15 de octubre de 2012

Reseña de Hasta que te encuentre, de John Irving

En su biografía literaria de Terenci Moix, El tiempo es un sueño pop (RBA, 2012), Juan Bonilla comenta que en una entrevista aquel le respondió:  «¿Para qué va a escribir nadie mi biografía si ya la he escrito yo?». Buen entrevistador, Bonilla enseguida repreguntó: «¿Los que hemos leído la mayoría de tus libros, ¿qué sabemos de ti?», recibiendo como última respuesta: «Absolutamente todo». Lo mismo podemos pensar los lectores de John Irving (n. 1942) en cuanto a sus obras: de un modo u otro, más abiertamente unas que otras, cuentan su vida. Y Hasta que te encuentre (Tusquets, 2006) es quizás su obra más autobiográfica. Y también la que emotivamente más le costó escribir... terminar y reescribir.

Tropecé con una novela de John Irving por primera vez hace casi tres lustros, cuando se publicó Una mujer difícil, una de sus novelas de más éxito. La devoré, seducido por el estilo de Irving. Por entonces (serendipias y casualidades), me había prendado del estilo de Terenci Moix, que como dije antes era un autor absolutamente autobiografiable. Es curioso, dos de los autores que más me gusta releer son ambos escritores o "historiadores" de su propia biografía... Pero no nos desviemos del tema. Irving me atrapó de tal manera con Una mujer difícil que, como solía hacer a menudo, busqué otras novelas suyas. Un domingo en el mercado de Sant Antoni barcelonés encontré una edición de Círculo de Lectores de El mundo según Garp. Su lectura fue toda una revelación (¿no os sucede a menudo que leéis un libro y tenéis algo parecido a una epifanía?). La prosa de Irving, el estilo, las historias que relataba, sus temas fetiche (la lujuria en todos los sentidos, el oficio de escritor, la familia disfuncional, la madre coraje, la figura paterna ausente, la lucha libre como algo más que un deporte,...), se convirtieron en migajas de pan que iba siguiendo y recogiendo en cada novela de Irving que iba encontrando y leyendo.

Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra (título español de Las normas de la casa de la sidra) fue mi primera aproximación a los referentes dickensianos de Irving (el protagonista es un huérfano), así como al tratamiento de temas como el aborto, el eje central de esta obra. Oración por Owen me acercó al Irving con una voz narradora en primera persona. Libertad para los osos, la primera novela de Irving, me condujo a un estilo más experimental. La epopeya del bebedor de agua me supo a poco, quizá es que para entonces quería al Irving de sus novelas posteriores (este fue su segundo libro, en los años setenta). En Doble pareja (que pasa por ser el único libro no editado en castellano por Tusquets, sino por Anagrama... lo cual constituye una curiosidad de primer orden) se percibía claramente la obsesión de Irving por la lujuria. Con El Hotel New Hampshire me divertí al mismo tiempo que (gratamente) me sorprendí por el estilo (y la audacia) de Irving, con el oso (otro de los elementos recurrentes en la obra irvingniana) como metáfora de la necesidad de esconderse/abrirse al mundo y con la provocación de presentar una trama con incesto incluido. Empecé Un hijo del circo en una larga espera en el aeropuerto de Barajas y su lectura me deparó muchísimas sorpresas; como casi tantas me supuso descubrir, en una relectura posterior, que no recordaba prácticamente nada de lo que había leído en la primera ocasión. La cuarta mano fue una novela de transición para mí: la empecé con muchísimas ganas, tras el atracón de lecturas del resto de su producción literaria, y fue la primera novela de Irving que leí justo cuando se publicó. Me gustó mucho, no podía ser menos, pero esperaba más de esa novela. E intuí (no es una novela larga) que Irving estaba escribiendo un novelón importante. Así fue: se trataba de Hasta que te encuentre.


Hasta que te encuentre, aun siendo la más personal, no es precisamente la novela más popular de Irving. A mí me capturó en la primera lectura, a finales de junio de 2006 (recuerdo la fecha porque, como es costumbre en mí, guardo el ticket de compra, entre todo tipo de papeles, en las páginas del libro). Garp, Owen, El Hotel o Una mujer son las novelas preferidas por los seguidores de Irving; a mí me encantan, las he releído varias veces, pero mi corazón está con Hasta que te encuentre. Suele sucederme con otros ejemplos: de la filmografía almodovariana me quedo una y mil veces con La mala educación, una de sus películas menos valoradas. Casualmente también, cuando empecé Hasta que te encuentre leí un artículo del New York Times en el que se incidía en el elemento especialmente autobiográfico de esta novela: por un lado, como Jack Burns, el protagonista, Irving sufrió abusos sexuales por parte de una mujer mayor cuando era un niño; y por otro, Irving indagó en sus propias raíces (como Jack) acerca de su padre en los momentos en que estaba escribiendo la novela. Una indagación que le llevó a una depresión y a tener que asumir un dolor latente: saber que su padre biológico nunca supo (ni quiso saber de él). Hasta tal punto afectó a Irving el proceso de escritura de una novela que, como otras anteriores (Garp, Owen, Una mujer) tenía tanto de sí mismo, que acudió a un psiquiatra y estuvo con terapia, y además decidió cambiar la voz narradora de la novela: ya acabada, estaba escrita en primera persona, pero decidió reescribirla en tercera persona, incapaz de asumir el dolor que (ahora) le suponía el viaje que su alter ego, Jack Burns, iniciaba para conocer la verdad de sus orígenes.

John Irving
Vamos ya con la novela, ¿no? Para algunos lectores, la obra de John Irving es reiterativa; a mí me sigue fascinando en cada relectura. En 1969 Jack Burns tenía cuatro años y su madre Alice, hija de un tatuador escocés y tatuadora ella misma, se lo llevó en un viaje por diversas ciudades europeas (Copenhague, Estocolomo, Oslo, Helsinki y Amsterdam) siguiendo al padre del niño: William Burns, un organista infiel y mujeriego que se tatuaba el cuerpo con himnos sacros (se le conocía como el Hombre Partitura). Alice trata de que William se haga cargo de su situación y vuelva con ellos a Toronto, donde Alice finalmente recala e inicia la educación del pequeño Jack. Esta es la historia que Alice le cuenta a Jack y por la que ambos pasan varios meses viajando por Europa, persiguiendo a un hombre que huye de sus responsabilidades y seduce a toda mujer (incluso niña) que cae en sus brazos. William va de iglesia en iglesia, de órgano en órgano, tratando de huir de esa furia con niño, y tratando de aprender (y tocar) con los mejores organistas de Europa. De este modo, y a través de su tierna mirada, Jack viaja con su madre, que se gana la vida como tatuadora en cada ciudad en la que ambos recalan, y siguen la pista de William, nunca encontrándolo. La etapa final (y la culminación de la primera parte de la novela) es la estancia en Amsterdam, donde se cuenta que William toca el órgano para las prostitutas del Barrio Rojo, y donde la propia Alice (o así se le cuenta a Jack, y así lo entiende él) se convierte en «prostituta por un solo día» para tratar de llamar la atención del padre en fuga. A pesar de sus cuatro años, Jack es un niño con una memoria de uno de diez. Tiene más vocabulario y es capaz de recordar más cosas. Ay, Jack, cómo te engañaron los recuerdos...

El regreso de Alice y Jack a Toronto supone el inicio de la educación sentimental (y sexual) del pequeño. Entra en un colegio de niñas de la ciudad canadiense y conoce a Emma Oastler, varios años mayor que él, que le acoge bajo su protección y lo guía (a su manera) en la vida de un colegio que hasta entonces no había tenido alumnos. La infancia de Jack es precoz en muchos aspectos, pronto descubre su talento para la actuación y queda claro que estaba predestinado para actuar. «Según su madre, Jack Burns ya era actor antes de ser actor, pero para Jack los recuerdos más vívidos de su infancia eran aquellos momentos en que sentía el impulso de coger a su madre de la mano. En esas ocasiones no actuaba» (p. 15), comienza la novela. Jack no dejará de actuar y siempre estará haciéndolo, ya sea en el teatro escolar o en las películas que rodará después, para un «público de una sola persona» (ese padre ausente que Jack siempre esperó que le vería actuar). La novela se convierte, desde entonces, en la educación de Jack en muchos sentidos, ya lo decía antes. La educación de Jack en el arte de actuar, pero también en el arte de sobrevivir en un mundo de mujeres (Alice, Emma, su madre la señora Oastler, las profesoras del colegio como la señorita Wurtz o la señors McQuat/el Fantasma Gris); un mundo de mujeres, además, mayores que él. Jack siempre estará rodeado de mujeres mayores, Emma será su mejor amiga (y asidero cuando la relación con Alice entre en barrena), pero también tendrá la experiencia de iniciar su vida sexual, de modo muy precoz, con otra mujer mayor... La lucha libre (como Irving) será la tabla de salvación de Jack cuando sea adolescente. Crecerá como actor, aunque siempre quedará marcado como un actor «raro»: Irving juega con el personaje, que desde pequeño interpreta papeles femeninos en las obras escolares. No será pues casualidad que Jack haga papeles femeninos en el instituto y la universidad, y que en sus primeras películas la ambigüedad en cuanto a su rol sexual esté siempre muy patente. Puesto que las novelas de Irving han tenido adaptaciones cinematográficas (desde Garp), este conoce a fondo el mundillo de Hollywood y las andanzas de guionistas, directores y versiones cinematográficas; no en balde ganó un Oscar por su propia adaptación del guión de Las normas de la casa de la sidra. Por tanto, la construcción de Jack como actor es algo que a Irving le resulte familiar. Lo curioso es que, siendo Emma el personaje que escribe y se convierte en novelista de éxito, en este caso Jack también acaba por se escritor, cerrándose un círculo muy habitual en las novelas irvingnianas: el oficio de escritor como oficio y como válvula de escape de los traumas personales; véase el caso de Garp, Una mujer difícil o la última novela de irving traducida al castellano, La última noche en Twisted River.

Una Rosa de Jericó...
Pero el éxito profesional de Jack (más allá del modo en el que todos perciben que es un actor «raro», del mismo modo que ¿en qué grado de «rareza» entran las tendencias sexuales de quien interpreta siempre papeles femeninos y permite que sus amantes, como Claudia, o amigas íntimas como Emma le agarren el pene constantemente?) va parejo con su permanente educación como niño sin padre. Los recuerdos son maleables y Jack Burns lo descubrirá pronto cuando en la «biografía» de su infancia que creó su madre Alice las lagunas sean tan grandes como las falsedades que se la ha contado sobre la propia «biografía» de su padre William Burns. ¿Quién era su padre, pues? ¿Por qué huía de él y de Alice? ¿Es cierta la historia que recordaba/se le había contado siendo pequeño? ¿Son los recuerdos «fiables»? Siendo adulto, y tras dos pérdidas personales que le afectan especialmente (una de ellas también afectará al lector), Jack vuelve a Europa, siguiendo el recorrido que siguiera con su madre cuando era un niño de cuatro años. Para entonces, los recuerdos se convierten en una falsa «hoja de ruta» y la «verdad» en una figura mucho más poliédrica (y dolorosa) de lo que podía haber imaginado. Jack Burns/Jon Irving se funden en una sola persona y el lector se encuentra siguiendo un camino trazado con migajas de pan, rastreando la fina línea que separa la ficción y la realidad (o mejor dico, lo vivido) en torno a personaje y a autor. Para entonces, el título de la novela, ese «hasta que te encuentre» nos llevará a la búsqueda del Hombre Partitura, de un William Burns que no era el que Jack Burns imaginaba (o se le había contado). 

Cuando acabas la novela, te quedas con una sensación difícilmente explicable con palabras. Ya sabéis, lectores impenitentes, a qué me refiero. Esa sensación de estar en éxtasis mezclada con otra de orfandad por haber leído algo que ya no volverá a ser lo mismo otra vez. Mentira: volví a emocionarme al finalizar una segunda relectura a finales de abril de 2010 y os puedo asegurar que será así en los próximos días cuando acabe esta tercere relectura. Para entonces, Hasta que te encuentre de John Irving se habrá convertido una vez más, con los tatuajes, la obsesión de Irving por las parafilias sexuales, el oficio de escritor, los himnos sacros para órgano, el hecho de ser actor en muchos sentidos o la simple (y a la vez compleja) búsqueda de la verdad, en otra de esas novelas (no abundan) que te dejan maravillado y que, quién sabe, tarde o temprano volverás a leer. 

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