Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
Ron Perlman ya tiene 68 años y es un dato que, de una manera u otra, sobrevuela este filme que el veterano también produce y con el que, curiosamente, no estamos de acuerdo con la frasecita de marras en el cartel (no, no todo mejora con la edad). Que sea ya alguien que roza los setenta afecta a la credibilidad que le quedamos dar al personaje (o este nos ofrezca) –especialmente cuando se relaciona con personajes femeninos más jóvenes que él… alguna que otra mucho más joven que él– y a él mismo como actor (como cuando en los años noventa se emparejaba a Sean Connery con actrices que podrían ser sus hijas, rechinaba que no veas, al margen de sexismo inherente). En el caso del personaje, por ceñirnos a esta película, Asher (no, el título no es nada original), se nos da una de cal y otra de arena: por un lado (en lo positivo, ¿la cal o la arena?), ayuda a perfilar al protagonista, un antiguo agente del Mossad reconvertido en sicario y al que los achaques de la edad le comienzan a pasar factura (si te dedicas a matar a gente por pasta y el mero hecho de subir unas escaleras te deja sin aliento y al borde del soponcio, quizá sea hora de que te plantees la idea de jubilarte); por el otro (lo negativo, no sé si la arena o la cal de la condenada frase hecha), es que no puedes seguir actuando (como sicario) de la misma manera que colegas más jóvenes que tú y que estos acaben quedando aún peor, lo cual ya dice poco del tipo de asesinos a sueldo que uno acaba contratando y de esa suspensión de la incredulidad que la trama debería generar en ti. Por tanto, si ya no estás para muchos trotes, lo estás para todo y no de manera selectiva según un sesgado criterio del guionista de turno (en este caso, Jay Zaretsky), porque si no dejas en el espectador una sensación de “no me lo trago” (la suspensión esa de la incredulidad).
Volvamos atrás. Asher es un sicario que trabaja para el jefe de un cártel mafioso judío en Nueva York, Avi (Richard Dreyfus, otro por quien el tiempo no pasa en balde, pero sin que ello impida que el personaje le venga que ni pintado). Prefiere trabajar solo, tiene su ritual cuando debe prepararse para un trabajo –el embetunado de los zapatos tiene su gracia al principio; luego, de lo reiterativo que es, pierde frescura– y métodos que, por su lúcida sencillez, suelen funcionarle. Hasta que un imprevisto haga que tope con una mujer, Sophie (Famke Janssen, siempre estupenda), que le hará replantearse su vida; es más, le obligará a querer cambiar de vida (que te dedicas a matar gente, macho…). Pero no es fácil cambiar lo que uno es y lo que uno hace, cuando realmente no sabes hacer otra cosa y el mundo en el que te mueves es muy pequeño y no admite traiciones. Cuando las cosas se empiezan a complicar y Asher pasa de ser el hombre que acepta el trabajo a la víctima de ese trabajo, para “nuestro” sicario llegará el momento de tomar decisiones y vivir con sus consecuencias.
Michael Caton-Jones, director en muchos casos eficaz e impersonal a partes iguales, trata de sacar petróleo de una película que nada y bucea en un mar de lugares comunes. Lo noir impregna un filme falto de algo más que oficio y que en ningún momento esconde de qué libro de cocina ha copiado la receta. Todo, de los escenarios a los diálogos, de los dilemas éticos a la ausencia de moralidad cuando es menester, suena a trillado… y, sin embargo, todo tiene su atractivo. Si uno espera una película con aromas clásicos y esencias artesanales, esta película anda bien surtida; pero si uno, a partir de esos ingredientes básicos, quiere disfrutar de algo con personalidad, se va a quedar con hambre. De principio a fin Asher –prácticamente el único personaje con varios matices, aunque Perlman no sepa o no quiera profundizar en ellos– actúa como lo hace por mucho más que el deber y la mera supervivencia, mientras que los demás bailan a su alrededor y se quedan en la superficie Que tengas en el elenco artístico a Jacqueline Bisset –que interpreta a la madre de Sophie, aquejada de demencia senil– y no le saques más partido debería estar penado con cárcel; que no permitas desarrollar algo más a Janssen o Dreyfus, tres cuartos de lo mismo; del resto, de Peter Facinelli como Uziel, el lugarteniente de Avi con aspiraciones a sucederle, a Guy Burnet (recientemente le vimos en las dos temporadas de Counterpart en un papel muy escurridizo) como el sicario listillo que se cree que se las sabe todas, pasando por Ned Eisenberg, como el encargado de pasarle a Asher los trabajos, se puede decir que su presencia en el filme es meramente circunstancial.
Asher pudo ser la película que dejara un buen sabor de boca en el espectador, como esos thrillers crepusculares con aire negro y algunas buenas escenas de acción que en ocasiones llegan a la gran pantalla. Pero se queda en intento, quizá en ensayo de la futura carrera de Ron Perlman como productor (¿y quizá algo más?). Pero a su (pequeño) favor tiene que, siendo lo que es y aun desaprovechando aquello de lo que dispone, sus diversas piezas –de unas interpretaciones correctas a una fotografía elegante y un ritmo pausado, pero nada aburrido– forman un puzle más que decente. No un gran tapiz ni tampoco una panorámica para el recuerdo, pero sí lo suficientemente funcional como para que te haga pasar un rato entretenido. Y ya.
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