Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
Hay ocasiones en que los primeros minutos de una película te hacen pensar, cómodamente instalado en la butaca de una sala de cine, que vas a pasar un «buen» rato; y no tanto porque lo que ves sea divertido, entretenido o desborde calidad en cada fotograma, que también pudiera ser, sino porque lo que se muestra te interesa, te sorprende e, incluso en algunas secuencias, te fascina. Obviamente, una película no se queda estática en esos diez o quince minutos iniciales, la trama sigue, «evoluciona», se abre a otros escenarios y vericuetos, y es al final, cuando te quedas con la imagen completa, con la conclusión sobre lo que durante algo más de hora y media has estado viendo. Es entonces cuando tienes las «sensaciones encontradas» y un cierto regusto amargo en la boca. Porque si fuera sólo por esos minutos iniciales, tu valoración sería muy diferente a la que tienes una vez terminado el filme. Pero es al final cuando te preguntas qué pasó, cómo la historia pudo empezar tan bien y cómo luego se «perdió» con algunas tramas metidas con calzador y acabó llegando a un final demasiado acelerado y, lo peor de todo, previsible. Esto es lo que le sucede a Jaulas, opera primera del director y guionista sevillano Nicolás Pacheco, presentada en Sección Oficial de la reciente 63ª edición de la Semana Internacional de Cine (Seminci) de Valladolid. Pacheco comentó entonces que su película es «una fábula contemporánea que refleja a las mujeres como referentes de su propia liberación, en este caso no la propia, sino la que busca una madre para su hija y eso es algo que estamos viviendo hoy en día en España: un cambio emocionante y prometedor del papel de la mujer» (Fuente de la cita: el diario.es). Con este planteamiento de su creador, la película promete; lástima que su desarrollo no esté tan a la altura del comentario del director. Pero vayamos por partes.
Jaulas es una historia de mujeres: de Concha (Estefanía de los Santos) y Adela (Marta Gavilán), que sobreviven en el arrabal de una ciudad andaluza, y de Rosa (Belén Ponce de León), hermana de la primera, que ha quedado viuda y debe tirar adelante con el bar que regentaba con su marido fallecido. Concha y Adela huyen de una vida de marginalidad y dependencia de un entramado patriarcal. Buscan la libertad, la posibilidad de poder vivir sin depender de unos hombres que las tratan como objetos. Una vida en el arrabal en el que el cacicazgo y unas leyes propias impiden que puedan aspirar a algo más: una independencia, una cierta prosperidad, un primer amor. Pacheco nos presenta ese ámbito inicial que evoca el cine de Emir Kusturica y, quizá por ello, nos mantiene absortos con los primeros compases del filme. La figura del hermano de Concha, Antoñito (Manuel Cañadas), disminuido psíquico con un gran talento para imitar el trino de los pájaros, y los «concursos» de imitadores nos sitúa en un ámbito pintado con un cierto aire de realismo mágico. La huida de Concha y Adela –paralela a la de Antoñito, a quien acaban por recoger –, tras llevarse un dinero que el ayuntamiento local ha dado a los caciques del barrio de chabolas para que desalojen el terreno (previsto para construir viviendas), deja a un lado ese escenario para situarnos en una road movie que traslada a los personajes a otra ciudad y otra reunión: con Rosa.
Es entonces cuando el filme evoca Solas (1999), la película de Benito Zambrano, y Pacheco no parece esconder sus referencias; al mismo tiempo, se abre la trama principal a algunas secundarias que, más que sumar, lo que hacen es dispersar el filme: los perseguidores de Concha y Adela, en busca del dinero robado; la odisea de Vasile (Stefan Mihai), con quien Adela soñó que podría tener un futuro, y que se ve atrapado en la eventualidad de casarse con la hija de un panadero (Antonio Dechent), que le ha acogido y dado trabajo; el acoso de Platillo (Manolo Caro), el mafioso local, a Rosa para que pague por la «protección» que esta se niega a aceptar. Las diversas historias convergen en un exceso de casualidades y coincidencias, los personajes se encuentran y separan, y una cierta idea del destino del que no podemos escapar inunda el filme en su tercio final, de modo que la suma de ingredientes acaba dejando al espectador, al menos a quien esto escribe, con la sensación de que el filme prometía mucho más de lo que a la postre ofrece.
Y es una lástima, pues ahí muchos mimbres en este debut de Pacheco en el largometraje. Quizá el exceso de ambición que suele ser inherente a una ópera prima lastre la evolución de unos personajes que huelen y saben a verdad, pero que no se resisten a seguir caminos ya transitados, muy trillados incluso, y con un aire a thriller, en este caso con detalles entre urbanos y costumbristas, que hace tiempo que tenemos demasiado visto. La metáfora de las jaulas de pájaros, que sobrevuela en todo el filme y que se explicita en alguna secuencia en el bar de Rosa, no deja de tener un enorme interés y en ocasiones (las primeras imágenes del filme) gozan (y nos hacen gozar) de un virtuoso lirismo. A pesar de lo redundante, también el tramo central, con las tres mujeres (y un Antoñito cada vez más en su mundo) que tratan de sobreponerse a las adversidades (la miseria del pasado, la viudez del presente, las cuentas pendientes familiares, la inquietud por lo que podrá pasar mañana), nos interesa. Pero es la concatenación de subtramas, con un cosido que pronto se deshilacha, lo que acaba por casi hacer naufragar la película. La veta sutilmente humorística en torno a Vasile, el panadero y su hija resulta cautivadora, pero rechina con el tono más bien fatalista del resto de la película; rellena el filme, pero no lo completa.
El resultado es una película más que correcta, más que sugerente en algunas de sus secuencias, pero que en la suma de todas sus partes acaba por quedar algo coja. Una carta de presentación sugerente por parte de Nicolás Pacheco, fascinante en sus primeros minutos, pero que arriesga o bien demasiado en cuanto a hacer avanzar la trama por demasiados caminos, o bien poco por no lograr que esos caminos tengan, al menos, una personalidad más marcada. No es una mala película, ni de lejos, y un espectador menos exigente que quien esto suscribe podrá disfrutarla en su amplitud; en mi caso mi disfrute se redujo a una parte de la misma.
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