Nota: reseña a partir de la lectura del original en inglés, What a Fish Knows: The Inner Lives of Our Underwater Cousins (Scientific American / Farrar, Straus and Giroux, 2016)
Disculpe el lector de esta reseña si comienzo con una “historia” personal. Cuando debía de tener unos 10 años de edad, mi padre, que veía que solía leer por costumbre, me regaló un par de libros que compró de oferta en los antiguos grandes almacenes Simago de Barcelona. Aún no conocía mis intereses (¿qué puede interesar en libros a un chaval de 10 años?, se preguntaría), así que debió de apostar por lo que vio en las cubiertas: uno de los dos libros era sobre peces y animales marinos, una especie de enciclopedia para todos los públicos sobre el mundo submarino; el otro volumen, un libro sobre los viajes del comandante Cousteau. Nunca he sido un lector aficionado a temas de naturaleza y fauna, y el segundo libro lo hojeé, observando sus imágenes, pero no le hice mucho más caso: ya entonces los documentales de Jacques Cousteau, con los que nos criamos los que crecimos en las décadas de 1970 y 1980, me aburrían soberanamente (de hecho, nunca he disfrutado viendo a animales en un zoo, ni siquiera cuando era pequeño). Pero por aquellas fechas, y eso sí lo recuerdo vivamente, había leído algunas novelas de Jules Verne en versión abreviada para niños; en particular, Veinte mil leguas de viaje submarino, por lo que el primer libro de los que me regalara mi padre sí lo devoré con toda la pasión que puede ponerle un chaval de esa edad. Como decía, no soy un lector ni interesado especialmente ni mucho menos avezado en temas de naturaleza, pero la lectura de este libro de Jonathan Balcombe, al margen de recordarme aquellos momentos de infancia, sí me ha resultado especialmente interesante y, para alguien con una formación “en letras”, muy instructivo y a un nivel en el que podía seguir lo que desarrolla el autor sin percibir ninguna carencia intelectual.
El ingenio de los peces (Ariel, 2018) es el libro de un etólogo que sabe combinar su especialidad con un estilo de altísima divulgación que por estos lares nuestros cuesta a veces encontrar en un autor. Reconozcámoslo, la alta divulgación no es algo que abunde (una crítica que siempre hago a la divulgación en temas de historia, por ejemplo, es que a menudo se cae en la “divulgarización) y, al margen de especialistas como Juan Luis Arsuaga, José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell en prehistoria, o Eduardo Punset en física o matemáticas (aun siendo jurídica su formación), no tenemos actualmente un Cousteau –o, mejor dicho, un Félix Rodríguez de la Fuente, que sería el paradigma hispano– en temas de ciencias naturales. Quizá por ello libros como el de Balcombe, y con ella anticipo una conclusión, sobre los peces (todo un universo en sí mismo) pueden encontrar su espacio en el mercado hispano; y libros enfocados hacia la alta divulgación o, como es el caso de este en particular, hacia un storytelling sobre el mundo submarino.
Jonathan Balcombe. |
Estamos ante un libro muy ameno y asequible sobre el universo de los animales vertebrados acuáticos, tanto de agua salada como dulce, ya sea con esqueleto (raspas y espinas) o con cuerpo cartilaginoso. No es un tratado propiamente enciclopédico en el que se distingan especies, sino un libro que nos “cuenta” (y es importante el matiz) las vidas “interiores” de los peces; para entendernos, Balcombe sitúa al lector en lo que un pez –cualquier pez– percibe con sus sentidos, lo cual significa ir más allá de lo que “ve”, “huele”, “saborea” o “toca”, pues también interesa lo que un pez “siente” a nivel térmico, “presiente” como una amenaza (los depredadores, si él mismo no lo es) o incluso “comprende” en relación con sus semejantes de tamaños y fisiologías diversas. De hecho, y como se detalla en los diversos capítulos del libro, siendo cada uno un tema diferente, Balcombe nos explica cómo –y no “si”– un pez puede “sentir” el dolor o hasta qué punto es “consciente” del dolor o de otros sentimientos que asociamos casi en exclusiva a la especie humana y que en ocasiones también extendemos a animales “cercanos” como perros, gatos, pájaros domésticos, etc.
¿Es “consciente” un pez del mundo que le rodea más allá de funciones cognitivas básicas? ¿Puede un pez “empatizar” no sólo con miembros de su propia especie sino incluso con los humanos? ¿”Reconocen” a los humanos como tales y entablan “relaciones” con ellos? ¿Sienten “amor” los peces, por ejemplo? ¿Y son capaces de llegar a un “orgasmo” en las funciones meramente reproductoras relacionadas con sus órganos sexuales? Tirando de este hilo, Balcombe se hace y responde preguntas de todo tipo: ¿hay comportamientos “maternales” (o “paternales”) más allá de la protección de sus crías? ¿Existe un “código de conducta” entre peces que les permita “saber” lo que está “socialmente aceptado” en su especie y en relación con otras? ¿”Juegan” con sus congéneres? ¿Y con los humanos? Es más, y yendo hacia cuestiones que de entrada no nos podríamos preguntar, ¿pueden “pensar” los peces, siendo el tamaño de sus cerebros tan reducido en sus cuerpos? ¿Hasta qué punto se puede hablar de peces con un cierto grado de “inteligencia”? ¿Son capaces, y en función de las capacidades de su propia anatomía (boca, aletas, cola, extremidades, etc.), “utilizar” objetos de manera consciente? ¿”Colaboran” entre ellos por un “bien común”? En última instancia, ¿qué hay en los peces que habitualmente asimilamos de manera exclusiva con los seres humanos que pueda servirnos para “conocerlos” mejor? A fin de cuentas, el consumo de pescado se ha duplicado en las últimas cinco o seis décadas, comenta el autor, e incluso hay cada vez más una preocupación por el “bienestar”, la conservación y (los hay que lo dirían) los “derechos” de los peces como animales.
Son muchas las cuestiones que plantea Balcombe en un libro que está lleno de historias relacionadas con peces. Historias personales, de casos de estudio en libros y proyectos científicos, de personas que conviven con peces, de anécdotas y experiencias que le han explicado, etc., y que nutren un volumen que se pone a ras de suelo (o de agua, en este caso) para ilustrar mil y un aspectos relacionados con la ictiología; con los peces, sin entrar en especialidades científicas, y sobre lo que ellos mismos “relatan” con su comportamiento, su fisiología, sus capacidades reproductoras, depredadoras (o de defensa, en caso contrario). El libro parte de lo más básico, fisiológico –qué y cómo ven, incluso en las profundidades marinas, adonde no llega la luz del sol; hasta qué punto tienen agudizados sentidos como el del oído, el olfato y el tacto, pasando por la capacidad para mantener la temperatura corporal en aguas muy frías (¿son animales de “sangre fría”, como suele decirse?)–, para ampliarse a aspectos más de corte “social” e incluso (valga la paradoja) “antropológico”, relacionados con el comportamiento, el pensamiento o una sexualidad que puede ir incluso más allá de lo meramente reproductivo: hay, por ejemplo, peces que combinan en sí lo “masculino” y lo “femenino”, el macho y la hembra, incluso en lo reproductivo, o que también pueden fecundar sus propios huevos mediante la partenogénesis, sin necesidad de un semen “masculino”.
En un último capítulo, Balcombe escribe (y piensa y actúa) como un científico preocupado por la conservación del medio ambiente (y de las consecuencias del cambio climático) y sobre los límites de la pesca (hasta qué punto consumimos más peces de los necesarios sin poner en riesgo la supervivencia de una especie), el sufrimiento de los peces con determinadas maneras de capturarlos y llega también a una conclusión que ya anticipaba en las primeras páginas: sabemos cada vez más sobre los peces, pero lo que sabemos es una parte muy pequeña y es mucho más lo que no sabemos; del mismo modo que sabemos muy poco de la vida de los peces en las profundidades marinas –de hecho, apenas se conoce un pequeño porcentaje de lo que hay más allá de los dos mil o tres mil metros de profundidad–, cada año aparecen más especies “nuevas”, aunque se consuma (y desperdicie) más y más pescado para consumo humano. Es mucho lo que sabemos de los peces, pero también lo que no aún no sabemos, y esa es quizá una de las conclusiones del libro: que despierta la curiosidad entre los lectores y les abre el objetivo de la cámara, siendo más amplia (y diversa) la panorámica que observan en torno al mundo de los peces.
En conclusión, estamos ante un libro muy interesante y de lectura amena (sin perder el rigor), e ideal para lectores interesados en los peces, ya sea desde los que lo hacen como interés en las ciencias naturales, los que no se aburrían (sino todo lo contrario) con los documentales de Cousteau o los que simplemente se dejan seducir por los muchos y diversos peces que aparecen en Buscando a Nemo (y su secuela, Buscando a Dory) de Pixar. Entre otros muchos lectores, claro está.
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