20 de noviembre de 2013

Reseña de Las arpías de Hitler, de Wendy Lower

Tendemos a ver los crímenes nazis desde una óptica y unos protagonistas masculinos: los perpetradores eran hombres, imaginamos a hombres de las SS, a soldados de la Wehrmacht, a funcionarios grises de la Gestapo o a guardianes de campos de concentración y exterminio. Hombres, habitualmente hombres. Pero también hubo mujeres que fueron testigos, cómplices y autoras de crímenes en la Europa del Este, en la Polonia ocupada y cuarteada, en Ucrania y Bielorrusia, en los países bálticos, en la estepa rusa. «¡El Este os necesita!» clamó la propaganda oficial desde los inicios de la Segunda Guerra Mundial y especialmente tras la Operación Barbarroja, la invasión de la Unión Soviética en junio de 1941. Hasta quinientas mil mujeres –enfermeras, maestras, secretarias y esposas– se trasladaron a los nuevos territorios ocupados podemos hacernos una idea de que, estadísticamente, hubo mujeres que participaron, de un modo u otro, en los crímenes del Reich nazi. ¿Cuántas? En su libro Las arpías de Hitler: las mujeres alemanas en los campos de exterminio nazis (Crítica, 2013) –un subtítulo castellano impropio, pues pocas de las mujeres que aparecen estuvieron en campos de la muerte; resulta más adecuado el subtítulo de la sobrecubierta: «La participación de las mujeres en los crímenes nazis»–, Wendy Lower se acerca a la cuestión de alemanas que tuvieron un rol propio en los asesinatos en masa y en comportamientos criminales.

¿Cuántas?, decía, ¿cuántas mujeres participaron en esos crímenes? Partamos de la idea de que probablemente no lleguemos a una conclusión clara:
«Nunca podremos precisar el número de asesinas que fueron secretarias, esposas o amantes de los hombres de las SS […]. Sin embargo, las pruebas que aquí se han presentado arrojan una luz nueva sobre el Holocausto en concreto y sobre el genocidio en general. Naturalmente, siempre habíamos sabido de la capacidad de las mujeres para la violencia, incluso para el asesinato, pero no sabemos gran cosa sobre las circunstancias y las ideas que transformaron a mujeres en genocidas, la variedad de roles que desempeñaron dentro y fuera del sistema, ni las formas de conducta que adoptaron. Cabe imaginar que lo que sabemos que ocurría allí, los modelos de conducta violentos y homicidas que tenían lugar a plena luz del día, se dieron también durante la guerra en Ucrania, Polonia, Lituania y otras partes de la Europa dominada por los nazis. A las alemanas que fueron al Este les pasó lo mismo que al imperio nazi en expansión: cada vez más violento. Las mujeres que se marcharon al Este eran muchachas cuyas vidas antes de la guerra eran de lo más corriente, tampoco eran necesariamente un pequeño grupo de fanáticas nazis, y acabaron involucradas en los crímenes del Holocausto, incluido el asesinato» (pp. 168-169).
Wendy Lower.
 Y cabría decir que se involucraron voluntariamente. No tenemos cifras de cuántas de ese medio millón de mujeres participaron en los crímenes que los escuadrones de la muerte de los Einsatzgruppen, primero, y las cámaras de gas y los asesinatos gratuitos en los campos, después, se atribuyen a hombres. Pero Lower (entrevista con la autora en un blog del New York Times) lo tiene claro: el régimen nazi no obligó a las mujeres a matar, aunque la defensa de la pureza racial y la obligación de la mujer alemana aria estaban por encima de la moralidad, pero no persiguieron a aquellas que decidieron no matar ni ayudar a que se cometieran crímenes. Los nazis persiguieron a quienes ayudaron a los «otros», pero no a quienes no empuñaron un fusil. Por tanto, que hubiera mujeres –enfermeras en los hospitales, maestras en las escuelas y en los pueblos ocupados, secretarias que ayudaron a que el engranaje del Holocausto funcionara tipificando documentos, entregando órdenes mecanografiadas o redactando informes que dejaban claro lo que estaba sucediendo– que participaran en los horrores nazis no exonera al régimen, que las adoctrinó, preparó y envió al Este, pero tampoco libera a esas mujeres de su responsabilidad –y su culpabilidad– en los crímenes cometidos. Muchas de esas mujeres implicadas, aquellas que Wendy Lower recoge en su breve pero contundente y espeluznante libro, años después de la guerra, cuando fueron interrogadas, acusadas o enjuiciadas, adujeron razones como «yo no sabía nada», «no lo recuerdo», «sólo hacía lo que me dijeron» o «no es cierto, yo incluso ayudé a niños y mujeres judíos». El catálogo de testigos, cómplices y autoras de horrendos delitos muestra diversos tipos de mujeres alemanas: enfermeras que fueron enviados durante la guerra al Este y colaboraron en la muerte asistida (eutanasia) de niños y adultos enfermos o incapacitados, e incluso de soldados tan malheridos en el frente que las autoridades no dudaron en asesinarlos pues resultaba más sencillo que su traslado a la retaguardia; secretarias, ambiciosas algunas de ellas, que buscaron medrar en los territorios ocupados y colaboraron abiertamente con sus superiores –por motivos de enriquecimiento, vanidad, búsqueda de poder o incluso por sexo– en cacerías desde coches o en las Aktionen de los escuadrones de la muerte; y qué decir de las esposas de oficiales y miembros de las SS, que acompañaron a sus esposos a sus destinos en el Este y que participaron personalmente en crímenes que no tenían que cometer: niños judíos a los que se atraía con caramelos para dispararles o trabajadores de los campos de concentración o de las fincas en las que residían estas esposas, y que sin motivo alguno podían ser ejecutados en cualquier momento. 

De izquierda a derecha, Liesel Riedel, Vera Stahli y Gertrude Sege, tres
de las mujeres que participaron activamente en los crímenes en el Este.
Sería arduo reflejar en esta reseña los nombres, las biografías y las actitudes de esas mujeres que Wendy Lower, a través de memorias, cartas, entrevistas, interrogatorios policiales o declaraciones en juicios, ha seleccionado para tratar el tema de la participación femenina en el genocidio nazi. ¿Por qué lo hicieron? ¿Qué deseos u objetivos pretendían satisfacer? ¿Cómo escogieron convertirse en asesinas de despacho –como Adolf Eichmann–, en sádicas ejecutoras –como Amon Goeth, comandante del campo de prisioneros de Plaszlow, y que Ralph Fiennes interpretara en La lista de Schindler– o en asesinas francotiradoras –como los miembros de los Einsatzgruppen? «Todas ellas, como sus homólogos masculinos, procedían de distintos orígenes: trabajadores y acomodados, cultos e incultos, católicos y protestantes, urbanos y rurales. Todas eran ambiciosas y patrióticas; en distintos grados, también compartían las cualidades de ser avariciosas, antisemitas, racistas y hacer gala de la arrogancia imperialista. Y todas eran jóvenes» (p. 191). Pero nada de todo ello explica que se vieran impulsadas a colaborar en o realizar los crímenes. Medio millón de mujeres presenció, de una manera u otra, las operaciones y el alcance de la guerra genocida. «El régimen nazi movilizó a una generación de jóvenes revolucionarias a las que habían condicionado a aceptar la violencia, incitar a ella y ejercerla ellas mismas con el fin de defenderse o de afirmar la superioridad germánica. Este hecho ha sido suprimido y negado por las mismas mujeres a las que el régimen apartó y, naturalmente, por las que perpetraron dicha violencia con impunidad. El genocidio también es un asunto de mujeres. Ante la “oportunidad”, las mujeres también se dedicaron a él, hasta en sus aspectos más sangrientos. Minimizar la culpabilidad de las mujeres a unos cientos de guardianas de campos de concentración, víctimas de la desinformación y el lavado del cerebro, no representa correctamente la realidad del Holocausto» (pp. 193-194).

Documentadísimo y, en muchos aspectos, pionero estudio sobre la participación de las mujeres alemanas en los crímenes del Reich nazi, el libro de Wendy Lower supone un acercamiento al horror; un horror incomprensible, tanto como el de los hombres que asesinaron en los escuadrones de la muerte y en las cámaras de gas o que ordenaron las muertes desde sus escritorios en la capital del imperio nazi. Y significa una valiosa referencia en el estudio de las atrocidades de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.