24 de marzo de 2019

Crítica de cine: Degas, pasión por la perfección, de David Bickerstaff

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.


Nota: este documental llega a las salas de cine como evento cinematográfico. Exhibidores como Yelmo, Grup Balañà y los Cines Verdi en Barcelona, lo emitirán los días 25 y/o 26 de marzo, vinculado a una programación cultural especial; consúltese también en FilmAffinity para saber en qué otros cines se emitirá.


Edgar Degas (1834-1917) –nacido en una familia acomodada simplificó el apellido De Gas para no dar una imagen de petimetre de clase bien– es conocido como “el pintor de las bailarinas” por su afición a retratar a las jovencitas (muy jóvenes, de hecho) que ensayaban entre bambalinas en la Ópera de París, teatro al que asistía con asiduidad. Pero su obra va más allá de los dibujos y cuadros que pintó sobre este tema recurrente. No le gustaba el plenairismo (o pintura al aire libre, de la que realizó escasas obras), a diferencia de otros artistas del impresionismo del que fue uno de los fundadores; en particular, despreciaba esta etiqueta y solía hacerlo con los ismos muy ismos. Se consideraba más bien un pintor “realista”, en la senda de Jean Dominique Ingres, al que admiraba por encima de todos, y de Eugène Delacroix, y no valoraba en demasía la obra de contemporáneos como Claude Monet o Édouard Manet, cuya amistad inicial en la década de 1860 acabó en furibundas desavenencias en los años siguientes.

Autorretrato, c. 1855.
Degas desdeñaba la espontaneidad del impresionismo y quizá este fuera uno de los motivos por los que nunca se sintió cómodo con una tendencia que, paradójicamente, definía la mayor parte de su obra. El suyo era un trabajo de metódica observación de la sociedad que le rodeaba y de su plasmación sobre el lienzo: carreras de caballos, ambientes cotidianos con lavanderas y modistas, escenas en cafés y en la ópera, los ensayos de las bailarinas… La búsqueda de lo que él consideraba la perfección en el retrato se convertiría en obsesión desde un sus primeras obras, puede que también como influencia de la fotografía, de la que fue un gran admirador: de la copia de los trabajos de sus admirados modelos a la reiteración en la representación de las bailarinas, pasando por una breve etapa de pinturas historicistas, esa pasión le acompañaría siempre, a pesar de que su vista se fue resintiendo con el tiempo. Trabajo, trabajo y más trabajo: la constancia era la seña de identidad de su manera de entender la pintura. «El arte no es lo que uno ve sino lo que hace ver a los demás», escuchamos en alguno de los fragmentos de cartas y escritos de Degas que se reproducen a lo largo del documental.

Degas, pasión por la perfección (David Bickerstaff) nos cuenta la vida y la obra de un pintor que nunca acabó de estar satisfecho con su trabajo, y lo hace a partir de una exposición que sobre su pintura y escultura se realizó en el Museo Fitzwilliam de la universidad de Cambridge entre octubre de 2017 y enero de 2018. Un museo que, además, alberga la colección más amplia de obras del pintor galo fuera de Francia. Destacan en particular algunas piezas de esculturas que se encontraron en su estudio, tras su muerte, realizadas en cera y arcilla, y fueron adquiridas por el museo británico. Pocas de sus esculturas se pasaron al bronce y muchas de sus pinturas estaban sin firmar en el momento de su muerte. 



No es un documental tan, por decirlo de alguna manera, “ameno” como otros que forman parte de la temporada de arte que podemos ver en la gran pantalla, pero sí explica muchas de las constantes de la obra de Degas. Sus orígenes familiares, su breve paso por la pintura histórica –destaca Escena de batalla en Edad Media (1865)–, la admiración por Ingres, la influencia del arte clásico tras su viaje a Italia en obras como Jóvenes espartanos (c. 1860), el retrato como objeto de estudio –se detalla en el documental el cuadro La familia Belelli (entre 1858 y 1867) y el mensaje de incomodidad que transmite, o Una oficina de algodón en Nueva Orleans (1873), en el que aparece su padre observando muestras de algodón a la izquierda o dos de sus hermanos (uno apoyado en la mesa y el otro leyendo un periódico)–; escenas cotidianas como Los bebedores de absenta (1876)… y, por supuesto, “sus” bailarinas: La clase de baile (1873-1876), por poner un ejemplo. También se hace hincapié en sus esculturas, como La pequeña bailarina de catorce años (modelada hacia 1880 y realizada en bronce en 1922).

Incide también el documental en aspectos de la vida personal de Degas: su antisemitismo, que en ocasión del escándalo Dreyfus (1894-1906) le alienó no pocas amistades, cortando además cualquier relación con amigos y colaboradores judíos; una cierta misoginia, la cual cosa no le impidió mantener una relación de colaboración con la también artista Mary Cassatt; su vida solitaria y al mismo tiempo su carácter abierto y alegre en reuniones y encuentros sociales. 



El resultado es un documental muy interesante sobre un pintor complejo y obsesionado por alcanzar una perfección que siempre pensó que se les escapaba entre los dedos. Un artista que estuvo en el meollo artístico de la Belle Époque francesa y que con sus cuadros sobre bailarinas y escenas cotidianas ofreció una imagen alternativa al paradigma paisajista de un impresionismo en el que no acabó de encontrarse cómodo.

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