por su excesiva cercanía con el sospechoso), fingiendo una camaradería con el sospechoso para que este se “abriera” ante él. 

Las revelaciones de Lloyd, basadas en mentiras y tergiversaciones de los datos, sin ser consciente de que a menudo caía en contradicciones flagrantes, llevaron la investigación por muchos vericuetos. De entrada, se relacionó a Lloyd con un pedófilo fichado por la policía, Ray Mileski, pero este falleció en 2004 y el testimonio de Lloyd no pudo ser corroborado. Poco a poco, y tirando de un hilo que el sospechoso fue trenzando con la información que le suministraban los policías que lo interrogaban, la investigación se abrió a familiares de Lloyd: su tío Dick Welch, su padre Lee (ya fallecido), sus primos Henry Parker y Tommy “Teddy” Welch (finalmente exonerado de todas sospecha, pues tenía diez años cuando se produjeron los hechos), su tía Aunt y algunos más, y que el propio Lloyd fue implicando en un caso que tenía más derivaciones de las presentadas inicialmente y que se complicó, como decíamos, por las constantes mentiras que el propio Lloyd contó para desviar la atención de su persona y su participación en los crímenes. 

Katherine y Sheila Lyon, de 10 y 12 años de edad.
A la postre, y con no pocas investigaciones paralelas en torno a la familia Welch durante casi dos años, los investigadores llegaron a la conclusión general de que aquel 25 de marzo de 1975 Lloyd se llevó a las niñas del centro comercial y en los días posteriores las violó y las mató. Del contradictorio y complejo testimonio de Lloyd, se pudo constatar que Kate fue asesinada en el sótano de la casa de Lee Welch, en la Avenida Baltimore de Wheaton, y su cuerpo, tras ser desmembrado y metido en unas bolsas de deporte, quemado en Virginia; Sheila sobrevivió un par de días más, violada reiteradamente en una casa de un familiar, Henry Parker, en Taylor’s Mountain –la zona en la que se produjeron los crímenes se sitúa a caballo entre los estados de Maryland y Virginia–, para ser después asesinada y enterrada cerca de allí. 

Las discrepancias entre los diversos investigadores se circunscriben a la amplitud de la red criminal que pudo haber alrededor de Lloyd. Así, para Dave Davis, Lloyd realizó el secuestro en solitario, pero contó con la implicación de su familia: violó por primera vez a las niñas, contando con la complicidad de su esposa Helen para “cuidar” de ellas (y más tarde deshacerse de los cadáveres), y después las llevó a la casa de su padre Lee; en el sótano Lee y Lloyd descuartizaron a Kate y llevaron sus restos (en una bolsa de deporte) en un coche a la casa de Henry Parker, donde la quemaron; Henry pudo abusar, como hizo Lee con Kate anteriormente, de Sheila, a la que mató y enterró en las montañas. 

La teoría de Katie Leggett consideraba, en cambio, que el secuestro de las niñas Lyon formaba parte de un red de pornografía infantil en la que estarían implicados diversos miembros de la familia Welch. Lloyd habría desempeñado el papel de “tonto útil”, fácilmente manipulable y sometido por un padre, Lee, que abusó de él siendo niño; Lloyd habría embaucado a las niñas en el centro comercial con una oferta para fumar hierba, las habría llevado al sótano de la Avenida Baltimore, donde fueron violadas y filmadas por Dick, Lee, Lloyd y posiblemente algunos más. Trasladadas a casa de Dick y su esposa Pat, quizá para grabar las cintas con un mejor telón de fondo, las niñas habrían sido violadas en una habitación de la primera planta; en el sótano, Kate habría sido asesinada, desmembrada y quemada en Taylor’s Mountain. Henry se habría llevado a Sheila, la habría violado, asesinado y enterrado. El papel de Lloyd habría sido limitado dentro de un drama mucho más amplio. 

Por su parte, Mark Janney consideraba que alguien habría estado con Lloyd en el centro comercial cuando este atrajo a las niñas, pero no creía que éste fuera tan “sofisticado” para planear y ejecutar todos los crímenes en solitario. Lee y Dick habrían utilizado y manipulado a Lloyd como cabezas del entramado crimina con el objetivo de satisfacer sus ansias sexuales y hacer una película porno. Conducidas primero a la casa de Lee en la Avenida Baltimore, donde fueron drogadas y violadas por Lloyd, Lee, Dick y quizás otros miembros de la familia, reunidos para celebrar la Pascua durante aquellos días, Kate fue pronto asesinada y quemada, mientras que Sheila sería asesinada y enterrada en Virginia más tarde. Chris Homrock, por último, coincidía en que Lloyd no pudo cometer los crímenes sin ayuda y no descartó la participación del pederasta Ray Milkeski en la red criminal. Consideraba que Lee Welch y sus hermanos estuvieron implicados en un círculo de pedófilos y que el sexo y las películas porno fueron los motivos para secuestrar a las niñas Lyon. Su teoría ponía el foco en Dick como inductor principal y en las facilidades de su casa de la Avenida Baltimore para mantener secuestradas y abusar de las dos niñas. La familia Welch sería cómplice y partícipe de las violaciones y asesinatos, tanto en la casa de Lee como en Taylor’s Mountain. 

Con todo, el caso se montó exclusivamente alrededor de Lloyd Welch ante la falta de pruebas fehacientes de la participación de más personas de su círculo familiar. Un caso que contaba, además, con la circunstancia de que no se habían encontrado ADN de las dos niñas, a pesar de los restos de sangre en el sótano de la casa de Lee y de un hueso en Taylor’s Mountain. Sin más evidencias que el testimonio de Lloyd, y a pesar de que varios de los implicados por este tuvieron que responder ante un gran jurado, en julio de 2015 Lloyd Welch fue acusado del secuestro y el asesinato en primer grado de Kate y Sheila Lyon.  

Lloyd Lee Welch en 1977.
Los interrogatorios a Lloyd en los meses siguientes desenredaron la madeja de mentiras y contradicciones en las que incurrió Lloyd desde 2013 (incluido el falso testimonio de 1975), y llevaron a la fiscalía a presionarle para que aceptara una declaración de culpabilidad; el propósito era evitar un juicio para el que no se contaba con los restos físicos de las dos niñas como prueba. Lloyd, con todo, fue paulatinamente consciente de que un juicio podía conducir a una condena a la pena de muerte, pues su testimonio y el de otras personas, por más mendaz y cambiante que hubiera sido, corroboraba su implicación en los crímenes contra las niñas Lyon. No se presentaron imputaciones contra los miembros supervivientes de la familia Welch, aunque las sospechas de su implicación permanecieron por parte del equipo de investigadores. Finalmente, en septiembre de 2017 Lloyd Welch se declaró culpable del asesinato en primer grado de las dos niñas y condenado a una pena de 48 años en una prisión de Virginia, a cumplir una vez terminara la pena por la que estaba encarcelado en Delaware. A la edad ya de sesenta años, Lloyd Welch pasará el resto de su vida entre rejas. 

Estamos ante un libro que en muchos aspectos tiene formato de novela de no ficción, a partir de los múltiples diálogos extraídos (y editados por el autor) de las cintas de vídeo de las sesiones de interrogatorios a Lloyd Welch. En la senda de A sangre fría de Truman Capote y La canción del verdugo de Norman Mailer, basadas en entrevistas a criminales como Perry Smith y Gary Gilmore, protagonistas respectivos de las dos obras (y que Bowden menciona en alguna ocasión), este libro indaga en la psique de un criminal y en el entorno en el que se crió y formó. En este caso se trata de una familia de hillbilies (paletos) de las montañas de Maryland y Virginia: pobres, sin apenas educación (no parece que algunos de ellos supieran leer y escribir) ni futuro, criados en un clima de violencia y abusos constantes (el incesto formaba parte de su “educación” sexual), los Welch se erigen en un clan de víctimas y posteriormente violadores y criminales. Los hombres repiten los abusos que sufrieron y las mujeres son, en algunos casos, encubridoras de los crímenes. En este entorno, Bowden reconstruye la vida de Lloyd hasta que, ya fuera por decisión personal o inducido por otros, secuestró, violó y asesinó, en solitario o con la complicidad de algunos de sus parientes, a las niñas Lyon. 

Los escenarios del caso (1). 
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De este modo, Bowden resigue las investigaciones del equipo de detectives del condado de Montgomery y las numerosas pistas que sobre el caso Lyon convergen: las motivaciones, las derivaciones a pedófilos condenados como Ray Mileski, la participación en el secuestro de las niñas Lyon de familiares de Lloyd –violadores en serie como Dick y Lee Welch, con referencias a abusos perpetrados anteriormente por ambos–, la implicación posible de Henry Parker o la finalmente descartada del primo Teddy Welch: él mismo un caso complejo: sufrió abusos por parte de su padre y mantuvo una larga relación (desde adolescente) con un pedófilo, Leonard Kraisel, finalmente condenado y que durante años mantuvo económicamente a Teddy, incluso cuando este se casó y formó su propia familia. El libro incide una y otra vez en los testimonios sesgados de Lloyd para tratar de desenredar la red de mentiras que creó: en cómo cambia su testimonio cuando se le hacen ver las contradicciones o en cómo, aprovechando los datos que Dave o Mark le suministran, «reescribe» su historia tratando siempre de apartarse del foco de atención con vaguedades («no recuerdo nada de esto», «estaba drogado entonces», «no estaba allí») que, progresivamente, son desmontadas por el equipo de investigadores. A la postre queda el retrato de alguien con una enorme capacidad para elaborar una historia compleja, a pesar de las lagunas en las que incurre, y que elude toda responsabilidad –siempre manipulado o aterrorizado por alguien–; alguien que busca la empatía hacia su persona y circunstancias, pero no la muestra por el destino de sus víctimas. 

Bowden incide, y este constituye el meollo del libro, en la construcción del criminal y en cómo la familia y el ámbito lo moldean: 
«Para mí las profundas cuestiones acerca del caso Lyon –¿quién pudo cometer tal crimen y por qué?– estaban contestadas en su gran mayoría- Lloyd Welch era la respuesta a la primera pregunta, incluso aunque no estuviera claro si había actuado en solitario. La respuesta a la segunda, a pesar de que intrínsecamente menos cierta, fueron la lascivia y la furia. Es muy fácil describir a Lloyd simplemente como un sociópata. Abandonado por una familia que abusó de él desde su más tierna infancia, fue una víctima antes de convertirse en un monstruo. Surgió de una peculiar subcultura estadounidense que en muchos aspectos el sueño americano dejó fuera, incluso cuando sus miembros caminaban por sus calles y buscaban trabajo en sus centros comerciales. Mucho había caminado en cuarenta años, muchos procedentes de familias de los Apalaches habían prosperado y clanes como los Welch difìcilmente son de las minorías más perseguidas en la historia americana, pero huellas de esa exclusión permanecen y aún generan rabia y resentimiento. El Lloyd Welch de dieciocho años fue un espécimen particularmente violento, alguien que sintetizaba los peores elementos absolutos de su educación y que atacó con una indescriptible crueldad. La culpa es suya, con toda justicia, pero el crimen refleja el mundo que lo creó» (p. 418, traducción propia). 
Los escenarios del caso (2). 
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Esta conclusión, hacia el final del libro, constituye uno de los principales alicientes de un libro de lectura adictiva y al mismo tiempo escalofriante por la «naturalidad» con que conciben los crímenes quienes los perpetran. La exhaustividad del caso, del proceso para rastrear y encontrar una «verdad» que parece elusiva (y en cierto modo es), convierten este libro en una obra relevante dentro del género de la antropología criminal y del estudio de la propia criminología a partir del periodismo. Como en anteriores libros de Bowden –Matar a Pablo Escobar (RBA, 2001), Black Hawk derribado (RBA, 2003), que dio pie a la película homónima de Ridley Scott, Huéspedes del ayatolá (RBA, 2008), sobre la crisis de los rehenes de la embajada estadounidense en Irán en 1979, The Finish: The killing of Osama bin Laden (Atlantic Monthly Press, 2013) y, recientemente, Hue 1968. El punto de inflexión en la guerra del Vietnam (Ariel, 2018)–, la maestría con la que éste narra y construye la historia de este caso es otro de los alicientes para aproximarse a este libro. Preciso, metódico, abriendo el objetivo de la cámara para mostrarnos el microuniverso social del que salió alguien como Lloyd Welch, Bowden logra que nos dejemos llevar por su narración, en el más puro estilo del periodismo de investigación. Casi parece que estemos «viendo» una película de género, El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1990), combinada con el rigor periodístico de Spotlight (Thomas McCarthy, 2016) y con personajes reales perfectamente caracterizados. Parafraseando el subtítulo original: es una obra maestra de la investigación criminal. 

Un libro, en última instancia, que nos revela esa «América profunda» –del mismo modo que crímenes locales que llenan los noticieros y programas sensacionalistas de las cadenas de televisión españolas en cuanto a la «España profunda» – que a menudo aparece en libros y películas; ese reverso de la sociedad en el que la miseria y la exclusión social son ingredientes para cocinar horrendos crímenes, y que no está demasiado lejos de nuestros propios hogares.

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