2 de septiembre de 2019

Efemérides historizadas (XXXIX): 2 de septiembre de 31 a.C.- Octaviano (o Agripa) derrota a Marco Antonio en Actium

Un 2 de septiembre de 31 a.C. tuvo lugar una batalla naval en Actium, en la entrada del golfo de Ambracia, entre las flota romana, comandada por Marco Vipsanio Agripa en nombre del  ex triunviro Imperator Caesar Divi Filius, es decir, Gayo Julio César Octaviano, y, “oficialmente”,  la flota egipcia, con el ya también ex triunviro Marco Antonio al frente, “Oficialmente”, pues para el futuro Augusto, Mecenas y su think tank de poetas y propagandistas (Virgilio y Horacio, entre otros), la batalla fue la culminación de una guerra de Roma (e Italia) contra el decadente y depravado Egipto de la reina Cleopatra VII, que había sojuzgado y anulado a Antonio… de modo que se trataba de una guerra contra un hostis extranjero, no un bellum civile, que es lo que realmente era.

La batalla se produjo tras el bloqueo terrestre y marítimo que Agripa impuso al abigarrado ejército egipcio-romano de Antonio en tierra, de modo que el enfrentamiento naval fue la manera que encontró Antonio para salir del paso y, quizá en otro terreno más favorable, presentar cara a los hombres de Octaviano. Sea como fuere, la confrontación fue breve. “Entonces se produjo una batalla en el mar”, narra Dión Casio en su Historia romana (L, 14), para a continuación poner en boca de Antonio una larga arenga (L, 16-22), que, muy  probablemente, sea inventada (como gran parte de la propaganda anticleopatrense y antiantoniana); a su vez, el historiador de época severiana hace decir a Octaviano (“César”) otro discurso (L, 24-30). Cada uno daba, en las páginas de Dión Casio, los motivos para defenderse y atacar al rival, dentro de una guerra de palabras espuria (como el famoso “debate” entre Agripa y Mecenas unos cuantos libros más adelante en la obra histórica de Dión Casio). “Y así, lanzándose unos contra otros, combatieron en el mar. Por cada uno de los bandos constantemente se lanzaban a sus propias fuerzas soflamas sobre la habilidad y el valor propios; también escuchaban los gritos de quienes desde tierra firme animaban a los suyos”, dice este autor (L, 32, 1), que relata una batalla que se desarrollaba con una tremenda igualdad, hasta que (siguiendo la leyenda romántica) Cleopatra decidió marcharse “cohibida, tanto por su condición de mujer como de egipcia”. Antonio, al descubrirlo, lo abandonó todo (mando, naves, hombres, heridos y muertos) y siguió a su amor, dejando la victoria para Octaviano y Agripa.  Tómese todo esto con bastante cautela...



El ejército terrestre de Antonio se desplomó un día después, su comandante Canidio fue ejecutado y la guerra terminó en aquel año 31 a.C.... en Grecia. Ni tiempo dio a que hubiera una batalla en tierra que conllevara triunfo y gloria para las armas “romanas” (las de Octaviano, claro). El Imperator Caesar regresó a Italia en pleno invierno para hacer frente a los rumores de una revuelta, siendo recibido como un héroe en Brundysium (Brindisi); de tal manera fue honrado Octaviano por todos con su afecto, que “ya nadie volvió a intentar una revuelta”. Tan sólo quedó, en la primavera y verano siguientes (30 a.C.) regresar a Oriente, poner orden, premiar y/o castigar a quienes habían dado apoyo a Cleopatra (voluntariamente o por la fuerza), bajar por el Levante y llegar a Egipto, donde el Estado tolemaico se colapsó, los  ejércitos romanos se rindieron y/o pasaron al vencedor, Antonio se suicidó y Cleopatra, después de intentar negociar su futuro (y el de sus hijos) con el vencedor, hizo lo propio... o al menos así quedó registrado en la historia "oficial".

La consecuencia de Actium fue que no sólo terminó la serie de guerras civiles iniciadas a raíz del asesinato de César (o no terminadas por éste, caso de “disidentes” irreductibles como Sexto Pompeyo o Gneo Domicio Ahenobarbo), se reordenaba el mapa de reinos, principados y ciudades orientales a gusto de Octaviano (y siguiendo la “hoja de ruta” de Pompeyo tres décadas atrás; total, para qué te vas a complicar la vida cuando el status quo y tratados de amistad son más sencillos que anexionarse territorios que no sabes si vas a poder controlar: ahí se las compongan los Herodes, Polemones y Zenones de turno), y se llegaba a la tan ansiada (y manida) pax. Pax romana, augusta et aeterna, como los dioses mandan, pero en el interior (no el exterior). ¿Y qué hacemos con Actium? Pues le decimos a Horacio que nos componga algún poema elogioso (nunc est bibendum…; Odas, I, 37,1), así como a Virgilio, y creamos el mito de la reina egipcia que, tan ufana ella, proclamaba que dictaría justicia con sus posaderas sentadas en lo alto del Capitolio. Y aquí paz y (versos mediante) después gloria…

Lectura recomendada: Augusto de Pat Southern (Gredos, 2013): una excelente biografía del Romano Antes Conocido Como Cayo Octavio, Luego Cayo Julio César Octaviano, Después Imperator Caesar Divi Filius y Finalmente Imperator Caesar Divi Filius Augustus (dejamos el Divus Augustus para cuando los dioses lo reclamen a su lado). 

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