Escribir una reseña de las novelas que componen la serie Masters of Rome de Colleen McCullough no
me resulta fácil. Y no porque no pueda hacerlo, sino por lo que significan para
mí. Dejemos de lado apriorismos y empecemos con una obviedad: son novelas históricas,
no historia novelada. Eso de entrada, porque a menudo vemos en la
interpretación que hace McCullough de los hechos históricos más de lo que hay.
Pero no, son novelas, lo reitero. Mi primera lectura de esta saga fue en
febrero o marzo de 1995 en la primera edición en bolsillo que publicó Planeta
de las tres primeras novelas. Había comprado los tres títulos que por el
momento tenía el lector hispano a su disposición –El primer hombre de Roma, La
corona de hierba y Favoritos de la Fortuna– por curiosidad;
entonces estaba en segundo de carrera y si guardo buenos recuerdos de aquel
curso es porque los libros de McCullough me acompañaron. Puedo ubicar la
lectura de cada volumen en algún momento y lugar determinado de aquel curso, y
de hecho recuerdo más de esos momentos que de otros de aquel año. Por entonces
mi pasión por el mundo romano era algo más que afición: si estudié Historia fue
por vocación, eso lo tuve muy claro. Ya el verano anterior se me abrió todo un
universo con La revolución romana de Ronald Syme, en aquella edición de Taurus
que luego tan buscada fue por lectores ávidos. La lectura de Syme me maravilló
y me enseñó que el período final de la República y los años del Principado de Augusto
fueron mucho más complejos de lo que manuales y algunas monografías hasta
entonces leídas me habían mostrado. Lo que Theodor Mommsen en una lectura en
COU –en cierto modo insatisfactoria, pues no estaba aún preparado para
comprender el trasfondo de la monumental obra del autor alemán– me mostró, Syme
confirmó. Y si las tres primeras novelas de McCullough me impresionaron tanto
(hasta el punto de leerlas dos veces en ese mismo año) fue porque veía, desde
la ficción literaria, la plasmación de muchas ideas y conceptos que había
leído, quizá superficialmente, en ensayos de referencia. Si algo consiguieron
estas novelas, además de entusiasmarme y proporcionarme muchos ratos de
disfrute, fue acentuar mi interés por el período tardorrepublicano y
profundizar más en ello.
22 de mayo de 2012
Canciones para el nuevo día (913/141): "Summertime"
Billy Stewart - Summertime
Disco: Summertime - single (1966)
21 de mayo de 2012
Canciones para el nuevo día (912/140): "Eye in the Sky"
The Alan Parsons Project - Eye in the Sky
Disco: Eye in the Sky (1982)
19 de mayo de 2012
Crítica de cine: Profesor Lazhar, de Philippe Falardeau
El cine canadiense también existe. Y eso que la película parece francesa, pero no, se ambienta en Montreal e incluso estuvo nominada este año a los Oscars como mejor película de habla no inglesa. Y eso que al verla en sus primeras secuencias pensaba eso, que paecía francesa. Igual tenía en la cabeza películas compo El erizo (por la estética) o La clase (2008), por el tema en este caso. Y seguramente pensaremos que, vaya, otra película sobre profesores y alumnos. Pero qué queréis que os diga, me llamó la atencion y me he acercado a una sala de cine; sabiendo de antemano que no, no habrá criajos armando jaleo, aunque a mi lado había un par de chicas que tenían pinta de estudiantes de magisterio.
Bachir Lazhar (Fellagg) llega a un colegio tras el suicidio de una profesora. Temendo trauma para los alumnos, que les perseguirá durante el curso. Lo que no saben es que el nuevo profesor tiene su propio trauma, como a pinceladas se nos cuenta en el primer tramo del filme: asilado político (o en trámites), huyó de una Argelia que sigue sin encontrar la paz que tanto ansía, tras perder a su familia en un incendio con evidencias de haber sido un atentado. Y suple a la profesora muerta, no sin ciertos reparos por parte de todo el mundo. Pero si sospecharan que en realidad la profesora era su fallecida esposa, y que él es tan alumno como los niños a su cargo...
Bachir Lazhar (Fellagg) llega a un colegio tras el suicidio de una profesora. Temendo trauma para los alumnos, que les perseguirá durante el curso. Lo que no saben es que el nuevo profesor tiene su propio trauma, como a pinceladas se nos cuenta en el primer tramo del filme: asilado político (o en trámites), huyó de una Argelia que sigue sin encontrar la paz que tanto ansía, tras perder a su familia en un incendio con evidencias de haber sido un atentado. Y suple a la profesora muerta, no sin ciertos reparos por parte de todo el mundo. Pero si sospecharan que en realidad la profesora era su fallecida esposa, y que él es tan alumno como los niños a su cargo...
18 de mayo de 2012
Canciones para el nuevo día (911/139): "Last Dance"
Donna Summer - Last Dance
Disco: Thank God, It's Friday (1978)
17 de mayo de 2012
Canciones para el nuevo día (910/138): "Proud Mary"
Ike & Tina Turner - Proud Mary
Disco: Working Together (1971)
16 de mayo de 2012
¿Te gusta el musical?: Smash
Quizá al decir que sin Glee no habría Smash me lance a la piscina y no haya agua. ¿Una serie sobre un musical en Broadway? ¿Con todos los topicazos sobre el propio género del musical? ¿Y emitida, episodio tras episodio, tras un programa como The Voice, un sucedáneo de Operación Triunfo a la americana (como lo es American Idol para los seguidores de Glee)? Y es que Smash podría definirse como el Glee adulto, en todo lo que comporta la comparación: lo que en Glee es una mirada (en muchas ocasiones) lúcida sobre los miedos, deseos, inquietudes y sueños de los adolescentes, a los que por una vez se trata con cierto respeto y sin mirarlos por encima del hombro (y especialmente sin tratarlos como descerebrados, aunque lo sean), por su parte en Smash es el seguimiento de la creación y estreno de un musical 100% Broadway, con un aliciente especial: la obra se basa en la vida de Marilyn Monroe, de quien en este 2012 se celebra el 50º aniversario de su (misteriosa) muerte. Mientras en Glee un sentido del humor ácido y en ocasiones transgresor (con todo lo que eso significa para acercarse a un público eminentemente juvenil, pues también a veces se autocensuran), en Smash hay un, como mínimo, intento de acercarse con realismo a las ambiciones, las luchas, las miserias (ya de paso) y, por qué no, los sueños de unos artistas que tratan de triunfar en la escena teatral neoyorquina. Lo que en Glee son versiones (covers), ya innumerables, varios por capítulo, de canciones de hoy, ayer y de siempre (y en esto último quizá radique el relativo fracaso en Europa, evidente en España: cómo el espectador español, y joven, va a captar las sutilezas de un personaje como Rachel Berry cantando Don't rain on my parade de Barbra Streisand), en Smash los números musicales son más limitados, apenas uno o dos por episodio (y en ocasiones ni eso); y aunque ha habido una cierta tendencia por hacer destacar a las dos protagonistas, Karen Cartwright (siempre que oigo a Derek gritar su nombre me imagino estar en La Ponderosa), interpretada por Katharine McPhee, y Ivy (Megan Hilty), con covers actuales (especialmente para Karen), en general lo que se ha querido potenciar en Smash son los números musicales de una obra en permanente construcción.
Canciones para el nuevo día (909/137): "Baba O'Riley"
The Who - Baba O'Riley
Disco: Who's Next (1971)
15 de mayo de 2012
Reseña de El enredo de la bolsa y la vida, de Eduardo Mendoza
Vuelve el loco anónimo, el sabueso circunstancial, el surrealismo por bandera. Eduardo Mendoza nos trae de nuevo al personaje que apareció en El misterio de la cripta embrujada (1979), y que en cierto modo derivaba del inefable Nemesio Cabra Gómez, el confidente policial (y también un loco de atar) de La verdad sobre el caso Savolta (1975), la opera prima de Mendoza. El éxito de aquella novela dio paso a otras andanzas y aventuras del detective anónimo: El laberinto de las aceitunas (1982) y La aventura del tocador de señoras (2001). Por el medio, Mendoza nos había maravillado con La ciudad de los prodigios (1986), espectacular novela. Ésta y el Savolta son de esas novelas que cada cierto tiempo releo, vuelvo a disfrutar, a empaparme de un estilo tan personal y de unos personajes icónicos: ese Onofre Bouvila merece más de una reseña y desde luego una película mejor que la realizada por Mario Camus en 1999. Y, ¿por qué no?, el protagonista de esta serie de novelas cortas, de lectura adictiva, cómoda y muy rápida, quizá también merecería ser interpretado en la gran pantalla; aunque, estoy convencido, no habrá un actor capaz de reflejar la manera de ser de un antihéroe de ficción tan peculiar.
Canciones para el nuevo día (908/136): "No ha parado de llover"
Maná - No ha parado de llover
Disco: Maná MTV Unplugged (1999)
14 de mayo de 2012
Reseña de La República de Weimar: una democracia inacabada, de Horst Möller
Desde la publicación de La Alemania de Weimar. Promesa y tragedia
de Eric D. Weitz (Turner, 2009), el lector hispano habrá notado que la
bibliografía sobre el tema ha aumentado por nuestros lares. Al menos, a
vuelapluma, puedo citar la reedición de La cultura de Weimar,
de Peter Gay, y la publicación del breve libro de César Roa Llamazares,
La República de Weimar. Manual para destruir una democracia (Libros de
la Catarata, 2010) y del estudio La Constitución de Weimar: texto de la
Constitución alemana de 11 de agosto de 1919 a cargo de Walter Jellinek,
Ottmar Buhler y Constantino Bormati (Tecnos, 2010). Y posiblemente
dicho lector se pregunte por el interés que suscita el régimen
republicano surgido en Alemania de la derrota en la Primera Guerra
Mundial. ¿Acaso en la situación económica y social actual el recuerdo de
la experiencia democrática alemana entre 1919 y 1933 puede servir de
lección histórica? ¿O quizá el marco constitucional alemán del período
llama la atención por ser también un período histórico sobresaliente, no
sólo en cuanto a la historia política alemana, sino también en cuanto a
los logros sociales y culturales? Quién sabe, pero sea por el motivo
que fuere, Weimar sigue interesando. Y fruto de ello es la publicación
en castellano de La República de Weimar: una democracia inacabada, de
Horst Möller (Antonio Machado Libros, 2012).
Canciones para el nuevo día (907/135): "Nights in White Satin"
The Moody Blues - Nights in White Satin
Disco: Days of Future Passed (1967)
12 de mayo de 2012
Crítica de cine: Adiós a la reina, de Benoit Jacquat
Otra película sobre María Antonieta; lo último que recordamos es el toque posmodernista de Sofia Coppola en su película de 2006.
En este caso, la película de Benoit Jacquot no es estrictamente una
cinta sobre la reina francesa de origen austriaco, ni de hecho una
historia de la Revolución Francesa: lo que se nos muestra es cuatro días
en Versalles, partiendo del 14 de julio de 1789, la fecha de la toma de
Bastilla de París. Espacio cronológico acotado, pues, y además desde el
punto de vista de Sidonie Lamborde (Léa Seydoux), lectora de una
peculiar María Antonieta (Diane Kruger), preocupada por el destino de su
amiga (y algo más), Gabrielle de Polignac (Virginie Ledoyen) tras el
estallido de las algaradas de la capital.
11 de mayo de 2012
Crítica de cine: Sombras tenebrosas (Dark Shadows), de Tim Burton
Tim Burton ya empieza a dormirse en los laureles. Empezó a hacerlo con Charlie y la fábrica de chocolate en 2005. En 2010 presentó su particular pero irregular versión de Alicia en el País de las Maravillas.
Y ahora vuelve por donde siempre ha estado, con ese estilo entre gótico
y fantástico que es marca de la casa, con su puesta al día de una serie
de televisión de los años sesenta (cuyo actor protagonista, por cierto,
falleció hace pocas semanas): Sombras tenebrosas (Dark Shadows).
Lo mejor que se puede decir de la película es que tiene ese toque de Burton, esa imaginería visual tan personal, tan reconocible... y a la postre ya tan poco sorprendente.
Lo mejor que se puede decir de la película es que tiene ese toque de Burton, esa imaginería visual tan personal, tan reconocible... y a la postre ya tan poco sorprendente.
Canciones para el nuevo día (906/134): "Hold Me, Thrill Me, Kiss Me, Kill Me"
U2 - Hold Me, Thrill Me, Kiss Me, Kill Me
Disco: Batman Forever - soundtrack (1995)
9 de mayo de 2012
8 de mayo de 2012
Canciones para el nuevo día (904/132): "I'm so excited"
The Pointer Sisters - I'm so excited
Disco: So Excited! (1982)
7 de mayo de 2012
Reseña de Santiago, un mito del futuro lejano, de Mike Resnick
En el Principio era el Verbo,
comenta Juan el Evangelista. Para los clásicos, la filosofía comienza cuando se
produjo el paso del mythos al lógos. O también comenzó la literatura.
Hagan sus apuestas al respecto. Pero, ¿es el mito un mero recuerdo del pasado?
¿Puede el mito a su vez proyectarse al futuro y contar una historia que nos
atrape, nos estimule, nos recuerde que el ser humano sigue necesitando a los
mitos, de una manera u otra? Y es que puede haber más mitos que los clásicos,
desde luego. Y leyendas. ¿Y qué separa una leyenda del mito?
Mike Resnick escribió en 1986
una novela de ciencia-ficción que, en el fondo, es un canto a la pervivencia de
los mitos: Santiago, un mito del futuro lejano (Ediciones B, 1997/Byblos, 2007), que
pude adquirir en una colección de bolsillo hará un lustro. Una novela que llama
la atención en el título. Y que comienzas a leer y descubres que en sus páginas
el mito es un protagonista tan importante como los personajes que la pueblan,
como sus andanzas y aventuras, como el mundo del futuro que se nos describe. Y
que nos traslada a un mito viviente: Santiago.
Canciones para el nuevo día (903/131): "Photograph"
Jamie Cullum - Photograph
Disco: Catching Tales (2006)
6 de mayo de 2012
Reseña de Juliano el Apóstata, de Lucien Jerphagnon
Probablemente la imagen que tengamos de Flavio
Claudio Juliano Augusto (332-363) sea la que ofrece Gore Vidal en una de sus
mejores novelas históricas, Juliano el Apóstata.
Y quizá tengamos también esa imagen del joven emperador, émulo de
Alejandro, obsesionado por devolver el imperio al paganismo, filósofo
por encima de todo. Y es posible que no andemos muy errados. Pero tras
casi cincuenta años de presencia cristiana en las instituciones, en la
vida religiosa (con sus querellas dogmáticas), en la sociedad (aunque
con matices, especialmente para Occidente), un paso atrás, un cambio de
rumbo ya era difícilmente irrealizable; especialmente si el paganismo, o
mejor dicho, si la sociedad pagana, con todo lo que ello conlleva,
apenas hacía un esfuerzo por restaurar un estado de cosas que ya no
tenía vuelta de hoja. El tiempo no se detiene, las costumbres cambian,
los templos se vacían, el incienso arábigo ya no llega con el volumen de
antes y los hombres caminan hacia otra esfera. No por ello el eco del
mundo pagano, en todas sus vertientes, se olvidó, pero los recién
llegados (cristianos) no iban a permitir un viraje de tal magnitud.
Lucien Jerphagnon (1921-2011), helenista e historiador de la
filosofía, tuvo una larga carrera. De su ingente obra, en castellano
apenas se ha traducido su Historia de la Roma antigua (Edhasa, 2007),
obras filosóficas como Elogio del pesimismo (cualquier tiempo pasado fue
mejor) [Barril Barral, 2010] y otras obras más, y el presente Juliano
el Apóstata: historia natural de una familia en el Bajo Imperio (Edhasa,
2010), que, para variar, llega con casi veinticinco años de retraso.
Pero llega. Congratulémonos. Y hagámoslo porque estamos, de entrada,
ante un libro tremendamente ameno. Mucho. No me lo podía esperar cuando
empecé a leerlo y, agradeciendo que la traducción haya respetado el
estilo del autor (aunque podría haber mejorado en cuanto a algunos
topónimos), de pronto me vi enganchado a una lectura tan novelesca como
la que nos ofrece Gore Vidal en su texto.
El retrato que Jerphagnon nos ofrece de Juliano es el de un
superviviente, en muchos sentidos. Del mismo modo que Tolstói comenzara
Anna Karénina con una de esas frases antológicas («Todas las familias
felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un
motivo especial para sentirse desgraciada.»), la historia de Juliano
comienza con unas segundas nupcias, que lo complican todo: las de
Constancio Cloro, padre de Constantino I, casado con Flavia Maximiana
Teodora, hija de Maximiano, augusto, y de quien fue césar durante casi
quince años (reinando apenas uno como augusto). De este matrimonio
nació, entre otros hijos, Julio Constancio, padre del futuro Juliano y
de su hermanastro Galo. Ambos serían césares, sólo el primero alcanzó el
trono imperial. A lo que íbamos: unas segundas nupcias para Constancio
Cloro, varios hijos más que añadir a una familia en la que quedó
apartado (desde los ojos de Diocleciano y Maximiano, augustos de la
Tetrarquía) su hijo mayor, Constantino. Futuro emperador. Único. La
historia de la Tetrarquía (284-324), con sus éxitos iniciales y sus
crecientes complicaciones, una vez que su creador, Diocleciano, se
retiró para cuidar de sus jardines en Spalatum (Split) es bien conocida.
Al final sólo pudo quedar uno, y ese fue Constantino I. Pero al morir
en el año 337, dejando el imperio repartido entre sus tres hijos
(Contantino II, Constancio II y Constante), y con varios cargos para sus
hermanastros y primos, la situación era compleja. Y los tres augustos
tomaron una decisión que en cierto sentido emularían los sultanes
otomanos siglos después: eliminar a la parentela. Sólo se salvaron Galo y
Juliano, apenas unos chiquillos. Luego las disputas fraternales fueron
dejando a Constancio II como único emperador; pero tras la muerte de
Constante (350) por el usurpador Magnencio, Constancio necesitaba a
alguien para gobernar la mitad del imperio. Se acordó de aquellos primos
que había dejado con vida, y designó césar al mayor, Galo. Poco duró la
experiencia: según el relato de las fuentes, los excesos de Galo
forzaron a Constancio a deponerle y ejecutarle. Pero seguía necesitando a
alguien como césar, y de la familia apenas le quedaba alguien en quien
confiar dicha misión: Juliano, césar desde el año 355. El superviviente
había alcanzado el poder.
Todos estos avatares los relata, lo dicho, con un tono muy ameno, Jerphagnon. Y nos cuenta también la historia de Juliano, un superviviente del paganismo. Criado en la fe cristiana, aunque apenas de nombre, Juliano se educó en el amor a la literatura, la filosofía y el pensamiento de los grandes clásicos griegos (esencialmente) y romanos de siglos atrás. Del neoplatonismo de Plotino y Jámblico, Juliano bebe con ahínco, para devorar con pasión los textos de Platón, algo de Aristóteles y empaparse del estilo de Marco Aurelio. Todo ello, durante muchos años, en secreto, sin que ninguno de los agentes in rebus que espían para la corte puedan decirle a Constancio, arriano convencido, que su primo y posterior césar se inicia en los misterios eleusinos, se forma en la escuela de Libanio, el rétor, o escribe textos en los que reivindica a los filósofos y escritores antiguos. De ese ensimismamiento en los antiguos Juliano saca fuerzas de flaqueza, sí, pero también la obsesión, una vez en el poder, por restaurar el paganismo en una sociedad que camina hacia otra parte.
Todos estos avatares los relata, lo dicho, con un tono muy ameno, Jerphagnon. Y nos cuenta también la historia de Juliano, un superviviente del paganismo. Criado en la fe cristiana, aunque apenas de nombre, Juliano se educó en el amor a la literatura, la filosofía y el pensamiento de los grandes clásicos griegos (esencialmente) y romanos de siglos atrás. Del neoplatonismo de Plotino y Jámblico, Juliano bebe con ahínco, para devorar con pasión los textos de Platón, algo de Aristóteles y empaparse del estilo de Marco Aurelio. Todo ello, durante muchos años, en secreto, sin que ninguno de los agentes in rebus que espían para la corte puedan decirle a Constancio, arriano convencido, que su primo y posterior césar se inicia en los misterios eleusinos, se forma en la escuela de Libanio, el rétor, o escribe textos en los que reivindica a los filósofos y escritores antiguos. De ese ensimismamiento en los antiguos Juliano saca fuerzas de flaqueza, sí, pero también la obsesión, una vez en el poder, por restaurar el paganismo en una sociedad que camina hacia otra parte.
Moneda de Juliano acuñada en Antioquía (361-363) |
Hay muchos debates en torno a la figura de Juliano, y Jerphagnon los
sirve con un estilo de alta divulgación, sin necesidad de un aparato
crítico y con una selección bibliográfica más bien escueta al final.
Juliano el Rey Filósofo uno vez en el poder; pero no al estilo de Marco
Aurelio, sino rememorando el período helenístico, donde se habría
sentido a sus anchas. Juliano el pontífice máximo que pugna por
restaurar el culto de los dioses paganos, siendo consciente (o
haciéndose el inadvertido) de que hay mucho oportunista de última hora
que trata de subirse al carro del augusto recién llegado. Juliano el
progresivamente hastiado luchador contra los excesos del clero y los
profesores cristianos, a los cuales niega la enseñanza de los clásicos a
menos que realmente crean en ellos. Juliano el depurador de una corte
de sicofantas, cargos onerosos y eunucos que amargaron su juventud y su
cesarato en las Galias, siempre llenando los oídos de Constancio con
maledicencias y falsos rumores. Juliano el gobernante que trata de
mejorar la gestión de un imperio vasto y difícil de gobernar. Juliano el
romano que nunca visitó Roma. Juliano el conquistador que trata de
emular a Trajano y acaba con su vida, a causa de un lanzazo, en Samarra,
apenas veinte meses después de llegar al trono. Muchos Julianos en un
corto reinado.
Se podría pensar que Jerphagnon convierte su relato en una encendida defensa del personaje. No es así: el autor tiene claros los errores de Juliano (la campaña contra los cristianos a través de su prácticamente perdido texto Contra los galileos, la campaña persa, su obsesión por el paganismo), pero también resalta las virtudes de un emperador que de buena fe trataba de mejorar la vida de los habitantes del imperio, que se mostraba tolerante con las creencias ajenas (siempre y cuando no se inmiscuyeran en las de otros), que apenas se manchó las manos de sangre o que, ya puestos, habría que decir de él que no fue un apóstata, pues nunca fue cristiano de corazón. Al final del relato nos queda, con el apoyo de los discursos, cartas y textos filosóficos de Juliano, de su (autoconsiderado) enemigo Gregorio Nacianceno, de su maestro Libanio, de Amiano Marcelino (todos ellos coetáneos), y de fuentes posteriores como Eutropio o Zósimo, una imagen de Juliano que le sitúa con más detalle en su contexto y en la controversia religiosa por él desatada. Y nos queda un libro que vale la pena leer (y disfrutar), para conocer un poco mejor a este personaje. En verdad os lo digo.
Se podría pensar que Jerphagnon convierte su relato en una encendida defensa del personaje. No es así: el autor tiene claros los errores de Juliano (la campaña contra los cristianos a través de su prácticamente perdido texto Contra los galileos, la campaña persa, su obsesión por el paganismo), pero también resalta las virtudes de un emperador que de buena fe trataba de mejorar la vida de los habitantes del imperio, que se mostraba tolerante con las creencias ajenas (siempre y cuando no se inmiscuyeran en las de otros), que apenas se manchó las manos de sangre o que, ya puestos, habría que decir de él que no fue un apóstata, pues nunca fue cristiano de corazón. Al final del relato nos queda, con el apoyo de los discursos, cartas y textos filosóficos de Juliano, de su (autoconsiderado) enemigo Gregorio Nacianceno, de su maestro Libanio, de Amiano Marcelino (todos ellos coetáneos), y de fuentes posteriores como Eutropio o Zósimo, una imagen de Juliano que le sitúa con más detalle en su contexto y en la controversia religiosa por él desatada. Y nos queda un libro que vale la pena leer (y disfrutar), para conocer un poco mejor a este personaje. En verdad os lo digo.
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