Quizá, dentro del género de la ciencia-ficción,
no haya tema tan sugerente (y manido) como el del primer contacto de los
habitantes de la Tierra con seres llegados del espacio exterior. El
contacto como consecuencia de la llegada y, por tanto, antesala de lo
que vendrá después: la comunicación. Un tipo de cine, de acción y
catastrofismo, lo plantea en términos de conflicto y destrucción: los
alienígenas invaden la Tierra y aniquilan a la raza humana, por el
motivo que sea, desde que H.G. Wells lo desarrollara en La guerra de los mundos
y se sucedieran adaptaciones, derivaciones y replanteamientos de una
misma idea de fondo, con productos (no tan) recientes como Independence Day.
Otro cine, más intimista y “sosegado”, plantea el tema de cómo los
humanos encuentran otras especies y se produce la comunicación en busca
de una colaboración por un objetivo común o simbiótico. Este cine es el
que nos interesa aquí. La llegada de estos extraterrestres es la excusa
argumental para una narración en cierto modo introspectiva que, a su
vez, no deja de ser un debate sobre la propia condición humana: quiénes
somos, adónde vamos, qué hay más allá de la Tierra… y de la muerte. El
contacto, también, puede ser motivo de conflicto, inherente al ser
humano, o una oportunidad para trascender nuestras limitaciones y
defectos y hallar una respuesta a las grandes dudas sobre nosotros
mismos; o encontrar una salida: Interstellar (2014) de Christopher Nolan plantea el tema de fondo de una Tierra que se muere y la búsqueda de un nuevo hogar. Contact
(1997) de Robert Zemeckis, y basada en la novela de Carl Sagan, ya
desarrollaba la noción de la comunicación entre humanos y una especie
extraterrestre y la construcción de una máquina que trasladaría a un
elegido a un punto alejado del universo, siendo relativas tanto la
distancia como el tipo de comunicación que se establece con lo
desconocido. En cierto sentido, y añadamos (cómo no) 2001: una odisea en el espacio (1968) de Stanley Kubrick y Melancolía de Lars von Trier (2011) al zurrón de referencias, La llegada (Arrival)
de Denis Villeneuve es una vuelta de tuerca más a esta idea del “primer
contacto”, que a su vez plantea preguntas lógicas sobre los
“visitantes” que han venido de muy lejos: ¿qué intenciones tienen?
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Pero la película no se ocupa únicamente de contactos: también incide en
lo que subyace en el ser humano. La secuencia inicial es una buena
muestra de ello: una mujer, a la que pronto conoceremos como la doctora
Banks, vive el crecimiento de su hija y lamentablemente también su
enfermedad y muerte, siendo apenas adolescente. ¿Qué tiene que ver esto
con el resto de la trama? ¿Qué significan las “visiones” de Louise a lo
largo de la cinta? ¿Qué son esos “flashbacks”? Villenueve desarrolla
también otra idea de fondo: la presencia de los extraterrestres con no
se sabe qué intenciones provoca el recelo de muchos. Los países donde
hay naves colaboran entre sí y comparten los avances en su comunicación
con los visitantes, poniéndose el foco de atención en el ámbito
estadounidense. La metáfora de unas Naciones Unidas que paulatinamente,
por intereses (o miedos) diversos, se alejan unas de otras, se
“incomunican”, está presente en una segunda parte del filme y desarrolla
el conflicto que surgirá cuando una de ellas decide actuar por su
cuenta y riesgo: una guerra mundial podría ser el resultado.
Villeneuve muestra y reflexiona, o nos induce a reflexionar. Conceptos como la comunicación y la necesidad de dialogar (con los visitantes… y sobre todo entre nosotros) se combinan con una concepción circular, más que lineal, del tiempo (y hasta ahí puedo leer) y con el libre albedrío como punto principal. ¿Hasta qué punto podemos elegir y queremos hacerlo? ¿Qué haríamos si nos dieran la oportunidad de ver nuestra vida por entero? ¿Cambiaríamos algo? Mientras el “mundo” se prepara, en un momento determinado del filme, para hacer frente a una situación de no retorno, Louise (y el espectador) se preguntan hasta qué punto su vida no puede ser diferente… o hasta qué punto podemos vivirla exactamente igual. La llegada maravilla por la sencillez de su planteamiento en última instancia y por una hermosísima fotografía. Por la sobria pero al mismo tiempo intensa música de Jóhann Jóhannson (y un tema especialmente hermoso de Max Richter a principio y final de la película). Por la espléndida interpretación de Amy Adams, que destaca por encima del resto de actores. Por el buen ritmo de la película en función de sus “tiempos”, que no necesariamente han de ser los de una tópica película de ciencia-ficción. Por el debate filosófico que se plantea de principio a fin (o de fin a principio… ya me entenderá el lector/espectador) y por lo acertado de indagar en la lingüística como mecanismo de narración (a fin de cuentas somos seres “parlantes”, pero también “escribientes”) que trasciende la mera excusa argumental. Por ofrecer una imagen muy original de ese “contacto”, que de hecho es también muy “lógica”.
Villeneuve muestra y reflexiona, o nos induce a reflexionar. Conceptos como la comunicación y la necesidad de dialogar (con los visitantes… y sobre todo entre nosotros) se combinan con una concepción circular, más que lineal, del tiempo (y hasta ahí puedo leer) y con el libre albedrío como punto principal. ¿Hasta qué punto podemos elegir y queremos hacerlo? ¿Qué haríamos si nos dieran la oportunidad de ver nuestra vida por entero? ¿Cambiaríamos algo? Mientras el “mundo” se prepara, en un momento determinado del filme, para hacer frente a una situación de no retorno, Louise (y el espectador) se preguntan hasta qué punto su vida no puede ser diferente… o hasta qué punto podemos vivirla exactamente igual. La llegada maravilla por la sencillez de su planteamiento en última instancia y por una hermosísima fotografía. Por la sobria pero al mismo tiempo intensa música de Jóhann Jóhannson (y un tema especialmente hermoso de Max Richter a principio y final de la película). Por la espléndida interpretación de Amy Adams, que destaca por encima del resto de actores. Por el buen ritmo de la película en función de sus “tiempos”, que no necesariamente han de ser los de una tópica película de ciencia-ficción. Por el debate filosófico que se plantea de principio a fin (o de fin a principio… ya me entenderá el lector/espectador) y por lo acertado de indagar en la lingüística como mecanismo de narración (a fin de cuentas somos seres “parlantes”, pero también “escribientes”) que trasciende la mera excusa argumental. Por ofrecer una imagen muy original de ese “contacto”, que de hecho es también muy “lógica”.
Por último, hay que aplaudir la audacia de Villeneuve, que vuelve a no dejarnos indiferente tras películas como Prisioneros, Enemy y Sicarios.
Es más: nos desconcierta y eso siempre es algo muy positivo. El
director canadiense le da la vuelta al género de la ciencia-ficción y
nos obliga a enfrentarnos a nosotros mismos, a nuestra incomunicación y
falta de diálogo. Como siempre, la ciencia-ficción no deja de ser un
acercamiento a nosotros mismos, los seres humanos. Y si es tan hermosa
como esta película, mejor aún.
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