«–Sobre nosotros dos, John, recae la noble tarea de decir al mundo quién es, realmente, Abraham Lincoln […].
–Pero Nico, ¿sabemos realmente quién es?» (p. 701).
La figura de Abraham Lincoln (1809-1865) sigue resonando por encima
demuchas incógnitas. Decimosexto presidente de los Estados Unidos,
durantelos años críticos de la Guerra Civil se temió incluso que fuera
el último.
Lincoln, como tantos y tantos hombres de
acción, maquilló su biografía, presentándose durante mucho tiempo como
el hijo de un agricultor nacido en una cabaña de troncos, como un «peón
de los raíles», como un abogado procedente de un estado de frontera
(Kentucky, aunque la familia Lincoln también vivió en Indiana e
Illinois), como un moderado abolicionista (se mostró contrario a al
extensión de la esclavitud en los nuevos estados, pero no a su abolición
en el Sur) entre radicales furibundos. Su carrera política fue
desigual: como diputado por los whigs (un partido en descomposición)
pasó sin pena ni gloria por la Cámara de Representantes entre 1847 y
1849, para regresar a la abogacía. Su retorno a la política, como uno de
los fundadores del flamante Partido Republicano (por entonces,
abolicionista, a diferencia del Demócrata), fue sonado tras la campaña
para entrar en el Senado en 1858 (disputándole, infructuosamente, la
plaza al demócrata Stephen A. Douglas) y presentarse incluso como
candidato a la vicepresidencia en 1856, fracasando en el intento. Pero
Lincoln ya estaba en Washington para quedarse y apostar por la carrera
presidencial.
En la Convención de 1860 Lincoln se enfrentó a los
destacados miembros del Partido Republicano para optar a la candidatura
presidencial: hombres como William H. Seward, Simon Cameron y Salmon P.
Chase, senadores activos, más experimentados que Lincoln en la política
nacional de Washington (Seward y Chase fueron, además, gobernadores de
Nueva York y Ohio, respectivamente), líderes de facciones diversas
dentro del partido. Pero Lincoln venció a sus contrincantes en el
partido gracias a su carisma, a jugar a la carta de ser un «hombre del
pueblo» y a una astucia política que pronto se iba a revelar como un
rasgo personal. Como candidato republicano se enfrentó a un Partido
Demócrata dividido con dos candidatos y a un antiguo político whig, y
ganó las elecciones presidenciales de noviembre de 1860, aunque con
menos votos que sus rivales. De este modo, la llegada de Lincoln a la
Casa Blanca se produjo en una situación de cierta minoría, liderando un
Partido Republicano que veía en Lincoln como un mal menor, sin un
programa de gobierno claro, débil y, por tanto, manipulable, y, en
última instancia, quizá el presidente menos preparado para enfrentarse a
la secesión de los estados del Sur y a una eventual guerra civil.
Lincoln jura el cargo de presidente de los Estados Unidos (4 de marzo de 1861) ante un Capitolio que aún no tiene la cúpula terminada |
Y aquí es donde arranca la novela Lincoln de Gore Vidal
(1925-2012). No creo que haga falta presentar a un autor de la categoría
de Gore Vidal, ensayista, dramaturgo y autor de novelas históricas de
renombre. Sus novelas, precisamente, hablan por sí mismas, especialmente
Juliano el Apóstata y Creación,
entre las más conocidas. Pero también ha escrito algunas novelas
ambientadas en los Estados Unidos, en períodos determinados de su
historia, la llamada Narratives of Empire, formada por siete novelas: Burr (1973), sobre el tercer vicepresidente de los Estados Unidos; la presente Lincoln (1984); 1876 (1984), sobre las elecciones presidenciales de ese año; Imperio
(1987), sobre los medios de comunicación en el tránsito del siglo XIX
al XX, incidiendo en la figura de William Randolph Hearst; Hollywood (1990), situada en los años veinte del pasado siglo XX; Washington D.C. (1967), con Franklin Delano Roosevelt como protagonista, y The Golden Age (2000), que recoge los años de la Segunda Guerra Mundial y los inicios de la Guerra Fría.
Lincoln es una novela extensa
(mil páginas en la edición de Edhasa de 2009; anteriormente Ediciones B
publicó una edición en su antigua colección de bolsillo). En las
palabras finales de la novela, Vidal pregunta qué proporción de Lincoln
es verdad y en qué medida es invención. Y es importante la cuestión
porque, en una primera lectura, la novela puede parecer (y en cierto
modo es) una biografía novelada. Novela, con todo, con una línea
cronológica lineal, desde la llegada de Lincoln a Washington a finales
de febrero de 1861, días antes de asumir la presidencia, y hasta su
asesinato el 14 de abril de 1865. En este sentido, pues, el lector sabe,
tratándose además de un personaje tan conocido como el Viejo Abe, cómo
termina la novela. Y, sin embargo, la novela avanza inexorablemente
hacia un final que, no por conocido, es menos intenso. Desde la llegada
de Lincoln a la estación de tren de la capital estadounidense, de
incógnito tras el descubrimiento de una conspiración para asesinarle en
Baltimore, asistimos al crecimiento personal de un personaje que, a
primera vista, parece anodino, enigmático y todo un desconocido para
propios y ajenos. Nadie parece confiar en él, nadie espera que sea capaz
de lidiar con la secesión de varios estados esclavistas y con la
probable disolución de la Unión surgida apenas ochenta y cinco atrás.
Nadie cree que Lincoln podrá detener el curso de los acontecimientos
que, Fort Sumter mediante, conducen a una guerra inevitable. Y en
momentos en que el propio Gobierno de los Estados Unidos está dividido
entre quienes apuestan por un trato con la flamante Confederación de
Estados de América para, conjuntamente, iniciar una política
imperialista que expulse a los franceses de Méjico y a los españoles de
las escasas colonias que aún controlan en el continente americano
(Seward); quiénes buscan la confrontación con los rebeldes sureños a
toda costa y su destrucción (los llamados jacobinos
republicanos), o quienes, además de derrotar a los estados confederados,
propugnan la abolición de la esclavitud por encima de todo (Chase).
Todos creen poder controlar a un presidente aparentemente pusilánime,
sin apenas experiencia política y, en cualquier caso, sin apoyos
suficientes como para poder destacarse por sí mismo.
La guerra civil es el tema esencial de
la novela, siguiendo la línea narrativa. Pero Vidal no convierte los
episodios bélicos (de la rendición de Fort Sumter en el sesenta y uno a
la rendición de Lee en Appomatox en abril del sesenta y cinco) en el eje
de la novela: estos acontecimientos, de Manassas a Gettysburg o el
breve asedio a la capital en julio del sesenta y cuatro por parte de los
confederados, se imbrican en la forja (política) de un líder: Abraham
Lincoln. Por encima de sus rivales en el Partido Republicano, que ya
desde la llegada de Lincoln a Washington están pensando en cómo
prepararse para arrebatarle la presidencia cuatro años después; por
encima de generales como McClellan, el Joven Napoleón, más interesado en
ralentizar el combate con los confederados en pos de una posible paz
con ellos… una vez alcance la presidencia; por encima de la trama de
corrupción que parece rodear a Mary Todd, su neurótica esposa (por no
decir simplemente perturbada). Estamos ante una novela eminentemente
política, en la que aspectos como la defensa acérrima de la Unión
(aunque sea mediante una guerra), la cuestión de la esclavitud
(¿liberación general o sólo en los estados de frontera?) o las luchas
entre los poderes ejecutivos del presidente por delante de un cierto
obstruccionismo legislativo del Congreso nutren un texto con muchas
aristas. Pues no sólo son complejas y diversas las tramas de la novela,
también estamos ante una estructura coral en cuanto a los personajes:
pasamos del alto y enjuto Lincoln, con su tendencia a contar historias y
a mostrarse enigmático en cuanto a sus ideas más personales, a su
familia (Mary Todd, sus hijos), rivales/aliados como Seward, Chase (y su
hija Kate) y Stanton, los dos secretarios personales John Hay y John
Nicolay, los confederados David Herold y la familia Surrratt (personajes
ficticios), los generales McDowell, McClellan y Grant, o el futuro
asesino John Wilkes Booth, entre otros muchos. Vidal salta de un
personaje a otro, en muchas ocasiones si apenas transición, aportando
diversos puntos de vista. Es esta imagen poliédrica de y sobre Lincoln
uno de los aspectos más interesantes de esta novela que, a priori, podrá
decepcionar a quienes esperen más batallas y más acción bélica. Y, sin
embargo, el desarrollo de la guerra civil es la cara B de la historia de
la creación de un mito: Lincoln, el padre de la nación, el hombre que
salvó a la Unión cuando pocos confiaban en ella.
Estamos, pues, ante una novela intensa,
compleja en cuanto a la capacidad de autor para que una trama tan
diversa y con tantos personajes no acabe desmoronándose ante el peso de
las páginas. Y no lo hace, incluso cuando la intriga sobre el destino de
Lincoln se ha diluido desde el principio. Tras mil páginas de política,
guerra, conspiraciones, intentos de asesinato y tragedias, la pregunta
que queda incide en el propio Lincoln: ¿quién fue? ¿qué había tras su
férrea voluntad y la determinación de no ser el último presidente de la
Unión? ¿Qué había en el padre de unos hijos en cierto modo extraños y de
una esposa al borde de la demencia? ¿Qué había tras el hombre en quien
pocos confiaban y que muchos despreciaban? Su prematura muerte en 1865
tal vez no permite dilucidar, al menos desde la literatura, el enigma
sobre quien ha pasado a ser uno de los mejores presidentes de los
Estados Unidos. La desmitificación que, con fuentes de todo tipo
(diarios, cartas, periódicos, biografías,…), realiza Gore Vidal quizá
pueda servirnos para acercarnos, un poco más, a una figura como la de
Abraham Lincoln.
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