23 de septiembre de 2019

Crítica de cine. Ad Astra, de James Gray

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

Prácticamente no hay año, al menos desde hace un tiempo, en el que no llegue a las carteleras una película sobre el espacio; la última frontera, que decían los clásicos. Cuando empezamos a buscar más allá de nuestra madre Tierra (o seguimos haciéndolo) y nos pongamos a buscar vida inteligente o un nuevo hogar para cuando (en un futuro más o menos lejano) este planeta que moramos sea cada vez más inhabitable, el cine (y desde luego la literatura) toman cartas en el asunto. No es algo nuevo: desde siempre el hombre ha mirado a las estrellas y ha explorado desde y más allá de su imaginación. ¿Estamos solos? ¿Podemos vivir en otro planeta, otro sistema solar, otra galaxia? En muchos casos ese viaje a las estrellas no deja de ser una odisea hacia nuestro interior, a lo que nos hace humanos. El viaje puede ser tan lejano y al mismo tiempo sin movernos de donde estamos como ya se planteara en Contact (Robert Zemeckis, 1997, a partir de la novela de Carl Sagan), o puede traspasar dimensiones y agujeros negros como en Interstellar (Christopher Nolan, 2014), y en el fondo no deja de ser un viaje más subjetivo que físico. Algo parecido sucede en Ad Astra, cinta del siempre interesante James Gray –La noche es nuestra, Two Lovers, El sueño de Ellis, La ciudad perdida de Z–, que, sin dejar de lado la esencia introspectiva de su filmografía, apuesta por el género de la ciencia-ficción y los viajes espaciales para hablar de cosas muy mundanas. Como suele pasar en el género.


En un futuro más o menos cercano el hombre ha colonizado la Luna y ha realizado viajes a otros planetas, como Marte, donde ya hay un asentamiento. Los viajes comerciales a nuestro satélite son comunes y los países se disputan espacios en el mismo, a la vez que “piratas” asaltan a los visitantes a la Luna y bases secretas se sitúan en su cara oculta. Cuando extrañas ráfagas electromagnéticas que parecen proceder del espacio exterior amenazan la seguridad de la Tierra, desde la SpaceCom, organización que parece ser la sucesora de la NASA y con demasiados secretos en su haber, decide indagar en lo sucedido y buscar una solución. Y esta pasa por enviar al ingeniero y astronauta Roy McBride (Brad Pitt) a Neptuno, hacia donde se envió, tres décadas atrás, una misión comandada por su padre, Clifford (Tommy Lee Jones)… o al menos es lo último que se supo de ella. La misión de Clifford, el llamado Proyecto Lima, trataba de encontrar pistas de vida inteligente y su lugar en el cosmos, y con el objetivo de explorar nuevos planetas donde pueda instalarse la especie humana. Desde SpaceCom se sospecha que Clifford puede estar detrás de los misteriosos ataques a la Tierra y quizá un encuentro de éste, en caso de estar vivo, con su hijo alumbre respuestas o permita (o se vea obligado) a tomar alternativas. Acompañado de un coronel, Pruitt (Donald Sutherland), quien conociera a su padre*, Roy iniciará un viaje hacia Neptuno con escalas en la Luna y Marte, al tiempo que desarrolla una aventura sideral en busca de sí mismo. 

*Nota: no deja de ser curioso que Sutherland y Jones coincidan otra vez en un filme espacial: ya “viajaron” juntos a la órbita terrestre en Space Cowboys (Clint Eastwood, 2000).



Ad Astra podría definirse, de manera simplista, como un crossover entre Interstellar y Apocalypse Now; no oculta Gray en entrevistas que una de sus fuentes de inspiración es la filmografía de Francis Ford Coppola y su película “maldita” subyace de manera no especialmente disimulada en este filme. Pero, referentes y filias al margen, lo cierto es que el filme de Gray supone un hito más en la lógica de su filmografía, de la que bebe con fruición en cuanto a los personajes meditabundos que la pueblan y las complejas relaciones paternofiliales. Igualmente, y en la senda de las mil caras del héroe en la obra homónima de Joseph Campbell, Roy realiza un viaje que va más allá de las distancias en busca de una redención personal que solucione sus cuitas personales (la relación que mantiene con una esposa, encarnada por Liv Tyler, a la que sólo vemos en flashbacks) y le acerque al padre conoció poco (cuando Clifford partió con el Proyecto Lima Roy era apenas un adolescente) y al que hace tiempo que le cuesta recordar, dudando incluso de que esté vivo. El meditabundo Roy, con una voz en off en forma de soliloquios a lo largo del filme, deberá superar sus dudas y tomar decisiones que le alejarán del plan inicial. Pitt, en un papel muy contenido y sobrio que le viene muy bien (y que no es precisamente la alegría de la huerta), parece también buscar su redención personal tras unos últimos años marcados más por las cuestiones personales que por la calidad de las películas, algo que parece conseguir con filmes como éste y el también reciente Érase una vez en Hollywood de Quentin Tarantino.



Introspecciones al margen, la película de Gray luce especialmente en su aparato visual, y es que una película sobre viajes espaciales debe mostrarse como tal, añadiéndose particulares episodios a lo Mad Max (en la Luna, espléndida secuencia) o con amenazas simiescas que quizá resulten algo prescindibles; pero es lo que tiene ir tan lejos, a Neptuno: hay que llenar la travesía con episodios que hagan pasar el tiempo y hagan más llevaderas las distancias. Luce muy bien ese espacio en el filme, como lo hace de manera espectacular el tramo final al otro lado de nuestro sistema solar. La música de Max Richter, también excelente (y con acompañamiento de Lorne Balfe y un par de compositores más), supone otro aliciente más en un filme que, como Arrival (La llegada) (Denis Villeneuve, 2016), cuenta con una partitura del músico alemán. Quizá a algunos les parecerá que la trama es demasiado pausada para una película sobre viajes espaciales, pero el tono que insufla Gray a su filme es coherente con su filmografía y ayuda a que conozcamos mejor al atribulado Roy. 



El resultado es un filme al que, es cierto, a nivel de guion se le ven algo las costuras y resulta algo previsible a medida que avanza el metraje (el tercio final más o menos lo intuyes con bastante antelación), pero que cuenta con la sobriedad y el estilo propios del cine de James Gray (puntazo), que se sustenta en el sólido hacer de sus actores principales (añadamos a Ruth Negga, que desvelará a Roy algunas pistas sobre la misión de su padre) y que fascina por la relación entre forma y fondo, entre imagen (¡y qué imágenes!) y discurso. Quizá Ad Astra no sea un prodigio de originalidad (¿y qué lo es en un género tan manido como el de los viajes espaciales?), pero cuenta con un trasfondo filosófico a la altura de 2001: una odisea en el espacio de Stanley Kubrick, del mencionado Apocalypse Now de Coppola o del cine de un Terrence Malick (El árbol de la vida, especialmente) que aparece y desaparece como el Guadiana. Un filme en el que el viaje es primordial y poliédrico y lo visual tiene tanta importancia como el mensaje que se pretende dar. Una estupenda película, en definitiva.

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