La historia miilitar en la Europa de los siglos XV, XVI y
XVII suele presentarse desde el punto de vista de monarcas y Estados.
Por ejemplo, las guerras de Carlos V en el Mediterráneo, contra Francia o
en el Sacro Imperio Germánico tienen causas políticas, religiosas y
territoriales que focalizan el interés en la determinación de un
emperador, en las consecuencias de la Reforma luterana o en los embates
de corsarios berberiscos con apoyo del Turco en Rodas, Túnez, Argel o la
costa de sus territorios ibéricos. Del mismo modo, las guerras de
Italia (1494-1558) se centran a menudo en la cabalgada de Carlos VIII,
en las campañas del Gran Capitán en Nápoles y en la pugna
hispano-francesa por el Milanesado. Y qué decir de la Guerra de los
Treinta Años (1618-1648): su evolución se narra a partir de una
defenestración en Praga, la querella por una corona bohemia, una derrota
en Montaña Blanca, la represión imperial contra los protestantes, el
Edicto de Restitución (1629), la oscura figura de Wallenstein y la etapa
de las intervenciones foráneas (por orden: Dinamarca, Suecia y
Francia). Y es cierto que para el caso de esta última contienda sí que
se nos habla de los desastres de la guerra para la población civil, ya
fuera católica o protestante (véase el ya clásico libro coordinado por
Geoffrey Parker, La Guerra de los Treinta Años, 1988). Pero, en última
instancia, nos quedamos con la idea de que la paz de Westfalia marca el
inicio de la consolidación de los principados territoriales y el
crepúsculo de la figura del emperador, y pone en solfa la idea de que la
religión dejará de ser el factor fundamental de enfrentamiento.
El historiador italiano Lauro Martines, autor de libros sobre Savonarola en Florencia, las ciudades italianas del Renacimiento y que el lector hispano quizá recuerde por su excelente libro Sangre de abril: Florencia y la conspiración contra los Médicis (Turner, 2004), rompe con esta tendencia en Un tiempo de guerra. Una
historia alternativa de Europa, 1450-1700 (Crítica, 2013) –es más
pertinente el título original, Furies: War in Europe, 1450-1700–, y
ofrece en un libro de apenas 260 páginas (notas y bibliografía aparte)
un retrato de lo que realmente suponía la guerra en la Europa de este
período.
Lauro Martines |
Puede sorprender de entrada que, para ser dos siglos y medio (casi
tres, pues hace referencias a acontecimientos de inicios del
Cuatrocientos) el libro sea aparentemente tan escueto. No, no lo es: en
sus diez capítulos, de extensión diversa, Martines toca aspectos que, es
cierto, de un modo u otro hemos leído en obras más generales… pero
también de un modo más superficial. Seamos francos: tampoco ha
descubierto América, pero el libro tiene la virtud de poner en solfa de
manera continua diversos elementos que jalonan unos siglos violentos,
brutales y desastrosos para la población de ciudades y pueblos de toda
Europa. El ámbito es amplio y Martines tampoco tiene voluntad de mostrar
exhaustividad y detallismo en todos los países y frentes. A grandes
rasgos escoge tres ámbitos o períodos concretos: las guerras de Italia,
las guerras de religión en Francia (1562-1598) y la Guerra de los
Treinta Años. Y presenta, en capítulos temáticos, diversos elementos.
Partiendo de un «mosaico bélico» en el primer capítulo con sucesos que
se presentan de modo sintético y se podría decir incluso que a salto de
mata, el autor ya muestra su jugada: son imágenes que proceden «de un
continente sumido en el dolor y la angustia por el sufrimiento generado
por la guerra y la existencia de ejércitos cada vez más numerosos y
hambrientos. Las más relevantes se hallan íntimamente ligadas al pago
que exigía el hecho bélico, a los asedios y a las tortuosas marchas de
ejércitos colosales dotados de columnas de caballos, bestias de carga,
carros y carretas, trenes de artillería, acompañantes y bandas errantes
de jinetes dedicadas a buscar alimento. Tal era el monstruo que obligaba
a aumentar sin freno los impuestos, ponía a prueba el gobierno de los
príncipes y las oligarquías, sacudía la producción cotidiana de las
ocupaciones rurales y urbanas, y propiciaba la corrupción generalizada
en el gasto del dinero público» (p. 37). Se podría decir que en esas
frases tenemos una síntesis perfecta del contenido de este libro.
Martines huye de lo ya conocido y prefiere bucear en sucesos que son tan estremecedores y paradigmáticos de lo que significó la guerra para la población europea de esta época como episodios tan conocidos como el saco de Roma de 1527 o las hambrunas en Alemania en las décadas de 1630 y 1640. Se muestra cómo se concebía al soldado de esta época –escoria, desecho de la sociedad, elemento prescindible del orden social– por parte de monarcas e incluso escritores (y propagandistas de la época) y se incide un poco más en la figura de los oficiales, sus ambiciones de ascendencia social y los medios para enriquecerse (Europa estaba llena de Alatristes e hijos de familias de buena familia que buscaban medrar social y económicamente). Mencionaba antes el saqueo de Roma por las tropas de Carlos V, y que configuró un imaginario colectivo y artístico con reminiscencias escatológicas (resulta pertinente evocar el estudio de André Chastel, El saco de Roma, 1527, publicado hace varias décadas por Espasa-Calpe y editado también en la colección Austral), Martines se acerca a otros saqueos, igual de catastróficos, como los de Brescia en 1512 (durante las guerras hispano-francesas), Amberes en 1576 (la «furia española»), Magdeburgo en 1631 (que fue una de las muchas brutalidades de un conflicto desastroso en Alemania y que recibió como recompensa la indiferencia de Gustavo Adolfo II de Suecia, soberano a quienes los magdeburgueses recibieron con los brazos abiertos apenas un año antes). Otro elemento importante es el de la «revolución militar» en cuanto a las nuevas armas (arcabuces, mosquetes, pistolas, balas y cañones) que, aunque se haya tratado de modo más pormenorizado en otras obras, nos acerca de nuevo a cómo las armas de fuego configuraron un nuevo escenario bélico.
Martines huye de lo ya conocido y prefiere bucear en sucesos que son tan estremecedores y paradigmáticos de lo que significó la guerra para la población europea de esta época como episodios tan conocidos como el saco de Roma de 1527 o las hambrunas en Alemania en las décadas de 1630 y 1640. Se muestra cómo se concebía al soldado de esta época –escoria, desecho de la sociedad, elemento prescindible del orden social– por parte de monarcas e incluso escritores (y propagandistas de la época) y se incide un poco más en la figura de los oficiales, sus ambiciones de ascendencia social y los medios para enriquecerse (Europa estaba llena de Alatristes e hijos de familias de buena familia que buscaban medrar social y económicamente). Mencionaba antes el saqueo de Roma por las tropas de Carlos V, y que configuró un imaginario colectivo y artístico con reminiscencias escatológicas (resulta pertinente evocar el estudio de André Chastel, El saco de Roma, 1527, publicado hace varias décadas por Espasa-Calpe y editado también en la colección Austral), Martines se acerca a otros saqueos, igual de catastróficos, como los de Brescia en 1512 (durante las guerras hispano-francesas), Amberes en 1576 (la «furia española»), Magdeburgo en 1631 (que fue una de las muchas brutalidades de un conflicto desastroso en Alemania y que recibió como recompensa la indiferencia de Gustavo Adolfo II de Suecia, soberano a quienes los magdeburgueses recibieron con los brazos abiertos apenas un año antes). Otro elemento importante es el de la «revolución militar» en cuanto a las nuevas armas (arcabuces, mosquetes, pistolas, balas y cañones) que, aunque se haya tratado de modo más pormenorizado en otras obras, nos acerca de nuevo a cómo las armas de fuego configuraron un nuevo escenario bélico.
Sebastian Vranck, Saqueo de una granja (c. 1600), durante la guerra entre la Monarquía Hispánica y las Provincias Unidas de los Países Bajos. |
Algo que también resulta pertinente remarcar en cuanto a los
asedios. Martines escoge diversos ejemplos y los analiza con detalle:
Siena entre 1554 y 1556 en un conflicto de esta ciudad con el duque
Cósimo I de Florencia; Sancerre entre 1572-1573, un episodio de las
guerras de religión francesas posterior a la matanza de San Bartolomé, y
París en 1590 (el asedio de Enrique IV de Navarra que provocó decenas
de miles de muertos «de resultas de la inanición, la desnutrición, la
enfermedades y la violencia de los soldados apostados al otro lado de
las puertas de la ciudad» (p. 140); y Augsburgo en 1634-1635, la ciudad
de los Függer, y en la que, como en otros casos, se produjeron actos de
canibalismo. Es precisamente el hambre la que fuerza que miles de «bocas
improductivas» (ancianos, niños, vagabundos, enfermos, heridos) fuesen
expulsados por los dirigentes de las ciudades asediadas cuando la comida
faltó. Y el expediente al canibalismo no fue extensivo, pero en no
pocas ciudades se encontraron casos. Martines trata también qué
significaron los ejércitos en movimiento, convertidos en «ciudades
ambulantes, ciudades moribundas», y en los que el número de soldados a
menudo era fuente de problemas. Cómo alimentarlo, cómo mantener el
orden, de dónde sacar carros y especialmente caballos, qué hacer con los
acompañantes diversos (mujeres, niños, prostitutas, buhoneros), cómo
hacer frente a las enfermedades y epidemias, por no hablar de cuestiones
higiénicas diarias. El saqueo de las ciudades y las brutalidades en las
aldeas y pueblos, donde la desesperación por no encontrar alimentos
podía provocar episodios de brutalidad, violaciones y asesinatos en
masa, fue constante en estas centurias, siendo (cómo no) la guerra de
1618-1648 uno de los períodos mejor documentados.
Jacques Callot, Les Grandes Misères de la guerre, 1633. |
Comentaba antes que el autor se aparta de la visión de los Estados y
los reyes, y las causas políticas y religiosas. Pero es inevitable (y
pertinente) volver a ello, y de este modo se tratan los componentes de
«matar en el nombre de Dios» (Francia en la segunda mitad del siglo XVI y
la guerra alemana de la centuria siguiente son casos a analizar), y por
último el papel de los Estados –su forja como organismos «modernos»– y
que tiene la fiscalidad como uno de los elementos esenciales para su
constitución. Para el caso hispánico contamos con amplios estudios al
respecto –los ya clásicos estudios de Ramón Carande, Carlos V y sus
banqueros (1977), de Modesto Ulloa, La Hacienda real de Castilla en el
reinado de Felipe II (1977) y Henri Lapeyre, Simón Ruiz et les
“asientos” de Philippe II (1953), pasando por monografías recientes
como la de Carlos Javier de Carlos Morales, Felipe II: el imperio en
bancarrota. La Hacienda real de Castilla y los negocios financieros del
Rey prudente (2008) – y por tanto el lector que está un poco ducho en
temas como los juros, la deuda flotante convertida en deuda consolidada y
los asientos, conoce un poco el tema. En esta ocasión Martines menciona
el caso hispánico y abre el objetivo al caso francés a lo largo del
siglo XVI y el período de gobierno del cardenal Richelieu. No olvidemos
que los ejércitos se han de pagar de alguna manera y es la consolidación
del aparato de la financiación pública, la negociación constante con
banqueros y asentistas, un aspecto importantísimo de este período. La
creación de entidades como el Banco de Inglaterra en 1694 abrirá la
puerta a un nuevo escenario de control de la fiscalidad de los Estados
modernos, pero esto ya escapa al contenido de este libro.
En conclusión, quizá algunos lectores especializados consideren que las aportaciones de Lauro Martines no van más allá de lo que se ha planteado en discusiones académicas de las últimas décadas, pero considero que este libro ofrece alicientes para acercarse a la (autentica) historia militar de los siglos XVI y XVII con una mirada nueva y un análisis más incisivo.
En conclusión, quizá algunos lectores especializados consideren que las aportaciones de Lauro Martines no van más allá de lo que se ha planteado en discusiones académicas de las últimas décadas, pero considero que este libro ofrece alicientes para acercarse a la (autentica) historia militar de los siglos XVI y XVII con una mirada nueva y un análisis más incisivo.
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