En Otel·lo,
el joven director Hammudi Al-Rahmoun Font nos cuenta el rodaje de la
obra de Shakespeare y lo hace asumiendo él mismo el papel de Yago,
manipulando a los actores para conseguir captar una emoción y un estado
de ánimo concretos, y logrando un soberbio ejercicio de reflexión para
el espectador acerca de qué hay de ficción y qué de realidad, cuál es el
rol del director/actor y hasta dónde es capaz de llegar alguien para
alcanzar un objetivo. Es inevitable pensar en esta película cuando uno
se sienta en la butaca y ve Los tontos y los estúpidos
de Roberto Castón, que se desarrolla también en un día de rodaje de una
película... pero desde otros puntos de vista. La película de Castón
parte de una situación muy diferente: fallaron las ayudas y subvenciones
y no se logró reunir el presupuesto necesario para realizar la película
que Castón tenía escrita, así que se vio "obligado" a cambiarla. Así,
lo que iba a ser una película más o menos convencional se convirtió en
un juego metanarrativo a diversas bandas, en unos escenarios mínimos,
con una escenografía y atrezzos también muy reducidos, y con un cambio
sustancial de la trama. Roberto Álamo interpreta a un director de cine, y
voz en off, que controla los ensayos y el rodaje de la película, sólo
que los actores (Nausícaa Bonnin, Cuca Escribano, Aitor Beltrán, Josean
Bengoetxea y Vicky Peña, entre otros) interpretan a los personajes, a
unos actores ensayando y a sí mismos. Tres niveles de interpretación que
nos traslada a la ficción, el ensayo de la ficción y la realidad.
Presentando las diversas secuencias de la película, Álamo se erige en
maestro de ceremonias y en narrador omnisciente de una trama que vemos
en pequeñas seecuencias, y con unos personajes determinados. Así,
conocemos a Lourdes (Bonnin), una cajera de supermercado que cuida de su
madre (Peña), enferma de cáncer, junto a su hermana (ambas separadas
por bastantes años de diferencia). Lourdes conoce a Miguel (Beltrán), un
psicólogo enfermo de sida, que a su vez trata a Paula (Escribano),
frustrada madre de familia, casada con un desagradable oncólogo, Mario
(Bengoetxea), el mismo que tiene como paciente a la madre de Lourdes (y
con la cual ha mantenido una relación sexual); Paula y Mario tienen dos
hijas, Ainhoa e Itziar, que a su vez mantiene una curiosa amistad con un
estudiante francés de intercambio, André, a quien (prácticamente) no
vemos en todo el metraje, pero cuya voz escuchamos; un muchacho con un
encanto especial y capaz de seducir, de una manera u otra, a los cuatro
miembros de esta familia. A priori, historias cotidianas que se
entrelazan y personajes que interrelacionan entre sí. Lo que hace Castón
es mostrarnos la historia de esos personajes y su evolución, los
ensayos de los actores interpretando esos roles, y a los actores en los
descansos y pausas del rodaje (en blanco y negro y sin sonido). La
mezcla de todo ello, sin apenas decorados, jugando con la luz y las
sombras y picando la curiosidad, la fascinación o la sorpresa del
espectador, es un sorprendente tour de forcé (meta)narrativo que, me temo, estas frases no acabarán de describir.

En definitiva, una apuesta ¿cinematográfica? diferente, ágil a pesar de las limitaciones (presupuestarias) y reflexionando acerca del compromiso, la soledad, a miseria humana, la frustración y la búsqueda de la felicidad. Una película, pues, que también induce a la reflexión, como aquel Otel·lo, sobre los (elásticos) límites entre ficción y realidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario