16 de septiembre de 2019

Crítica de cine: Litus, de Dani de la Orden

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

En septiembre de 2012 se estrenó en la Sala Flyhard del Teatre Lliure de Barcelona la obra Litus, escrita y dirigida por la joven dramaturga Marta Buchaca (n. 1979), y que sería publicada. La trama era la siguiente: tres meses después de que Litus se suicidara con el coche, su hermano Toni reúne en el piso donde viviera a la que fuera su novia, Laia, a dos de sus amigos, Pablo y Marco, y a un antiguo compañero del grupo musical que habían formado, Pepe, que ahora ha triunfado en solitario. La convocatoria se debe a que Litus dejó una carta para cada uno de ellos, lo cual despertará emociones nuevas y recuerdos sobre alguien que se fue sin decir adiós ni responder a por qué quiso suicidarse. El formato teatral funcionó muy bien en una obra que desnudó a unos personajes treintañeros y con la que los espectadores de aquella franja de edad podían identificarse. Buchaca escribe ahora el guion de la adaptación cinematográfica junto al director, Dani de la Orden, y en el que se añade algún personaje nuevo (Su, interpretada por Marta Nieto) y alguna trama que, en lo esencial, mantiene el texto original teatral y a los protagonistas de entonces: Pablo (Álex García), Marco (Adrián Lastra), Laia (Belén Cuesta), Pepe (Miquel Fernández) y Toni (Quim Gutiérrez).
 
Litus es un filme que, más aún que la obra teatral, no esconde del todo (o quizá es que los haga más patentes) referentes cinematográficos como Reencuentro (Lawrence Kasdan, 1983) o Los amigos de Peter (Kenneth Branagh, 1992), entre los más evidentes. Ambas cintas hacían una radiografía emocional de unos personajes que evocaban la irresponsabilidad inherente a ser joven y a cómo el paso de los años añadía una capa de cinismo y desilusión, y también una dosis irresponsabilidad que entonces ya no podía achacarse a la pasión juvenil. De hecho, el filme de Branagh es citado por uno de los personajes, Pepe, si bien de modo equivocado en cuanto a su trama, generando incomodidad en el resto de amigos y alguna sonrisa entre los espectadores. 

Del mismo modo que no se ocultan (o se reconocen con facilidad) los homenajes o inspiraciones cinematográficos previos, Litus tampoco se despega del propio formato teatral, pues, quitando una brevísima escena de Toni despidiéndose de su madre y una secuencia final en una sala de conciertos, la trama se desarrolla en el piso de Litus (casi todo en el salón-comedor) y se nutre de las conversaciones y/o enfrentamientos dialécticos entre los diversos personajes. Pues esa es la esencia de la obra, perdón, la película: conocer lo que ha pasado de boca de ellos, cómo han gestionado (si lo han hecho) la muerte de Litus, cómo han sido sus vidas desde entonces, cómo están en realidad (nadie se lo pregunta hasta que Pablo, quien fuera el mejor amigo de Litus, lo plantea: “han pasado meses y nadie me ha preguntado cómo estoy… ¿estás bien, Laia? ¿estás bien, Marco?”). Y este es quizá el elemento que mejor fluye en el filme: la palabra, el diálogo, la conversación, si bien habrá quién se pregunta que en una película debe haber más elementos a desarrollar; pero, claro, es que partimos de una obra de teatro. 

Litus combina con acierto, eficacia (que no es necesariamente lo mismo que lo anterior) y buen ritmo el humor y el drama, la emoción y la rabia, la carcajada y el silencio, y para ello es consciente de que necesita de nuestra complicidad a este lado de la pantalla (del mismo modo que lo haría en dirección al patio de butacas). Apela a nuestras propias vivencias y recuerdos, a cómo el tiempo no ha pasado en balde, a nuestro concepto de la amistad y a la manera en que digerimos (o no) los golpes que nos da la vida. Da igual que no tengas los treinta y pico años de los personajes (los hay que tenemos más), pero es fácil que conectes con las sensaciones que destilan cada uno de ellos. Y ese es otro aliciente del filme: que puede parecer banal en su forma (y quizá hasta repetitiva), pero en realidad apunta al rincón más recóndito de nuestro ser y toca la fibra, pues el filme (la obra) habla de nosotros mismos. 



Dani de la Orden (n. 1989), con quien disfrutamos en sus películas más resultonas (Barcelona, noche de verano en 2013 y Barcelona, noche de invierno en 2015) y nos dejó heladísimos con la impersonal El mejor verano de mi vida (2018), saca buen partido del texto teatral con el lenguaje cinematográfico y compone una película sólida y personal que se beneficia de la música de Iván Ferreiro en la música y en un par de canciones, sobre todo la que cierra el filme. Presentada en los festivales de cine de Barcelona y Málaga de este 2019 (abrió el primero y logró una Biznaga de Plata ex aequo al mejor actor reparto para Quim Gutiérrez en el segundo), Litus se presenta como una (muy) interesante mirada generacional, anima a dejar de lado el cinismo (y a madurar, si es posible) y apela a las emociones sin resultar impostada. Un buen filme, sí señor.

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