3 de octubre de 2014

Efemérides historizadas (I): 3 de octubre de 52 a.C. - rendición de Alesia ante César

Un 3 de octubre de 52 a.C. el caudillo galo Vercingétorix se rendía al procónsul romano Gayo Julio César a los pies de las murallas del oppidum de Alesia, tras un asedio por partida doble –primero de la ciudad por parte de los romanos, y después de éstos por parte de un ejército galo que acudía al rescate de los sitiados– que duró varias semanas y cuya resolución fue el canto del cisne de la rebelión que había empezado a principios de aquel año. Una rebelión que, por primera vez, trataba de presentar unidos a los diversos pueblos o tribus de la Galia frente al conquistador romano. Todo empezó con las consecuencias de la rebelión del belga Ambiórix en el otoño del año 54 a.C., que causó la destrucción de una legión, al mando de los legados Lucio Aurunculeyo Cota y Quinto Titurio Sabino, que salieron engañados del campamento de Aduatuca y fueron masacrados en el bosque. Otro legado, Quinto Tulio Cicerón, fue asediado en su campamento cerca de la actual Namur, hasta que fue rescatado por César.

En la represión posterior de los galos comandados por Ambiórix, los romanos demostraron una enorme ferocidad; el año 53 a.C. fue de calma tensa en toda la Galia. A César se le acababa la paciencia: consideraba conquistada la Galia y sometidos a las diversas tribus galas, con los éduos como sus principales aliados. Y se le acababa porque cada vez estaba más pendiente de la convulsa situación en Italia, con unas elecciones consulares que se retrasaron de modo que el año 53 a.C. empezó sin cónsules, y éstos no entraron en ejercicio hasta muy avanzado el año. La violencia en las calles entre los partidarios de Clodio, el demagogo popular, y los de Milón, al servicio de los líderes senatoriales más conservadores (e incluso de Pompeyo). La muerte de su hija Julia, tras un complicado parto, comenzó a alejar a César de quien hasta entonces fuera su yerno Pompeyo. Afianzado su poder en el mando gálico, César comenzaba a pensar ya en un retorno a Roma, convertido ya en una figura situada a la par que Pompeyo; el desastre militar y la muerte de Craso en Carrae ese mismo año finiquitó la alianza política mal llamada Primer Triunvirato, y al mismo tiempo aventuraba problemas en el frente oriental contra los partos. El año 52 a.C. comenzó sin cónsules al frente del gobierno y con una violencia constante en Roma. El asesinato de Clodio en una taberna de la Vía Apia, a varios kilómetros al sur de Roma, por parte de los matones de Milón (y muy probablemente por orden directa de éste), a mediados de enero, agudizó la crisis política en la capital. Y César, que se había instalado aquel invierno en la Galia Cisalpina para poder atender los asuntos de la provincia y estar al tanto de la situación en Roma, consideraba la Galia como un frente secundario del que preocuparse. Pero los galos no opinaban lo mismo… 

De Gergovia a Alesia: la campaña gala del año 52 a.C.
En la ciudad de Bribacte, la capital oficiosa de los éduos, se reunieron representantes de las diversas tribus para tratar una rebelión general de toda la Galia… o de la mayor parte al menos, contra el dominio romano. Contaban con que, estando César en la Cisalpina y con los Alpes por medio, podrían dar un golpe que acabara con las legiones acantonadas en diversos campamentos, al estilo de lo que había realizado Ambiórix poco más de un año antes. La idea era reunir a las principales tribus galas, por primera vez, en una gran rebelión contra los romanos, y para ello eligieron un caudillo, el arverno Vercingétorix, que encabezaría el ejército galo. Cada tribu aportaría hombres y aceptaría acatar las decisiones de Vercingétorix. La clave de esta rebelión fue que los líderes éduos, aliados de César hasta entonces, aceptaron unirse a la revuelta, pues finalmente habían llegado a la conclusión que el dominio romano era incompatible con la autonomía de las tribus galas y con el statu quo anterior a la llegada de César, aunque mantuvieron la farsa de seguir obedeciendo a César. La mecha de la rebelión se encendió en Cenabum, ciudad de los carnutes, donde la población local masacró a los comerciantes y habitantes romanos, así como al líder prorromano de los carnutes, Tasgecio. Cerca de Cenabum, en territorio de los senones, estaba acampado Tito Labieno, pero bajo el peligro de verse rodeado y atacado. César finalmente recibió noticias de lo sucedido en Cenabum y rumores acerca de una rebelión general; no podía acudir directamente desde la Galia Cisalpina a través del territorio de los éduos, de quienes comenzó a desconfiar cuando les solicitó víveres y éstos se hicieron los remolones. Cruzó los Alpes con dos legiones que pudo reclutar en la Cisalpina y se desvió para llegar a Narbo, desde la cual atravesar las Cevenas y llegar a la Galia central, donde poder contactar con varias de sus legiones. Una vez reunido con Labieno, envió a éste al norte, a someter con cuatro legiones a las tribus de al otro lado del río Loira, mientras él mismo encabezó la persecución de Vercingétorix con otras seis legiones.

El caudillo galo sorprendió a César con una política de guerra quemada y evitando una batalla campal: por fin un líder galo había comprendido que no se podía derrotar a los romanos en campo abierto a menos que se le rodeara y se le imposibilitara poder reunir víveres. Le costó, sin embargo, imponer su autoridad ante la “confederación” de tribus galas y sus líderes, algunos de los cuales querían atacar a César, basándose en la superioridad numérica de los galos, y destruirle; Vercingétorix era consciente de que sólo el desgaste del enemigo podía conducir a una victoria, y por ello ordenó abandonar e incluso destruir ciudades que César pudiera tomar, quemar cosechas y matar el ganado, de modo que los romanos no pudieran conseguir alimentos y, a la postre, se retirasen a la Cisalpina. La negativa de los bitúrigos a destruir su capital, Avaricum, fue el primer revés de Vercingétorix, que, cuando los romanos la asediaron, se vio obligado a defenderla para mantener su primacía en la alianza de tribus galas. La toma de la ciudad por César y su posterior saqueo (aportando alimentos a los romanos) demostraría a los galos que Vercingétorix tenía razón, pero ello no significaba que aceptaran rendirle obediencia sin más. La falta de cohesión entre los galos “confederados” y los problemas que tuvo Vercingétorix para afianzar su autoridad serían claves para entender el fracaso de la rebelión. César esta vez no se estuvo con componendas y consideró enemigos a cualesquier pueblo galo que no se le sometiera. Confiando en que un ataque contra Gergovia, la capital de los arvernos (la tribu de Vercingétorix), César se dirigió contra ella y trató de asediarla, pero esta vez tuvo que retirarse ante la férrea defensa que los galos hicieron del oppidum. Ya había llegado el verano y, tras la retirada romana de Gergovia, los éduos dieron el paso definitivo hacia la rebelión, atacando la colonia romana de Noviodunum (actual Nyon, en Suiza) y liberando a los rehenes que César tenía instalados allí para lograr la obediencia de algunos líderes galos. Quedando claro que no podría lograr víveres de los galos, César se trasladó a territorio de los parisios, en Lutecia, donde se reunió con Labieno, de modo que puso bajo su mando directo todas las legiones de las que disponía en la Galia.

El camino hacia Alesia comenzó con varias escaramuzas entre las caballerías de ambos ejércitos cerca de la actual Dijon. Vercingétorix perdió varios miles de jinetes y optó por refugiarse con un ejército numeroso en la fortaleza de Alesia, en territorio de los mandubios, al tiempo que hacía una llamada general para que los restantes pueblos galos de la alianza acudieran a Alesia. Si contaba con que César no pondría Alesia bajo asedio, se equivocó. El procónsul romano inició los trabajos para rodear la ciudad con un doble perímetro de muros y torres de vigilancia, impidiendo a los asediados –hasta 90.000 galos bajo las órdenes de Vercingétorix, más la población de la ciudad– salir e impidiendo que llegaran refuerzos desde fuera o un ejército galo atacara a los asediadores romanos. César estaba dispuesto a terminar con la rebelión en Alesia y puso a todo su ejército a cavar y a construir los muros de asedio. Los asediados atacaban con su caballería los trabajos de los asediadores, y éstos se defendían al tiempo que cavaban; para contrarrestar la caballería gala, César utilizó la caballería de sus aliados germanos (los ubios con los que llegó a acuerdos dos años antes). Parte de las tropas de Vercingétorix pudieron escapar a mediados del mes de septiembre, pero siguieron quedando al menos 80.000 soldados galos en Alesia, mientras los alimentos y el agua comenzaban a disminuir; para distribuirlos mejor, el caudillo galo expulsó a niños, mujeres, ancianos y no combatientes de la ciudad, esperando que César los alimentaría, pero el procónsul romano ordenó no darles nada; durante días y noches vagaron entre los muros de la ciudad y el perímetro interior romano, hasta que finalmente la mayoría murió de inanición.


Viñeta de El escudo arverno, de René Goscinny y Alberto Uderzo (1968).
Vercingétorix se daba cuenta del error que había cometido al entrar en Alesia, pero confiaba en que llegara un ejército que atacara a los romanos en su retaguardia. Este ejército finalmente llegó en la última semana de septiembre: César, si hemos de creerle, cifra este ejército en más de 200.000 hombres y al menos 10.000 jinetes, dispuestos a atacar las defensas exteriores romanas en diversos puntos. La primera noche tras su llegada se produjo el primer ataque contra el perímetro exterior de los romanos, que aguantaron la embestida, mientras se atacaba desde la ciudad. César distribuyó las legiones por los puntos más débiles del doble perímetro de fortificaciones, que fue atacado de nuevo en el siguiente día; algunos puntos fueron abandonados por los romanos para defender aquellos más críticos. La defensa fue férrea y los galos se retiraron para intentar un nuevo ataque desde dentro de la ciudad y desde el exterior. Al tercer día, los galos del exterior atacaron uno de los puntos más débiles de la defensa romana, donde el perímetro de murallas tenía una brecha; César utilizó la caballería al mando de Labieno para contraatacar, mientras desde el interior de la ciudad Vercingetórix observaba como los romanos defendían la brecha y los asaltantes galos no podían entrar por ella. Cuando los galos perdieron las fuerzas y se retiraron en desbandada, César envió a Labieno contra ellos, aprovechándose de la situación de caos de los galos. Esa noche, la del 2 de octubre, Vercingétorix asumió que sólo con la rendición de la ciudad y de su propia persona se podía evitar que la ciudad de Alesia, con su escasa población y sus miles de soldados al borde la inanición, fuera tomada y destruida. A la mañana siguiente, salió de la ciudad y entregó sus armas ante César, que lo hizo prisionero. 

Estatua decimonónica 
de Vercingétorix.
La consecuencia de la rendición de Vercingétorix en Alesia es que la alianza gala se hundió, regresando a sus territorios los hombres del gran ejército recién llegado a sus territorios, así como se entregan los que quedaban en el interior de la ciudad, que fueron vendidos como esclavos… y no sin que antes César recibiera la rendición de éduos y arvernos y quedándose con miles de rehenes. Distribuye sus legiones entre las tribus más destacadas en el seno de la rebelión y se dispuso a pasar el invierno. La Galia, exhausta, se rendía al procónsul romano; acontecimientos posteriores en lugares como Uxellodunum, al sur, ya serían revueltas de menor enjundia. La Galia, formalmente, se había conquistado y podía comenzar a ser administrada como una provincia más, aunque, con el largo período de guerras civiles (49-30 a.C.), hasta el período augústeo no fue dividida en cuatro provincias propiamente dichas: las Galias Narbonense, Lugdunense, Aquitania y Bélgica. El fin de la rebelión afianzó a César como un comandante militar de enorme talento, ya fuera en batalla campal o como asediador de ciudades. La venta de miles de esclavos y el botín de ocho años de guerra convirtieron a César en un hombre con una enorme fortuna personal, pudiendo pagar las deudas que a punto estuvieron de impedirle asumir el mando provincial en la primavera del año 58 a.C. César pondría ahora su mirada en Roma y ésta descubriría en él a un adalid a la altura de Pompeyo, lo cual éste no pudo soportar. La situación política en la ciudad a lo largo del año 52 a.C., y que César se vio obligado a descuidar para hacer frente a la rebelión gala, cambió radicalmente: el Senado designó a Pompeyo cónsul sin colega (hasta que unos meses después éste nombrara a su nuevo suegro, Metelo Escipión, como compañero consular) y se persiguió a los clodianos, muchos de los cuales acabarían en las filas de César. Comenzaría entonces el debate en el Senado acerca del fin del mandato proconsular de César en las Galias, al tiempo que sus enemigos tratarían de atraer a Pompeyo a su causa y enfrentarlo abiertamente con quien hasta hacía poco era su suegro y aliado.

Lectura recomendada: sin duda, los Comentario a la guerra de las Galias de César, en la edición de José Joaquín Caerols (Alianza Editorial), que en en libro VII comenta con detalle la rebelión gala  del año 52 a.C. y el asedio de Alesia, con ese estilo distante e incluso seco que tan propio era... a la par que una excelente propaganda para él en Roma. 
Ficha del libro. 

2 comentarios:

Iñigo Pereyra dijo...

Como te dije mejor aquí que en facebook. No perderé detalle

Oscar González dijo...

Me sigue sin convencer en el blog, y me da más trabajo, pero mientras no encuentre la fórmula adecuada...