22 de octubre de 2012

Reseña de Catalina de Aragón: reina de Inglaterra, de Giles Tremlett

Sobre Catalina de Aragón (1485-1536) pesa la imagen de ser la esposa repudiada por Enrique VIII de Inglaterra (1491-1547). El divorcio de ambos, no reconocido por la Iglesia católica, abrió la senda para la una ruptura de enormes consecuencias para la historia británica, no sólo inglesa: el rey quebró la supremacía espiritual del Papa de Roma, asumió él mismo esa primacía en sus reinos y creó las bases de la Iglesia anglicana. A día de hoy, la reina de Inglaterra sigue siendo la cabeza de la Iglesia anglicana, de hecho. Y todo procede de un rey que, en busca de un heredero varón aun teniendo una hija –la futura reina María I (1516-1558)–, rompe abiertamente con su esposa, aludiendo a un versículo del Levítico que reprendía a quienes se casaban con la esposa de un hermano. La vida íntima de Catalina salió a la palestra y se discutió públicamente acerca de si la reina perdió la virginidad con su primer marido o, como afirmaba ella, con el segundo. Cogido con pinzas, el argumento del rey fue perdiendo fuerza, pero no su determinación: divorciarse de Catalina para casarse legalmente con una dama de la corte de su esposa, Ana Bolena (1500-1536). Se inició un largo proceso en 1527 que no terminó con la muerte de Catalina, pero que para entonces había dinamitado las relaciones entre los Tudor y los Habsburgo, aunque sin llegar a una ruptura definitiva. Catalina fallecería sin que sus peticiones de ayuda a su sobrino, el emperador Carlos V, llegasen a nada serio. 

Giles Tremlett, antropólogo de formación y periodista de oficio (es corresponsal del periódico The Guardian en España), asume el reto de relatar la vida y la época de este personaje en Catalina de Aragón: reina de Inglaterra (Crítica, 2012). Y lo hace con amenidad y un estilo que algunos podrían decir que ligero. Lo cierto, sin embargo, es que el autor se ha empapado de las fuentes de la época, ha rastreado archivos en España y el Reino Unido, cotejado la correspondencia de los protagonistas de esta historia, y ha escrito un libro que merece ser leído. Un libro con dos partes claras. En la primera, se relata la biografía de Catalina, hija de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón (y V de Castilla), que desde su más tierna niñez estaba prometida a Arturo, príncipe de Gales, el heredero del trono inglés que habría de traer la paz y la estabilidad al reino tras la azarosa y larga Guerra de las Dos Rosas. Educada en una corte itinerante, criada durante dos años en Granada, a los quince años fue enviada a Inglaterra para casarse con un príncipe que apenas fue su marido unos meses. Para los padres de ambos príncipes, la muerte de Arturo fue un serio contratiempo: las relaciones diplomáticas entre los Trastámara y los Tudor podían resentirse, pesando además la dote de la infanta española (que el rey Tudor siguió exigiendo). El matrimonio de Catalina con Enrique, hermano menor de Arturo y nuevo heredero al trono, fue decidido casi enseguida y la princesa ya no regresó nunca a la península. Un matrimonio que se celebraría cuando Enrique VIII subió al trono. Para entonces, la prioridad del nuevo rey era asegurar su descendencia, siendo consciente de que la dinastía Tudor necesitaba estabilidad. Una hija llegó, María, pero los diversos abortos de la reina impidieron el nacimiento de un heredero varón. Para entonces, Catalina se había convertido en algo más que la esposa del rey: regente durante la ausencia de Enrique –que emulaba en Francia las cabalgadas de sus antepasados Plantagenet–, Catalina asumió las riendas de Inglaterra durante la breve guerra contra Escocia –que finalizaría con una derrota aplastante y la muerte del rey Jacobo IV, a la postre cuñado de Enrique–. Su labor como consorte le granjeó, a su vez, el apoyo de la población inglesa, que una mañana se despertó sobresaltada por la decisión del rey de romper unilateralmente su matrimonio con Catalina.

Giles Tremlett
La segunda parte del libro se centra, como no podía ser menos, en la cuestión del divorcio del rey, cuyos rumores ya se anunciaban en 1527. Enrique se encaprichó de Ana Bolena, sí; buscaba un heredero varón, es cierto; pero especialmente dejaba clara su voluntad de ser obedecido en su reino, pesara a quien pesara, ya fuera el Papa o la jerarquía eclesiástica inglesa. Su incomprensión de las consecuencias que sus actos estaban causando –la ruptura con Roma, el quebranto de las relaciones diplomáticas de quien hasta entonces era su aliado más fuerte, el emperador Carlos V– y la pésima gestión de todo el asunto, asesorado primero por el cardenal Wolsey y después por Thomas Cromwell, probablemente no fueron percibidas por Enrique. Que Catalina se negara a aceptar ser una muñeca rota, apartada y repudiada, su propia vida íntima puesta en la picota, es una muestra más de que Enrique no había calibrado el arma que tenía en sus manos. Tremlett sigue con detalle el largo proceso, incluido un proceso judicial público, en el que Catalina demostró tener mucho más que voluntad propia. Enrique no llegó nunca a ganarle la partida con argumentos y razones, pero finalmente venció apelando a la fuerza de su posición como rey y a su decisión de romper con cualquier autoridad que se atreviera a desafiar la suya propia. La victoria de Catalina fue moral, pero pírrica: murió apartada de la corte, repudiada, con escasos recursos y con su hija María convertida en bastarda y separada de la línea sucesoria. Sin embargo, el hijo varón no llegaría con Ana Bolena, cuya muerte, en el cadalso, se produciría apenas unos meses después del fallecimiento de Catalina. 

El libro de Tremlett, pues, indaga en la biografía de Catalina y en su  posición como reina de Inglaterra, sin dejar de recordar los lazos de la hija de los Reyes Católicos con su tierra natal. Catalina incluso ejerció durante años como la auténtica embajadora de su padre en Londres, tratando de aplacar los recelos primero de Enrique VII y posteriormente de su hijo. Curiosamente, el perfil de Enrique VIII en su juventud, apegado a un código caballeresco y decidido a ejercer un papel como rey combatiente, chocó con el pragmatismo (más bien maquiavelismo) de Fernando el Católico, que prometió y no cumplió, que empujó al soberano inglés en expediciones y luego se quedó en tierra. Catalina medió entre la lealtad a su padre y la ligazón a su marido y a su nueva patria; que más tarde Enrique quisiera olvidar de un plumazo todo lo que Catalina había hecho por él y por Inglaterra, que la tratara como una repudiada, que pusiera en duda su virginidad (algo que, por muchos procesos públicos que se hicieran, sólo podía saber la propia Catalina) y que finalmente la apartara por una dama de su propia corte, todo ello pesó en la determinación de la reina de no ceder.
Vale la pena, pues, acercarse a este libro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un gran libro, me encantan los libros de historia pero normalmente me decepcionan porque son muy subjetivos y poco realistas porque intentan ponerse de parte de alguien. Este es lo mejor que he visto en ese tema porque se deja normalmente de valoraciones y habla de hechos situaciones y frases que realmente dijeron asi que es un libro que además de historia va con la verdad por delante.
Mucha gente juzga a Catalina como una reina dócil lo que demuestra la poca información que hay en realidad, esta mujer fue una gran reina que hizo mucho mas que plantar cara al rey a los 40 años y agradezco libros como este que revelan toda su historia
Una de las reinas mas buenas e integras de las que se han escrito

Un saludo