En una reseña de Los nuevos charlatanes de Damian
Thompson (Ares y Mares, 2009), comentaba: «Mantengámonos alerta ante
estos charlatanes, nos advierte Thompson. Los blogs, los foros de
Internet, el mundo cibernético en general, aprovechado por estos
charlatanes, son justamente el ámbito donde más se les puede dañar. Al
mismo tiempo, dice el autor: “Debemos pedir cuentas a los guardianes de
la ortodoxia intelectual codiciosos, perezosos y políticamente correctos
que hayan vuelto la espalda a la metodología que nos permite distinguir
los hechos de las fantasías. Suya será la culpa si el sueño de la razón
produce monstruos” (p. 192). […] No nos dejemos engañar por esos nuevos
charlatanes. Antes vendían potingues para curar el cáncer; hoy
simplemente se aprovechan de las nuevas tecnologías para vendernos
productos similares. Y además de forrarse con potingues, pseudohistorias
o creacionismos de todo tipo, extienden contraconocimiento por todas
partes. Advertidos estáis». Todo ello podríamos repetirlo ante el libro
del profesor de la Universidad de Huelva Alejandro García Sanjuán (Dialnet), La conquista islámica de la península
Ibérica y la tergiversación del pasado (Marcial Pons, 2013), una obra
que también nos obliga a mantenernos alerta ante otro tipo de
tergiversación: el negacionismo. ¿Y a cuenta de qué? Pues de las
peregrinas teorías que Ignacio Olagüe, según el cual la llegada del
Islam a la Hispania visigoda no se produjo tras la conquista por
contingentes árabes y beréberes, tal y como demuestran las fuentes
históricas (textuales, epigráficas, arqueológicas y numismáticas) y
afirma la práctica totalidad de la historiografía moderna, sino que se
produciría un proceso de génesis interna, según el cual el
establecimiento de una sociedad árabe e islámica fue el resultado de la
pugna entre el unitarismo arriano y el trinitarismo católico,
desembocando a mediados del siglo IX en un «sincretismo religioso». De
modo que los árabes no habrían invadido jamás la Península y, de hecho,
no habría existido una identidad árabe y musulmana.
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Alejandro García Sanjuán |
Pero el libro de García Sanjuán no es meramente una obra de denuncia del negacionismo (que también lo es), sino una aproximación rigurosa, documentada y amena a la conquista árabe de península Ibérica, la destrucción del reino visigodo y los primeros años del territorio que sería conocido como al-Andalus. Pero tampoco el autor pretende «decirlo todo sobre la conquista, ni tampoco desarrollar de forma exhaustiva los aspectos que he tratado o elaborar una descripción minuciosa o detallada de los hechos acaecidos a partir del año 711. El lector interesado en informarse sobre estas cuestiones puede acudir a la amplia diversidad de publicaciones científicas y académicas que existen sobre el tema. Ahora bien, aunque mi contribución no tiene pretensiones de totalidad y dista de ser novedosa en muchos aspectos, creo que aporta unas perspectivas que, siendo, a mi juicio, relevantes, sin embargo no han recibido suficiente atención en la tradición historiográfica previa» (p. 21). Ya la estructura del libro muestra, en cuatro grandes capítulos, qué se va a encontrar el lector, mediante unos títulos que son preguntas a responder: en primer lugar, ¿por qué la conquista ha sido un hecho histórico tergiversado? Ello nos lleva al fenómeno del negacionismo de Olagüe, a analizar su figura, sus obras, la recepción de las mismas en la literatura especializada, su influencia en la posteridad y la recogida del testigo negacionista en autores actuales como González Ferrín. García Sanjuán lo tiene claro: el negacionismo es «una tendencia revisionista vinculada a intereses ideológicos que pretende una manipulación del pasado basándose en la tergiversación de los testimonios históricos. El historiador profesional no puede, ni debe, soslayar la exigencia de impugnar esta clase de imposturas, sobre todo cuando proceden del ámbito académico. En este caso, la necesidad es doble, pues a la obligación de preservar el conocimiento histórico se añade la de señalar a los ventajistas y tramposos que no dudan en fomentar mitos con el fin de medrar, obtener prebendas, satisfacer egos desmedidos o defender determinados proyectos ideológicos, parapetados en la credibilidad que otorga el marchamo académico» (p. 25). Y, sin embargo, el autor es consciente de que probablemente su libro no sirva para erradicar el negacionismo: «los mitos, por naturaleza, son indestructibles. La sociedad los crea porque los necesita. Por lo tanto, el negacionismo pervivirá, pero espero que el esfuerzo realizado sirva para denunciar y evidenciar su verdadera condición, así como la de quienes lo fomentan, siempre debido a intereses ajenos al conocimiento histórico» (ibidem).

Responder a esta primera pregunta traslada al autor (y a los lectores) a conocer los principales postulados del negacionismo de Olagüe y sus actuales epígonos y a dejar en entredicho a aquellos que, por ignorancia, desidia o intereses personales, no ejercen la adecuada crítica en el mundo académico o en el literario y de un modo u otro dan alas y cancha a las tesis negacionistas (caso de profesionales de la historia como Joseph Pérez, Franco Cardini y Ricardo García Cárcel, o de escritores como Antonio Gala o Juan Goytisolo… algo que, por desconocimiento de la materia, me ha sorprendido). El negacionismo encuentra espacio entre los conspiranoicos o quienes dudan de la historia oficial, pero no ahondan en las teorías presentadas, limitándose a darles reconocimiento académico… sin haber analizado si lo merecían. Conocer esos postulados implica saber qué críticas aportan los negacionistas a la historia académica de la conquista islámica de la Península: que no existen testimonios históricos coetáneos y que no se puede hablar de una identidad musulmana (y menos aún árabe) de los conquistadores. Ambas ideas conforman los dos siguientes capítulos del libro de García Sanjuán, en forma de pregunta en sus títulos: ¿existen testimonios históricos confiables sobre la conquista? –que analiza la variedad de fuentes escritas, latinas y árabes, así como el registro material, es decir, monedas y sellos de plomo– y ¿cuál era la identidad de los conquistadores?, que rompe con la idea negacionista de que ni hubo conquistadores y no existió una identidad musulmana hasta un siglo y medio después, como mínimo. De hecho, según los negacionistas tampoco hubo un Islam en época de Mahoma ni un proceso de arabización fuera de Arabia. En estos dos capítulos la denuncia y refutación del negacionismo se realiza con la aportación de las evidencias que el historiador tiene a su disposición, desmontando las endebles (por no decir increíbles y en no pocas ocasiones chapuceras patrañas) que Olagüe y sus epígonos han aducido para justificar sus tesis. Y ya en el cuarto capítulo –que se pregunta ¿por qué triunfaron los conquistadores?– el autor realiza un ejercicio de análisis de la caída del reino visigodo, la labor de los conquistadores (¿conquista por la fuerza o mediante pactos de capitulación?) y el alcance de la resistencia cristiana (o los orígenes del reino de Asturias).
Para un neófito y (reconozcámoslo) lector poco o nada interesado en el tema, el libro de Alejandro García Sanjuán es un estimulante desafío, una lectura provechosa y una alerta constante ante los peligros de peregrinas teorías que pervierten y manipulan el conocimiento histórico. Considero que estamos ante una obra necesaria –aunque quizá estéril si se trata de ponerle puertas al desierto negacionista –, historiográficamente impecable, rigurosa e incluso entretenida para lectores profanos en la materia. Pues, en el fondo, se trata de dilucidar qué fuentes tenemos de un acontecimiento histórico, de qué tipo, con qué valor y qué apoyo hay de las evidencias del registro material que puedan corroborar una teoría, y todo ello para elaborar la narración de qué sucedió, cómo y por qué. Justo lo contrario de corrientes negacionistas y revisionistas que, en función de intereses alejados del conocimiento, imponen la tesis, rechazan las pruebas y tratan de deslegitimizar a los historiadores rigurosos (los «legajistas», en palabras de González Ferrín). Por tanto, libros como el de Alejandro García Sanjuán (o el de Damian Thompson que mencionaba al principio), no sólo son necesarios: son ineludibles. Más nos vale.
1 comentario:
Absolutamente de acuerdo. Muy buena reseña.
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