9 de julio de 2012

Crítica de cine: El asesinato de Richard Nixon, de Niels Mueller

[Comentada en el momento de su estreno en 2006...]

Producida en el año 2004 (llega con retraso y con poco tirón en USA, qué raro...) y dirigida por el debutante Niels Mueller, se basa en una historia real, pero al mismo tiempo nos muestra el retrato de una sociedad enferma. En 1974 un desconocido Sam Bicke (Sean Penn) intenta secuestrar un avión en el aeropuerto de Washington para estrellarlo en la Casa Blanca (¿os suena?), en los momentos de la más baja popularidad de Richard Nixon, meses antes de su dimisión a causa del escándalo Watergate.

Pero más allá de este punto de partida (que en la película da lugar a un amplísimo flashback), la película nos muestra el fracaso personal y vital de Bicke, vendedor en una tienda de muebles, separado, bienintencionado, un don nadie. Distanciado de su hermano Julius, un integrista judío (Michael Wincott), que acaba renegando de él, Sam vive separado de Marie (Naomi Watts), camarera de un restaurante, que trata de tirar adelante con la familia (tres niños) y de rehacer su vida sentimental. 
El sueño de Sam es montar un negocio propio de neumáticos (alternativo al que regenta su hermano Julius), pero pensando en no engañar en el cliente, como todos hacen, en colaboración con su amigo Bonny (Don Cheadle), que sobrevive como mecánico de un cochambroso taller. Consigue un empleo como vendedor en el negocio de muebles que regenta Jack Jones (Jack Thompson), un tipo realista, conocedor de las tretas más hábiles para vender (y engañar) al cliente. Pero Sam no está contento con su vida personal (vive solo, separado de su mujer, a la que sigue amando, y sus hijos, presentándose en la casa familiar en los momentos más inoportunos), ni profesional (odia el tipo de trabajo que realiza con Jones). Su sueño de montar un negocio propio depende de un préstamo, que tarda en llegar. Y todo se complica en un país que vive su propia crisis, con un Richard Nixon en apuros, un mentiroso compulsivo sentado en el Despacho Oval. Una sociedad enferma de cáncer, como el propio Sam Bicke dice en un momento de la película. Un suceso, el aterrizaje de un helicóptero por parte de un militar en los jardines de la Casa Blanca, le impulsa a tomar una decisión, trascendental para él, una cura para el cáncer que asola al país. Y mientras, se lo cuenta todo a Leonard Bernstein, el músico, en una serie de cintas que graba a lo largo del período que recoge la película, 1973-1974.

Realmente la película es un retrato ácido y mordaz a un país y una sociedad en crisis. El modelo del american way of life se está yendo a pique, como afirma Sam en diversas ocasiones, un modelo del que cree y quiere formar parte, a pesar de sus fracasos personales y profesionales ("quiero mi parte del sueño americano, como mi padre, como su padre", exclama en un momento determinado). Pero es una misión que resulta imposible: siendo él un grano entre 211 millones de granos, que forman "la playa americana", a pesar de las palabras y los lemas, nadie de arriba piensa en nadie de abajo. La gente miente, ya para conseguir más dinero (uno de los síntomas de ese cáncer particular de la sociedad estadounidense), o para justificar guerras, como hace Nixon, que aparece constantemente en los televisores, que acaba siendo un protagonista más de esta excelente cinta. Una cinta que muestra escenas realmente sarcásticas (Sam en la oficina de los Panteras Negras y su propuesta para que sean más conocidos; Jones contándole a Sam quien es el "mejor vendedor de toda América"; los libros de autoayuda y marketing que Jones le da a Sam para que sepa como vender Dale Carnegie, por ejemplo, que murió hará un par de años) con otras simplemente desgarradoras (Sam esperando la carta de la oficina federal de préstamos, una serie de secuencias en la que la impaciencia del personaje evoluciona, como el mismo personaje, hacia la desesperación).

Una película que también nos depara soberbias interpretaciones, desde un Sean Penn que borda el papel, tal vez algo sobreactuado en ciertos momentos, pero que consigue transmitirnos el patetismo de un personaje que se hunde, física y psicológicamente; una fabulosa Naomi Watts (partenaire de Penn en la coetánea 21 gramos) como la ex-esposa, que a medida que pasa el tiempo pierde la paciencia hasta llegar a la decisión que, en parte, provocará la acción final de Sam; los escelentes Don Cheadle, como el mecánico afroamericano y para nada activista, que intenta sobrevivir con los pies en la tierra, y sobre todo Jack Thompson (al que este año hemos visto como suegro de Jake Glyllenhaal en Brokeback Mountain), como el insaciable, hipócrita y cínico jefe de Sam en la tienda de muebles.

Una película que considero de imprescindible visionado con un montaje y un ritmo perfectos y un final (no el final en sí que se puede intuir desde un principio), con dos secuencias, que son realmente demoledoras, que te dejan clavado en la butaca por su significado; en especial la penúltima, con los aparatos de TV encendidos dando la noticia del intento de secuestro del avión, y que muestra uno de los síntomas de decadencia de los USA de 1974 y de hoy en día: la falta de comunicación entre las personas, lo poco que nos importan los demás, la enfermedad el cáncer, como dice Sam de esta sociedad.

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