31 de julio de 2019

Reseña de Nein! Standing Up to Hitler 1935-1944, de Paddy Ashdown, con la colaboración de Sylvie Young

Nota: la lectura de este libro se realizó en noviembre de 2018.

Cuando hace algo más de un año tuve noticias de este libro, Nein! Standing Up to Hitler 1935-1944 (William Collins, 2018). buscando entre las novedades que Amazon UK anunciaba para aquel otoño, me picó la curiosidad. Al principio pensé que sería «otro» libro sobre el atentado de Stauffenberg contra Hitler en julio de 1944; y al leer los primeros capítulos, en los que se presenta a los tres grandes protagonistas de este libro (son muchos los actores que participan, pero estos tres siempre están presentes a lo largo de sus páginas), es decir, Carl Goerdeler, Ludwig Beck y Wilhelm Canaris, mis impresiones iniciales se enfriaron aún más. Sobre Canaris, el almirante y director de la Abwehr, el servicio de inteligencia militar alemán, entre 1935 y 1944, se ha escrito mucho en particular —en castellano, por ejemplo, contamos con El enigma del almirante Canaris: historia del jefe de los espías de Hitler de Richard Bassett (Crítica, 2006; original en inglés de 2005)—;  Beck y Goerdeler, el militar retirado y quien fuera alcalde de Leipzig hasta 1935, respectivamente, aparecen habitualmente en obras diversas sobre el Reich nazi. “Temí” pues, que el libro de Ashdown fuera más de lo mismo en relación con un tema como el del nazismo que, reconozcámoslo, “vende” mucho. Pero al cabo de apenas cien páginas ya estaba atrapado por una obra que, reconoce el autor, no aporta nada radicalmente nuevo, pero (afirmamos) lo cuenta todo muy bien.

Carl Goerdeler.
Cierto es también que el título del libro, incidiendo en la “resistencia” a Hitler durante una década, induce a una cierta confusión: ¿es un libro más sobre las conspiraciones contra Hitler o también uno que recoja grupos de resistencia civiles como La Rosa Blanca formado por los hermanos muniqueses Sophie y Hans Scholl? Sobre las conjuras contra el líder nazi precisamente Tusquets publicó también en otoño de 2018 el libro de Danny Orbach, Las conspiraciones contra Hitler, que, en gran parte, trata las mismas cuestiones (y los mismos personajes) que este libro de Ashdown. Al respecto de La Rosa Blanca, Ashdown menciona su triste final, pero, como el atentado de Georg Elser, en noviembre de 1938 (que también menciona), su interés no se centra en los grupos de resistencia o las acciones individuales de civiles. De hecho, Beck, Goerdeler, Canaris y Stauffenberg, de un modo u otro, son y serán protagonistas de obras sobre las conjuras contra Hitler y su círculo más cercano; lo que distingue a Ashdown de otras obras es que, además de esos personajes, añade otros que tampoco es que sean “nuevos”, pero sí suelen tratarse al margen: la red de espías que, bajo amparo de la Abwehr y en connivencia de los servicios de inteligencia militares rusos (la actual GRU) o tendiendo puentes con el MI6 británico, la inteligencia francesa o los servicios de espionaje suizos, trabajó (en paralelo) para socavar el régimen nazi. Destaca, y aquí sí que el libro aporta algo “nuevo” para un lector no especializado; en una nota para los lectores, en la página 315, Ashdown, no obstante, aclara:
«Pocos de los hechos de este libro son nuevos. En su mayoría son conocidos y en muchos casos se han publicado después de la guerra. Pero para los aliados fue un inconveniente en aquella época saber que siempre hubo “alemanes buenos”; y en la propia Alemania se consideró vergonzoso que algunos de los altos cargos contribuyeran a la derrota del país y a la muerte de tantos de sus jóvenes. En las décadas posteriores se han escrito numerosos libros que describen uno u otro aspecto de la resistencia al más alto nivel contra Hitler. Muchos de esos libros (y una película [Valkiria de Bryan Singer, 2008] tratan intentos de asesinar al Führer, otros trabajos describen la lucha de la resistencia para alcanzar una paz temprana con los aliados. Unos pocos libros, todos ellos menores y publicados en los años inmediatamente posteriores a la guerra, eligieron como tema a los espías utilizados por Canaris y sus conspiradores para hacer llegar secretos alemanes a los aliados. Este libro tiene como objetivo reunir todos estos hilos separados con el fin de proporcionar una panorámica completa de la resistencia contra Hitler al más alto nivel durante la Segunda Guerra Mundial» (p. 315, traducción propia).
Ludwig Beck.
Por un lado, tenemos las conspiraciones —de hecho, “la” conspiración, pues nunca cesó de ser la misma— que Beck y Goerdeler, además del general Erwin von Witzleben, prepararon desde 1938 para apartar a Hitler del poder (este era el propósito de Goerdeler, que apostó hasta prácticamente sus últimos meses de vida por un golpe no sanguinario), y que se vio impedida por diversos factores y, especialmente por los cambios constantes en el contexto internacional. No fue lo mismo preparar una conjura durante la crisis de los Sudetes (verano-otoño de 1938) que cuando se firmó el pacto de no agresión entre Alemania y la URSS (finales de agosto de 1939); no fue el mismo “clima” durante la conquista alemana de Polonia o cuando se preveía y más tarde tuvo lugar la guerra relámpago de Alemania contra Europa Occidental (primavera de 1940), ni tampoco cuando se desarrolló la Operación Barbarroja y la URSS fue invadida a finales de junio de 1941. Las circunstancias, además de los fracasos en los atentados, los miedos, las reticencias y las incertidumbres del amplio y diverso grupo de actores que participaron en la conjura contra Hitler, fueron cambiantes hasta que, en otoño de 1943, entró en liza Claus von Stauffenberg y apostó por un golpe directo contra Hitler y su cúpula en la Guarida del Lobo, en Prusia Oriental, conjuntado con una operación a gran escala (Valquiria) en el interior del Reich para desarbolar a las SS y la Gestapo, así como a los principales jerarcas nazis. En ese golpe lo fundamental era asesinar a Hitler (y a poder ser a Himmler, Göring y Goebbels) y utilizar el Ejército en Reserva para hacerse con los resortes del poder en Alemania e iniciar después conversaciones de paz con los aliados. Ashdown disecciona con detalle esta operación en el tercio final del libro, la que se desarrollaría en el año precedente al atentado del 20 de julio de 1944.

De hecho, un elemento que aparece a mitad del volumen (y deviene uno de los aspectos más interesantes del análisis de Ashdown), en la conjura del nivel más alto contra Hitler se produjo, ya en 1942 una dicotomía entre los líderes “veteranos” como Goerdeler y Beck, además de la connivencia más o menos activa de algunos mariscales de campo y generales en activo, y lo que el autor llama “los Jóvenes Turcos”:* hombres como Henning von Tresckow y, más tarde, el propio Stauffenberg (“fichado” por aquel), que apostaban por una acción más directa y dinámica; así, comenta Ashdown:
«[…] hubo una visión general entre algunos jóvenes oficiales en la Wehrmacht de que no se podía confiar en los “viejos” para la acción. Era hora de que una nueva generación aportara dinamismo y liderazgo a la resistencia anti-Hitler. Estos “jóvenes turcos” también vieron el acto de resistencia para abrir camino a una etapa de reforma y renovación que rompería con el pasado de Alemania. Eran más radicales, mucho más orientados a la acción, menos atrapados por la tradición y de lejos menos respetuosos con la jerarquía y los valores prusianos que sus mayores. En palabras del miembro del ministerio de Asuntos Exteriores Adam von Trott zu Solz, uno de los líderes de este grupo, la resistencia necesitaba “evitar cualquier indicio de ser reaccionaria, de ser propia de clubs de caballeros o de militares”» (p. 113, traducción propia).
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* En referencia al grupo de oficiales que se hicieron con el poder en el Imperio Otomano en 1908-1909, deponiendo al sultán Abdul Hamid II, y dirigieron el imperio durante la Primera Guerra Mundial (con el genocidio armenio de por medio). Hombres como Ismail Enver, Mehmed Talaat y Ahmed Djemal, o el futuro fundador de la Turquía actual, Mustafá Kemal Attaturk. Al respecto, resulta de obligada lectura La caída de los otomanos: la Gran Guerra en el Oriente Próximo de Eugene Rogan (Crítica, 2015; original en inglés del mismo año).
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Wilhelm Canaris.
También, y en relación con el axioma que Churchill y Roosevelt establecieron en sus primeros acuerdos (y a los que se sumaría Stalin desde 1941) sobre la “rendición incondicional” de Alemania como objetivo irrenunciable, el autor traza objetivos diversos entre los dos grupos en la conjura (pp. 199-200): así, Goerdeler y Beck, desde el fracasado intento de 1938, miraron de lograr un acuerdo de paz con los aliados “occidentales” (Reino Unido y Estados Unidos), mientras que algunos de los “Jóvenes Turcos”, que optaban por llegar a alguna alianza con Rusia (volviendo a la antigua tradición alianza terrestre decimonónica); los primeros anticipaban la inclusión de Alemania en una eventual “comunidad” de naciones democráticas liberales de la Europa Occidental (la Unión Europea), mientras que los segundos, curtidos en la guerra en el frente oriental, prefiguraban un acuerdo de paz con la Rusia de Stalin que sería una presencia constante en la Europa Oriental (como acabaría siendo el futuro Pacto de Varsovia).

Conviene destacar, como primera conclusión a tener en cuenta, que la conspiración que finalmente sería encabezada por Stauffenberg en su cuestión operacional en los diez meses anteriores al atentado de julio de 1944, no fue cosa de unos pocos militares, como explícitamente afirma Ashdown: «A principios de julio de 1944, tal vez hasta seis mil personas, incluyendo tres mariscales de campo, diecinueve generales, veintiséis coroneles, dos embajadores, siete diplomáticos, un ministro, tres secretarios de estado y el jefe de la policía de Berlín, estaban, de un modo u otro, implicados en el golpe de estado que lanzaría en el momento en que la bomba de Stauffenberg matara a Hitler» (p. 270). Todo ello da fe de hasta qué punto había “evolucionado” la conspiración que Beck y Goerdeler comenzaran a desarrollar desde el salón de la casa del primero, casi diez años atrás, cómo afectaba a muchísimas personas de las altas esferas del régimen, civiles y militares… y, paradójicamente por el detallismo de su organización (Goerdeler siempre llevó buena nota de ello), hasta qué punto la represión fue feroz en las semanas y meses posteriores al fracaso del golpe: los nazis tiraron del hilo del minucioso nivel de organización y arrestaron, enjuiciaron y ejecutaron a muchos de los implicados y sus familiares. En las páginas de su libro, Ashdown recoge también con minuciosidad cómo se gestó todo este entramado de resistencia al más alto nivel, lo cual constituye uno de los alicientes del volumen.

Alexander Sándor Rodá, "Dora".
Por otro lado, y aquí también reside otro de sus principales valores, el libro pone el acento en las redes de espías que trabajaron, en connivencia con los rusos —caso del grupo con el nombre en clave “Dora”, liderado por Alexander Sándor Radó (Dora es el anagrama de su apellido) y en paralelo con los Tres Rojos (Rote Drei, en alemán), la “sección” en suiza de la Orquesta Roja (Die Rote Kappelle), la red de espías alemanes comunistas, que contó con nombres como Allan Foote (“Jim”), Rachel Dübendorfer (“Sissy”) y Rudolf Roessler (“Lucy”), personajes muy presentes en este libro— o trabajando en la Abwehr bajo el mando de Canaris, como es el caso de Paul Thümmel, quien como doble agente también colaborara con el MI6 de Stewart Menzies, de Halina Szymańska, esposa del agregado militar polaco en Berlín (hasta septiembre de 1939) y que Canaris usó como enlace con los británicos; Madeleine Bihet-Richou, amante de Erwin von Lahousen (oficial de alto grado de la Abwehr (y participante en la conjura de Beck y Goerdeler), que espió para los servicios de inteligencia franceses. 

Gran parte del volumen sigue el rastro de estos múltiples espías con agenda diversa: su origen, captación por unos y otros, infiltración y desarrollo, en especial de la red que operó en Suiza. Ashdown analiza cómo los espías (y sus protectores) tuvieron que lidiar con un ambiente de tensión en el país alpino, que temió ser ocupado (como sus vecinos) por los alemanes y desarrolló una política firme en contra del espionaje. Los miembros de Dora y los Tres Rojos tuvieron que extremar su precaución para no ser descubiertos tanto por los alemanes como por las propias autoridades suizas. La caída de Dora, en el verano de 1943, pondría punto y aparte a la labor de unos espías que, los que pudieron escapar de los arrestos por parte de la policía suiza o finalmente fueron liberados (tampoco deseaba el Gobierno suizo indisponerse con la URSS), se trasladaron (o fueron trasladados a la fuerza) a Moscú o, en algunos casos, se refugiaron en Londres. Se pone también el acento en la labor del MI6 británico, comandado por Menzies, y la OSS estadounidense, antecedente de la CIA y con Bill “Wild” Donovan como su dirigente. Las redes que estos espías, en algunos casos protegidos por Canaris, permitieron que los aliados fueran conocedores de algunos planes militares alemanas: algunos no fueron creídos en su momento (la invasión de Dinamarca y Noruega en abril de 1940, sin duda por los efectos del incidente Venlo)** y en otros casos, como la Operación Ciudadela alrededor de Kursk (julio de 1944), sirvieron para desbaratar los planes de contraataque alemanes en Rusia.

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** En esta ciudad neerlandesa próxima a la frontera alemana el SD capturó a dos agentes del MI6 en noviembre de 1939, tras desarrollar una campaña de desinformación que despistó a los servicios de inteligencia británicos. El temor a que se repitiera el “incidente Venlo” hizo que a lo largo de la primera mitad de 1940 muchas informaciones que el MI6 recibiera por parte de los espías de Canaris o de las redes Dora y Lucy no fueran creídos desde Whitehall, temiendo que fueran acciones de desinformación alemana. Ello lastró la eficacia de la inteligencia aliada y le hizo equivocarse, como cuando no hicieron caso del plan de invasión de la Europa occidental a través del bosque de las Ardenas en mayo de 1940: la red de espías avisó con antelación de la ruta a seguir e incluso de las fechas precisas del ataque alemán. En Moscú, Stalin, un año después, y por motivos similares, a los que hay que añadir la negativa del líder soviético a creer que Hitler había roto el acuerdo firmado en agosto de 1939; a pesar de la verificada información que recibió de activos como Richard Sorge desde Japón, Stalin tachó estos informes de desinformación.
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En tercer lugar, y como último eje del libro, tenemos a Canaris, no estrictamente partícipe del grupo de la resistencia de Beck y Goerdeler, pero conocedor de sus planes, y que desde la Abwehr movió sus propios hilos para desvelar (a través de Halina Halina Szymańska, por ejemplo) al MI6 los planes militares de Hitler contra la Europa Occidental o incluso la Operación Barbarroja. Canaris desarrolló su propia agenda de resistencia antihitleriana “desde dentro”, utilizando los resortes de la inteligencia militar alemana y sus buenas relaciones (hasta cierto punto) con algunos de los jerarcas nazis (Himmler y Heydrich, especialmente), a pesar de que paulatinamente su influencia fue menguando: la Abwehr sería visto por el servicio de inteligencia de las SS (Sicherheitsdienst o SD) como un rival: avanzado 1943 Canaris era muy consciente de que su libertad de movimientos era cada vez más limitada y, cuando finalmente la Abwehr fue suprimida (en beneficio de la Oficina Central de Seguridad del Reich, la Reichssicherheitshauptamt), en febrero de 1944, su propia libertad física estuvo amenazada. Canaris sería finalmente arrestado tras el atentado de Stauffenberg, procesado y ejecutado en abril de 1945, pocas semanas antes del fin de la guerra.

Claus von Stauffenberg.
Con todo ello, el libro de Ashdown (con la colaboración de Sylvie Young) deviene un interesantísimo volumen sobre el espionaje y la resistencia “desde dentro” a Hitler y el régimen nazi, especialmente a partir de la invasión de la URSS en junio de 1944. Lo que hasta entonces fue una conjura de civiles y militares (retirados y en activo) para apartar a Hitler del poder y llegar a una paz con los aliados, una vez fueron conocedores (y de primera mano en muchos casos) de los crímenes en el Este (si es que la conquista de Polonia en septiembre de 1939 no fue un claro anticipo) se convirtió en un programa para cambiar radicalmente Alemania. Unos —el círculo de Beck y Goerdeler, además del llamado “círculo Kreisau”, un movimiento de resistencia civil en paralelo al anterior y encabezado por Helmuth James von Moltke— desde la tradición, los valores prusianos y una concepción (más o menos elástica) del conservadurismo liberal; otros desde postulados más “diversos” y de, si se me permite la expresión, “acción directa”. Unos, como Goerdeler, con una concepción naíf del golpe (consideraba que no era necesaria la eliminación física de Hitler); otros, como Tresckow y Stauffenberg, “costara lo que costara” y liquidando de raíz a la jerarquía nazi. Para todos ellos, incluido Canaris, los crímenes nazis en la Europa oriental ocupada eran una mancha imperecedera en la población alemana, una culpa que no podrían borrar si permitían que Hitler continuara siendo el Führer del Reich. Todos ellos recibieron el auge de Hitler a la cancillería en enero de 1933 y su posterior asunción de la jefatura del Estado con los brazos abiertos, pero la deriva imperialista del líder nazi (el Anschluss austriaco, el asunto de los Sudetes en Checoslovaquia, los planes para conquistar un espacio vital [Lebensraum] en el Este a costa de millones de vidas… como así fue) crearía un progresivo desapego y la concepción de una conjura que, con apoyo de destacados altos mandos de la Wehrmacht, en noviembre de 1938 tuvo su oportunidad pero por cobardía e indecisión no se pudo o quiso concluir.

La narración cronológica, recogiendo la década entre los primeros movimientos de disensión (la renuncia de Goerdeler a la alcaldía de Leipzig en 1935) y el atentado de Stauffenberg en julio 1944, resigue las diversas etapas de la conjura contra Hitler y, al mismo tiempo, la agenda propia de Canaris y la labor de los espías a su servicio y al de potencias extranjeras (esencialmente, la Unión Soviética). El libro deviene un adictivo volumen a medida que pasan las páginas, en ocasiones casi parece que estemos leyendo de lo mejorcito del género de espías, y se muestra con detalle las acciones de resistencia al régimen de Hitler y a diversos niveles. Decir que la lectura es amenísima (además de asequible para lectores de todo tipo) quizá sea quedarse corto. Aporta también Ashdown algunas interesantes y matizadas conclusiones alrededor de la política de apaciguamiento de Chamberlain (y la mayor parte de la sociedad británica) en la década de 1930 y hasta qué punto no se pudo detener la deriva imperialista y criminal de Hitler en 1938-1939, justo antes del estallido de la guerra.

Cabe señalar alguna imprecisión conceptual por parte de Ashdown: «the National Socialist Democratic Party – known by its shortened version, ‘Nazi’» (p. XXVII del prólogo): el nombre oficial del partido es Nationalsozialistische Deutsche Arbeiter Partei, o Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán en castellano. «Democratic» no es lo mismo que «Obrero» (Arbeiter). Pero supone esta una excepción a la calidad expositiva y documentada del autor (y su colaboradora).

En conclusión, estamos ante un espléndido libro que puede parecer que nos ofrece más de lo mismo (y es cierto como se ha comentado, no hay novedades), pero que sabe trenzar con buen estilo y pulso narrativo un rico tapiz alrededor de los movimientos y acciones de resistencia, “desde dentro” y al más alto nivel, al régimen de Adolf Hitler. Reúne informaciones que a menudo aparecen dispersas (el espionaje, especialmente las redes en Suiza, quizá lo más “novedoso” para un lector no especializado) y trata con amplitud el origen, alcance y desarrollo de la conjura de Stauffenberg (Operación Valquiria), que a su vez cabe insertar en un extenso y variado grupo de resistentes desde mediados de los años treinta.

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