Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
Nota: este documental llega a las salas de cine como evento cinematográfico. Exhibidores como Yelmo, Grup Balañà y los Cines Verdi en Barcelona, lo emitirán los días 19 y/o 20 de noviembre, en algún caso (los Cines Verdi) vinculado a una programación cultural especial; consúltese sus webs o en FilmAffinity para saber en qué cines se emitirá.
En 2014 se estrenó la película The Monuments Men, dirigida por George Clooney y basada en el libro homónimo de Robert M. Edsel –The Monuments Men: Allied Heroes, Nazi Thieves and the Greatest Treasure Hunt in History (2009, publicado en nuestros lares por Destino en 2012)–, y que recreaba algunos episodios relacionados con el Programa de Monumentos, Bellas Artes y Archivos (MMFA, por sus siglas en ingles). Creado por los Aliados en 1943, en el marco de la Segunda Guerra Mundial, reunió a personal civil especializado (historiadores del arte, curadores de museos) que trabajaron codo con codo con los militares para proteger y salvaguardar monumentos, obras y tesoros artísticos en la Europa ocupada por los nazis. Parte de esa labor era encontrar y rescatar obras de arte robadas por la Alemania nazi a instituciones y a propietarios particulares, en muchos casos judíos. La película de Clooney resultó mucho menos interesante que el tema que trataba: quien quisiera profundizar podía ir directamente al libro de Edsel. Un tema que iba mucho más allá del libro, desde luego, y que tocaba la cuestión del expolio artístico que los nazis, antes de la propia guerra, realizaron.
En realidad, los más interesados en esta cuestión artístico fueron Adolf Hitler, el artista frustrado y Führer del Reich alemán desde 1933, y su lugarteniente, Hermann Goering, Reichsmarshall y comandante en jefe de la aviación militar alemana (la Luftwaffe), interesado también en el arte y en atesorarlo. En Carinhall, la residencia palaciega de campo al nordeste de Berlín, Goering acumuló una gran cantidad de obras de arte. Hitler, por su parte, tenía su equipo de marchantes de arte que «conseguían» para él cuadros y esculturas que el líder nazi quería destinar a un gran museo en Linz, ciudad en la que se crio, y que sería diseñado por su arquitecto favorito (con permiso de Speer), Paul Ludwig Troost. El museo nunca llegó a construirse –como otros tantos proyectos arquitectónicos, en especial la futura capital del Reich, Germania, sobre la ya existente Berlín–, pero la avidez de Hitler por las obras de arte no cesó; en Goering encontraría a un rival por el expolio del arte europeo: ambos, además confiscar arte por toda Europa, se «robaban» piezas entre sí, algo que resultaría gracioso si no fuera porque muchos de los propietarios particulares a los que ambos sí robaban, bastantes de ellos judíos, fueron asesinados en campos de concentración y de exterminio; de los que pudieron escapar al otro lado del Atlántico, ellos y sus descendientes no siempre recuperaron sus obras artísticas después de la guerra. Se considera que alrededor de 600.000 piezas artísticas fueron saqueadas por los nazis: de ellas 100.000 siguen «perdidas».
La prohibición de ese arte «degenerado» fue una de las obsesiones del régimen nazi, con Joseph Goebbels, ministro de la Propaganda, como especial encargado de «arianizar» la cultura alemana. Quizá esto explique el curioso título del documental que, en cierto modo, puede confundir al espectador que acuda a verlo a una sala de cine, pues no es el objetivo del mismo. Cierto es que los nazis, con Hitler a la cabeza, detestaron a artistas como Picasso, Matisse, Grosz, Dix o incluso los impresionistas franceses. Lo más cercano que hay a Picasso en este documental es la famosa anécdota que Servillo cuenta al final del mismo: cuando el piso parisino de Picasso fue asaltado durante una redada de la Gestapo (el pintor español residió en la capital francesa durante la guerra, negándose a exiliarse), un alto mando nazi vio una fotografía del Guernica y le preguntó: «¿Usted ha hecho esto?», a lo que Picasso respondió: «No, lo han hecho ustedes», en referencia al horror causado en la destrucción de la ciudad vasca durante la Guerra Civil española y que fue la inspiración para el cuadro.
Así pues, si el documental no se centra en lo que literalmente dice el título, ¿de qué va la cosa? Pues al tema del expolio artístico nazi, sobre el que hemos empezado esta crítica. Un expolio que traslada al espectador de Múnich a París, pasando por Deventer en los Países Bajos y Nueva York al otro lado del charco, siguiendo la pista de algunos expoliados, en su mayoría judíos, y cuya obra no se ha recuperado totalmente. Seguimos los pasos de los Monuments Men, la fijación obsesiva de Hitler y Goering por el arte, la razón de ser del ideal estético nazi y diversos casos de expolio. Casos como, por ejemplo, la colección de Paul Rosenberg, que, sin relación con el (autoproclamado) «ideólogo» oficial nazi, Alfred Rosenberg, tuvo que huir a la Gran Manzana dejando atrás el grueso de sus cuadros, algunos de ellos de Picasso y Matisse. Seguimos también el caso de Cornelius Gurlitt, hijo de uno de los principales marchantes de Hitler, Hildebrandt Gurlitt, y que atesoró en secreto piezas de algunos de esos artistas «degenerados» para los nazis, pero también obras que el líder nazi valoraba y ansiaba (hasta 1.280 cuadros coleccionó Gurlitt en secreto, robados a sus dueños).
Se cuenta con los testimonios de descendientes de algunos de esos propietarios que fueron expoliados, como Simon Goodman, nieto del banquero y coleccionista holandés Fritz Guttman, asesinado en el campo de concentración de Theresienstadt (su esposa sería gaseada en Auschwitz nada más llegar), y Tom Selldorff, nieto de un coleccionista vienés de los años treinta, y que han luchado en los tribunales para recuperar parte del legado familiar. Una batalla legal que, en ocasiones, incluye a museos alemanes que albergan, sabiéndolo o no, obras robadas por los nazis, y que constituye una cuestión aún candente; de hecho, todos los marchantes de arte que «colaboraron» con el régimen nazi siguieron con su labor una vez terminada la guerra… y como si no hubiera pasado nada. Se incluye el testimonio de Edgar Feuchtwanger, vecino de Hitler en Múnich a principios de los años treinta y cuando él mismo era un niño, y cuyo padre sufrió la confiscación de sus valiosos muebles y libros por parte de los nazis en los años posteriores.
De la mano de estos (y otros) testimonios, así como de periodistas (Timothy Garton Ash, por ejemplo), historiadores del arte, abogados, coleccionistas y curadores de las cuatro exposiciones que son el eje del documental, y con Toni Servillo como maestro de ceremonias, entramos de lleno en la cuestión del saqueo artístico europeo por parte del Reich nazi. Un expolio en nombre de una idea estética, sí, pero también la rapiña personal de jerarcas como Hitler y especialmente Goering, cuya codicia no tenía fin. El resultado es un documental apasionante, algo engañoso por el título y sobre un tema sobre el que aún no se ha escrito la última palabra. Muy interesante.
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