En el Principio era el Verbo,
comenta Juan el Evangelista. Para los clásicos, la filosofía comienza cuando se
produjo el paso del mythos al lógos. O también comenzó la literatura.
Hagan sus apuestas al respecto. Pero, ¿es el mito un mero recuerdo del pasado?
¿Puede el mito a su vez proyectarse al futuro y contar una historia que nos
atrape, nos estimule, nos recuerde que el ser humano sigue necesitando a los
mitos, de una manera u otra? Y es que puede haber más mitos que los clásicos,
desde luego. Y leyendas. ¿Y qué separa una leyenda del mito?
Mike Resnick escribió en 1986
una novela de ciencia-ficción que, en el fondo, es un canto a la pervivencia de
los mitos: Santiago, un mito del futuro lejano (Ediciones B, 1997/Byblos, 2007), que
pude adquirir en una colección de bolsillo hará un lustro. Una novela que llama
la atención en el título. Y que comienzas a leer y descubres que en sus páginas
el mito es un protagonista tan importante como los personajes que la pueblan,
como sus andanzas y aventuras, como el mundo del futuro que se nos describe. Y
que nos traslada a un mito viviente: Santiago.
Los juglares cantan canciones sobre él en
Minotauro y en Teseo, los mundos gemelos que circundan Sigma Draconis, y
siempre lo retratan como alguien de exactamente doscientos diecisiete años, más
alto que un campanario y más inmenso que un granjero, un Príncipe de los
Ladrones bebedor y mujeriego, que se diferencia de Robin Hood (otro favorito de
los juglares) fundamentalmente en que roba a ricos y pobres por igual, y en su
propio beneficio. Sus aventuras son incontables, y van desde su épico
enfrentamiento mano a mano con una Gorgona que respiraba cloro, hasta la mañana
en que descendió a los infiernos y lanzó un escupitajo que dio de lleno en el
ojo ardiente de Satán; y raro es el día en que no se añade alguna que otra
estrofa a la siempre creciente ‘Balada de Santiago’.
La novela de Resnick es un mero
divertimento: una trama de Far West llevada a un mundo futurista, miles de años
después de nuestro presente, con un Universo poblado por la especie humana y en
pleno contacto con habitantes de otros planetas, sistemas y galaxias. Un mundo
en el que el cazarrecompensas Sebastián Ruiseñor Caine, el Pájaro Cantor, se
dedica a la captura (o el asesinato) de criminales perseguidos por una justicia
demasiado endeble en un Democracia galáctica que apenas puede llegar a lo más
lejano de una Frontera inabarcable. Santiago es el criminal más buscado, la
recompensa por cualquier pista que conduzca a su captura es la mayor que nunca
se ha ofrecido, y no digamos su propia captura. Muchos cazarrecompensas van
tras él, como el Ángel; e incluso periodistas con un pasado (y un presente)
oscuros siguen su rastro, como Virtud Mackenzie, la Reina Virgen, o untuosos
anticuarios y coleccionistas, con un pie en cada lado de la ley, como el Alegre
Botinero. Todos buscan a Santiago, cada uno por sus motivos. Todos quieren
convertirse en mito, a su manera.
Jamás existió historia escrita acerca de la Frontera Interior,
de manera que Orfeo Negro asumió la responsabilidad de trovarla. Su verdadero
nombre no era Orfeo (aunque era negro). En realidad, los rumores decían que
había sido acuaculturista, allá en el sistema Deluros, antes de enamorarse. La
muchacha se llamaba Eurídice y Orfeo la siguió hasta las estrellas, y ya que
había abandonado todo cuanto poseía por ir tras ella, no tuvo para ofrecerle
más que su música; de manera que adoptó el nombre de Orfeo Negro y pasó la
mayor parte de su si vida componiendo canciones de amor y sonetos para su
amante. Luego ella murió, y él decidió quedarse en la Frontera Interior,
donde comenzó a escribir una balada épica acerca de los mercaderes, los
cazadores, los delincuentes y los inadaptados con los que se cruzaba. De hecho,
nadie dejaba oficialmente de ser un advenedizo o un turista hasta el día en que
él agregaba a la canción una o dos estrofas acerca de esa persona.
Y es que no habría mitos sin
rapsodas, sin trovadores, juglares o cantores que recojan las historias, las
leyendas, las aventuras, de personajes de toda índole, vivos o muertos. Y en
esa labor Resnick crea la figura de Orfeo Negro, el cantor, el recopilador de
estrofas, un particular Funes el
Memorioso que no sólo es incapaz de olvidar, sino que trova la historia de una
Frontera, de un cosmos sin fin. Y tras él, el propio mito, ya no sólo en su
nombre, sino en su propia concepción como posmoderno Orfeo.
–¿Y eso impresionó tanto a
Orfeo Negro que escribió sobre él? –dijo Virtud, obviamente no muy
impresionada.
–Ha escrito sobre personajes
mucho menos pintorescos –replicó el Botinero–. Tú y yo, por ejemplo.
–Esto puede sorprenderte, pero
no siquiera sabía que formaba parte de su condenada historia hasta que aparecieron
mis versos –dijo, soltando un bufido desdeñoso–. Todavía no sé cuando ni dónde
me vio, y no creo que nunca llegue a saber de dónde sacó ese disparate de Reina
Virgen.
–De manera que no eres virgen y
no eres una reina –dijo él con tranquilidad–. A mí jamás me ha perseguido la
policía, por más que lo diga la canción. Se trata de un fabricante de mitos, no
de un historiador.
–No es un fabricante de mitos
ni un historiador –dijo Virtud–. Es un simple baladista, y no de los mejores.
El Botinero sacudió la cabeza:
–Puede darle a su historia
forma de balada, pero no es de los que permiten que la métrica le impida decir
lo que quiere. La última vez que me visitó le comenté que en la métrica de las
estrofas dedicadas a Sócrates, a Altair de Altair y a Charlie Única-vez había
fallos, y él se limitó a sonreír y a decirme que prefería que sus canciones
dijeran la verdad a que rimaran.
–Ese tipo es un tonto.
–En ese caso es un tonto muy
popular.
¿Y cuál es la verdad en el mito?
¿Es un oxímoron en sí mismo? ¿Dónde empieza la una y termina el otro, o a la
inversa?
En última instancia, nos queda
una novela entretenidísima, quizá más plana de lo que pudiera parecer a primera
vista: cazarrecompensas con o sin principios, jugadores que siempre tienen
tiempo para una última mano de cartas, artistas que necesitan el estímulo de
una droga que les lleve a la inspiración suprema, hombres de negocios que se
manchan las manos con sangre por dinero o poder, juglares que se alimentan de
las leyendas, pistoleros de gatillo fácil, naves con alma humana, sacerdotes de
ira divina y mitos vivos, como Santiago, que esperan a su captura… o a
perpetuarse como mitos. Resnick te engancha con un estilo directo, muy
cinematográfico. Y al final queda el mito. El simple, puro y diáfano mito. En
un futuro muy, muy lejano…
1 comentario:
Muy divertida. Para pasar un buen rato sin grandes pretensiones.
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