23 de julio de 2012

The Hollow Crown: Henry V (BBC-2)

Un funeral de Estado. Un rey-héroe que ha muerto prematuramente. Una viuda que apenas tuvo tiempo de conocerlo. Una multitud silenciosa. Un niño que busca una flor en medio de la suciedad de la ciudad para arrojarla al paso del cortejo fúnebre. La escena es el inicio de otra obra (Enrique VI. Primera parte), pero ¿por qué no iniciar así este último episodio de The Hollow Crown, el mejor, el más vibrante, el más emocionante, dedicado a Enrique V? El féretro entra en la catedral. El arzobispo de Canterbury comienza la homilía. Empieza a escucharse la voz del Coro, en la voz grave pero suave de John Hurt:
O For a Muse of Fire, that would ascend
The brightest Heaven of Inuention:
A Kingdome for a Stage, Princes to Act,
And Monarchs to behold the swelling Scene.
Then should the Warlike Harry, like himselfe,
Assume the Port of Mars.
Suppose within the Girdle of these Walls

Are now confin'd two mightie Monarchies
,
Whose high, vp-reared, and abutting Fronts
,
The perillous narrow Ocean parts asunder.
Can this Cock-Pit hold
The vastie fields of France? Or may we cramme
Within this Woodden O the very Caskes
That did affright the Ayre at Agincourt?
And let vs, Cyphers to this great Accompt
,
On your imaginarie Forces worke.
Peece out our imperfections with your thoughts:
For 'tis your thoughts that now must deck our Kings
,
Carry them here and there: Iumping o're Times;
Turning th'accomplishment of many years
Into an Howre-glasse: for the which supplie
,
Admit me
Chorus to this History.
Una bandera, con el escudo de armas de las casas reales de Inglaterra y Francia, cubre el cadáver del rey. Se descubre el cuerpo. En toda su juventud, apenas treinta y cinco años de vida. Disentería, la causa de la muerte. La corona ciñe su frente. El rostro tranquilo, los ojos cerrados. El plano cambia: la mirada del rey vivo. Sólo un segundo. La vida, los colores, todo rodea a Enrique V cabalgando, camino de la corte. Y comienza la épica...

Los que me conocen saben de mi pasión por esta obra de William Shakespeare (hay por acá incluso alguna reseña). Y conocen mi devoción por la versión cinematográfica de Kenneth Branagh de 1989, para mí, la mejor adaptación a la gran pantalla, muy superior a la grandilocuencia de la película de Laurence Olivier. He leído muchas veces la obra, en alguna ocasión incluso atreviéndome con el inglés. He devorado la película de Branagh tantas veces, de tal modo que ver el 4º capítulo de The Hollow Crown con los subtítulos en inglés (y teniendo en cuenta los desastrosos subtítulos castellanos de los capítulos precedentes) ha sidoun placer, un auténtico placer. De hecho, reconozcámoslo, esta miniserie británica me llamó la atención, más allá de plasmar en la pequeña pantalla la Tetralogía, por esta obra, por Enrique V. Deseaba que llegara, con la secuencia de las pelotas de tenis y la feroz respuesta del rey, la muerte de Falstaff, el asedio de Harfleur ("Once more unto the Breach, Dear friends, once more; Or close the Wall up with our English dead"), la marcha sobre Calais; el soliloquio de Enrique en la víspera de la batalla:
O God of Battailes, steele my Souldiers hearts,
Possesse them not with feare: Take from them now
The sence of reckning of th' opposed numbers:
Pluck their hearts from them. Not to day, O Lord,
O not to day, thinke not vpon the fault
My Father made, in compassing the Crowne.
I Richards body haue interred new,
And on it haue bestowed more contrite teares,
Then from it issued forced drops of blood
y el monólogo sobre la responsabilidad del monarca en las vidas que se perderán en el combate ("Upon the King, let us our Lives, our Soules, Our Debts, our carefull Wives, Our Children, and our Sinnes, lay on the King"); y, cómo no, la arenga de San Crispín ("We few, we happy few, we band of brothers: For he to day that sheds his blood with me, Shall be my brother: be he ne're so vile"). Todo esto lo esperaba, lo deseaba, quería verlo, ver como los creadores de esta miniserie han interpretado la obra del Bardo. Porque el espectro de la versión de Branagh es poderoso, pero hay muchas interpretaciones. Y las epectativas han sido satisfechas.

Para empezar, se han eliminado escenas. Quizá las más llamativas sean las referentes a la conspiración de Ricardo de Conisburgh, conde de Cambridge (primo del rey), del barón Henry Scrope de Masham (amigo íntimo de Enrique) y del caballero sir Thomas Grey. También se han recortado las escenas cómicas de Pistol contra Fluellen, el capitán galés de acento chistoso, así como las befas en torno al capitán irlandés MacMorris. Llamará también la atención cómo las arengas en Harfleur o en Agincourt son más íntimas, con menos personajes rodeando a Enrique; de hecho, el discurso de San Crispín es recitado a esa "band of brothers" que rodean al rey, como si hablara con sus amigos, lejos de la épica que tales palabras enardecen a todo un ejército, pero llenas de una emoción que traspasan la pequeña pantalla y dan de lleno en el espectador. Una arenga diferente, casi deconstruida, emotiva. Pero no se obvian aspectos más oscuros en la actuación del monarca, como el asesinato de los prisioneros franceses (aunque se ha eliminado la escena de la masacre de los muchachos porteadores ingleses). Del mismo modo, se atenúa la arrogancia de los caballeros franceses, minimizando el papel del condestable pero sin descargar al Delfín de su responsabilidad en la masacre (tampoco se incluye la vigilia francesa de la batalla). Se añaden innovaciones como que el personaje del duque de York, que morirá en combate, sea asumido por un actor negro, o que toda la obra en sí sea vista a través de los ojos de un muchacho, que el espectador descubrirá al final de la obra que es ese Coro envejecido y con las facciones de John Hurt. 

Para este capítulo, se ha tirado la casa por la ventana y se nota en cuanto a decorados, extras y el desarrollo de la batalla de Agincourt. El espectador quizá echará de menos el Non Nobis Domine que cantaba Patrick Doyle en la versión de Branagh y que in crescendo seguía al rey a través de los estragos del campo de batalla. Pero no podrá dejar de sentirse seducido por este Enrique V interpretado por Tom Hiddleston, bravo, irónico, cruel en ocasiones, torpe en su cortejo a la hija del rey de Francia, misericordioso a la postre, destinado a morir joven en la cúspide de su poder. Lambert Wilson como un Carlos VI de Francia que se debate entre el orgullo herido y la derrota, Geraldine Chaplin como la dama de compañía de la princesa Katherine (Melánie Thierry), Paul Freeman (¿qué fue de ti?) como sir Thomas Erpingham, Julie Walters como Mistress Quickly en esa preciosa secuencia de la muerte de Falstaff,... y, cómo no, John Hurt como el Coro. 

Fin de la miniserie, cuatro macroepisodios que nos han trasladado durante cuatro sábados a esta particular Henriad, a la Inglaterra de la deposición de Ricardo II, las culpas de Enrique IV y la gloria y la expiación de Enrique V. Son odiosas las comparaciones con el tipo de series históricas que se realizan en nuestros lares. Tenemos aún mucho que aprender de cadenas como la BBC, cadenas públicas de televisión, con una labor social. Recordando y reinterpretando los clásicos de la literatura universal. ¿Habrá en el futuro una versión televisiva de la Guerra de las Dos Rosas? Qui-lo-sa...

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