Mostrando entradas con la etiqueta Críticas de cine. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Críticas de cine. Mostrar todas las entradas

9 de junio de 2019

Crítica de cine: Klimt & Schiele, eros y psique, de Michele Mally

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.


Nota: este documental llega a las salas de cine como evento cinematográfico. Exhibidores como Yelmo, Grup Balañà y los Cines Verdi en Barcelona, lo emitirán los días 10 y 11 de junio, vinculado a una programación cultural especial; consúltese también en FilmAffinity para saber en qué otros cines se emitirá.


Gustave Klimt, Egon Schiele, Otto Wagner, Koloman Moser, Wilhelem List… son artistas que tienen algunas cosas en común. Para empezar, todos, de un modo u otro y con mayor o menor influencia, participaron en el movimiento artístico vienés conocido como la Secesión, fundado en 1897 y que trató de romper (el nombre era más que evidente) con un estilo artístico que consideraban estanco e incluso decadente, y pretendían especialmente renovar las artes en sus diversas vertientes: la arquitectura, la pintura, los carteles o la joyería y la artesanía, pasando por aplicaciones prácticas como el menaje de hogar o incluso las sillas. Encuadrado en el marco del modernismo, como gran movimiento artístico del período (con el Art Noveau como etiqueta que ha quedado ya fijada), y durante los años que son conocidos como la Belle Époque, que transita grosso modo entre la década de 1870 y el inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914. Por otro lado, todos ellos fallecieron en 1918, en algunos casos a raíz de la pandemia de gripe, la mal llamada “gripe española”, que se extendió por prácticamente todo el planeta entre ese año y finales de 1920. Schiele, el más joven de todos ellos (apenas tenía 28 años cuando murió) falleció a causa de la gripe tres días después que su pareja, Edith, embarazada, el 31 de octubre de 1918. Con él murió una época en Viena, si es que los estragos de la Gran Guerra no la habían finiquitado un poco antes.

2 de junio de 2019

Crítica de cine: Rocketman, de Dexter Fletcher

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

Cuando se estrenó Bohemian Rhapsody (Bryan Singer [y Dexter Fletcher], 2018) las salas de cine emitieron entre los tráileres previos a la película un primer avance de Rocketman, película que aún tardaría siete meses en llegar a la gran pantalla. Fletcher se puso detrás de la cámara (esta vez desde el principio, sin tener que sustituir a nadie) y realizó una película que, con guion de Lee Hall, recrea la biografía de Reginald “Reggie” Kenneth Dwight (nacido en 1947), conocido en todo el orbe como Elton John, desde su infancia y hasta algún momento de los años ochenta; de hecho, el film se cierra con una versión “fílmica”, clavada al original, del videoclip que se grabó en Cannes para el tema “I’m Still Stand In”, grabado en 1983. 

[Nota curiosa: Taron Egerton, actor protagonista de este filme, ya hizo una versión de esta canción para la película de animación ¡Canta! (2016). Estaba destinado a interpretar a Elton John, sin duda, y quizá sea esa capacidad canora, junto con un cierto parecido físico, aunque a diferencia de Rami Malek en la película sobre Freddie Mercury, le sobra volumen respecto al Elton John de aquellos años setenta y ochenta.]

11 de mayo de 2019

Crítica de cine: La tragedia de Peterloo, de Mike Leigh

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

Es probable que muchos que no conozcan al detalle la historia del Reino Unido busquen en Google la palabra Peterloo cuando la escuchen o sepan del estreno de este filme (me temo que para muchos de los hijos de la Gran Bretaña tampoco signifique demasiado hoy en día). Fue una masacre que sucedió en un espacio abierto de Manchester, St Peter’s Field (actualmente es una plaza), el lunes 16 de agosto de 1819 (este año se conmemora el segundo centenario del acontecimiento). Se había convocado a miles de personas para escuchar a un orador procedente de Londres, Henry Hunt, y los temas a tratar eran diversos: las Leyes de Cereales –Corn Laws; por cierto, qué mal traducido corn como «maíz» en los subtítulos de la película, cuando en el inglés británico significa cereal en general– aprobadas en 1815 y que imponían aranceles a la producción importada, a la vez que repercutía en los consumidores, que debían hacer frente a la consecuente subida de precios; las pésimas condiciones laborales en las fábricas de Manchester, ciudad que ya era uno de los espolones de proa de la Revolución Industrial en el Reino Unido; o el hecho de que la propia ciudad, una de las más populosas del país, no tuviera un representante en la Cámara de los Comunes –a diferencia de los llamados «burgos podridos» (rotten boroughs), vetustas poblaciones que cada vez estaban cada vez más despobladas y que desde siglos atrás eran las que tradicionalmente enviaban diputados. Las demandas de regular el mercado de cereales y de una reforma electoral que se amoldara a los nuevos tiempos (y con un sistema electoral censitario que dejaba fuera a la mayor parte de la población británica) se unieron al hambre y un aumento del desempleo, consecuencia también de la desmovilización de tropas tras el final de las guerras napoleónicas en 1815. La población británica lo estaba pasando mal, pero el Gobierno de Su Majestad –un Jorge III incapacitado (moriría en 1820) y un príncipe regente (futuro Jorge IV) abotargado y preocupado exclusivamente por sus placeres–, presidido por el conde de Liverpool apostó por la represión ante lo que consideraba un clima de creciente insurrección.

5 de mayo de 2019

Crítica de cine: Leonardo V Centenario, de Francesco Invernizzi

Nota: este documental llega a las salas de cine como evento cinematográfico. Exhibidores como Yelmo, Grup Balañà y los Cines Verdi en Barcelona, lo emitirán los días 6 y 7 de mayo, vinculado a una programación cultural especial; consúltese también en FilmAffinity para saber en qué otros cines se emitirá.

Esta semana, concretamente el 2 de mayo, se cumplieron quinientos años de la muerte de Leonardo da Vinci (1452-1519), uno de esos genios que a lo largo de la historia lograron destacar en prácticamente en cualquier disciplina en la que trabajaron; para el caso del personaje en cuestión, tenemos que se dedicó a la pintura, la escultura, la arquitectura y el urbanismo, indagó en la anatomía, la ingeniería y la botánica, y cultivó también la poesía, la música y la música, y probablemente nos dejemos algo más en el tintero. Desde luego, la etiqueta de «hombre del Renacimiento» se le queda corta. Y es que Leonardo era un curioso por encima de todo y muchos de sus dibujos conservados son una buena muestra de aquellas materias del conocimiento que trabajó a fondo, llevado por esa curiosidad y por el sueño de llevar al ser humano hacia adelante. La Última Cena (c. 1495-1498) y La Mona Lisa –o La Gioconda– (c. 1503-1519) constituyen dos piezas únicas en la historia del arte y son quizá dos de sus obras que nos vienen a la cabeza cuando pensamos en su nombre; y añadiríamos a una lista de cuadros suyos obras como La dama del armiño (1490), La Virgen, el Niño Jesús y Santa Ana (c. 1510-1513), el San Juan Bautista (c. 1508-1513) o La Anunciación (1472-1473), pintura de su período de formación y que nos sirve para, en comparación con sus óleos posteriores, comprobar hasta qué punto evolucionó Leonardo en su arte.

4 de mayo de 2019

Crítica de cine: El bailarín, de Ralph Fiennes

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

En español tenemos la expresión «ser un mirlo blanco» para referirnos a alguien cuya rareza brilla entre lo común; los rusos utilizan una expresión parecida, «cuervo blanco» (belaya borona) y básicamente significan lo mismo. Con algún matiz, desde luego: para los rusos, la rareza de este cuervo blanco se asimila a la originalidad, la transgresión, la irreverencia incluso. Pocos dudarán –algunos echamos la memoria atrás y recordamos sus últimos años de vida, ya enfermo de sida– que Rudolf Nuréyev (1938-1993) era la encarnación del cuervo negro precisamente por esto último: su desafío a la autoridad, su manera de transgredir las normas de una Unión Soviética que trató de atarle corto (sin conseguirlo, desde luego) a la par que reconocía e incentivaba su talento, y su carácter explosivo, tiránico incluso, hacia los demás (superiores incluidos). Alguien capaz de exigir que se le cambie de profesor en la academia de danza porque no quiere amoldarse a los métodos del que se le ha asignado (a él y al resto de bailarines). Alguien que hacía buenas migas con los extranjeros, a diferencia de los demás miembros del Ballet Kirov, que se mantenían aparte en los encuentros con otras compañías de danza. Alguien que paseaba por las calles de París y conocía de cerca sus monumentos tras retar los horarios impuestos por unos comisarios políticos de la propia compañía que le dejaban volar suelto (no sin que un par de agentes de la KGB siguieran sus pasos). En definitiva, Nuréyev era un cuervo blanco.

1 de mayo de 2019

Crítica de cine: Vitoria, 3 de marzo, de Víctor Cabaco

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

Para ese “revisionismo” de barra de bar muy de moda hoy en día (pónganse los ejemplos que se considere), la lucha obrera es una cosa del pasado, tan desfasada como los sindicatos. Al margen de la mala imagen (o incluso la utilidad) que puedan tener las centrales sindicales en la actualidad, negar que los avances sociales y laborales no han venido otorgados, sino que ha habido que luchar por ellos desde hace mucho tiempo, supone no ver el presente con la perspectiva que supone echar la vista al pasado y comprenderlo. Supone no conocer la historia de un movimiento obrero cuyos logros hoy en día disfrutamos todos y que afectan a nuestro día a día: la jornada de ocho horas, el día de fiesta semanal, un salario estable, las vacaciones pagadas, etc., y por poner algunos pocos ejemplos que damos por sentados, no se consiguieron por que sí, sino que fueron fruto de una lucha obrera para conseguir unos derechos laborales que la patronal (y los Gobiernos) no iba a dar tan tranquilamente, sino que había que arrancarles y negociar constantemente. Esto no es demagogia, es historia, pues también remite a derechos que hoy en día damos por seguros como los de reunión, manifestación y huelga, y más en unos tiempos en los que estos derechos estaban vedados en la sociedad española; unos derechos por los que también hubo que luchar durante la dictadura franquista. Quizá por ello una película como Vitoria, 3 de marzo, y al margen de las virtudes y defectos cinematográficos que pueda tener, deviene necesaria. Y además recupera un episodio de violencia que ha quedado impune de una Transición que aún estaba en pañales. 

29 de abril de 2019

Crítica de cine: Gracias a Dios, de François Ozon

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

Quienes nos acercamos siempre con interés al estreno de una película de François Ozon, que ya va dejando atrás la etiqueta de enfant terrible del cine francés, hemos quedado sorprendidos con el cambio de registro del director galo en Gracias a Dios. Y en cierto modo resulta algo lógico: el tema, los abusos a niños durante años por parte de un sacerdote y que ha convulsionado a la sociedad del país vecino, requiere que quien está tras la cámara –autor de películas interesantes y a menudo más centradas en la forma que en el fondo, como Swimming Pool (2003), Ricky (2009), Potiche (2010), En la casa (2012), Joven y bonita (2013) y El amante doble (2017), entre otras– se deje de veleidades artísticas y alguna que otra boutade, y asuma como creador menos protagonismo que la propia historia que quiere relatar. Y menuda historia: el de algunas víctimas del sacerdote Bernard Preynat que, entre los años setenta y noventa del pasado siglo, abusó de decenas de niños a su cuidado en campamentos de boy scouts. El arzobispado de Lyon, del que dependía Preynat, zanjó el asunto durante años trasladando al sacerdote de una parroquia a otra, sin asumir responsabilidades, hasta que el caso salió a la luz pública gracias al testimonio de algunas de las víctimas, ya adultas, que descubrieron por su cuenta que Preynat seguía con su labor como sacerdote y seguía cerca de niños en actividades pastorales. Su preocupación, furia y doloroso recuerdo del pasado les llevó a crear una asociación, La Parole libérée (la palabra liberada) en la que se reunieron afectados por los abusos de Preynat y publicaron sus testimonios. El caso de Preynat pasó a los tribunales, afectó al actual arzobispo de Lyon, Philippe Barbarin (François Marthouret en el filme), y ha generado, a raíz de la película, una enorme atención mediática y con consecuencias que se “actualizan” (como se destaca en una nota previa a los títulos de crédito finales) más allá de la misma.

27 de abril de 2019

Crítica de cine: El joven Picasso, de Phil Grabsky

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.


Nota: este documental llega a las salas de cine como evento cinematográfico. Exhibidores como Yelmo, Grup Balañà y los Cines Verdi en Barcelona, lo emitirán los días 28, 29 y 30 de abril, vinculado a una programación cultural especial; consúltese también en FilmAffinity para saber en qué otros cines se emitirá. 


Sobre Pablo Picasso (1881-1973) sabemos mucho, lógicamente, al tratarse de unos de los artistas universales más reconocidos, y documentales, libros e incluso alguna película han versado sobre su vida y obra. Incluso ha sido protagonista en series de televisión recientes, como en la segunda temporada de Genius (National Geographic: 2018), serie de antología que versó sobre la figura del pintor malagueño, interpretado por Antonio Banderas (que ganó una nominación a los Premios Emmy en la categoría de mejor actor en serie limitada) en su madurez y vejez y por Alex Rich en su etapa joven (grosso modo, hasta la década de 1920). La serie se centraba sobre todo con su biografía y la relación con las diversas mujeres de su vida, pero aquellos espectadores que la vieron y se acerquen a ver El joven Picasso, documental dirigido por Phil Grabsky, ya curtido en estas lides, todo les resultará bastante familiar.

8 de abril de 2019

Crítica de Asher, de Michael Caton-Jones

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

Ron Perlman ya tiene 68 años y es un dato que, de una manera u otra, sobrevuela este filme que el veterano también produce y con el que, curiosamente, no estamos de acuerdo con la frasecita de marras en el cartel (no, no todo mejora con la edad). Que sea ya alguien que roza los setenta afecta a la credibilidad que le quedamos dar al personaje (o este nos ofrezca) –especialmente cuando se relaciona con personajes femeninos más jóvenes que él… alguna que otra mucho más joven que él– y a él mismo como actor (como cuando en los años noventa se emparejaba a Sean Connery con actrices que podrían ser sus hijas, rechinaba que no veas, al margen de sexismo inherente). En el caso del personaje, por ceñirnos a esta película, Asher (no, el título no es nada original), se nos da una de cal y otra de arena: por un lado (en lo positivo, ¿la cal o la arena?), ayuda a perfilar al protagonista, un antiguo agente del Mossad reconvertido en sicario y al que los achaques de la edad le comienzan a pasar factura (si te dedicas a matar a gente por pasta y el mero hecho de subir unas escaleras te deja sin aliento y al borde del soponcio, quizá sea hora de que te plantees la idea de jubilarte); por el otro (lo negativo, no sé si la arena o la cal de la condenada frase hecha), es que no puedes seguir actuando (como sicario) de la misma manera que colegas más jóvenes que tú y que estos acaben quedando aún peor, lo cual ya dice poco del tipo de asesinos a sueldo que uno acaba contratando y de esa suspensión de la incredulidad que la trama debería generar en ti. Por tanto, si ya no estás para muchos trotes, lo estás para todo y no de manera selectiva según un sesgado criterio del guionista de turno (en este caso, Jay Zaretsky), porque si no dejas en el espectador una sensación de “no me lo trago” (la suspensión esa de la incredulidad).

6 de abril de 2019

Crítica de cine: Un pueblo y su rey, de Pierre Schoelle

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

En su novela 14 de julio (Tusquets, 2019, publicada originalmente en francés en 2016), Éric Vuillard realiza un trabajo a medio camino entre la historia social y la novela histórica, con trabajo de archivo de por medio, para recrear ese día de 1789 en el que la multitud de París «asaltó» la Bastilla, fortaleza y prisión, símbolo de la opresión del Antiguo Régimen y de una monarquía absoluta que, miseria popular y ecos ilustrados mediante, estaba siendo cuestionada desde décadas atrás. La apertura de los Estados Generales en Versalles ese mes de mayo, convocados por el rey Luis XVI, que intentaba maquillar los efectos de la bancarrota del país y de la (latente) revuelta de los sectores más privilegiados de la sociedad francesa que rechazaban de plano que la factura tuviera que ser pagada con lo que hubiera en sus bolsillos, no pareció, sin embargo, augurar los sucesos que acabarían, casi cuatro años después, con la ejecución del rey en la entonces Plaza de la Revolución (hoy Plaza de la Concordia) de París. La negativa real a permitir que las votaciones en las reuniones de los Estados Generales –recordemos, formados por delegados de la nobleza (Primer Estado), el clero (Segundo Estado) y la burguesía (Tercer Estado)– se hicieran de manera personal, sino por estamento (con lo que la unión de nobleza y clero tenía siempre las de ganar), llevó a que los miembros del Tercer Estado (y parte del bajo clero y la nobleza) se juramentaran y presentaran a sí mismos como encarnación la nación francesa y convocaran una Asamblea Nacional, el 20 de junio, con el propósito de redactar una Constitución. El rey reunió tropas, los ánimos se caldearon en las semanas siguientes y un asalto popular para apoderarse de armas y pólvoras acumuladas en la Bastilla (que, paradójicamente, apenas mantenía recluidos a unos pocos prisioneros), terminó con la toma de esta fortaleza, el linchamiento de su gobernador y el inicio de su demolición. El 14 de julio, desde entonces, se convertiría en una de las fechas a conmemorar en el calendario (desde 1880 se ha convertido en el Día Nacional de Francia).

24 de marzo de 2019

Crítica de cine: Degas, pasión por la perfección, de David Bickerstaff

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.


Nota: este documental llega a las salas de cine como evento cinematográfico. Exhibidores como Yelmo, Grup Balañà y los Cines Verdi en Barcelona, lo emitirán los días 25 y/o 26 de marzo, vinculado a una programación cultural especial; consúltese también en FilmAffinity para saber en qué otros cines se emitirá.


Edgar Degas (1834-1917) –nacido en una familia acomodada simplificó el apellido De Gas para no dar una imagen de petimetre de clase bien– es conocido como “el pintor de las bailarinas” por su afición a retratar a las jovencitas (muy jóvenes, de hecho) que ensayaban entre bambalinas en la Ópera de París, teatro al que asistía con asiduidad. Pero su obra va más allá de los dibujos y cuadros que pintó sobre este tema recurrente. No le gustaba el plenairismo (o pintura al aire libre, de la que realizó escasas obras), a diferencia de otros artistas del impresionismo del que fue uno de los fundadores; en particular, despreciaba esta etiqueta y solía hacerlo con los ismos muy ismos. Se consideraba más bien un pintor “realista”, en la senda de Jean Dominique Ingres, al que admiraba por encima de todos, y de Eugène Delacroix, y no valoraba en demasía la obra de contemporáneos como Claude Monet o Édouard Manet, cuya amistad inicial en la década de 1860 acabó en furibundas desavenencias en los años siguientes.

21 de marzo de 2019

Crítica de cine: Mirai, mi hermana pequeña, de Mamoru Hosoda


Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.


No soy padre, hay muchas cosas sobre la relación entre una madre, o un padre, y sus hijos, que no entiendo (seguramente nunca entenderé). Mi hermana, que tuvo a su hijo hace unos pocos años, me dijo una vez lo mucho que, desde que era madre, entendía a mi madre (ambas tuvieron sus más y sus menos durante su adolescencia): cómo, desde su maternidad, logró sentirse más cerca de su (nuestra) madre. A menudo recordamos que de pequeños nuestros padres nos regañaban, a veces incluso mucho; luego sorprende lo fácil que se puede “olvidar” que ahora regañamos a los hijos. Esa es una de las lecciones que la madre de Kun “aprenderá” en Mirai, mi hermana pequeña, película de Mamoru Hosoda que estuvo entre los filmes de animación nominados en los últimos Oscars (no ganó, el premio fue para Spider-Man: un nuevo universo, que ya comentamos por estos lares): le dice a su madre que recuerda cómo le gritaba cuando era pequeña y ahora es ella la que le grita a Kun, un niño de cuatro años mimado y que empieza a conocer que, con la llegada de la pequeña Mirai al hogar, ya no es el rey de la casa (como dejó de serlo Yukko, el perro de la familia cuando el recién llegado fue el propio Kun); es un rey destronado y como tal empieza a sentirse y a rebelarse.

2 de marzo de 2019

Crítica de cine: Van Gogh, a las puertas de la eternidad, de Julian Schnabel

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

Al final de Van Gogh, a las puertas de la eternidad, sobre un fondo amarillo (el color favorito de Vincent), escuchamos unos extractos de un texto de Paul Gauguin, con quien compartió amistad y una temporada de trabajo pictórico en Arlés, en la Provenza; un texto publicado en Essais d’Art Libre en enero de 1894 y que «certificó» para la posteridad el mantra de que Vincent van Gogh (1853-1890) estaba loco (un texto que se cierra con la afirmación: «Décidément, cet homme était Fou».). Cierto es que el pintor neerlandés pasó por diversas etapas de depresión y con episodios luctuosos, caso de aquel en el que, tras una discusión con Gauguin, Vincent se cortó una oreja y se la entregó a Gaby, una joven que se decía que era prostituta (en realidad trabajaba como limpiadora en el Café de la Gare de Arlés), para que se la hiciera llegar a Gauguin. En ese texto (“Natures Mortes”), Gauguin afirma que, en un momento determinado, Vincent escribió en una pared: «Je suis Saint Esprit – Je suis sain d’esprit», un juego de palabras que se podría traducir como «yo soy el Espíritu Santo, yo estoy cuerdo [estoy sano de espíritu, literalmente]». Pero atendamos a lo que parece decir Gaugin: «Oh, sí, él amaba el amarillo, el buen Vincent, ese pintor holandés. Esos destellos de luz del sol reavivaban su alma, que aborrecía la niebla y necesitaba la calidez. Cuando los dos estábamos en Arlés, ambos enloquecimos en una guerra continua por la belleza del color. Yo amaba el rojo, ¿dónde podía encontrar un bermellón perfecto? Él escribió con su pincel más amarillo en la pared, que de pronto se tornó violeta: “Je suis Saint Esprit, je suis sain d’esprit”» (la cursiva es nuestra). Una pasión por los colores y una «locura» que se intuye más figurada que real.

27 de febrero de 2019

Crítica de cine: Destroyer. Una mujer herida, de Karyn Susama

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

Suele decirse que cuando un actor o una actriz realizan un cambio físico importante es que buscan un Oscar. En 2003 Charlize Theron se llevó el Oscar a mejor actriz por su papel de la asesina en serie y ex prostituta Aileen Wuornos en la película Monster (Patty Jenkins); un papel para el que la actriz sudafricana cambió radicalmente su aspecto físico para parecerse al personaje: engordó quince kilos, se puso prótesis e incluso utilizó una dentadura falsa. El resultado fue hacerla casi irreconocible. Se “afeó”, se dijo de manera muy injusta, para ganar un Oscar, obviando los muchos matices del personaje, y lo logró. Un año antes, Nicole Kidman también cambió su aspecto para meterse en la piel de Virginia Woolf para el filme Las horas (Stephen Daldry); ganó el Oscar. Pero ese cambio físico (se oscureció el pelo y utilizó una prótesis en la nariz) no fue tan radical como el que tres lustros después ha realizado para interpretar a Erin Bell, la protagonista de Destroyer. Una mujer herida (Karyn Susama), la policía en horas bajas para quien parece ser cierto el adagio que Paul Thomas Anderson escribió en Magnolia y que dice que puede que hayamos acabado con el pasado, pero él no ha acabado con nosotros.

23 de febrero de 2019

Crítica de cine: Van Gogh: de los campos de trigo bajo cielos nublados, de Giovanni Piscaglia

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

Nota: este documental llega a las salas de cine como evento cinematográfico. Exhibidores como Yelmo, Grup Balañà y los Cines Verdi en Barcelona, lo emitirán los días 25 y/o 26 de febrero, vinculado a una programación cultural especial; consúltese también en FilmAffinity para saber en qué otros cines se emitirá. 

Quieren lo exhibidores que con escasos días de diferencia podamos disfrutar en pantalla grande de una película y un documental sobre Vincent van Gogh (1853-1890), el genial pintor post-impresionista que pintó girasoles y cielos estrellados, y muchísimas cosas más (desde luego), y que para el común de los mortales es aquel señor que en un momento de furia se cortó el lóbulo de una de sus orejas (no toda la oreja). La película, Van Gogh, a las puertas de la eternidad, a cargo de Julian Schnabel y con Willem Dafoe en el rol protagonista (factores que ya predisponen a la curiosidad), se centra en los últimos años de vida (y obra) del pintor neerlandés, y sobre ella hablaremos en este espacio. El documental, objeto de esta crítica, Van Gogh: de los campos de trigo bajo cielos nublados –título en castellano que, gramaticalmente, resulta algo confuso y traduce el original italiano, Van Gogh: tra il grano e il cielo–, dirigido por Giovanni Piscaglia y con guion de Matteo Moneta, se construye como una doble biografía: la del pintor y la de Helene Kröller-Müller (1869-1939), la primera mujer europea en reunir una extensa colección privada de arte, parte de la cual se nutría de casi trescientas de las obras de Van Gogh (entre cuadros y dibujos). Una colección que se erigió, por deseo (y con gran parte de la fortuna) de Helene en un museo, finalmente construido por el Estado neerlandés en la onda de e inaugurado en 1938 en el parque nacional Hoge Veluwe, en la provincia de Güeldres: el Museo Kröller-Müller, que además de obras de Van Gogh reúne la de otros artistas del siglo XX, como Georges Braque, Pablo Picasso, Paul Gauguin, Juan Gris, Piet Mondrian y otros, y en sus jardines se albergan esculturas de Auguste Rodin, Jean Dubuffet, Henry Moore Claes Oldenbourg y otros artistas.

18 de febrero de 2019

Crítica de cine: El candidato, de Jason Reitman

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

En la terminología política en inglés el front-runner es el candidato en una carrera electoral que va en cabeza y con mucha distancia respecto a sus competidores. Así fue considerado Gary Hart (n. 1936) cuando se presentó a las elecciones presidenciales de 1988. No era su primera campaña presidencial: ya había optado a las primarias en 1984 pero no fue el candidato elegido por los demócratas en la Convención del partido en San Francisco el 16 de junio de aquel año: se optó por Walter Mondale, quien había sido vicepresidente en el único mandato de Jimmy Carter y que, como el propio Hart anticipó, fue vapuleado por Ronald Reagan en noviembre en cuanto a votos electorales: 525 para el presidente republicano y sólo 13 para Mondale, uno de los peores registros en la historia de las elecciones presidenciales del país (sólo superado por Alf Landon en 1936, devorado por Franklin D. Roosevelt en su primera reelección y que sólo pudo llevase 8 votos electorales; las cosas fueron más parejas en votos populares, pero estos no llevan a un candidato a la Casa Blanca, como bien sabe Hillary Clinton). En aquellas elecciones de 1972, Hart fue el director de campaña de McGovern y aprendió algunas lecciones de aquella debacle, aunque no las suficientes como para convencer al electorado demócrata en 1984. Paciencia, se dijo: era joven (más de lo que fue Kennedy en 1960), tenía mucho tiempo por delante y experiencia que ganar. Una experiencia que atesoró como senador por Colorado entre 1975 y 1987 durante dos mandatos.

12 de febrero de 2019

Crítica de cine: White Boy Rick, de Yann Demange

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

A mediados de los años ochenta del pasado siglo XX la ciudad estadounidense de Detroit, la “capital automovilística” del país en los años cincuenta, ya empezaba a ser una sombra de su pasado. La urbe que había contado con casi dos millones de habitantes en sus años dorados no levantó cabeza desde la crisis del petróleo de principios de los setenta y en 1990 apenas superaría el millón de residentes (actualmente son unos 680.000, aproximadamente). La criminalidad aumentó al mismo tiempo que entraban en crisis las grandes fábricas de automóviles (una crisis periódica, al ser este sector uno de los más fluctuantes en la economía estadounidense), y el tráfico de drogas y de armas se extendió por las calles al mismo tiempo que la ciudad entraba en barrena en cuanto a sostenibilidad económica (tocaría fondo con la bancarrota municipal de 2013). El cine de finales de los años ochenta se haría eco del fracaso de Detroit como ciudad y del auge de la criminalidad, con el caso paradigmático de RoboCop (Paul Verhoeven, 1987). Una oleada de delitos que en los años ochenta fue especialmente virulenta, con bandas organizadas de blancos y negros que pugnaban entre ellas por hacerse con el control de las calles. Precisamente es esta guerra urbana el escenario en el que transcurre la trama de White Boy Rick, cinta Yann Demange que no puede evitar sucumbir a sus propios deméritos y sin que sus virtudes, que no son demasiadas, logren brillar.
 

13 de enero de 2019

Crítica de cine: Los nenúfares de Monet: la magia de la luz y el agua, de Giovanni Troilo

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

Nota: este documental llega a las salas de cine como evento cinematográfico. Exhibidores como Yelmo, Grup Balañà y los Cines Verdi en Barcelona, lo emitirán los días 11 y/o 12 de diciembre, vinculado a una programación cultural especial; consúltese también en FilmAffinity para saber en qué otros cines se emitirá.

Claude Monet (1840-1926) fue uno de los “fundadores” del impresionismo, movimiento artístico que surgió como respuesta a un cierto realismo y formalismo académico en la década de los años 1870. Precisamente fue su obra Impresión, sol naciente (1872) la que dio nombre al movimiento (y a partir de un comentario despreciativo por parte del crítico Louis Leroy ante los cuadros expuestos por los artistas independientes en 1874) y la que muestra los aspectos esenciales de prácticamente toda la obra de Monet: el agua y la luz. Precisamente estos elementos constituyen el eje del documental Los nenúfares de Monet: la magia de la luz y el agua, dirigido por Giovanni Troilo. Escrito por el director en colaboración con Giorgio D’Introno y Marco Pisoni, El documental se basa en el libro del especialista en el arte y novelista Ross King, Mad Enchantment: Claude Monet and the Painting of the Water Lillies (Bloomsbury, 2016), al que se entrevista, y cuenta con la actriz Elisa Lasowski como “presentadora” y “conductora” de los espectadores de las playas de Normandía a París a través del curso del río Sena.

23 de diciembre de 2018

Crítica de cine: Spider-Man: un nuevo universo, de Bob Persichetti, Peter Ramsey y Rodney Rothman

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

En un “universo” cinematográfico cada vez más saturado en lo que a películas sobre superhéroes basadas en personajes de cómics se refiere, quizá a más de un espectador –o puede que todo lo contrario, pues a quien esto escribe no se le escapa que las expectativas siguen siendo muy altas en este género– le pueda la pereza al saber que se estrena una adaptación animada de un (otro) “universo” expandido más: el de Spider-Man (Marvel). Y lo hace “multiplicando” a Spider-Man, hasta seis veces (si no me fallan las cuentas), pues se trata de versiones diversas que proceden de realidades alternativas y que coinciden en una misma esfera (la nuestra) al mismo tiempo. Esta es la carta de presentación de Spider-Man: un nuevo universo (prometo no repetir más la palabra “universo” en lo que queda de crítica), un filme que ha recibido unas críticas muy elogiosas en diversos medios especializados en Estados Unidos y que buscará repetir la jugada por nuestros lares. Aunque sea el mismo día que se estrena Aquaman, película que pertenece a otro univ… esto, a otro firmamento de superhéroes, el de DC Comics (y Warner). ¿Podrán competir ambas películas en la taquillera navideña de manera más o menos “pacífica”? El tiempo lo dirá… y veremos si nuestra paciencia no se queda por el camino. 

21 de diciembre de 2018

Crítica de cine: El regreso de Mary Poppins, de Rob Marshall

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

Mary Poppins (Robert Stevenson, 1964) fue una de esas películas que más le costó a Walt Disney realizar: tardó más de veinte años en convencer a la creadora del personaje, P.L. Travers, para que le vendiera los derechos de la novela para una adaptación cinematográfica. Las negociaciones fueron constantes y ambos, Disney y Travers, acabaron sus relaciones tan mal como las habían empezado. Travers se negó constantemente a que hubiera números musicales y secuencias animadas, a pesar de que en el contrato especificaba que la última palabra la tendría siempre Disney. La película Saving Mr. Banks (John Lee Hancock, 2012) mostró, con bastantes licencias, las tirantes negociaciones de Travers (Emma Thompson) y Disney (Tom Hanks): no sólo alteraba muchos de los episodios reales, sino que también suavizó muchísimo, por decirlo de alguna manera, a la protagonista (el personaje real era realmente insoportable) y añadió una trama paralela sobre el padre alcohólico de la escritora y el origen de la famosa niñera con una sensiblería que la Travers real habría rechazado de plano. Con todo, fue una película que nos aproximó, aunque fuera desde puntos de vista algo torticeros (no en balde, al ser producida por Disney no iba a dejar demasiado mal a su fundador), a la creadora de esta niñera tan estrafalaria.