He de reconocer que cuando empecé a leer este libro no sabía quién era el Maestro (“Meister” en alemán) Eckhart de Hochheim (c. 1260-1328), pero sí conozco el período –las décadas finales del siglo XIII y las primeras del XIV– en el que vivió y el contexto (político, social, religioso) que le rodeó y con el que, a menudo, tuvo que lidiar. Y la conexión de la vida y obra de este personaje con el contexto en el que se ubicó hace especialmente interesante a un libro algo denso en cuanto a la glosa de la filosofía cristiana de Eckhart, pero muy sugerente en cuanto al clima religioso (y de fondo político) del período. Y es un período muy interesante, que ya tratara, al menos para la segunda mitad del siglo XIII, Steven Runciman en su clásica obra Las vísperas sicilianas (1958), recuperada por Reino de Redonda en 2009 (primera edición en castellano: Alianza Editorial, 1979): las disputas entre Imperio – Federico II Hohenstaufen y sus sucesores, especialmente Manfredo en Sicilia, y el Papado–, el Interregno imperial (hasta la elección de Rodolfo I de Habsburgo en 1273), las largas consecuencias del Concilio de Letrán IV impulsado por Inocencio III a principios de ese siglo (fundación de las órdenes mendicantes de dominicos y franciscanos, persecuciones de los cátaros, en primer lugar, y después de otros movimientos apostólicos considerados herejes), el rol de las beguinas y de movimientos como los Hermanos del Espíritu Libre (“Free Spirit” en el libro), que se mantendrían hasta el siglo XVI; el juicio y persecución de los templarios por parte de Felipe IV de Francia a principios del siglo XIV (y sus pugnas con el papa Bonifacio VIII), el traslado del Papado a Aviñón (la “cautividad babilónica del Papado”, como Dante y otros otras la definirían) y el cisma de la Iglesia durante la mayor parte de esta centuria (y que llegaría a su clímax con la existencia de tres papas en las primeras décadas del siglo XV). Y todo esto antes de la extensión de la Peste Negra, en 1346-1350, que Eckhart no llegó a conocer.
Joel F. Harrington. |
La figura del Meister Eckhart es muy interesante para situarnos de pleno en esas décadas, entre 1360 y 1330, y sobre todo en el clima religioso, que Joel Harrington desarrolla en la primera parte de su libro, Dangerous Mystic. Meister Eckhart’s Path to the God Within (Penguin Press, 2018). Las órdenes mendicantes, dominicos (a la que perteneció Eckhart) y franciscanos, impulsó una nueva evangelización de la fe cristiana, un afán por la predicación (más que por el estudio de la teología en los conventos y monasterios) que llegase a la gente común. Los dominicos, con especial énfasis, los llamados “frailes negros” (por la vestimenta), hicieron especial hincapié en la cuestión de la predicación, tema que el autor de este libro trata con bastante detalle. Frente a movimientos heréticos como los cátaros, los valdenses y los bogomilos, la Iglesia católica echa mano del palo (la Inquisición) y la zanahoria (la predicación). Una predicación que se hará extensiva a una orden como la de los dominicos en plena expansión en tierras del Sacro Imperio Romano Germánico a lo largo del siglo XIII. Eckhart, hijo de un noble de Turingia, entró en la orden y pronto logró establecerse como una figura con una gran proyección, pudiendo alcanzar la jefatura de la misma de habérselo propuesto. Pero fue el trabajo intelectual lo que llenó la mayor parte de la vida de este personaje y que Harrington analiza a fondo en el núcleo de su trabajo.
Eckhart fue deudor de las grandes figuras del pensamiento escolástico medieval, como Juan Escoto Erígena, Tomás de Aquino y Alberto Magno, pero también tuvo una enorme predilección por las obras de Agustín de Hipona. Su mentalidad, más o menos “abierta” (lo que posteriormente le causaría problemas), le hizo echar mano de los grandes autores clásicos: Aristóteles, especialmente, recuperado a lo largo del período medieval, y los neoplatónicos (Plotino, por ejemplo). Pero también insertó en sus obras el pensamiento (o al menos se dejó influenciar) de autores islámicos como Avicena o de judíos como Maimónides, En el núcleo de su trabajo intelectual, Eckhart dio vida a un pensamiento místico sobre el desapego (“letting-go-ness”, como lo define Harrington), un acercamiento a Dios que impulsaba al creyente a acercarse a la divinidad despojándose de todo lo superfluo, de la voluntad incluso (hay un debate al respecto del libre albedrío en este libro que en cierto modo recuperarán Lutero y los protestantes dos siglos y medio después). También elaboró toda una disquisición filosófica sobre el origen del mundo y de la palabra (el “Verbo” de Dios (“el nacimiento divino”), quizá algo densa para un lector profano en la materia. El pensamiento de Eckhart se recoge de su obra dispersa (sus sermones, sobre todo) y en el análisis de un proyecto de una “Suma” teológica que habría de superar la de Tomás de Aquino, el Opus tripartitum, que no llegó a completar, y algunos tratados menores. Como estudiante y más tarde profesor en la Universidad de París (el primer fraile alemán en hacerlo), en dos momentos a finales del siglo XIII y principios del XIV respectivamente, Eckhart pudo desarrollar con más detalle sus trabajos filosóficos (mediante disputationes con alumnos y profesores de este centro).
Escultura dedicada al Meister Eckhart en Bad Wörishofen, Baviera. |
Lo que hace particularmente interesante este libro, más allá de la glosa y análisis de la filosofía cristiana (y la mística) de Eckhart, es su encaje en el clima religioso del período: la predicación (y expansión) de la orden de los dominicos por el Imperio Germánico, las pugnas con algunas figuras preponderantes de la Iglesia (no sólo el Papa), como el arzobispo Heinrich de Colonia, que jugaría un papel determinante en las acusaciones y juicio contra Eckhart en sus últimos años de vida. Harrington trata la cuestión de las beguinas (en Estrasburgo, por ejemplo, donde estuvo destinado Eckhart durante unos años) y el rol de las mujeres religiosas en una Iglesia que solía verlas más como un peligro (la amenaza de la herejía) que como una parte del todo. La mística, que posteriormente encontraremos en santa Teresa de Jesús o san Juan de la Cruz, tiene un papel en figuras femeninas del período, como, por ejemplo, el caso de Marguerite Porete, beguina condenada a muerte en 1310.
Eckhart no compartía el mismo pensamiento que las beguinas, pero en su mística, y en el mensaje que predicó en sus sermones, sí hubo alguna influencia, además de que se mostró bastante flexible con dicho movimiento; todo ello, como se detalla en la cuarta parte del libro, alimentaría las acusaciones contra él emprendidas y el juicio en Aviñón en 1327-1328 y cuya resolución no conoció Eckhart. A su muerte la condena papal se detuvo en parte, pero permaneció una sombra sobre la obra de Eckhart. Con todo, en las décadas posteriores su obra influiría en otros autores, siendo precursora de la corriente de la Devotio Moderna, desde finales del siglo XIV, y posteriormente en los protestantes (aunque Lutero rechazó las conexiones con el pensamiento del judío Maimónides). Hasta qué punto la obra de Eckhart gozó de cierto prestigio, a pesar de la condena eclesiástica sobre parte de la misma, podemos comprenderlo por el hecho de que no fue incluida en el Índice de Libros Prohibidos del Vaticano a mediados del siglo XVI. La rehabilitación de Eckhart llegaría en un dictamen de la Congregación de para la Doctrina de la Fe en 1992, a cargo del cardenal Joseph Ratzinger, futuro papa Benedicto XVI.
El Portal del Meister Eckhart en la iglesia de Erfurt. |
¿Por qué resulta tan interesante este libro y por qué debería tener una traducción por nuestros lares? No tanto por el análisis del pensamiento del Meister Eckhart (que también), como por la manera en que Joel Harrington nos “traslada” a ese período medieval: el clima religioso, sí, las semillas de la futura Reforma y la crisis de un Papado durante el período de Aviñón (preludiado en este volumen). También por la visión del contexto del París del reinado de Felipe IV, de su universidad y de cómo era estudiar en un centro de prestigio (y en momentos complicados), y la labor de los predicadores dominicos en diversos lugares del Sacro Imperio Romano Germánico, de Erfurt (donde Eckhart fue prior) a Estrasburgo o Colonia. Por el tratamiento de los movimientos apostólicos que se desarrollaron en la época (cátaros al margen) y por el énfasis en las beguinas, su labor social por los desamparados y las bases de la mística contemplativa que algunas de ellas desarrollaron y que conectaron, hasta cierto punto, con la propia mística de Eckhart; no en balde, el Meister sería uno de las figuras de la “mística renana”, movimiento espiritual que también fue desarrollado a lo largo del siglo XIV por dominicos como Johannes Tauler y Heinrich Suso [Seuse, en origen]. Todo ello nos permite aproximarnos a esta época a menudo dejada en un segundo plano entre la obra de Tomás de Aquino en el siglo XIII y la recuperación del pasado clásico y la huella de la Devotio Moderna desde el siglo XV. Un intersticio, pues, que vale la pena desarrollar.
Ante lo comentado, y a pesar de que es cierto que las partes del libro dedicadas a analizar la obra de Eckhart pueden resultar algo densas, estamos ante un libro muy sólido, muy sugerente y que permite conocer con detalle una época y el contexto político, social, religioso y espiritual a partir de la biografía de un personaje no poco conocido por nuestros lares. Sólo por ello, y no es poco, ya vale la pena este libro.
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