Muchas veces nos preguntamos hoy en día qué es el cine, cuál es el poder de su magia, de dónde proceden las emociones, hasta dónde llega su embrujo para conseguir maravillarnos. Y hacia dónde va el cine, también. Qué fue de las emociones del ayer, qué nos traerá el cine del mañana, en qué lugar estamos ahora en el presente.
Y entonces llegan películas como The Artist, de Michel Hazanavicius, y tras esbozar una sonrisa, encuentras la respuesta. Porque si queremos cine en estado puro, con sabor añejo y en los albores de la segunda década del siglo XXI, esta es una buena película. Y, como en los viejos tiempos, una película muda, sin más sonido que un evocador score de Ludovic Bource.
La acción de esta película nos lleva a los estertores del cine mudo y los inicios del sonoro, entre 1927 y 1932. Cuando Hollywood era aún Hollywoodland. Cuando los estadounidenses conocieron la, hasta entonces, Gran Depresión. Cuando el cine era mucho má que sentarse vestidos con nuestras mejores galas en una atestada sala y ver una película en la que no había sonido, y en la que la música e acompañamiento venía de una orquesta que interpretaba in situ.
George Valentin (Jean Dujardin) --qué bien buscado el nombre-- es una gran estrella del cine mudo; la joven Peppy Miller (Bérénice Bejo) entra en el mundillo que George conoce bien. Y aparece la química entre ambos. Y Peppy se convierte en la rutilante estrella del nuevo cine sonoro, mientras las cosas comienzan a irle peor a George. Y por medio el crash de 1929 y una época de crisis.
Michel Hazanavicius nos traslada a esos tiempos y, sin embargo, nos hace sentir muy actuales. Y qué ironía, para captar la esencia del buen cine no hace falta echar mano de tecnologías del futuro/presente como el 3D, sino hacer una película muda.
Una puesta (y una apuesta) arriesgada. Porque, ¿cuánto hace que vamos a una sala de cine y escuchamos las toses, los comentarios, las carrasperas de los espectadores ante una cinta no hablada? No hace ochenta años, sino apenas hace un rato. Y te dejas llevar por esa magia del cine que hoy en día es escasa, inusual, rara. Y disfrutas durante una hora y media. Y te parece (y así es) escuchar un fragmento de Bernard Herrmann en una escena esencial de la película. Y te ríes con un perro que no necesita hablar para hacerse escuchar. Y te seducen personajes como George y Peppy. Y notas que en alguna ocasión tienes la mejilla húmeda. Y durante esos 90 minutos no hay preocupaciones ni pesares. Y sientes esa magia del cine. Y en pantalla grande.
Y...
... y tenéis que ir a verla al cine. De verdad. Disfrutadla.
Y si de verdad amáis el cine, esta película sólo podéis verla como se merece: en pantalla grande, dejándose llevar por la magia del cine...
2 comentarios:
Buenísima. Es todo un homenaje a los inicios del cine sonoro pero... no chirría. Es muy divertido ver en estos momentos una película de cine mudo... Y en blanco y negro... Una película imprescindible, diría yo.
Una maravilla, en pocas palabras...
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