7 de mayo de 2012

Reseña de Santiago, un mito del futuro lejano, de Mike Resnick


En el Principio era el Verbo, comenta Juan el Evangelista. Para los clásicos, la filosofía comienza cuando se produjo el paso del mythos al lógos. O también comenzó la literatura. Hagan sus apuestas al respecto. Pero, ¿es el mito un mero recuerdo del pasado? ¿Puede el mito a su vez proyectarse al futuro y contar una historia que nos atrape, nos estimule, nos recuerde que el ser humano sigue necesitando a los mitos, de una manera u otra? Y es que puede haber más mitos que los clásicos, desde luego. Y leyendas. ¿Y qué separa una leyenda del mito?

Mike Resnick escribió en 1986 una novela de ciencia-ficción que, en el fondo, es un canto a la pervivencia de los mitos: Santiago, un mito del futuro lejano (Ediciones B, 1997/Byblos, 2007), que pude adquirir en una colección de bolsillo hará un lustro. Una novela que llama la atención en el título. Y que comienzas a leer y descubres que en sus páginas el mito es un protagonista tan importante como los personajes que la pueblan, como sus andanzas y aventuras, como el mundo del futuro que se nos describe. Y que nos traslada a un mito viviente: Santiago.

Los juglares cantan canciones sobre él en Minotauro y en Teseo, los mundos gemelos que circundan Sigma Draconis, y siempre lo retratan como alguien de exactamente doscientos diecisiete años, más alto que un campanario y más inmenso que un granjero, un Príncipe de los Ladrones bebedor y mujeriego, que se diferencia de Robin Hood (otro favorito de los juglares) fundamentalmente en que roba a ricos y pobres por igual, y en su propio beneficio. Sus aventuras son incontables, y van desde su épico enfrentamiento mano a mano con una Gorgona que respiraba cloro, hasta la mañana en que descendió a los infiernos y lanzó un escupitajo que dio de lleno en el ojo ardiente de Satán; y raro es el día en que no se añade alguna que otra estrofa a la siempre creciente ‘Balada de Santiago’.

La novela de Resnick es un mero divertimento: una trama de Far West llevada a un mundo futurista, miles de años después de nuestro presente, con un Universo poblado por la especie humana y en pleno contacto con habitantes de otros planetas, sistemas y galaxias. Un mundo en el que el cazarrecompensas Sebastián Ruiseñor Caine, el Pájaro Cantor, se dedica a la captura (o el asesinato) de criminales perseguidos por una justicia demasiado endeble en un Democracia galáctica que apenas puede llegar a lo más lejano de una Frontera inabarcable. Santiago es el criminal más buscado, la recompensa por cualquier pista que conduzca a su captura es la mayor que nunca se ha ofrecido, y no digamos su propia captura. Muchos cazarrecompensas van tras él, como el Ángel; e incluso periodistas con un pasado (y un presente) oscuros siguen su rastro, como Virtud Mackenzie, la Reina Virgen, o untuosos anticuarios y coleccionistas, con un pie en cada lado de la ley, como el Alegre Botinero. Todos buscan a Santiago, cada uno por sus motivos. Todos quieren convertirse en mito, a su manera.

Jamás existió historia escrita acerca de la Frontera Interior, de manera que Orfeo Negro asumió la responsabilidad de trovarla. Su verdadero nombre no era Orfeo (aunque era negro). En realidad, los rumores decían que había sido acuaculturista, allá en el sistema Deluros, antes de enamorarse. La muchacha se llamaba Eurídice y Orfeo la siguió hasta las estrellas, y ya que había abandonado todo cuanto poseía por ir tras ella, no tuvo para ofrecerle más que su música; de manera que adoptó el nombre de Orfeo Negro y pasó la mayor parte de su si vida componiendo canciones de amor y sonetos para su amante. Luego ella murió, y él decidió quedarse en la Frontera Interior, donde comenzó a escribir una balada épica acerca de los mercaderes, los cazadores, los delincuentes y los inadaptados con los que se cruzaba. De hecho, nadie dejaba oficialmente de ser un advenedizo o un turista hasta el día en que él agregaba a la canción una o dos estrofas acerca de esa persona.

Y es que no habría mitos sin rapsodas, sin trovadores, juglares o cantores que recojan las historias, las leyendas, las aventuras, de personajes de toda índole, vivos o muertos. Y en esa labor Resnick crea la figura de Orfeo Negro, el cantor, el recopilador de estrofas,  un particular Funes el Memorioso que no sólo es incapaz de olvidar, sino que trova la historia de una Frontera, de un cosmos sin fin. Y tras él, el propio mito, ya no sólo en su nombre, sino en su propia concepción como posmoderno Orfeo.

–¿Y eso impresionó tanto a Orfeo Negro que escribió sobre él? –dijo Virtud, obviamente no muy impresionada.
–Ha escrito sobre personajes mucho menos pintorescos –replicó el Botinero–. Tú y yo, por ejemplo.
–Esto puede sorprenderte, pero no siquiera sabía que formaba parte de su condenada historia hasta que aparecieron mis versos –dijo, soltando un bufido desdeñoso–. Todavía no sé cuando ni dónde me vio, y no creo que nunca llegue a saber de dónde sacó ese disparate de Reina Virgen.
–De manera que no eres virgen y no eres una reina –dijo él con tranquilidad–. A mí jamás me ha perseguido la policía, por más que lo diga la canción. Se trata de un fabricante de mitos, no de un historiador.
–No es un fabricante de mitos ni un historiador –dijo Virtud–. Es un simple baladista, y no de los mejores.
El Botinero sacudió la cabeza:
–Puede darle a su historia forma de balada, pero no es de los que permiten que la métrica le impida decir lo que quiere. La última vez que me visitó le comenté que en la métrica de las estrofas dedicadas a Sócrates, a Altair de Altair y a Charlie Única-vez había fallos, y él se limitó a sonreír y a decirme que prefería que sus canciones dijeran la verdad a que rimaran.
–Ese tipo es un tonto.
–En ese caso es un tonto muy popular.

¿Y cuál es la verdad en el mito? ¿Es un oxímoron en sí mismo? ¿Dónde empieza la una y termina el otro, o a la inversa?

En última instancia, nos queda una novela entretenidísima, quizá más plana de lo que pudiera parecer a primera vista: cazarrecompensas con o sin principios, jugadores que siempre tienen tiempo para una última mano de cartas, artistas que necesitan el estímulo de una droga que les lleve a la inspiración suprema, hombres de negocios que se manchan las manos con sangre por dinero o poder, juglares que se alimentan de las leyendas, pistoleros de gatillo fácil, naves con alma humana, sacerdotes de ira divina y mitos vivos, como Santiago, que esperan a su captura… o a perpetuarse como mitos. Resnick te engancha con un estilo directo, muy cinematográfico. Y al final queda el mito. El simple, puro y diáfano mito. En un futuro muy, muy lejano…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy divertida. Para pasar un buen rato sin grandes pretensiones.