Imaginemos un mundo en el que el poder no lo da el dinero, sino el tiempo. Tanto tienes, tanto vives: siglos, años, meses, días, minutos, segundo. Y cuanto más tengas, más vives. Ese es el planteamiento de la película de Andrew Niccol (Gattaca): a partir de los 25 años tienes que pagar con tiempo para poder seguir viviendo. Ganas tiempo, pagas tiempo. Los más afortunados no tienen ese problema: tienen miles de años a su disposición, la inmortalidad es posible. Pero los más desfavorecidos no son tan afortunados, y ese es el caso de Will Salas (Justin Timberlake). Pero cuando de pronto se ve con cien años en su bolsillo... todo cambia.
Y comienza una película plagada de actores y actrices jóvenes y muy en boga --Cillian Murphy (Batman Begins, El Caballero Oscuro, Origen), Vincent Kartheiser (Mad Men), la ubicua Olivia Wilde, Johnny Galecki (The Big Bang Theory), Alex Pettyfer, Amanda Seyfried--, con un guión a priori atractivo pero que pronto caduca. Y ese el problema de esta película: que la original idea se malgasta en una tópica película de huidas, acción sin mucho gancho, una tontorrona (y algo desangelada) historia de amor, un supuesto mensaje de lucha de clases... y poco más.
Lástima...
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