En su cuadro La muerte de César (1867), Jean-Léon Gérôme fuerza al espectador a no fijarse en un muerto, mientras que focaliza la atención en el grupo de senadores, daga en mano, que abandonan triunfantes la curia senatorial instalada por entonces en uno de los aledaños del templo de Venus erigido por Pompeyo. A lo lejos se otean senadores que han huido, del mismo modo que algunos se han ocultado tras unas columnas. En la parte inferior izquierda, a los pies de la estatua de Pompeyo, un cuerpo apenas cubierto con la toga, ensangrentado y desmadejado, no parece ser atendido por nadie. Es Cayo (o Gayo, según los filólogos) Julio César, dictador vitalicio, asesinado por una conjura de senadores, entre los que había amigos y partidarios suyos, que no deseaban seguir gobernados por alguien que se había situado, en su óptica, por encima de la República romana. Alguien que simbolizaba, a sus ojos, la pérdida de una libertad que sólo ellos conocieron. Alguien que, dispuesto a reformar un estado de cosas que no podían continuar funcionando como solían un siglo atrás, debía ser eliminado en un acto de puro patriotismo, confiando en que todo lo demás se solucionaría por sí mismo.
Julio César. El coloso de Roma de Richard Billows (Gredos, 2011) es la última biografía que ha llegado sobre el personaje al mercado hispano. No será la última, desde luego: la figura de César sigue concitando enormes pasiones y, por mucho que en la mayoría de los casos se sigan publicando obras que aportan más bien poco al estudio de este personaje, el interés de numerosos lectores fuerza a que cada año salgan ensayos, biografías y, cómo no, numerosas novelas históricas. Y si hace cuatro años Adrian Goldsworthy ya ofreció una biografía cesariana que, con las ínfulas propias de las editoriales, se vendió con el acicate de «definitiva», llega ahora a nuestras manos un libro con menos pretensiones y mejores cartas de presentación. Un libro que debe mucho a ya clásicos de la historiografía romanista, como The last generation of the Roman Republic de Erich Gruen (1974), que aunque con algunos matices sigue siendo la obra de referencia para los últimos treinta años de la libera res publica romana (78-49 a.C.), y a la biografía de Christian Meier, Caesar: a biography (1982), aunque, en palabras de Billows, no se considera cien por cien partícipe de las tesis de ambos.
Mucho se ha publicado sobre el personaje, decía, y se seguirá publicando. Entre los aciertos del libro de Billows está, para empezar, un prefacio en el que realiza un más que pertinente estado de la cuestión sobre el personaje, así como un comentario de las fuentes sobre su vida y época. Suscribo las recomendaciones que hace Billows al respecto, aunque disiento de su buena opinión respecto El asesinato de Julio César. Una historia del pueblo en la antigua Roma de Michael Parenti (2003, trad. 2005). Por otro lado, el libro de Billows tiene un aliciente suplementario: no es una mera biografía de César, sino un libro en el que también se realiza un análisis pormenorizado de la crisis de la República romana, iniciada con el tribunado de Tiberio Graco en el año 133 a.C. Por supuesto, los problemas para Roma no habían empezado precisamente en esa fecha, sino que se arrastraban desde al menos un siglo antes, con el legado de las guerras púnicas, el papel de los aliados itálicos en el estado imperial romano, el empobrecimiento de los pequeños y medianos agricultores romanos (parejo al cambio de ciclo en la economía de una ciudad-Estado que se estaba convirtiendo en imperio mediterráneo) y los cambios culturales en una sociedad hasta entonces cerrada en sí misma. Es este doble juego, biografía y ensayo, el que hace interesante el estudio de Billows.
Richard Billows |
El autor no se limita tampoco a los habituales maniqueísmos en la biografía de un personaje que ya en su época se convirtió en leyenda. La necesaria, obligada y preceptiva crítica de fuentes es una constante en Billows, que no acepta sin más el testimonio, a menudo tendencioso, de Cicerón, Salustio, Plutarco, Dión Casio, Apiano o el propio César, con sus propagandísticos comentarios sobre las guerras gálica y civil. Y puede parecer de Perogrullo, pero cuántas veces una biografía laudatoria del personaje, un texto apegado excesivamente al formol de según qué fuentes clásicas y el a menudo divulgarizante tono de las novelas históricas han transformado a César más en un exemplum o incluso en un tópos literario, dejando de lado la propia repercusión histórica del personaje. Cuántas veces el debate sobre si César aspiraba a la monarquía no ha encubierto su propia actuación política; cuántas veces se habrá valorado más sus posibles intenciones que la realidad de sus actos.
Un elemento recurrente que Billows introduce en su biografía es la «vuelta atrás del reloj» republicano. Una idea que no es especialmente novedosa pero que sirve para analizar la actitud política de los rivales de César y, en última instancia, de la nobilitas que se enfrentó a cualquier intento de cambio en las instituciones romanas del período. Catón, Cicerón, Cátulo, Ahenobarbo y por último Bruto y Casio pretendieron siempre volver atrás el reloj, regresar a los tiempos anteriores a los convulsos tribunados de Tiberio y Cayo Graco, cuando la Roma de entonces estaba férreamente controlada por un modo de gobierno tradicional, supuestamente fiel a los principios de la costumbre de los antepasados (mos maiorum). Sila lo intentó orgánicamente durante su dictadura (82-80 a.C.), legislando a favor de un Senado que se arrogaba bastante más que la tradicional auctoritas de la que siempre había gozado y destruyendo todo intento de reforma popularis, ya fuera en las magistraturas, los tribunales de justicia o las asambleas.
En ese sentido, César simboliza la política popularis, derivada de los Graco, de Saturnino, de Cinna (más que de Mario) y de los tribunos de la plebe que trataron de erosionar a la nobilitas post-silana de los años 70 a.C. Es por ello que el autor no ve en César a un político trepador y egoísta que buscaba sólo el poder. «Había un amplio sector de la población de Roma, Italia y el Imperio que buscaba las reformas y apoyaba a los hombres que las proponían» (p. 311). No es casual el apoyo que César siempre concitó y consiguió entre los habitantes de la Galia Cisalpina que aspiraban a la ciudadanía romana, a los propios ciudadanos romanos de origen itálico que exigían una igualdad con respecto a los habitantes de la capital, o de los propios romanos de la Urbe que solicitaban algo más que una ración de grano mensual. Al estallar la guerra civil en el 49 a.C., «si César consiguió controlar toda Italia en unos pocos meses sin asestar apenas un golpe, no se debió implemente a su personal brillantez y capacidad de decisión o a la excelencia o la fuerza preponderante de su ejército. En realidad, para esta campaña, sólo dispuso de un pequeño número de soldados veteranos, que en un principio ascendían a poco más de una legión. Tampoco se debió a que sus adversarios se mostraran pusilánimes. Italia decidió apoyar a César, con lo que la posición de Pompeyo y los optimates en Italia resultó insostenible, pues los italianos sabían que César les concedería por fin plena y gratuitamente aquello por lo que habían estado luchando desde los días de Cayo Graco: una participación y una posición en el Estado romano iguales a las de los ciudadanos y los oligarcas romanos. De la misma manera, el éxito de César como líder de la guerra civil sólo se puede comprender entendiendo a César como político y el movimiento político que encabezó» (p. 333).
¿Cómo entender, pues, el asesinato de César por parte de algunos de aquellos que habían estado a su lado en las Galias o en Farsalia? Para Billows, la cuestión excede el mero asesinato físico de César y, paradójicamente, se limita a la muerte de éste. Marco Bruto y Cayo Casio encuentran de su lado a Cayo Trebonio y Décimo Bruto en el momento de asestar las diversas puñaladas que mataron a César, pero poco les unía: tan sólo la necesidad de eliminar a César. Sus objetivos eran diferentes y sin embargo convergieron en un magnicidio que triunfó en lo inmediato, el asesinato, pero fracasó en sus consecuencias, pues todos ellos tuvieron que aceptar el mantenimiento del legado político de César, curiosamente porque su propia carrera política (los cargos que ostentaban o estaban a punto de ejercer) dependían de la aceptación de la política de César. El atraso del reloj republicano, por un lado, y el temor a una figura omnipotente, en la que parecía convertirse César, juntó a hombres que a priori defendían visiones diferentes de la propia República.
La biografía de Richard Billows, en conclusión, tiene los suficientes alicientes para ser leída con detenimiento. Se aleja de posturas maniqueas respecto la figura de César, al que acaba imbricando con la propia evolución del sistema político romano, y aporta más elementos de reflexión. Y todo ello con amenidad, un rigor en cuanto al tratamiento de fuentes (empezando por el propio César) y eficacia. Elementos todos ellos que justifican la lectura de este libro. Sin duda alguna.
La biografía de Richard Billows, en conclusión, tiene los suficientes alicientes para ser leída con detenimiento. Se aleja de posturas maniqueas respecto la figura de César, al que acaba imbricando con la propia evolución del sistema político romano, y aporta más elementos de reflexión. Y todo ello con amenidad, un rigor en cuanto al tratamiento de fuentes (empezando por el propio César) y eficacia. Elementos todos ellos que justifican la lectura de este libro. Sin duda alguna.
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