"Siempre hubo más de uno". Porque tú lo digas...
Bueno, alguna historia tenían que inventarse para hacer un Bourne sin
Jason Bourne. En esta era de reboots
(batmans, spidermans, supermans, xmens, totalrecalls, jamesbonds...),
en la que el taquillaje lo es todo, Tony Gilroy, coguionista de la saga
Bourne, tira adelante con la franquicia habiendo dejado hundiéndose (y
resurgiendo) a Jason Bourne en el fondo del mar. Ante un syntax error,
buscamos programa nueva, reiniciamos el sistema y voilà!,
tenemos a Aaron Cross (Jeremy Renner): un agente modificado
genéticamente (¿para qué? no te lo dicen o si lo hacen se quedan en las
medias tintas de la irresolución) que encuentra, desde la lejana Alaska
(si te vas a entrenar solitario que sea en un sitio donde no te
encuentres a nadie en quinientas millas a la redonda), que lo buscan
paar eliminarlo. Treadstone, Blackbriar, Pamela Landy, Noah Vosen, el
profesor Hirsch y Jason Bourne, todo, se van al garete y hay que borrar
todo rastro antes de que la cosa le estalle en la cara a las múltiples
agencias de inteligencia, contraterrorismo y lo que se oculte hasta
debajo de las piedras. Y el objetivo ahora es Cross, Aaron Cross.
La saga de Jason Bourne, basada muy libremente en las novelas del
malogrado Robert Ludlum (y que tambén se están reebotizando ahora con la
pluma de Eric van Lustbander; ya ha varias entregas en castellano de la
nueva serie literaria), han marcado un punto de ruptura en el cine de
acción de la primera década del siglo XX. Las primeras tres entregas,
protagonizadas por Matt Damon como el escurridizo y desmemoriado (va con
segundas) Jason Bourne en 2002, 2004 y 2007, forzaron a cambiar el modo
de perfilar el héroe de acción. Menos para Stallone y su nuevo equipo de
mercenarios, que conscientemente se ven anclados ahora en el estilo
ochentero de bazookas y demás parafernalia; resulta curioso ver el
tráiler de su segunda entrega con esta película y constatar que su
película y la franquicia bourneniana son como la noche y el día. Sin el
Bourne de Matt Damon probablemente no habría el nuevo James Bond de Daniel
Craig. Un héroe que sufre, pelea para algo más que cumplir con la misión
(nunca la supervivencia salió tan cara), oscuro, perseguido por los
suyos, convertidos de protectores y empleadores en enemigos y quizá algo
más. Jason Bourne arrastraba, además, el estigma de la amnesia forzada
por los lavados de cabeza. La culpa que busca redención, no
necesariamente venganza. En esas lides, a su manera, juega Aaron
Cross, aunque sin la amnesia.
La película de Gilroy tiene además la particularidad de recuperar personajes y situaciones de El ultimátum de Bourne,
convertidos en material para una trama paralela a los sufridos avatares
de Aaron Cross. De perseguido, de algo más que repudiado, y acompañado
por la científica que ayudó a reprogramarlo (Rachel Weisz), sin saberlo
ella, Cross busca su supervivencia física (y quizá mental). Con dos
partes claramente definidas, la película navega desde una aparente (y
hasta cierto punto) indefinición inicial a abrazar los elementos más
característicos de la trilogía protagonizada por Matt Damon:
persecuciones trepidantes, teconología a la que no se le escapa el más
mínimo detalle (quizá si te mueres de verdad no te encontrará nadie),
perseguido y perseguidores perfectamente adiestrados en artes marciales,
cámara al hombro y en constante movimiento, etc. En eso la película se
convierte en digna heredera de la franquicia, pero, claro, quien escribe
el guión y dirige es Tony Gilroy. Sin Bourne, pero ¿hace falta a estas
alturas?
Acción trepidante, tramas de alcance global, trasfondo político, final
abierto (habrá más entregas, hay contrato firmado por Renner y Weisz),
esperaremos a ver qué le sucederá al Bourne que no es Bourne... tras la
identidad, el mito (the supremacy en el original inglés), el ultimátum y el legado, ¿qué sustantivo añadirán al próximo título?
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