2 de octubre de 2013

Reseña de El poder y el imperio. La tecnología y el imperialismo, de 1400 a la actualidad de Daniel R. Headrick

Este no es un libro sobre el imperialismo como tal. Desengáñese el lector si espera una relación de procesos de conquista, colonización y explotación desde los albores del siglo XV y hasta la caída de los «viejos imperios coloniales». Encontrará detalles, algunas explicaciones generales, pero no una sucesión de datos y narraciones sectoriales. Si el lector desea, por ejemplo, saber pormenorizadamente cómo se colonizó el continente africano en apenas cuarenta años, que lea Divide y vencerás. El reparto de África, 1880-1914 de Henri L. Wesseling (RBA, 2010); sobre la conquista de América, el reciente libro de Antonio Espino también en RBA (y que en algunos aspectos coincide con el libro que aquí reseñamos); y sobre el Gran Juego en Asia, también en RBA, Torneo de sombras. El Gran Juego y la pugna por la hegemonía en Asia Central de Karl E. Meyer y Shareen Blair Brysac. Y eso si tiramos de obras recientes y especializadas. Pero muy probablemente todas ellas las disfrutará y comprenderá con mayor detalle (y me refiero a un lector más profano en la materia) tras la lectura de El poder y el imperio. La tecnología y el imperialismo, de 1400 a la actualidad de Daniel R. Headrick (Crítica, 2011). 

Daniel R. Headrick
Hay títulos que buscan vender y subtítulos que te cuentan mejor de qué va la película. Ya el título original –Power over Peoples: Technology, Environments, and Western Imperialism, 1400 to the Present– evoca más que la traducción y remite claramente a la tesis central del libro. Y esta no es otra que «analizar el papel de la tecnología en la expansión global y las sociedades occidentales desde el siglo XV hasta el presente. Ya el autor trató el tema, en Los instrumentos del imperio: tecnología e imperialismo europeo en el siglo XIX (Alianza Editorial, 1989), un libro que tengo por casa y que me animaré a leer... si recuerdo en qué fondo de qué estante lo dejé. Para explicar ese papel de la tecnología, debemos tener en cuenta tres factores: uno es el uso de la tecnología para controlar determinados ambientes naturales, o con otras palabras, el poder sobre la naturaleza. El segundo son las innovaciones tecnológicas que permitieron a las potencias occidentales conquistar o someter a los pueblos no occidentales; y el tercero es la respuesta de los pueblos no occidentales, tecnológica o de otro tipo, a las presiones occidentales. En resumen, este libro pretende ser una historia tecnológica, medioambiental y política del imperialismo occidental durante los últimos seiscientos años» (pp. 14-15). Y el libro cumple sobradamente con este punto de partida. Permítaseme añadir otra cita del autor, para luego poder seguir adelante: 
«Los historiadores han escrito con mucho detalle sobre el imperialismo occidental, llamándolo a menudo “expansión europea”; su segunda fase, el Nuevo Imperialismo, ha sido durante mucho tiempo objeto de controversia entre los historiadores debido a su extraordinaria velocidad y amplitud: según un informe, el área terrestre controlada por los europeos aumentó del 35 por 100 en 1800 al 84,4 por cien en 1914. Para explicar esa gigantesca expansión, los historiadores se han centrado en los motivos de los exploradores, misioneros, comerciantes, militares, diplomáticos y líderes políticos, tan diversos como ellos mismos. Algunos querían extender el cristianismo o la ética, las leyes y la cultura occidental a todo el mundo; otros ambicionaban bienes valiosos, mercados para sus productos u oportunidades de inversión: hay quienes veían la expansión imperial como un medio para obtener gloria personal, prestigio nacional o ventajas estratégicas; y por supuesto muchos de ellos tenían más de un motivo. Pero en su fascinación por los motivos de los imperialistas, la mayoría de los historiadores daba por supuesto que las potencias europeas y Estados Unidos disponían de los medios técnicos y financieros para con verter sus ambiciones en realidad. Algunos hablaban de esos medios como “prerrequisitos”, “un desequilibrio” o “una ventaja de poder”, sin profundizar más en la investigación. Otros consideraban la cuestión demasiado trivial como para mencionarla siquiera» (p. 10).
Se podría decir que más claro el agua. Este es un libro sobre cómo la tecnología fue de la mano y permitió la conquista mundial por parte de una serie de potencias –cronológicamente, Portugal, España, los Países Bajos, Francia e Inglaterra, los autores principales en diversas fases–. Hay tres partes claras en el libro: en una primera (capítulos 1-4), Headrick se centra en los elementos tecnológicos del «Viejo Imperialismo», aquel que se desarrolló entre 1400 y mediados del siglo XIX, aproximadamente, y que pasan, en primer lugar, por la exploración de los océanos, el establecimiento de los primeros imperios europeos en el océano Índico –en dura pugna con otomanos y con resistencias en Indonesia y China–, la conquista de las Américas (que dejó enormes territorios «vírgenes» en el interior y el sur de Sudamérica, así como al norte del Río Grande y el oeste de las montañas Apalaches hasta muy avanzado el siglo XIX) y las luchas no resueltas en África, la India y Asia Central (Afganistán y el Panyab). La conquista de los mares fue larga y azarosa, del mismo modo que lo fueron los diversos avances en la tecnología de los barcos de vela, con constantes innovaciones (de la galera mediterránea al galeón que surcaba los océanos), con limitaciones (los largos viajes por mar afectaban a la salud de los marineros y modulaban el alcance de la conquista y de los intercambios comerciales). 

Es en la segunda parte del libro (capítulos 5 a 7) donde Headrick establece las pautas que hicieron posible el «Nuevo Imperialismo» y que se basan en tres elementos esenciales: las naves de vapor, los avances médicos y la industrialización a gran escala de las armas de fuego. Se podría argüir que Headrick deja de lado otros elementos esenciales como el ferrocarril y el telégrafo, que también coadyuvaron al proceso imperialista del siglo XIX. Pero son esos elementos mencionados los esenciales: barcos de vapor que, conjuntamente con el alcance de las armas de fuego, fuerza a la China Ming a abrirse a las potencias extranjeras y que dan los primeros pasos para la conquista y reparto de África. Progresos médicos como la profilaxis sanitaria gracias a medicamentos ya conocidos pero no explotados del todo como la quinina y una investigación médica que dejaba de lado una tradición basada en los «miasmas» y que incide desde mediados del Ochocientos en las bacterias y los virus que causan enfermedades como la malaria, el tifus y el cólera, y que hasta entonces provocaban una muerte prácticamente segura para los soldados europeos que trataban de conquistar continentes como África. Y, por último, el perfeccionamiento de los fusiles, revólveres y ametralladoras, a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, que serían las armas que, junto al caballo en Norteamérica y la Patagonia argentina, ampliaron los horizontes de los Estados occidentales. 

Hay que destacar, además, que es precisamente desde mediados del siglo XIX y hasta el final de la centuria que amplios territorios en Norteamérica (al oeste de los ríos Mississipi, Missouri y Ohio), el interior de las actuales Argentina y Paraguay y el sur de Chile son conquistados con una determinación y un esfuerzo que no se habían llevado a cabo en los tres siglos anteriores; los indios norteamericanos y los mapuches en el Cono Sur se vieron aniquilados y reducidos a una reclusión en reservas. Para Headrick, son los progresos tecnológicos del «Nuevo Imperialismo» los que permitieron que se produjera el reparto africano en apenas unas décadas (la «Rebatiña» de África), aunque, a diferencia del «Viejo Imperialismo», las poblaciones conquistadas también tuvieron acceso a nuevas armas, lo cual abre la puerta para las largas guerras de descolonización que se mencionan en la tercera parte del libro.

La tercera parte (capítulos 8 y 9) se centra en la aviación y cómo el control aéreo abrió un nuevo horizonte en la expansión imperialista, ubicado grosso modo en el período de entreguerras (1914-1945). En estos años los pueblos conquistados alcanzaron una nueva dimensión en la resistencia, pues accedieron a armas de infantería que eran excedentes de la Primera Guerra Mundial, a expensas de Alemania o el Imperio otomano. Frente a una insurgencia mayor, las potencias occidentales (básicamente, Gran Bretaña, Francia e Italia, y subsidiariamente España) recurrieron a la aviación y a armas químicas como el gas mostaza; la represión en Iraq y Libia, la conquista de Etiopía y los avatares del Rif. La aviación permitía ahorrar en costes, lanzar armas más letales y transportar tropas y armamento de un modo más eficaz. Pero, como Headrick analiza en el último capítulo, dedicado a los casos de las guerras de Indochina, Argelia, Vietnam, del Golfo e Iraq, las poblaciones de los territorios colonizados o atacados reaccionaron sobreponiéndose a los bombardeos y realizando labores de insurgencia que no se podían neutralizar simplemente con bombardeos masivos. Es quizá la parte del libro que menos me ha interesado y que se aparta un poco de la tesis central de los capítulos anteriores, aunque también tiene su interés, pues desarrolla las respuestas a esa tecnología imperialista de la centuria y media anterior.

El resultado es un libro valioso, una estupenda introducción a cuestiones como el peso de la tecnología en el imperialismo europeo de los últimos seis siglos y que, en capítulos como los dedicados a los avances de la medicina, profundizan en el relato tradicional del proceso de conquista y colonización de los grandes imperios del siglo XIX. En ese sentido, el libro de Headrick pasa a ser una obra de peaje obligatorio para lectores interesados en el período y la temática.

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