En 1947 diez guionistas y directores de Hollywood
fueron incluidos en una «lista negra», tras declarar ante el Comité de
Actividades Antiestadounidenses (HUAC, por sus siglas en inglés),
presidido por el senador John Parnell Thomas. Se negaron a declarar si
formaban entonces o habían formado parte del Partido Comunista y, sobre
todo, se negaron a delatar a nadie. Acusados de obstruccionismo a la
justicia, fueron condenados a diversas penas de prisión. Fue el inicio
de la «caza de brujas» que continuaría el senador Joseph MacCarthy en
los años posteriores y que acabaría afectando a diversas esferas del
poder, hasta que las acusaciones del macartismo llegaron a límites
insospechados durante la Administración Eisenhower. McCarthy se cavó su
propia tumba política, fue reprobado por el Senado y al cabo de unos
años moriría alcoholizado. Pero para entonces las «listas negras» de
víctimas del macartismo eran lo suficiente grandes como para provocar
sonrojo, incomodidad y, aún así, silencio. Nadie quería hablar de ella
ni mencionar la posibilidad de eliminarlas. Hollywood las seguía
manteniendo y eso significaba que no se podía contratar a quiénes
estuvieran en ellas. Y estar en ellas significaba ser un paria para la
industria, sí, pero también afectaba a familiares (esposas e hijos). Se
impedía a hombres y mujeres de talento poder trabajar en Hollywood y
ganarse la vida. Se rompieron matrimonios y familias ante la tensión
causada y nadie nunca pidió perdón por encarcelar a personas que
simplemente se negaron a ser censurados o a delatar a nadie por motivos
políticos. La paranoia anticomunista fue una lacra y una herida que
costó años (probablemente décadas) en restañar. Uno de los afectados,
incluido en los llamados Diez de Hollywood, fue Dalton Trumbo.
Dalton Trumbo ante el Comité de Actividades Antiestadounidenses en 1947... el inicio de su larga condena. |
Trumbo (1905-1976), novelista y guionista con un enorme talento (y
futuro y ocasional director de cine) fue condenado a once meses de
prisión. Su exitosa carrera en Hollywood quedó destruida por las
acusaciones y la condena. Cumplida la pena, Trumbo siguió escribiendo
pero nadie le contrató. Al menos, nadie lo hizo mientras se siguiera
llamando Dalton Trumbo. Utilizó desde entonces diversos seudónimos y
escribió guiones de éxito; dos de sus guiones, los de Vacaciones en Roma
(1953) y El bravo (1956) lograron sendos Oscars de la Academia de
Hollywood. No subió al escenario a recogerlos y nadie supo entonces
quién era, por ejemplo, «Robert Rich», la persona que firmó el segundo
guión. Nadie (o casi nadie) lo sospechó entonces y nadie hizo lo posible
por remediar la situación de desamparo de alguien que había hecho su
trabajo, había ganado un reconocimiento y, sin embargo, era un paria
social. Hombres como Trumbo a los que se les negaba incluso la entrada
en los estudios de cine. Carl Foreman fue uno de ellos y, cuenta Kirk
Douglas, las acusaciones contra él prácticamente acabaron con su vida,
empezando con su matrimonio. Exiliado a Londres, dice Douglas, una vez
coincidieron (eran buenos amigos) y cuando ya parecía la hora de ir a
comer, Foreman se quedó callado. «Esta bien, Kirk, no pasa nada», dijo
Cameron, ante un Douglas que no sabía de qué iba la cosa; Foreman le
dijo que no pasaba nada por ir a comer juntos y que les vieran en
público. Quizá fue entonces cuando Kirk Douglas fue plenamente
consciente de lo que significaba que alguien estuviera en una «lista
negra»: significaba la muerte social del «afectado» y de quienes le
rodeasen. En un gesto que le honra (y que emociona al leerlo), Kirk
Douglas le dijo que se dejara de tonterías, que eran amigos, que iban a
comer juntos y que al infierno con lo que la gente dijera. Foreman no
regresó a Estados Unidos hasta pocos años antes de su muerte, en 1984.
Dalton Trumbo tuvo que esperar hasta 1975 para que se le reconociera
como el autor del guión de El bravo; pero no fue hasta 1983 que fue
oficializado su nombre real como el del autor del guión de Vacaciones en
Roma, y tuvo que llegar 2011 para que el sindicato de guionistas de
Hollywood (WGA, por sus siglas en inglés) le concediera todo el mérito y
devolviera su nombre adonde le correspondía: a los carteles y pósters y a las carátulas de
los DVD y Blu Ray. Para entonces, Dalton Trumbo llevaba muerto casi
cuarenta años.
Ostras y/o caracoles: he ahí la cuestión... |
Yo soy Espartaco: rodar una película, acabar con las listas negras
es el libro que publicó Kirk Douglas (n. 1916) en 2012 y que acaba de
publicar en castellano Capitán Swing Libros. Echando mano de sus
recuerdos (a sus casi cien años tiene una memoria prodigiosa) y de sus
allegados, de sus archivos personales y de libros de memorias de otros
amigos actores, Douglas echa la vista atrás y nos cuenta cómo se fraguó
el rodaje de la película Espartaco (Stanley Kubrick, 1960), una empresa
llena de obstáculos y por varias razones. Para empezar, la materia
prima: una historia escrita por el novelista Howard Fast, también
condenado como Trumbo a prisión por sus filias comunistas (las suyas
fueron ciertas) y por negarse a delatar a nadie. La novela (que en
castellano ha publicado Edhasa) cuenta la historia de la rebelión del
esclavo Espartaco contra la República romana del siglo I a.C. a partir
de diversos flashbacks y con una mirada muy «actual» (en clave años
cincuenta) del suceso. Fast empezó a trabajar en la novela durante su
estancia en prisión (y en paralelo a la propia condena de Trumbo); una
vez liberado, ninguna editorial quiso publicarla y tuvo que recurrir a
la autoedición. Un ejemplar cayó en manos de Kirk Douglas a mediados de
los años cincuenta: para entonces, el actor estadounidense de origen
ruso, ya consagrado, había creado su propia productora (Bryna, el nombre
de su madre) y comenzaba a financiar películas. Espartaco de Fast fue
un proyecto que comenzaba con problemas: ¿quién escribiría el guión?
Pues hacía falta un guionista profesional (aunque al vender los derechos
cinematográficos Fast pensó que él mismo adaptaría la novela; costó
convencerle de lo contrario) y alguien del equipo de Douglas le
recomendó a un tal «Sam Jackson». Este talentoso y desconocido
guionista, que se sospechaba que utilizaba un seudónimo, escribió una
primera versión del guion y que a Douglas, productor, le encantó. Tardó
poco en enterarse de que en realidad quien había escrito ese primer
guion era el represaliado Dalton Trumbo. Douglas, que hasta entonces
apenas se había significado públicamente contra las «listas negras», dio
un paso al frente y contrató a «Sam Jackson». Pero nadie podía
enterarse de que Trumbo era el autor de un guión que pasaría por
diversas fases de escritura y que sería la columna vertebral de una
película cuya producción fue complicadísima.
El reparto principal de la película: lo pasaron bien, pero a veces... |
De ese rodaje, desde la idea inicial de contratar a «Sam Jackson» hasta que tres años después llegó a las salas de cine, trata este delicioso libro de Kirk Douglas. Un libro que se erige en denuncia de las «listas negras», por un lado, y en amenísimo cuaderno de bitácora del rodaje. Un proyecto que nación con un guion envenenado y sin director. Douglas sedujo a Laurence Olivier, a quien vendió el proyecto en Londres y amarró para la película… aunque Olivier pensó inicialmente que se le ofrecía el papel de Espartaco y no el de Marco Licinio Craso. Fichar a Olivier era una buena jugada, pero Douglas tuvo que lidiar con otro problemón: se perfilaba otra película de gladiadores, basado en la novela sobre Espartaco de Arthur Koestler y con el protagonismo de Yul Brynner, y sabía perfectamente que los estudios de Hollywood no financiarían dos películas similares. La lucha para lograr que su proyecto finalmente triunfara fue larga, y para cuando logró la financiación de Universal Pictures se produjo la circunstancia de que no tenían director. El primer elegido fue Anthony Mann, artesano y complaciente, pero no convencía a Douglas. Luego llegó la plétora de actores que rellenaron el elenco principal: Charles Laughton como el senador Graco, Jean Simmons como Varinia (aunque no fue la primera actriz elegida… algo que se cuenta con detalle en el libro), Peter Ustinov como Léntulo Batiato, Tony Curtis como Antonino (es divertidísimo cómo se «subió al carro» echándole morro al asunto), John Gavin como un joven Julio César… Durante un rodaje que vio un cambio de director (de Mann a un ambicioso, insoportable y obsesivamente metódico Stanley Kubrick), una reelaboración del guion (el primer montaje de la película no convenció a casi nadie), un rodaje que se alargó durante más de un año y que tuvo que ampliarse para rodar la gran batalla final en España (con miles de Guardias Civiles como extras) y un presupuesto que se iba de madre hasta alcanzar los 12 millones de dólares de la época (cerca de unos cien actuales). Con gracia, buena memoria y buen estilo (aunque se percibe que Douglas no es escritor profesional), el libro nos cuenta el largo proceso para realizar la película y los temores de que la industria cinematográfica descubriera quién se ocultaba tras el seudónimo «Sam Jackson». Llegado el final del rodaje, finalmente Douglas decidió dar el gran paso: poner el nombre de Dalton Trumbo en los carteles de la película para el estreno y dar un enérgico golpe sobre la mesa. Ello significaba finiquitar las «listas negras» con ese gesto. Y devolver el nombre y el respeto para un Dalton Trumbo que finalmente pudo entrar, para asombro de todos, en los comedores de los estudios Universal.
Póster del estreno de la película en 1960 y en el que aparece Dalton Trumbo. |
Este es un libro delicioso de principio a fin; incluye, además, un estupendo pliego de imágenes de la película y del rodaje. El brío que Douglas imprime a la narración muestra cómo debió de ser el largo proceso,
los múltiples problemas con los que tuvo que lidiar (incluido el
descubrimiento de que uno de sus colaboradores prácticamente le dejó en
la ruina tras estafarle durante años), el papel de mediador entre egos
como los de Olivier, Laughton (especialmente) y Ustinov, o poniéndose
los galones de productor para «poner en su sitio» al complicado Kubrick
(que siempre renegó de la dirección de esta película). Es un libro en el
que resulta interesante cómo el nonagenario Kirk Douglas echa la vista
atrás y recuerda con lucidez aquellos años, viéndose a sí mismo como
alguien impulsivo y con demasiado mal carácter, y quizá no tan agradable
como le gustaría recordar (y menos valiente de lo que le que querría
admitir… pero lo fue). Y es un libro que emociona en algunos momentos:
no sólo la escena con Carl Foreman sino también otras con Dalton Trumbo,
cuyos sentimientos debieron de estar a flor de piel cuando pudo entrar
en unos estudios cinematográficos a plena luz del día, sin esconderse
tras un sombrero y una gabardina, como había hecho en algunas noches
para visionar el montaje de la película. Un Trumbo eternamente
agradecido con Douglas por haberle devuelto el nombre y la libertad de
movimientos, acabando con las «listas negras» (aunque Douglas se empeña
en que él no lo hizo, sino que simplemente dio un paso natural y con
justicia). Hollywood levantó el veto contra Trumbo, que años después
dirigiría su propia adaptación de Johnny cogió su fusil (1971), a partir
de su aclamada novela homónima, pero que no viviría para ver cómo ese
mismo Hollywood le reivindicaría y cerraría definitivamente (¿lo ha
hecho, en general?) la puerta hacia un pasado oscuro y manchado por la
ignominia.
Hacedme caso: conseguid el libro, no os decepcionará. Y probablemente os sucederá como a mí: que lo devoré en apenas unas horas.
Hacedme caso: conseguid el libro, no os decepcionará. Y probablemente os sucederá como a mí: que lo devoré en apenas unas horas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario