Quince años no pasan en balde y desde que en 1996 Tom Cruise inaugurara la franquicia cinematográfica de Misión: Imposible los resultados han sido enormemente rentables en cuanto al taquillaje, irregular respecto las críticas (que en películas de este calibre son irrelevantes) y también desigual respecto a una trama propia y a lo que el propio espectador demanda de este tipo de productos. Y así, si bien la primera entrega, con un director más que interesante como es Brian de Palma abrió la senda, las entregas sucesivas han tenido de todo un poco: exceso (en la segunda pelicula, con John Palomas Woo), una estética y un fondo en cierto modo televisivos (en la tercera, dirigida por el ubicuo J.J. Abrams) y, ahora, una sensación de déjà-vu y de agotamiento de la fórmula. La pregunta será hasta dónde llegará Cruise para seguir en la piel del indestructible Ethan Hunt.
Las anteriores películas de la saga tenía su especificidad, tanto en tramas, malvados de turno, escenarios y misiones que cumplir. Del homenaje al cine de espías en la primera entrega pasamos a la acción por la acción y el talento visual en la segunda, para, en la tercera, acercanos un poco más (si cabe) al universo Abrams: buscando un arma mortífera denominada el "antiDios" por uno de los personajes secundarios, sin saber a ciencia cierta para qué servía y cómo se activaba, y con un Ethan Hunt con más aristas emocionales que de costumbre, y con una novia/esposa (como en Casino Royale de la saga Bond) en peligro. La cuarta entrega, con Brad Bird (Los Increíbles, Ratatouille) tras la cámara, tiene ecos de todas las películas y más ligazones con la tercera película: no por casualidad Abrams sigue unido al proyecto como productor ejecutivo... y se apuntan maneras en el guion que son muy suyas.
Pero lo que distingue Misión Imposible: Protocolo Fantasma de entregas anteriores, en mi opinión, es la fragilidad del guion: a ratos complejo, pero a la postre con mucho agujeros, asumiendo el protagonismo la trepidante acción en prácticamente todas las secuencias. Y en escenarios muy diferentes: de Moscú y un semidestruido Kremlin a Dubái y el edificio más alto del mundo para terminar en Bombay. Y es en el episodio del medio, en pleno desierto (con tomenta de arena incluida) donde Bird y Cruise construyen lo mejor de la película, siendo el resto, especialmente la parte india, bastante menos logrado. Sólo por las secuencias de Dubái vale la pena acercarse al cine a disfrutar con lo (poco) que ofrece esta película: simple y puro entretenimiento. No esperéis más, pero desde luego esperadlo muy bien presentado y coreografiado. Y con eso nos conformamos, qué diablos: fuimos al cine a ver eso, ni más ni menos. Con todo, el malvado de turno, en esta ocasión encarnado por Mikael Nyqvist (el Mikael Blomqvist de la saga larssoniana), tiene menos entidad: bastante menos que Philip Seymour Hoffman, el mejor de los cuatro que hasta ahora ha habido. Sí, a lo largo de la película lo conocemos, sabemos de qué es capaz, pero no parece tan motivado como pudiera parecernos desde un principio; al menos no tanto como para montar todo el tinglado. En última instancia queda el protagonismo absoluto del héroe y sus colaboradores y no tanto el desarrollo de un auténtico malvado.
Pero también queda la sensacion de que la saga, si es que va a continuar, ya da señales claras de agotamiento. Los quince años no pasan en balde, insistimos, incluso en un actor como Cruise que en esta ocasión hace más patente su interés por mostrar músculo y diligencia en las secuencias de acción que de ofrecernos una interpretación más precisa; más de lo que nos esperamos en un producto de este tipo. Entretenimiento, mucho; calidad, alta; regusto, algo gastado.
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