La primera parte de Enrique IV terminaba con una victoria real, pero también con un rey mortalmente enfermo; la segunda parte comienza con el conocimiento de la derrota de los Percy en Shewsbury por parte del conde de Northumberland, padre de Hotspur. Pero la revuelta no ha terminado, o así lo creen quienes en el pasado apoyaron al antaño Enrique Bolingbroke, ahora Enrique IV. La revuelta se extenderá, mientras el rey agoniza. Pero con lo que no cuentan los rebeldes es con la redención. al menos personal, del príncipe Hal, el heredero de la corona. Quien dilapidó su juventud en malas compañçias, en la burla constante, las borracheras y la cercanía de sir John Falstaff, una mala influencia, va camino de reformarse, de asumir la corona y el cetro, de hacer olvidar la usurpación manchada con la sangre de la realeza de su padre. El futuro Enrique V llama a las puertas de la monarquía; el disoluto Hal se quedará fuera.
La historia no acompaña fielmente el relato de Shakespeare. La derrota de los Percy en Shewsbury se produjo en 1403 y la muerte de Enrique IV no tiene lugar hasta una década después. El Bardo reduce los tiempos para mostrarnos dos escenarios, con dos personajes, el pasado que aún no sabe que está a punto de ser desterrado (Falstaff) y el futuro que se forja poco a poco (Hal/Enrique V). Falstaff fanfarronea, cuenta con un príncipe a quien cree mangonear a su conveniencia, pero no cuenta con la ambición de Hal. Una ambición que ya fue anticipada en algunas secuencias de la primera parte de la obra: "no me desterréis, señor", le reclama Falstaff a Hal cuando sea rey:
Si el vino y los dulces son pecados, Dios perdone a los pecadores. Si es un pecado ser viejo y alegre, conozco muchos viejos compañeros que están condenados; si ser gordo es ser odioso, entonces deben amarse las vacas flacas de Faraón. No, mi buen señor: destierra a Peto, destierra a Bardolf, destierra a Poins; pero en cuanto al dulce Jack Falstaff, al gentil Jack Falstaff, al leal Jack Falstaff, al valiente Jack Falstaff, tanto más valiente cuanto que es el viejo Jack Falstaff, no le destierres, no, de la compañía de tu Enrique. ¡Desterrar al gordinflón Jack valdría desterrar al mundo entero!
Enrique IV. Parte 1, acto II, escena IV
Una petición que pronto será olvidada. Falstaff es el exceso desaforada, la irresponsabilidad, la falta de respeto a las leyes. Pero el príncipe que desperdicia su vida en borracheras pronto será rey. Y pronto comprenderá la esencia de la realeza. Una realeza ganada por la usurpación, con la sangre llamando a la sangre, la culpa por la muerte de Ricardo exigiendo expiación.
Falstaff y Hal son los dos polos que rodean esta obra (este episodio), sobre quienes pivota la acción en circunstancias muy diferentes. Al principio aun prima la broma, pero el tono cambia, y la fanfarronería de Falstaff le pierde, incapaz de comprender que la majestad real no puede ser molestada. Falstaff navega hacia su destierro, Hal sube hacia el trono. Pero el moribundo Enrique IV desconfía de su heredero, no le juzga capacitado. En la secuencia en la que Hal cree ver muerto a su padre y se prueba la corona, siendo consciente del modo fatal por la que fue ganada, Ebnrique IV despierta y le reprocha que ni siquiera haya esperado una hora. Pero Hal ya no es el antiguo Hal, es ya Enrique, príncipe de Gales, pronto a ser llamado Henry the Fifth.
Con un tono menos épico que el anterior capítulo, en esta ocasión la acción se dirige hacia la lógica conclusión, aquella que Falstaff, a pesar de las advertencias, no es capaz de comprender: ya no es el mejor amigo del príncipe, sino el pasado que el rey quiere olvidar. Los soliloquios de Hal, de su padre, se contraponen a las secuencias cómicas de un Falstaff que reúne soldados para una batalla que no se produce (la duplicidad del príncipe Juan con los ebeldes) y a la que en cualquier caso llega tarde. Falstaff promete prebendas y dignidades sin ser consciente que no podrá darlas, que ya forma parte del pasado. La coronación de Enrique V, a la que como siempre llega tarde, será la prueba final de su desgracia.
El espectador espera ya el brío, la épica de Agincourt. Este capítulo se erige en mera transición, la subida al trono del rey-héroe. Pero la asunción del poder es también el reconocimiento de las culpas, de la usurpación, de la necesaria expiación. En la siguiente obra, Enrique V, asistiremos a la consecución de ambos elementos: gloria y expiación.
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