14 de mayo de 2012

Reseña de La República de Weimar: una democracia inacabada, de Horst Möller

Desde la publicación de La Alemania de Weimar. Promesa y tragedia de Eric D. Weitz (Turner, 2009), el lector hispano habrá notado que la bibliografía sobre el tema ha aumentado por nuestros lares. Al menos, a vuelapluma, puedo citar la reedición de La cultura de Weimar, de Peter Gay, y la publicación del breve libro de César Roa Llamazares, La República de Weimar. Manual para destruir una democracia (Libros de la Catarata, 2010) y del estudio La Constitución de Weimar: texto de la Constitución alemana de 11 de agosto de 1919 a cargo de Walter Jellinek, Ottmar Buhler y Constantino Bormati (Tecnos, 2010). Y posiblemente dicho lector se pregunte por el interés que suscita el régimen republicano surgido en Alemania de la derrota en la Primera Guerra Mundial. ¿Acaso en la situación económica y social actual el recuerdo de la experiencia democrática alemana entre 1919 y 1933 puede servir de lección histórica? ¿O quizá el marco constitucional alemán del período llama la atención por ser también un período histórico sobresaliente, no sólo en cuanto a la historia política alemana, sino también en cuanto a los logros sociales y culturales? Quién sabe, pero sea por el motivo que fuere, Weimar sigue interesando. Y fruto de ello es la publicación en castellano de La República de Weimar: una democracia inacabada, de Horst Möller (Antonio Machado Libros, 2012). 

Estamos en esta ocasión ante un libro de historia política. Por encima de todo. Un libro que se publicó por primera vez en alemán en 1985 y que el autor ha revisado desde entonces, ampliando y añadiendo bibliografía actualizada, hasta llegar a la edición actual, la novena en alemán. Estructurado en tres grandes capítulos –“Dos presidentes imperiales–potencialidades y fracasos”, “Origen y período de prueba de la República de Weimar, 1919-1930” y “Síntomas de crisis y disolución de la República de Weimar”–, a priori podría parecer una narración diacrónica del régimen republican. Pero el libro no se queda meramente en ello. Así, el primer capítulo nos aproxima a la biografía y la carrera política de los dos presidentes del régimen de Weimar, Friedrich Ebert (1919-1925), socialdemócrata, y el mariscal Paul von Hindenburg und von Beneckendorff (1925-1934), figuras antagónicas, diferentes en muchos sentidos: «La República tuvo dos presidentes, Ebert fue su esperanza, Hindenburg un símbolo de su amenaza. Cuando un presidente como él acabó convirtiéndose en la única esperanza, como sucedió en 1932, es que la situación era verdaderamente crítica. Apenas había esperanza para la república» (p. 104). La lapidaria conclusión de Möller no es baladí: Ebert fue el canciller posterior al armisticio alemán en noviembre de 1919 y el forjador, si no el principal desde luego el de mayor sostén, de un titubeante régimen republicano por muchos anhelado, también por muchos denostado y por pocos defendido. Primer presidente del Reich –de un Imperio que se definía formalmente como tal–, Ebert tuvo que lidiar con la revolución de noviembre de 1918 a enero de 1919 (y sus secuelas); una revolución de la que nace el régimen republicano, pero que fue considerada de diversa manera por las diferentes opciones políticas: moderada para socialdemócratas y el Zentrum católico, insuficiente para radicales de izquierda (KPD, comunistas) y derecha (liberales conservadores, nacionalistas irredentistas), observada con temor por el ejército y temida por la mayoría. Su prematura muerte en 1925 apartó a una figura que podría haber defendido (del modo que no hizo Hindenburg) el régimen republicano; para Möller es difícil concebir que con Ebert hubieran llegado al poder cancilleres como Franz von Papen o Kurt von Schleicher, que antecedieron a Hitler en la cancillería, y la deriva presidencialista del régimen se habría atemperado. 

Horst Möller
Pues precisamente en la redacción de la Constitución finalmente aprobada en Weimar en agosto de 1919 se explicitó el dilema de un sistema republicano que navegó entre el control parlamentario del Reichstag y la deriva de un proceder presidencialista que dificultaba la propia existencia de la República. El análisis de la Constitución deja entrever que el poder del Reichstag, y la dependencia de una mayoría estable en su seno (nunca conseguida), nunca logró implantarse: los resultados de las elecciones legislativas entre 1920 y 1932 dejó clara la noción de que un gobierno con apoyo parlamentario fue siempre una ausencia, nunca una solución alcanzada. Incluso en los años de mayor tranquilidad del régimen republicano (1924-1929), los gobiernos de coalición duraron poco. La propia Gran Coalición defensora e impulsora del sistema de Weimar –socialdemócratas, Zentrum y DDP (Partido Democrático Alemán)– fue incapaz de mantener la noción de un gobierno que se sostenía en un control, siquiera nominal, del Reichstag, al que debía rendir cuentas. Pronto se vio que los poderes concedidos al presidente del Reich permitían soslayar, especialmente a partir de 1930 (y en manos de un presidente con escasas simpatías por el régimen weimariano), al Reichstag, al tiempo que el carácter federal de Alemania se convertía en una rémora para políticos conservadores como Papen, que con el golpe contra el gobierno del SPD en Prusia en julio de 1932 dejaba bien claras sus intenciones. Pero el desprecio de Papen por las votaciones del Reichstag, que se hizo evidente en la disolución parlamentaria apenas dos meses después de las elecciones legislativas de julio de 1932, aun contando con el apoyo del senil presidente Hindenburg, también era una señal del aparente desconocimiento del canciller respecto a la influencia de un Reichstag que se negaba a ser mero ratificador de los decretos-ley del poder ejecutivo. Resultado de ello es que el mapa electoral surgido de las elecciones de noviembre de ese año complicaba todavía más la gobernabilidad del país en momentos en que la crisis económica era profunda.

Möller disecciona, especialmente en el capítulo 2, el cariz de los principales partidos políticos alemanes del sistema de Weimar: sus bases, sus ganancias y pérdidas electorales, su papel en la difícil década de los años veinte. El autor se niega a considerar la llegada de los nazis al poder en enero de 1933 como un hecho inevitable ante la, a la postre, imposibilidad de alcanzar la estabilidad política que Alemania necesitaba. El país tuvo que lidiar entre 1919 y 1923 con el peso del Tratado del Versalles, no siendo menor problema la cuestión de las reparaciones de guerra, así como una situación económica que tocó fondo en 1923 con una hiperinflación desaforada. Pero la relativa tranquilidad económica tras 1924 y hasta el estallido de la crisis económica mundial a finales de década, no se palió con la anhelada estabilidad política. A pesar del respiro conseguido gracias a la labor de Gustav Stresemann como imprescindible garante de Alemania en el panorama internacional como ministro de Asuntos Exteriores (ininterrumpidamente entre 1923 y su fallecimiento en octubre de 1929), el régimen republicano tenía problemas en el interior. 


La República de Weimar (1919-1933)
La caída de la Gran Coalición en 1930 abrió la senda para el gobierno de un Heinrich Brüning (1930-1932) que ya tenía claro que se podía gobernar con los poderes que la Constitución garantizaba al presidente y al margen de la imposible aritmética parlamentaria. ¿Puede establecerse en marzo de 1930, con la designación de Brüning, el final del sistema de Weimar? ¿Hay que esperar a su sucesor, Papen? ¿O ya, sin dudarlo, a la cancillería de Hitler desde el 30 de enero de 1933? Lo que Möller tiene claro, sea cual sea la fecha, es que el consenso de los tres partidos defensores del sistema de Weimar tenía fecha de caducidad en el momento en que el espíritu de la Constitución de 1919 fue puesto en peligro. «La disolución de la República fue un proceso de larga duración» (p. 328). La crisis económica desde 1929 no fue únicamente la causa del desgaste de un sistema que nunca consiguió sostenerse con solidez, pero desde luego agudizó la (constante) crisis constitucional del régimen.

Así pues, y para concluir, el libro de Möller, sin dejar de lado el contexto social, cultural e incluso económico de la década de 1920 (que el texto de Eric Weitz profundiza con más detalle), acerca al lector a la problemática política y constitucional de un régimen democrático que, como se explícita en el subtítulo, quedó inacabado ante las disensiones de los partidos, ante un sistema que terminó por ser ingobernable, ante un presidente (Hindenburg) que no fue la alternativa conservadora a su predecesor socialdemócrata sino un futuro sepulturero, y ante los temores y miedos (más que esperanzas) de muchos alemanes que no vieron en Weimar un fin; de hecho, ni un medio. Al final, los anhelos de la revolución de 1918-1919 fueron enterrados por el acoso y derribo de otra, la nacionalsocialista de 1933-1934, que dio paso a la dictadura.

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